Dinero fácil (6 page)

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Authors: Jens Lapidus

BOOK: Dinero fácil
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Al final tuvo tres alternativas para el lugar de escapada y tres para el coche que esperaría. Hizo una copia de un mapa. Marcó los lugares en el mapa. Los numeró. Lugar A, B y C. Lugar uno, dos y tres. Se los grabó en la memoria.

Lo volvió a comprobar todo.

Salió.

Los monos se habían aburrido. Jorge se disculpó. No había que tener roces con ellos ese día. Cuando terminó parecieron contentos.

La siguiente parada era la más importante de todas las del día: el primo de Jorge, Sergio. Hermano de armas de los tiempos de Sollentuna. La clave del plan.

Jorge y los monos entraron en el McDonald's que había junto a la biblioteca. El olor a hamburguesas le trajo recuerdos.

Se saludaron con una gran sonrisa.

—¿
Primo*
? qué alegría verte!

Sergio: vestido con un chándal negro. Una gorra de rejilla como un puñetero cocinero. Saludó a Jorge haciendo chocar su puño contra el de él. Típico de las bandas. Era innecesario que su primo fuera en plan gánster cuando los monos estaban mirando.

Se sentaron. Charlaron de cosas intrascendentes. Todo en español. Sergio invitó a los cuatro a hamburguesas. Cojonudas. Los monos se sentaron a otra mesa. Comían como cerdos.

McDonald's parecía más moderno que la última vez que Jorge había ido. Nueva decoración. Sillas de madera clara. Las fotos de las hamburguesas tenían un aspecto mucho más aparente. También las cajeras tenían un aspecto más aparente. Más ensaladas y verdura; la opinión de Jorge: comida de conejos. Sin embargo era el símbolo de la libertad. Sí, sonaba tonto, ñoño, pero McDonald's era algo especial para J-boy. Su restaurante favorito. Su punto de encuentro. La dieta básica de la peña del extrarradio. Pronto podría estar ahí a su aire.

Se sentía agobiado. Tenía que ir al asunto.

Le contó a Sergio su plan de fuga resumido.

—En un mapa están marcados tres posibles sitios y otros tres posibles. En uno de los sitios, marcado con una cifra, tiene que estar el coche. En uno de los sitios marcados con una letra tienes que seguir el resto de las instrucciones. No sé aún qué sitios son los que van mejor. Tengo que volver y meditarlo. Te escribiré cuáles serán en una carta, en la tercera línea desde el final pondré la cifra y la letra que indican el lugar. La copia del mapa y las instrucciones están dobladas en la página cuarenta y cinco de un libro que se llama
Legal Philosophies.
El autor se llama Harris. En la Biblioteca de la Ciudad, ahí al lado. ¿Lo entiendes? —preguntó Jorge.

Sergio: no era el hombre más listo del mundo, pero de estas cosas se enteraba. Jorge con una eterna deuda de gratitud, pese a que tenía que encargarse de la planificación por su cuenta. Sergio lo cumpliría todo lo bien que pudiera.

Jorge preguntó por su hermana. El olor a McDonald's mezclado con los recuerdos de Paola. Los momentos con comida basura significaban nostalgia.

El resto de su conversación fueron tonterías, hablaron de familiares, antiguos colegas de Sollentuna y pibas. Paripé delante de los monos.

Ya era hora de largarse.

Cuando se despidieron, Jorge le dio a Sergio cuatro besos en cada mejilla. Intercambiaron frases de cortesía chilenas.

Ya eran las cuatro. A las siete tenían que volver él y los monos.

Siguiente parada: tenía que comprar calzado. Había pedido catálogos. Había leído sobre el tema. Había llamado a las tiendas. Investigado. Gel, Air, Torsión y el resto de las técnicas para calzado cómodo. Todas las chorradas/tecnología de pega del mundo. Se trataba de ir más allá de la palabrería. Comprar cosas buenas de verdad. Las dos cualidades necesarias: buen calzado de carrera, importante; la mejor capacidad de absorción de impacto del mercado, aún más importante. A los monos les pareció que sería divertido ir a tiendas de deporte cutrecillas. Jorge controlaba. Stadium en la calle Kungsgatan tenía el surtido más amplio.

Cogieron el minibús hasta un aparcamiento en la calle Norrlandsgatan. Jorge pidió que le dejaran conducir ese corto trayecto. Los monos dijeron que no.

Bajaron del coche. Uno de los monos le pidió a un tipo que acababa de aparcar que le cambiara un billete de veinte en monedas de una corona. El mono pagó el tique de aparcamiento.

Salieron a la calle.

Una sensación fabulosa. La ciudad. La calle Kungsgatan. El pulso. El calor de agosto. Jorge se acordaba. Conduciendo por Kungsgatan en un BMW 530i, también llamado el buga de los farloperos. Dos días antes de que le entrullaran. En realidad, el coche se lo había dejado un amigo durante una temporada, pero así y todo, con estilo, había vivido la vida. Había vivido a lo grande. Pibas. Había vivido según su reputación.

Y ahora: Jorge había vuelto a la ciudad.

¿Qué había aprendido desde entonces? Por lo menos sabía una cosa: lo siguiente que fuera a hacer estaría bien planificado. Y entonces se dio cuenta de lo que le diferenciaba de muchos otros. Se sentía el más grande, el mejor, el más seguro. Pero todos en su entorno pensaban eso de sí mismos. La diferencia era que en el fondo Jorge sentía que no era así; y ésa era su fuerza. Haría que en el futuro siempre se pensara las cosas dos veces. Siempre planificar, preparar: tener éxito en lo imposible.

Siguió soñando.

Miró a su alrededor. Los monos en posición a su alrededor.

La gente se movía por la calle. El ritmo de la vida en libertad. Miraba fijamente.
Chicas*
guapas. Casi se había olvidado: las tías siempre estaban mucho más guapas en verano que en invierno. Pero claro que eran las mismas tías. ¿Cómo podía ser? Un misterio.

Y Jorge pronto estaría fuera. Deslizarse por Kungsgatan. Pellizcar un montonazo de traseros. Levantarse a todas las pibas. Poder ser Jorge de nuevo.

Joder*
, qué ganas de estar fuera. Le habían concedido un permiso. Sólo eso ya era tener mucha suerte. Sólo con tres monos en Kungsgatan. Vaya oportunidad. Salir corriendo sin más. Estaba en forma. Fuerte. Conocía la ciudad. Era un niño travieso. Por otra parte, el riesgo era demasiado grande. Los monos estaban siendo agradables pero sabían hacer su trabajo. Estaban totalmente pendientes. Le observaban al máximo. Controlando al máximo. Podía joderla para nada. Ir por libre. Interrumpir el permiso. Impedirle completar su verdadero plan.

No estaba preparado. No podía huir en ese momento. El riesgo de joderla era demasiado grande.

La dependienta estaba buena.
Jorge,
salido. Pero el calzado era más importante que ligar. No había el modelo que él quería. Ya lo sabía. Asics 2080 Duomax, con gel en los talones. Principal cualidad: buenísima absorción del impacto. Sin embargo, dio vueltas por la tienda durante un rato. Era grande. Él y los colegas a los trece años habían levantado cosas de ahí, cuando Sollentuna se les quedó pequeño. De nuevo: imágenes de la adolescencia. Primero McDonald's y luego la tienda de deportes. ¿Qué coño pasaba?

Dio una vuelta por las otras secciones, por mirar. Además de los zapatos compró un par de pantalones para correr y una camiseta de baloncesto.

Dieron las cinco. Iban bien de tiempo. Sólo quedaba una cosa. Tenía que ver a un amigo, un antiguo mono de la cárcel, Walter Bjurfalk. El tío había dejado el trabajo voluntariamente hacía un año. A los monos les parecía bien. No veían nada raro en que Jorge y el antiguo mono quedaran. Algunos monos se hacían amigos de los internos, sin más. Los monos que le vigilaban no tenían ni idea de por qué Walter había dejado el trabajo en realidad.

Estaban sentados en Galway's, en Kungsgatan. Un sitio de vikingos. El local decorado con el típico verde al estilo de los pubs irlandeses. Con pósteres en las paredes: Highgate & Walsall Brewing Co. Ltd. Intentaban ser ocurrentes:
En Dios confiamos; para todo lo demás: tarjeta o metálico.
Olía a cerveza. Era agradable.

Los monos se sentaron a unas mesas de distancia y todos pidieron café. Jorge pidió un agua mineral marca Ramlösa de la variedad con poco gas. La cerveza no estaba autorizada en los permisos vigilados. Walter pidió una Guinness. El camarero tardó diez minutos en tirarla.

Charlaron. Recuerdos del verano anterior, cuando hubo pequeños disturbios en Österåker. Lo que les había pasado a los tíos que habían montado bronca. Lo que les había pasado a los que habían vuelto a entrar. Al final, cuando había pasado media hora, Jorge bajó la voz, preguntó aquello por lo que había ido:

—Walter, tengo un asunto serio que hablar contigo.

Walter levantó los ojos de su cerveza con curiosidad en la mirada.

—Dispara.

—Me voy a largar. Y una mierda me voy a pudrir yo tres años más en la cárcel. Tengo una idea que puede funcionar. Confío en ti, Walter. Siempre fuiste un buen guardia. Yo sé por qué pediste la baja. Lo sabemos todos. Tú eras bueno con nosotros. Nos ayudabas. ¿Me quieres ayudar ahora? Por supuesto que suelto pasta.

Jorge, seguro al noventa y nueve por ciento de Walter. El último porcentaje: Walter podía estar haciendo un doble juego. En ese caso, J-boy estaba jodido.

Walter se lanzó:

—Es difícil escaparse de Österåker. En los últimos diez años sólo lo han conseguido tres tíos. A todos los han pillado en menos de un año después de escapar. Porque eso es lo más difícil, ocultarse después de la fuga. Mira lo que les pasó a Tony Olsson y a los otros chavales. Más te vale haberlo planeado todo bien. De lo contrario estás perdido. Ya lo sabes, estaban ocultos debajo de un puente en Sorunda cuando las fuerzas especiales los cogieron. No tenían ninguna posibilidad. Por otro lado eran violentos. Joder, que se aguanten. Yo ya no estoy en el sector, por así decirlo, no sé si puedo ayudarte. Pero por pasta lo puedo intentar. Dime lo que quieres. Yo no cantaré jamás, eso lo sabes.

Jorge ya se había decidido. Iba a apostar por Walter.

—Necesito que me digas algunas cosas. Te doy cinco mil pavos si me ayudas.

—Ya te digo que lo intentaré.

Una sensación rara. Sentado en el exterior en un pub, los monos sólo a unos metros de distancia, y hablando de planes de fuga con un ex mono. Tensión facial. Control del lenguaje corporal. Encargarse de que no se le notara lo estresado que estaba. Jorge puso las manos en las rodillas, bajo la mesa. Las piernas cruzadas. Jugueteaba con una servilleta. La rompió en tiras. Intentó concentrarse.

—Dos preguntas. Primero quiero saber cuáles son las rutinas que siguen los monos cuando nos vigilan mientras tenemos tiempo libre y podemos estar en el patio. Luego necesito saber cuánto tardarían en iniciar la persecución de alguien que escape saltando por encima del muro, posiblemente cerca del edificio D del lado sur.

Walter dio un sorbo a su cerveza. Se le quedó espuma en él labio superior.

Empezó a hablar de lo que había hecho el verano anterior. Charleta sin interés. Jorge le miró: Walter estaba pensando, meditando, pero no quería soltar prenda por los monos.

Jorge miró de reojo. Los monos hablaban entre sí. Se relajaban.

Mola.

Se tranquilizó.

Walter sabía lo suyo. Hizo un repaso a lo que controlaba. Buena información. Útil. Por ejemplo: ubicación de los espacios de vigilancia, alertas de fuga, códigos de comunicación, rutinas prefijadas. Horas de los cambios de turno, horarios para las inspecciones, sistema de alarma. Los planes de alerta A y B, de los que A era intento de fuga de un solo interno, B intento de fuga de varios. Se saltó el C, alerta en caso de motín. Los conocimientos de Walter valían su peso en oro.

Jorge, eternamente agradecido. Prometió encargarse de las cinco mil coronas de Walter en unas semanas.

Los monos hicieron un gesto con la mano.

Hora de volver.

J-boy se dijo a sí mismo: Ya estoy más fuera que dentro.

Capítulo 5

Nadie de la parte alta de Estocolmo sabía lo siguiente de Johan Westlund, alias JW, el pijo
más
pijo de todos los pijos. Era un ciudadano normal, un perdedor, un triste suequito medio. Era un pufo, un engaño que jugaba un doble juego a lo grande: llevaba una vida de lujo con los chicos de dos a tres días por semana mientras que el resto del tiempo tenía que racanear al máximo para que le cuadraran las cuentas.

JW fingía ser un megapijo. En realidad era un muerto de hambre. Comía pasta con kétchup cinco días a la semana, nunca iba al cine, se colaba en el transporte público, se llevaba el papel higiénico de los baños de la universidad, mangaba comida en el supermercado ICA y calcetines Burlington en NK
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, se cortaba el pelo él mismo, compraba su ropa de marca de segunda mano y se colaba gratis en el gimnasio SATS, cuando la chica de recepción no se daba cuenta. Vivía como huésped en casa de una tal señora Reuterskiöld. Justo eso sí que lo sabían Putte, Fredrik, Nippe y los otros chicos. Que vivía realquilado era lo único que no había podido ocultar de su verdadera situación. En cierto modo lo aceptaban.

JW se convirtió en un experto en estrategias de ahorro. Usaba las lentillas sólo los días en que se veía obligado a hacerlo y llevaba las lentillas de un mes de duración mucho más del tiempo máximo, hasta que los ojos le escocían. Siempre llevaba su propia bolsa cuando iba a comprar comida, se hacía su propia mezcla de muesli para el desayuno, compraba alimentos de la marca Euro-shopper
{17}
, rellenaba botellas de Absolut con vodka barato de Alemania; milagrosamente nunca notaban nada.

Cuando nadie le veía, JW llevaba una vida mísera. Muy mísera.

La parte de los ingresos iba muy ajustada. Recibía dinero del Estado: subvención para estudios, préstamo de estudios y subvención para vivienda. Pero con sus hábitos eso no daba para mucho. Le salvaba su trabajo extra: taxista ilegal.

Era difícil cuadrar los números. En una noche se ventilaba con los chicos fácilmente dos mil coronas. En una buena noche con el taxi se sacaba con suerte la misma cantidad. Sus ventajas como conductor: era joven, sueco y con buena pinta. Todos se atrevían a subirse con JW.

La dificultad del juego consistía en convertirse en uno de ellos de verdad. Se había leído
Fredrik & Charlotte
{18}
, había aprendido la jerga, la etiqueta, las reglas y las normas no escritas. Escuchaba con atención la manera de hablar, el tono nasal. Se esforzó hasta que borró su dialecto del norte. Aprendió a utilizar la expresión «vaya cutrez» de manera correcta, aprendió qué ropa gustaba, los destinos de esquí en los Alpes que contaban, qué sitios de veraneo dentro de Suecia valían. No era difícil imaginárselo. Torekov, Falsterbo, Smådalarö, etcétera. Sabía que se trataba de gastar con clase. Comprar un reloj Rolex, comprar un par de zapatos Tod's, comprar una chaqueta de Prada, comprar un portafolios Gucci de piel de cocodrilo para los apuntes de clase. Estaba deseando llegar al siguiente paso: comprar un BMW descapotable para poder completar la última de las tres condiciones: pelo peinado hacia atrás, bronceado, BMW.

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