Dinero fácil (60 page)

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Authors: Jens Lapidus

BOOK: Dinero fácil
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Jorge no tenía ni idea de las compañías que le había dicho Richard. El mundo de la Bolsa no era lo suyo.

Pero entendió lo suficiente: eran peces gordos.

Él y Richard llegaron a un acuerdo. Jorge iría allí a recoger las fotos arregladas.

Salió disparado del piso. Fue corriendo a la estación de cercanías.

J-boy: como él siempre había dicho, el rey de los reyes. El cazador de gigantes de la Bolsa/finanzas; alarma en la ciudad. Jorgelito: el patero de los pateros al que desearíais no haber conocido jamás.

Una especie de victoria al alcance de la mano.

PARTE 4

(TRES MESES MÁS TARDE)

CUMPLEAÑOS DE LA PRINCESA:

GLAMUROSA FIESTA PARA LOS JÓVENES
DE LA FLOR Y NATA DE LA SOCIEDAD

Svensk Damtidning

De: Britt Bonde

Fotografía: Henrik Oisen

El gran acontecimiento de antes del verano en los círculos glamurosos de la capital tuvo lugar naturalmente cuando la princesa Magdalena celebró su cumpleaños en Solliden el 10 de junio. La fiesta la organizó, por supuesto, el nuevo favorito de Stureplan, Carl Malmer, al que sus amigos llaman Jet-set Carl, organizador de eventos y amigo personal de la princesa. Presentes se encontraban papá el rey y mamá Silvia, así como toda la flor y nata de los jóvenes de la sociedad de Estocolmo, que además de disfrutar del champán y un bufé italiano bailaron con la música que E-type ofrecía desde el escenario en un concierto especial de cumpleaños. La princesa estaba resplandeciente con su temprano y siempre uniforme «bronceado Saint-Tropez» y con Jonas a su lado. La princesa heredera Victoria felicitó a su hermana y le entregó su regalo: una caseta para perro con motivos lacados, Mini One, diseño de Ernst Billgren. Todos los amigos de la princesa pasaron juntos una larga velada y a las doce se ofreció un tentempié, tentación de Jansson
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. ¡Luego el grupo de la princesa siguió divirtiéndose toda la noche!

Las amigas de la princesa Sophie Pihl y Anna Rosensvärd estaban como de costumbre con espíritu de fiesta.

Carl Malmer, «Jet-set Carl», y su amiga (¿novia?) Charlotta «Lollo» Nordlander. Carl organizó la fiesta.

El grupo de chicos formado por el barón Fredrik Gyllenbielke, Niklas «Nippe» Creutz y Johan «JW» Westlund se divirtieron en la pista de baile.

La protagonista del cumpleaños, la princesa Magdalena, abrazada por su Jonas.

Capítulo 53

JW vivía la vida marginal. Y durante ese tiempo Nenad tenía contacto regular con él. Habían pasado casi tres meses desde que JW se había decidido; quería jugar con los grandes. No entendía muy bien por qué él hacía falta en la ecuación pero aparentemente era importante para Nenad. Iba a recibir su parte del pastel. Tras regatear por aquí y por allí quedó en un quince por ciento. Si todo tenía éxito, llegaba todo el cargamento y la venta funcionaba sin fricciones a buenos precios, entonces sacaría más de seis millones. Por Dios.

El blanqueo de dinero lo resolvía todo. Hacía apenas tres meses todo había encajado. Las compañías y las cuentas en la Isla de Man, las compañías en Suecia, las facturas, los contratos de préstamo y los contratos de trabajo. Bien montado de la hostia.

A JW le gustaba su propia planificación. La colocación, cuando el dinero al contado de JW proveniente de la venta de farlopa se transfería como pago de costes de marketing inexistentes en Inglaterra. Él mismo se hacía las facturas de las empresas de marketing y publicidad inglesas que se había inventado. Todas tenían el mismo número de cuenta, es decir, una de las cuentas de su propia empresa en el Central Union Bank. No tenía nada de extraño; su negocio de mentira era, sobre el papel, de muebles antiguos ingleses. Sus dos personas de contacto en Handelsbanken y en el SEB le adoraban. Cada vez que les veía, JW les lanzaba cumplidos, les hacía reír y escuchar sus historias sobre nuevos sillones con tapicería de piel o mesas de centro con patas de mármol. La confianza era máxima. La fase uno del traslado, convertir el metálico en registros electrónicos, se hacía sin problemas. La siguiente fase, la ocultación, consistía en transferir el capital a la empresa de JW en la isla. La empresa tenía un nombre, K Solutions Ltd. Le gustaba lo ocurrente de la K
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. El dinero estaba protegido, oculto, seguro. Nadie más que JW tenía permiso para saber cuánto había y dónde estaba.

La última fase era genial: el propio blanqueo. K Solutions Ltd. prestaba dinero a la tercera de las empresas suecas de JW, JW Consulting AB. Los contratos de préstamos estaban formalizados por el propio agente bancario de JW que documentaba las transacciones. El interés y las cuotas estaban fijados. Se habían adelantado cláusulas contractuales:
event of default, governing law, termination clauses
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; todo según la jurisdicción de la Isla de Man. Desde la perspectiva de las autoridades suecas, la compañía sueca de JW recibía préstamos de una empresa extranjera. Y eso no tenía nada de extraño. Los contratos estaban en orden. Un ciclo sin fin muy estudiado: JW pagaba facturas a su propia compañía, que le prestaba dinero; él se pagaba intereses a sí mismo. JW Consulting AB se iba llenando, tenía ya en caja medio millón de coronas, completamente legales. Si alguien se preguntaba para qué quería el dinero la empresa, la respuesta era obvia: cubría los costes iniciales del arranque de la compañía, por ejemplo, coche de empresa y teléfono móvil para JW. A eso se le unían las posibilidades de invertir falsamente el dinero y obtener ganancias que se convertirían en el capital propio total de la empresa. Y lo mejor de todo: los intereses de los pagos a la empresa de la isla eran deducibles.

La empresa sueca compró el BMW que JW anhelaba por doscientas mil coronas al contado. El resto a plazos. Oficialmente era de la compañía, pero JW disponía libremente de él. El día que lo recogió del concesionario fue uno de los mejores de su vida, en realidad mejor que el día en los almacenes de lujo en Londres.

Comprar un piso era más difícil. Las personas jurídicas normalmente no podían comprar viviendas. La empresa de JW no podía ser la que hiciera frente a los pagos de manera oficial. La solución fue que JW Consulting AB convocó junta general de accionistas. Se firmó el acta con la decisión de que JW se daría a sí mismo un dividendo de trescientas mil coronas.

El resultado de todas esas legalidades fue que la semana anterior había pagado trescientas mil coronas como señal por un apartamento de un dormitorio y salón de lujo recién renovado de sesenta metros en Kommendörsgatan. Precio total: tres millones doscientas mil. Lo valía; desde luego el apartamento no era enorme, pero bastaba. Suelo de parqué, techos altos, estuco, ventanas profundas, chimenea francesa creaban el ambiente adecuado. No le quedaba dinero para muebles estupendos, pero no pasaba nada; cuando llegara el gran cargamento y se hubiera iniciado la venta, JW se volvería loco comprando en Nordiska Galleriet. De acuerdo con su posición. En línea con la imagen que tenía de sí mismo.

Todo había ido muy rápido. En unos meses había pasado a vivir al mismo nivel que Nippe, Putte, Fredrik y los demás. Poseía coche y piso en Östermalm.

Las cosas sólo podían ir a mejor. Desde la primavera pasada se sacaba una media de doscientas mil al mes. Él y Jet-set Carl eran un equipo impresionante. Carl se encargaba de las fiestas, invitaba a la gente, se encargaba de las relaciones públicas. JW garantizaba el desmadre y narices hasta arriba. El dinero se mandaba de Suecia a la oficina de K Solutions Ltd. en la Isla de Man y de vuelta a JW Consulting AB. Era un proceso complicado, caro y que llevaba tiempo. Pero cuando llegara el cargamento grande, merecería la pena cada corona.

Había intentado explicarle el sistema a Abdulkarim. El árabe comprendió vagamente la grandeza de todo y quiso participar. JW se ensalzó a sí mismo, era el hombre de la planificación a largo plazo; hasta había organizado por anticipado una empresa en la isla y abierto cuentas. Ahora que Abdul estaba interesado había posibilidades de llevarle también sus asuntos. Era fácil activar la otra compañía y poner en marcha un negocio aún mayor.

Incluso Nenad tuvo elogios, le parecía muy bien. Pidió participar. JW se puso en marcha encantado. Consiguió nuevas compañías existentes sin actividad actual. Abrió cuentas. Preparó contratos. En un mes el árabe, el serbio y cualquiera más que quisiera participar podrían comprar su acceso al sistema de JW. Entrada: dinero totalmente negro. Salida: pasta totalmente limpia.

JW sabía desde hacía tiempo que Sophie conocía a la princesa Magdalena. Pero la sensación de poder participar y además de verse en las páginas de la revista de cotilleos fue de una alegría comparable a la de la compra del coche.

Por lo demás, Sophie había dejado de preguntar por Jorge y los demás. ¿Quizá le había bastado con quedar con el chileno una vez? JW no estaba seguro, a veces parecía como si ella le estuviera dejando. ¿Era porque notaba que él tenía demasiados secretos? Su constante inseguridad. ¿Debería dejarle conocer a sus colegas de trapicheo? Era imposible. Un revólver sin seguro contra la sien de JW. Vale conocer a Jorge y contentarse con eso, pero los tacos del árabe y las bromas lerdas de Fahdi... jamás.

JW apartó la idea. Era agradable que Sophie hubiera dejado de preguntar. Al mismo tiempo crecía el miedo de que todo se fuera a la mierda. No podía estropearse todo ahora. No cuando estaba a punto de convertirse a sí mismo en una realidad.

Esperaba tener noticias de la policía sobre nuevos descubrimientos relacionados con Camilla pero no pasaba nada. A finales de junio, casi medio año después de haberles informado de lo que sabía, se decidió a llamar al investigador.

No le hizo ni caso. El policía le explicó que en realidad no tenía derecho a que se le hiciera partícipe de la instrucción del sumario sobre la desaparición de Camilla. Por la normativa de confidencialidad, ya sabes. Si el policía se dignaba a comunicarse con alguien, sería con los padres, Margareta y Bengt Westlund, no con JW. En el caso en cuestión no se había realizado ningún avance, por lo tanto no había nada de lo que informar.

Se quedó sentado con el auricular en la mano durante media hora y con la mirada fija hacia delante. No lo podía entender. ¿A qué demonios se dedicaban? Les había dado la cabeza del profesor de la Komvux en una bandeja de plata. Claro que Jan Brunéus tenía que ver con la desaparición de Camilla.

A veces sopesaba enviar a Fahdi a ver a Brunéus. Meterle un poco de presión para hacer hablar al profesor de la Komvux.

JW llevaba su negocio de coca de manera ejemplar. Pero mientras la cara de Camilla fuera lo primero que había en su retina cada mañana no podría tener paz.

Al día siguiente llamó a su madre. No había hablado con ella desde hacía meses.

—Johan, llamas muy pocas veces y no contestas cuando intento llamarte. —Lo primero que hizo fue hacerle sentir con mala conciencia. No era de extrañar que no llamara con más frecuencia.

—Lo sé, mamá; perdona. ¿Cómo estáis?

—Como siempre. Aquí arriba no cambia nada.

JW entendió. La añoranza aún se oía como un peso sobre su voz.

—Ayer me dijo una amiga que habías salido en una foto de
Svensk Damtidning.
Fui corriendo a comprar la revista. Pensaba llamarte hoy. Qué bien, Johan. En la fiesta de la princesa y todo. ¿Viste al rey?

—Pues sí. Estaba muy contento y parecía agradable.

—No sabía que conocías a esa gente.

—Son amigos de la universidad. Gente agradable.

—Papá ganó ayer con un boleto de lotería. ¿Te lo puedes imaginar? Rascó y le salieron tres dibujos de mil. Primero no lo vimos. Lo rascamos juntos. Lo máximo que habíamos ganado hasta ahora había sido cien coronas.

—Ah, qué bien. ¿Comprasteis más boletos luego?

—No. Nos fuimos a comer a Robertsfors.

A JW le alegró que le contara eso. Por lo que sabía, desde la desaparición de Camilla no habían salido, ni siquiera al único restaurante decente de Robertsfors.

—Mamá, hay algo que quiero contarte.

Margareta se quedó callada. Notó en la voz de JW de qué se trataba.

—La policía tiene nueva información sobre Camilla.

El notaba la respiración de ella al otro lado del auricular.

Siguió contando. Soltó toda la historia de Jan Brunéus.

Cuando terminó, Margareta preguntó cómo podía saber eso.

Él evitó contestar.

—Mamá, tienes que llamar a la policía. Sé que no te gusta pero tienes que hacerlo. Enterarte de qué más han averiguado. Presionarles para que agilicen la investigación. Tenemos derecho a saber lo que pasó.

—Yo no puedo. Que llame papá.

JW habló con Bengt. El padre estaba de mal humor. JW volvió a explicarlo. Como si no quisiera entenderlo. Hizo preguntas tontas.

—¿Por qué asistía tan poco a las clases de la Komvux? Sabía perfectamente que las faltas de asistencia bajan la nota.

La frustración crecía. Al final JW casi gritó:

—¡Si no llamas a la policía no volveréis a saber de mí!

Era una amenaza que le pareció muy fea. Pero ¿qué podía hacer?

Pidió perdón.

Bengt prometió llamar a la policía.

JW sentado en su precioso piso nuevo, sobre la cama. Dobló las piernas contra el cuerpo.

Se planteó llamar a Sophie. Contarle todo sobre sus padres.

Sobre Camilla.

No, no era capaz.

Al día siguiente trabajó de nuevo en lo habitual, el proyecto de Abdulkarim, la venta de coca, la expansión, la colaboración con Jorge. Los preparativos para el gran cargamento con Jorge y Abdulkarim. El árabe había vaciado el mercado de coca deliberadamente. Quería forzar una subida del precio ante la llegada del cargamento. Para JW eso significaba más tiempo de estudio, lo cual le hacía falta.

Le filtraba información a Nenad como un colador. Le llamaba varias veces a la semana y le daba un informe. Empezaba a parecer normal.

Y así, un día de junio llegó el mensaje: los repollos de Inglaterra habían crecido del todo. Eran lo suficientemente grandes y compactos. En una semana llegarían, empaquetados en contenedores.

JW y Abdulkarim habían contratado una firma de logística verdadera. Schenker Vegetables AB. Habían contratado un almacén en las afueras de la ciudad donde se guardaría la mierda, habían hablado con los ingleses sobre las garantías de precio y los controles de calidad, se habían encargado de que los conductores adecuados se ocuparan del cargamento. Preparado y organizado al máximo.

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