Donde los árboles cantan (13 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Narrativa, #Juvenil

BOOK: Donde los árboles cantan
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Pero había salido adelante, y estaba muy orgullosa de ello. Más, incluso, que de haber sido, en el pasado, una de las doncellas más hermosas de Nortia, si había que hacer caso a los poetas de la corte.

Con la llegada de la primavera, las cosas se habían vuelto sorprendentemente fáciles. Todos los animales salían de sus madrigueras y criaban como locos. Era tan sencillo seguirles el rastro que la caza ya no tenía tanta emoción. Viana no tardó en comprender que el invierno la había endurecido, y se sintió todavía más satisfecha con su evolución y aprendizaje.

Sin embargo, no podía evitar preguntarse qué haría a continuación. Necesitaba nuevos retos, otros horizontes para explorar. Ya conocía su territorio como la palma de su mano, cada árbol, cada piedra, cada recodo y cada revuelta del arroyo, y soñaba con ir un poco más lejos. Tanto Campoespino como el corazón del Gran Bosque la atraían por igual. Cualquiera de los dos sitios habría sido un destino aceptable para ella, pero se veía obligada a mantenerse oculta, atrapada entre ambos mundos. Pronto empezó a sentirse de nuevo encarcelada, casi como cuando vivía con Holdar.

Suspiró y echó un vistazo a los rayos de sol que se filtraban por el tamiz de hojas. Era ya hora de volver a casa. Estaba planeando una escapada al pueblo para disfrutar de la Fiesta del Florecimiento cuando oyó un ruido que la puso en tensión. Eran pisadas humanas, no cabía duda. Y no se trataba de Lobo: él nunca hacía el menor sonido cuando se deslizaba a través del bosque.

Viana cargó con su jabalí y se ocultó tras unos arbustos. Nada indicaba que había estado allí sentada hacía apenas unos instantes.

Pronto oyó voces; hablaban en el idioma áspero y gutural de los bárbaros, y Viana no pudo evitar apretar los dientes con rabia. Pero contuvo su ira y permaneció a la espera, porque se sentía intrigada. ¿Qué hacían los bárbaros en el Gran Bosque?

No tardó en divisarlos; eran tres, y avanzaban pesadamente a través de la espesura. Parecieron aliviados al encontrar aquel claro junto al arroyo, porque se detuvieron un momento para beber y descansar.

Viana sabía que la tierra de la que procedían tenía pocos bosques, y que se componía sobre todo de extensas y heladas llanuras que se abrían entre cadenas montañosas. En el mundo de los bárbaros siempre era invierno, y hacía demasiado frío como para que pudiera formarse un bosque tan denso como aquel. No era de extrañar, por tanto, que ahora avanzaran por la floresta con la gracia de un buey atrapado en una alfarería.

Pero ¿cómo había llegado hasta allí? ¿Por qué se habían tomado la molestia de penetrar en el Gran Bosque? Viana se estremeció, porque no se hallaban lejos de la cabaña en la que ella y Lobo vivían.

Trató de entender su conversación. Durante los largos meses que había pasado como esposa de Holdar, había aprendido su idioma lo bastante bien como para poder comprenderlos cuando hablaban, aunque había perdido mucha práctica. Por ello, al principio solamente pudo captar algunas palabras sueltas; pero se esforzó mucho por averiguar qué estaban diciendo exactamente, y no tardó en descubrir, con sorpresa y algo de aprensión, que hablaban de ella.

—No entiendo por qué seguimos buscando a esa mujer —se quejaba uno de los bárbaros—. A estas alturas ya debe de estar muerta.

—Harak dice que no la dará por muerta hasta que alguien ponga su cadáver a sus pies —respondió otro.

El primero bufó con sorna.

—Todo el mundo dice que huyó en dirección a este bosque. Y nadie la ha visto salir de aquí. Es imposible que haya sobrevivido al invierno. No era más que una damisela blanda como una flor de jardón.

—Pero hay quien dice que la ha visto cerca del pueblo —hizo notar el tercer bárbaro.

El corazón de Viana dejó de latir un instante.

—No, no, solo dicen que han visto a alguien que se le parece. Quizá un pariente, un primo o un hermano… Lo han descubierto merodeando alguna vez los días de mercado. Nadie sabe dónde vive, y trae caza buena, piezas que solamente podría obtener aquí.

—Entonces, ¿estamos buscando a ese chico o a la muchacha que mató a Holdar? Puede que haya sobrevivido si tenía un hermano que cuidara de ella.

—Seguro que no —insistió el primero bárbaro—. Pero quizá ese joven pretenda vengarla. En cualquier caso, Harak no quiere que haya gente deambulando por el bosque. Quién sabe cuántos rebeldes se esconden entre estos árboles.

Viana prestó atención. Había oído hablar de los «rebeldes» que supuestamente tenían su base en el Gran Bosque, pero no los había visto nunca, por lo que sospechaba que su existencia no era más que un rumor… probablemente propagado por Lobo, se dijo, sonriendo para sí.

—Y aquí están bien —replicó otro de los bárbaros—. Este lugar me da escalofríos. ¿Te acuerdas del grupo que mandó Harak para buscar a la chica antes de que llegara el invierno? No regresaron jamás.

El primer bárbaro gruñó algo que Viana no fue capaz de comprender.

—Vámonos —propuso el segundo—. Diremos que no hemos encontrado nada y ya está. Además, si ese muchacho es un rebelde, en el pueblo nos lo dirán.

Pero el tercero pareció dudar.

—¿Tú crees? Se oyen cosas… Algunos admiran a esa estúpida damisela por haber matado a Holdar. Si alguien sabe algo acerca de ella, no lo revelarán con facilidad.

El bárbaro se encogió de hombros.

—Sabemos que su vieja criada se esconde en una de las casas de Campoespino —respondió—. Ella nos lo dirá. No será difícil encontrarla durante esa fiesta de flores que están preparando. Todos los aldeanos salen de sus agujeros en cuanto oyen un poco de música, como chuchos hambrientos que olisquean un asado.

Viana reprimió un grito. ¡Estaban hablando de Dorea!

—Es verdad —concluyó el segundo bárbaro, visiblemente aliviado—. Volvamos al castillo.

Los tres hombres se alejaron de regreso al valle, pero Viana se quedó un buen rato en su escondite, pensando.

Lobo tenía razón. Alguien la había visto en el pueblo y había informado a los bárbaros. Viana creía que Harak ya habría dejado de buscarla, o que Hundad, que había sido la mano derecha de Holdar y que ahora gobernaba en Torrespino tras su muerte, tenía cosas mejores que hacer que atender a la obsesión del rey… sobre todo teniendo en cuenta que gracias a Viana se había convertido en jefe de su clan.

Estaba claro que los había subestimado. Y se había mostrado muy descuidada. Si era verdad que Dorea todavía rondaba por el pueblo, y si la capturaban…

Viana se puso en pie con presteza, recogió el jabalí y regresó a casa tan rápido como pudo. La recibió el sonido rítmico de unos martillazos: Lobo llevaba varios días arreglando la cabaña. La idea original había sido reforzar el tejado, que había quedado muy dañado tras las nieves y las lluvias del invierno, pero ahora estaba aprovechando para ampliarla porque creía que podía añadir una segunda habitación para Viana.

Lobo dejó el martillo al verla.

—¡Caramba, jabalí! —exclamó—. ¡Buena pieza, pequeña! Podemos hacerlo a la brasa y… ¿qué ha pasado, Viana? ¿Por qué traes esa cara?

La muchacha se sentó en el mismo tocón donde, meses atrás, su mentor le había cortado el pelo, y procedió a contarle atropelladamente la escena que había presenciado en el bosque. Lobo la escuchó con atención y el entrecejo fruncido.

—… Y tengo que ir a la Fiesta del Florecimiento para encontrar a Dorea antes de que lo hagan ellos —concluyó ella, muy nerviosa.

Pero Lobo sacudió la cabeza.

—Ni hablar, Viana. Tú no vas a ir a ninguna parte.

—¿Por qué no? —estalló ella—. ¡Si se encuentra en este lío es solo por mi culpa!

—No te voy a negar eso. Pero ahora no lo estropees más, ¿de acuerdo? Ya ha quedado claro que yo tenía razón: no puedes volver al pueblo, es demasiado peligroso. ¿Te he contado alguna vez cómo perdí la oreja izquierda? Fue en una batalla de la que no me retiré a tiempo. Nos rodeaban por todas partes y el rey ordenó que retrocediéramos, pero yo pensé que aún podía llevarme por delante a un par de enemigos más… y me cortaron la retirada. Salí vivo de milagro, pero con una oreja menos. Ese día aprendí dos cosas: que un guerrero demasiado soberbio es un guerrero muerto y que no todos los reyes son tan zoquetes como aparentan.

Viana se preguntó si se refería al difunto rey Radis. Lobo parecía mayor que él; quizá había combatido a las órdenes del monarca anterior. Sin embargo, en aquel momento no tenía interés en preguntarle al respecto.

—Pero ya no se trata solo de mí —insistió—. ¿Qué sucederá si capturan a Dorea?

—No sucederá nada, porque ella no sabe dónde estás y, por tanto, no puede delatarte.

La joven se quedó con la boca abierta.

—¿Crees que es eso lo que me preocupa? —casi gritó—. ¡Lo que quiero es asegurarme de que esos animales no le ponen las manos encima!

—Lo sé, pequeña, pero ya deberías haber aprendido que no siempre obtenemos lo que queremos.

Ella entornó los ojos.

—¿Qué me estás diciendo? ¿Que debería hacer como que no me he enterado de nada y olvidarme de mi nodriza? ¡Me da igual lo que pienses; no pienso abandonarla a su suerte!

Ambos se estaban enfadando por momentos. Se miraron el uno al otro, a punto de montar en cólera, y finalmente Lobo respiró hondo y gruñó:

—Eres como un grano en el culo, Viana. Es muy difícil protegerte cuando no dejas de ponerte en peligro una y otra vez.

—Quizá yo no necesita que me protejas tanto —protestó ella.

—Te salvé la vida la noche en que mataste a Holdar, por si no lo recuerdas. Y, si no fuera por mí, aún serías una tonta damisela completamente inútil.

Viana pasó por alto el insulto. Hacía ya mucho tiempo que le resbalaban los malos modos de su maestro. Pero había otra cosa que la molestaba todavía más que lo que Lobo pudiera decir de ella.

—¿Y eso te da derecho a decidir sobre mi vida? ¡Que sepas que estoy harta de que todo el mundo crea saber lo que es mejor para mí! ¡Me han concertado ya matrimonios con dos hombres diferentes, y solo tengo dieciséis años! ¡Hasta las personas que me han salvado de un futuro miserable lo han hecho sin preguntarme primero!

Lobo alzó las manos muy ofendido.

—¡De acuerdo, de acuerdo! Es decir, que debería haber dejado que te pudrieras bajo la lluvia y que te encontraran los bárbaros que vinieron a buscarte, ¿no? ¡Es bueno saberlo!

Viana abrió la boca para replicar cuando, de pronto, asimiló lo que él acababa de decir.

—¿Vinieron los bárbaros a buscarme? ¿Cuándo?

—Un par de días después de que te escaparas —gruñó él, un poco más calmado—. Batieron el bosque en tu busca, pero… bueno, digamos que me ocupé de ellos.

Viana se imaginó al punto a Lobo oculto entre la maleza, disparando flechas a los bárbaros… flechas certeras y letales. Recordó lo que habían dicho los tres hombres a los que acababa de ver junto al arroyo: que Harak había enviado al bosque un grupo que nunca regresó.

—Así que ya ves todo lo que he hecho por ti —concluyó él—. ¿Vas a darme un voto de confianza? Hazme caso, Viana. No vayas a la Fiesta del Florecimiento. Será lo mejor para ti.

De pronto, Lobo parecía mucho más viejo y cansado. Volvió a asir el martillo, pero lo miró con aire ausente.

Viana también se sentía agotada.

—Deja eso por hoy —le aconsejó—. Puede que esos tres todavía anden merodeando por ahí, y estabas haciendo mucho ruido.

—Tienes razón —convino Lobo—. Voy a hacer los honores al jabalí. Aunque puede que el olor a cerdo asado los atraiga hasta aquí con más rapidez que cualquier sonido.

Viana dejó escapar una carcajada y lo acompañó al interior de la cabaña. Ese día no discutieron más ni volvieron a hablar del tema. Aparentemente, la muchacha había aceptado el criterio de Lobo y estaba dispuesta a someterse a sus indicaciones. Aparentemente.

Porque no pensaba perderse la Fiesta del Florecimiento por nada del mundo. Los bárbaros tenían razón: todos acudían a Campoespino durante los festejos, incluso gente de otros señoríos y hasta algún mercader de Normont. Si Dorea seguía por los alrededores, aquel sería el mejor momento para reencontrarse con ella. No podía dejar pasar aquella oportunidad.

Pero fingió que había abandonando la idea de regresar al pueblo para que Lobo no albergara ninguna sospecha acerca de sus verdaderas intenciones.

Por eso se llevó una desagradable sorpresa el día de la Fiesta del Florecimiento al descubrir, nada más levantarse, que Lobo había madrugado más que ella y se había marchado al bosque, dejándola encerrada en la cabaña. Viana lazó una serie de maldiciones muy impropias de una dama, la emprendió a patadas con la puerta y la zarandeó con rabia, pero esta no se abrió. Lobo no la había encerrado nunca con anterioridad, así que Viana comprendió que él había adivinado sus intenciones.

Pero no estaba dispuesta a dejar que él le ganase aquella mano. Examinó la puerta con atención, tratando de calmarse y de pensar con claridad. Estaba bien asegurada, de modo que no podría escapar por allí. Se dio la vuelta, buscando otra salida.

Y descubrió las ventanas.

La cabaña tenía dos; eran ventanucos muy estrechos, que solían estar casi siempre abiertos para facilitar la ventilación. Pero estaban demasiado altos y Viana no podía alcanzarlos.

Sin embargo, ella no se rindió. Arrastró el camastro hasta la pared y se encaramó sobre él. Sus pies se hundieron un poco en la paja, pero aun así logró izarse hasta una de las ventanas. Lanzó primero al exterior el arco, el carcaj y el morral, y luego culebreó para introducir su cuerpo a través de la estrecha abertura. Tras un breve momento de pánico en el que creyó que se había quedado trabada, logró liberarse y cayó al otro lado.

Viana reprimió un gemido de dolor y se puso en pie con precaución para asegurarse de que estaba más o menos ilesa. Caminó un par de pasos y, después de comprobar que las únicas secuelas que guardaría de la evasión serían un par de moratones, recogió sus cosas y echó a correr por el bosque, sintiéndose ligera como una pluma.

¡Había burlado a Lobo! Apreciaba mucho al maduro caballero que le había enseñado todo cuando sabía, pero al mismo tiempo se sentía muy satisfecha por haberlo superado en ingenio. Además, aún estaba molesta con él por pretender convertirse en el dueño de su destino. Tras pasar casi medio año con él en el bosque, Viana había aprendido lo que significaba la auténtica libertad. Podría sobrevivir por sí misma si se encontrara sola y perdida; por primera vez sentía que no dependía de nadie más, y no pensaba renunciar a la autonomía que había conquistado dejándose mangonear por su maestro, por muy en deuda que se sintiese con él.

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