Dos monstruos juntos (5 page)

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Authors: Boris Izaguirre

Tags: #humor, #Romántica

BOOK: Dos monstruos juntos
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—Estás borracha, me encanta —declaró la Modelo.

—Nos miran. Y mucho —confesó Patricia.

—Porque ninguna de las dos tenemos celulitis.

Entonces se partieron de risa. Patricia miró profundamente en los ojos de su compañera. Pero ¿qué coño había en ese inhalador de la Modelo que podía pensar en tantas cosas a la vez y seguir un ritmo endiablado? Más que cocaína, seguro. A lo mejor había Viagra muy cortada.

—Patricia, quiero presentarte a... —era la voz de Alfredo y ella, Patricia, el cuerpo más ágil, la melena más rubia, continuaba bailando al lado de la Modelo—, Patricia, por favor, para un segundo, hay gente que creo que es importante que conozcamos.

Patricia se detuvo, peligroso instante, la cabeza le daba vueltas. Sabía con quién hablaba Alfredo, Lucía Higgins Hoz, la Ex todo, como la llamaban Alfredo y ella. Ex cónsul española en Nueva York, ex cónsul más joven de la diplomacia española en Caracas, ex esposa del empresario mallorquín de apellido irlandés, a su vez ex miembro del Partido Socialista mallorquín y ahora extraño tránsfuga... Ay, era agotador. Todos esos españoles que conocía de Nueva York siempre estaban metidos en un lío de dinero, cargos y ex titularidades.

—Patricia, hija, no se puede estar más mona. Y haciendo amistades con esa velocidad tuya —proclamó la Higgins. Estaba más gorda, pensó Patricia, sonriéndole.

—¿Quién es esa tía? —lanzó Alfredo, en relación a la Modelo, que igual de mareada que Patricia hablaba con los Casas como si estuviera en un barco en movimiento.

—La próxima Kate Moss, Alfredo. Es un lujo que esté aquí, todo el mundo la quiere tener en sus fiestas —informó ipso facto Lucía Higgins.

—Londres debe de estar lleno de futuras Kate Moss —sentenció Alfredo.

—Imagino que os habrá llamado Marrero, ¿no? —continuó Lucía.

Patricia detuvo todo pensamiento y acción. Alfredo manifestó igual tensión en todo su cuerpo.

—No podemos escapar de él, ¿o sí? —dijo, imitando el hábito de Lucía de terminar todas sus frases con una preguntita.

—Dice que no nos preocupemos. Que esto es sólo la punta del iceberg, pero que un Titanic sólo pasa cada cien años y que en el fondo trae mucha suerte ser testigos y partícipes de un momento histórico, ¿no?

Alfredo se sujetó a Patricia, miraron los dos hacia el suelo para hacerle entender a Lucía que la conversación terminaba.

—Estoy segura de que nos vamos a ver muchas veces en Londres, ¿a que sí, parejita?

Al verla alejarse, Patricia sintió ganas de retomar el baile con la Modelo.

—No me dejes solo, Patricia —advirtió Alfredo.

—Tú sabes todo lo de la cuenta en Aruba —iba a decir «¿verdad?», pero no quería sonar como la recién despachada Lucía—. ¿Sabes que tengo una cuenta en Aruba?

—A instancias de Marrero. Sí, lo sé.

—¿Y qué más sabes?

—Que estoy hecho para perdonarte —contestó, naturalmente, como si ninguna de sus palabras tuviera importancia—. Está bien el jueguecito con la Modelo, todo el mundo nos mira, pero ya está bien.

—¿Esta noche decides tú cuándo está bien?

Alfredo tardó en responder. Patricia enfilaba hacia la Modelo.

En la calle no había nadie. Ni un solo manifestante, tan solo una mujer recogiendo periódicos viejos y apartando dos o tres pancartas abandonadas. La Modelo caminaba deprisa, le hablaba y extraía el inhalador de su bolso y apretaba su contenido en sus gargantas, de repente compartiendo un beso por el que viajaba el gas cargado de estimulantes. Patricia volvió su vista hacia el rascacielos donde dejaba abandonado a Alfredo su primera noche en Londres.

Entraron en el coche con chófer. Y Patricia se percató de cómo este se desplazaba por las serpenteantes calles de la City. Serpenteantes como las ambiciones de quienes las recorrían, serpenteantes como las cuevas que debían ocultar debajo de sus superficies, serpenteantes como sus propias ideas, como los movimientos de los dedos de impecable manicura de la Modelo sobre sus piernas, su cuello, la nuca, detrás de sus orejas. Sabía que la Modelo descendería y haría lo mismo que Alfredo en el avión, pero mejor mientras ella abría los ojos y veía el cielo de Londres, la piedra sólida y bruta de las grandes fachadas de los bancos, todo vacío, silencioso, quieto, mientras su ombligo parecía estallar ante cada empuje de la lengua que ahora la recorría.

CAPÍTULO 5

CONTEMPLARÁS LAS RUINAS DE LA NUEVA ROMA

Una cosa que Patricia entendió de los londinenses es que, al igual que los habitantes de Manhattan, engullían letras en las palabras para hablar de una manera característica. Por ejemplo, los de Manhattan no dicen jamás «Hudson Avenue», sino «Haoudson Anue». Y los ingleses, como la Modelo, no dicen «colourless colour» sino «coules colou». Los urbanitas tienen ese defecto, convertir el idioma en algo tan propio que sin desear cambiar sus leyes gramaticales, transforman las palabras en algo que suene a pavimento, luces, impermeables con o sin lluvia. La Modelo se expresaba de esa manera, creando una sensación de subtitulación continua. Puede llegar a ser tierno, pensó Patricia, la putada es que cuando eres extranjero no genera la misma simpatía. Suenas mal, imitador antes que original.

Los acentos son muy importantes para Patricia. Distinguen. Son muy importantes también para los ingleses, llevan pasándose la vida desde que dejaron de ser colonia romana observando y subrayando el origen y originalidad de sus acentos. Era lógico, muy lógico, que aprovechara el tiempo que pasaba junto a la Modelo para perder su cabeza en estas cosas.

Estaba desnuda. La Modelo delante de ella también desnuda a excepción de la cámara fotográfica con que la apuntaba y el sonido de los flashes saltando, pop, pop, pop.

—¿También eres fotógrafa?

—Nunca sabes cuándo se acaba lo de modelar —respondió la Modelo, fotografiando sin dejar de posar. Patricia observó que en ningún centímetro de su piel había vello. Completamente depilada, como si fuera el maniquí de una tienda de ropa.

—No tengo talento, ninguno, un cero total. Pero la energía de esta ciudad, sabes, te hace pensar que siendo joven tendrás todo, derecho a todo, derecho incluso a tener talento. ¿No lo habías oído antes? —Hablaba deprisa, tragándose todas las letras posibles. Bostezaba, la miraba, la estudiaba, estaba bastante colocada—. ¿Quieres... hablar? ¿Verme? Tocarme —ordenó, alejándose y acercándose como si estuviera en una pasarela.

—Quiero irme —respondió Patricia sintiendo que cada una de sus respuestas la hacían a cada minuto más hispana, y eso la molestaba bastante, porque su cara, su cuerpo y su pelo no tenían un ápice de latino.

—¿Por qué sabes tanto de tantas cosas diferentes? —preguntó la Modelo.

Habrían estado hablando, no recordaba bien, pero había muchos libros alrededor, abiertos en páginas. El inhalador de la fiesta descansaba casi vacío sobre una de las hojas abiertas.

—Porque quise ser todas esas cosas diferentes —admitió Patricia—. Quise ser arquitecta y música y fotógrafa y dj.

—¿Y qué eres?

—Socia de mi novio en sus restaurantes. Imagino la decoración, selecciono la vajilla, preparo cada noche en mi iPod la música que sonará en el restaurante.

—¿Por qué no insistes en ser dj? Ahora están muy de moda los que han vivido más de una década de música —añadió sin malicia ninguna la Modelo. Patricia se rió.

—Me gusta poner canciones de Anna Domino.

—Nunca he oído nada de ella.

—Fue una innovadora de los primeros ochenta. Copiaba mucho a Japan, en realidad todo el mundo copia a Japan y a Bauhaus, hasta en nuestros días.

—¿Y siempre te escapas de tu novio con esta facilidad?

—Me drogaste.

La Modelo la abrazó y cubrió de largos, enamorados besos. Besos de modelo, al fin y al cabo, que tienen el sonido de la cámara disparando detrás.

—Me habría gustado que tú y yo fuéramos un escándalo. Y hacerme conocida en Londres —se sinceró Patricia en español, sabiendo que, si no hablaba en inglés, la Modelo no podría entenderla—. Pero no puedo hacerme muy conocida, estropearía mis planes. En la vida tienes que escoger entre ser rica o famosa. Rica es siempre mejor que famosa.

—Hablas muy deprisa, lo único que sé decir en español es «un poco de hielo, por favor». En España todas las bebidas están calientes —dijo la Modelo. Patricia se rió.

—Es lo que dicen de aquí —aceptó contestarle en inglés.

—A lo mejor no me entiendes bien porque hablo muy mal —agregó la Modelo—, estuve en un
reality
el verano pasado, casi iba a ganar pero me echaron la penúltima semana porque al final subtitulaban todas mis apariciones.

—¿Subtitulaban?

—Sí, yo decía, «Estoy hasta el cono de todos vosotros» y subtitulaban todo menos el insulto. —La Modelo se reía. Volvieron a besarse, a separarse, a bailar un poco lo que salía por el iPod. De pronto empezaba «Here she comes», la versión de George Michael para un disco que no tuvo ninguna repercusión. Patricia se sintió perderse en recuerdos, bailando con Alfredo una nochevieja durante algún año de la década del dos mil, cuando parecían acumular triunfos como zapatos.

—No puedes ser rica y famosa, ni siquiera con un gran talento, ni siquiera con un golpe de suerte. Cuando envejeces, tienes que escoger —retomó Patricia sus reflexiones en español—. Tu droga me hace hablar más que pensar.

—Estás hablando en español, no entiendo nada de lo que dices —corrigió la Modelo.

—De repente tengo tanto que ocultar y explicarme al mismo tiempo —continuó Patricia, sin cambiar de idioma. Le parecía que a la Modelo le sonaría más masculina hablándole en castellano—, llegar a una ciudad nueva y montar el pitote puede ser una buena idea pero —jugaba con los cabellos de la Modelo— puede no ser nada, ni siquiera para llamar la atención de Alfredo.

—Alfredo —reaccionó la Modelo, dispuesta a hundir sus labios de nuevo en la entrepierna de Patricia—. Eso lo he entendido.

Se quedaron quietas. «Hay un tiempo para vestir las mesas mientras la noche parece congelarse, aquí viene, ella...», y la música se apoderaba del resto de la canción.

Patricia abrió los ojos, unas horas más tarde, atacada de jet lag, culpa y la garganta podridamente seca.

—Han cortado el agua, es un horror, porque uno de los vecinos descubrió con su divorcio que nuestras tuberías eran defectuosas desde el noventa y nueve —explicó la Modelo, hablándole muy lentamente—. A veces, casi como un milagro, brota alguna, fría, turbia —continuó la Modelo, agachada delante de los grifos de la bañera estilo Victoriano en la sala de baño más femenina y cursi que Patricia jamás había visto. ¿Cómo había llegado allí?, ¿durmió, lo poco que durmió, dentro de la bañera?

—Me siento sucia —dijo Patricia.

—En tu mente, cariño. Aquí, delante de mí, estás radiante.

Apareció el agua, muy fría y algo turbia, pero le sentó bien a su resaca-
jet
lag
-culpa.

—Quiero confesarte algo —siguió la Modelo—. Me duele mucho que me llamen «la próxima Kate Moss». ¡Somos tantas próximas! —Empezaba a sollozar, la droga iniciaba el bajonazo. Patricia se levantó del pantano frío de la bañera y la cubrió con una toalla y se colocaron entre el bidé y el wáter.

—Me gusta tomarme las cosas con calma —continuó la Modelo—. Pero todo el tiempo es lo contrario, deprisa, deprisa.

Hablaba y lloraba y seguía besándola. Patricia se sintió como un helado manoseado por un perro y luego por su dueña. Hacía buen día, lo podía ver detrás de la claraboya en el baño. Tenía que huir, pero la Modelo la sujetaba más fuerte.

—También me encanta tu bolso. Fue, confieso, lo primero que vi de ti cuando entré en la fiesta.

Patricia dirigió la vista hacia el suelo. Allí, a los pies de la bañera, seguía el bolso. Debió de habérselo quitado, después de toda la noche, solo antes de entrar en el agua. ¡Qué loca!, aun sin ropa lo había llevado, temerosa de perderlo.

—Sé todo sobre los Chanel —continuó la Modelo—, me gusta tanto el color...

—Avena —dijo Patricia.

—¿También te gusta poner nombres a los colores?

—Los colores no se ponen. Ya existen con esos nombres. Puedes añadir otro nombre, otro adjetivo, pero el nombre y el color tienen que corresponder.

—¿Cuál es la diferencia entre la avena y el trigo?

—La avena tiene menos color —dijo Patricia. Era un nuevo día, y así lo iniciaba ella, hablando de nombres de colores en un baño lésbicamente cursi, completamente colocadas.

—Puedo decirte su número de fabricación:
Boat
, tres, dos, cinco, siete, seis, cinco —agregó la Modelo.

Patricia decidió ver en la etiqueta. Bingo, las cifras coincidían completamente.

—Seguir las numeraciones de los bolsos Chanel en los ochenta me ayudó a ganar un concurso de aritmética en el colegio —esgrimió la Modelo, devolviéndole ímpetu a sus dedos y deslizando la lengua sobre la piel desnuda.

¿Ese iba a ser su Londres? ¿Cunnilingus y más cunnilingus por parte de su novio y de una desconocida muy conocida? La Modelo lo hacía muy bien y Patricia podía, mientras la lengua avanzaba en su superficie e interior, dejarse llevar por sus propias fascinaciones. Londres, los manifestantes, la cuenta en Aruba. Marrero, allí saltaba, molestándola. Iba a ser todo más complicado ahora sin Lehman Brothers y sin Bear Stearns. «Recuerda que toda mujer tiene un secreto», decía la voz de ese nombre, Marrero. No, no, no si el mundo colapsaba, todo tipo de verdades saltarían desde cloacas taponadas.

—Te olvidas de mí —susurraba la Modelo.

Patricia apretaba sus muslos contra su cabeza y sentía su melena. Era más suave que la de Alfredo. ¿Cuándo iba a salir de ahí, regresar a la conferencia, si es que todavía duraba la conferencia? O a la casa. ¿A qué casa?

Sintió un verdadero terremoto en su interior. Se corría pero el orgasmo le abría un abismo delante y una pregunta suspendida: ¿era esto el colapso: pensar, vivir, deambular?

Hacía frío. ¿Quién le había dicho que en todas las casas inglesas siempre hacía frío? Tuvo la visión de alguien muy familiar, ella misma o su hermana, tiritando en una cama muy grande con dos, tres mantas muy gruesas. Sentirlo le devolvió cierta sobriedad. Estaba en un lugar grande, la Modelo era rica o vivía como si lo fuera, una diferencia que Alfredo siempre subrayaba: «En esta vida todo, absolutamente todo, se puede aparentar.» Alfredo estaría con la princesa. O no, tal vez esperándola en la casa donde se hospedaban. Ella, ella, Patricia, ¿por qué siempre hacía eso?: llegar a un sitio y dinamitarlo todo. «Porque todo se reconstruye siempre a través de las ruinas», se había respondido a sí misma más de una vez.

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