— No faltan— respondió el señor Moore desde su escritorio—. En estos momentos hay mucha gente a la que le gustaría provocar un incidente diplomático entre Estados Unidos y España. Para empezar están nuestros compatriotas partidarios de la guerra…
— De acuerdo— dijo el doctor, apuntándolos en la pizarra como CIUDADANOS DE EE. UU. A FAVOR DE LA GUERRA—. Los estadounidenses a quienes no les importa quién comience la guerra, siempre y cuando la ganemos nosotros.
— Exactamente— respondió el señor Moore, pero de inmediato frunció el entrecejo—. Aunque no creo que quieran que pasemos por unos salvajes.
— ¿Quién más?— preguntó el doctor.
— Bueno, los cubanos— respondió el señor Moore—. Los exiliados en Nueva York. Ellos también aprobarían cualquier acción que hiciera estallar la guerra.
— El Partido Revolucionario Cubano— aclaró Marcus—. Tienen un local en Front Street, cerca de los muelles del East Side. Están en la cuarta planta de un edificio húmedo y ruinoso. Si quiere, Lucius y yo podemos hacerles una visita mañana.
— Creo que sería más conveniente hacerlo esta misma noche— respondió el doctor Kreizler—. Si tienen a la niña, es más probable que resuelvan su destino en plena noche que durante el día.
La inscripción REVOLUCIONARIOS CUBANOS ocupó la parte derecha del círculo.
— No hay que olvidar a los propios españoles— dijo el señor Moore—. Yo me inclino por esta hipótesis: se llevan a la niña y se lo ocultan a la madre, puesto que suponen que no estará dispuesta a apoyar el plan.
— ¿Y no han difundido la noticia?— preguntó la señorita Howard—. ¿Para qué iban a planear un complot contra nuestro país si no tenían intención de denunciar el secuestro?
El señor Moore se encogió de hombros.
— Tal vez esperen el momento oportuno. Ya conoces la situación en Washington, Sara, tú misma lo has dicho. McKinley sigue buscando la manera de evitar esa maldita guerra. Quizás aguarden hasta que no le quede alternativa.
— En ese caso, ¿por qué no secuestrar a la niña después?— preguntó la señorita Howard—. ¿O antes? En primavera, la posibilidad de una guerra despertaba más alarma que ahora.
— Puede que simplemente hayan cometido un error de cálculo— sugirió el doctor mientras escribía ESPAÑOLES PARTIDARIOS DE LA GUERRA en la pizarra—. En estos momentos, quienes gobiernan son precisamente genios. Los partidarios de la guerra son psicópatas sádicos como Weyler— se refería al infame general Weyler, el gobernador general de Cuba, que había comenzado a encerrar campesinos en los llamados «campos de concentración» para evitar que ayudaran a los rebeldes, aunque allí el hambre y las enfermedades los mataban como a moscas— o monárquicos frustrados que todavía sueñan con los tiempos de los conquistadores.— El doctor se apartó de la pizarra—. Y así completamos nuestra lista de sospechosos. Uno de estos grupos contrata a un profesional, éste rapta a la niña, que es escondida por…
— La mujer del tren— intervino rápidamente la señorita Howard—. Ella se ocupa de cuidarla, a menos que piense que la señora Linares se equivocó y sólo creyó ver a su hija.
— Eso podría haberle pasado a otra mujer— repuso el doctor—, pero no a ésta. Tiene el aplomo suficiente para venir aquí y contar todos los detalles de lo ocurrido, pese a las graves consecuencias que podría acarrearle este hecho si su marido lo descubriera. No es una mujer propensa a los delirios ni a la histeria. No; si dice que vio a la niña, yo la creo.— El doctor se inclinó hacia la parte inferior del círculo y apuntó LA MUJER DEL TREN:, indicando con los dos puntos que tenía intención de continuar escribiendo—. De acuerdo, John— prosiguió—. Explica el papel de esa misteriosa mujer en un contexto político.
El señor Moore pareció confundido.
— Bueno, ella es… sencillamente lo que dice Sara, la persona encargada de cuidar a la niña. La señora Linares dijo que vestía como una institutriz. Puede que sea otra profesional contratada especialmente para ese trabajo.
— ¿Un trabajo para desempeñar en el último vagón del tren elevado de la Tercera Avenida? Eso no encaja, John, y tú lo sabes. Aunque estoy de acuerdo contigo en que podría ser una profesional de una clase u otra.— Escribió las palabras INSTITUTRIZ O ENFERMERA a la derecha de la última frase mientras añadía—: Pero por razones muy distintas.
— Es probable que utilizara el tren para dirigirse al cuartel general de los cubanos— protestó el señor Moore.
— John— dijo la señorita Howard con tono desdeñoso—, cualquiera que se arriesgue a contratar a un secuestrador y a una enfermera seguramente podrá pagar un cabriolé.
— ¿Conoces a algún revolucionario cubano, Sara?— replicó el señor Moore, duplicando el desdén—. Yo sí; son unos muertos de hambre. Si Hearst está invirtiendo dinero en propagar la fiebre de la guerra, es evidente que a ellos no les pasa gran cosa.
— John tiene razón en ese punto— dijo Marcus—. Puede que se hayan quedado sin fondos.
— Pero eso no explica qué demonios hacía la mujer en el tren— objetó el doctor—. La idea es mantener a la niña escondida, ¿verdad? No exhibirla por la ciudad. Tiene que haber una razón para que permitieran que la vieran en público, y ha de ser una razón política.
— Sólo hay una— dijo Lucius.
El doctor se volvió.
— ¿Sí?
— Que quisieran que la niña fuera vista.
El doctor Kreizler asintió.
— Sí. Gracias, sargento detective. En efecto, ésa es la única posibilidad. — Escribió EXHIBICIÓN DELIBERADA—. Alguien, en algún lugar, quizás incluso la madre, debía ver a la niña como prueba de que los secuestradores la tenían y que iban en serio. Y el mejor lugar para conseguirlo era un sitio público. Así llegamos a nuestro objetivo…— El doctor se movió hacia la izquierda del círculo—. Tras demostrar que tienen a la pequeña, los secuestradores comunican sus exigencias. Aunque la señora Linares cree que no lo han hecho.
— Es posible que el cónsul Baldasano y Linares le hayan mentido— aventuró Lucius—. Es posible que hayan recibido esas exigencias, pero que no estén dispuestos a cumplirlas. No quieren un escándalo, así que mienten a la madre.
El doctor escribió EXIGENCIAS mientras consideraba esa posibilidad.
— Sí, una vez más, Lucius, es la única posibilidad, a menos que Moore tenga razón y estén esperando un momento más oportuno. Pero tanto si están aguardando como si les han negado lo que piden, ¿qué querría cada uno de estos grupos? Nuevamente podemos descartar un secuestro por dinero, porque es poco probable que los españoles se negaran a pagar. Debemos ceñirnos a las exigencias políticas, ¿y cuáles podrían ser éstas?
— Bien— respondió el señor Moore—, los patrioteros estadounidenses y los cubanos sólo quieren una cosa: la guerra. No se puede hablar de meras «exigencias».
El doctor dio media vuelta y señaló a su amigo con un dedo acusador, aunque con expresión risueña.
— Exactamente. Gracias, Moore, por eliminar a dos de tus presuntos culpables.
Se volvió para escribir GUERRA debajo de EXIGENCIAS, y una vez más la cara del señor Moore se llenó de perplejidad.
— ¿De qué hablas, Kreizler?
— Secuestras a una niña para provocar un incidente diplomático, con la idea de que su desaparición actúe como detonante. Lo único que importa es su ausencia. Así que una vez conseguido ese objetivo, la niña es un estorbo.
La cara de la señorita Howard se iluminó.
— Sí. Y en ese caso, ¿por qué sigue viva?
— Precisamente, Sara— respondió el doctor—. Para los partidarios de la guerra, tanto estadounidenses como cubanos, el hecho de que la niña continúe con vida supone un riesgo; ella sólo puede contribuir a que los capturen. Si cualquiera de estos dos grupos fuera responsable, la pequeña Linares ya estaría en el fondo de uno de nuestros ríos o acaso, como el descubrimiento que hicieron los detectives el domingo, cortada en trozos en distintos ríos. De todos los posibles culpables políticos, sólo los españoles tendrían algún interés en mantenerla con vida, no obstante tendrían un interés aún mayor en que nadie la viera y tomarían todas las precauciones para que así fuera. En consecuencia— el doctor trazó una línea recta en la parte superior de la pizarra—, tenemos un círculo. Un círculo que no conduce a ninguna parte. Creo que el tiempo demostrará que este análisis es correcto, pero…— Hizo una pausa para contemplar su obra y luego inclinando la cabeza hacia Lucius dijo—: ¿Sargento detective?
— ¿Sí, doctor?
— ¿Ha hecho una copia de este diagrama?
— Sí, señor.
— Bien, consérvela por la improbable posibilidad de que tengamos que volver a él— dijo agarrando el borrador.
— ¿Qué quiere decir, doctor Kreizler?— preguntó Marcus.
— Quiero decir, Marcus— respondió mientras comenzaba a borrar con enérgicos movimientos todo lo que había escrito—, que todo esto no es más que una sarta de sandeces.
Cuando el doctor volvió a alejarse de la pizarra, sólo quedaban dos frases escritas: SECUESTRO en la parte superior, e INSTITUTRIZ O ENFERMERA en la inferior.
— Una vez eliminados todos los datos improbables del círculo, nos queda una forma geométrica mucho más útil.— Lenta y cuidadosamente comenzó a arrastrar la tiza desde la frase superior a la inferior—. Una línea recta.
Durante unos segundos todos los ojos permanecieron fijos en la pizarra, que súbitamente pareció vacía.
El señor Moore suspiró y puso los pies encima del escritorio.
— ¿Y eso qué significa exactamente, Kreizler?
El doctor se volvió con la cara ensombrecida por un sincero temor.
— Es comprensible que te empeñes en buscar una explicación política a este delito, John, porque la alternativa es mucho más turbadora y peligrosa. Sin embargo, también es mucho más probable.
Sacó la pitillera y convidó a la señorita Howard, Marcus y el señor Moore. Yo me moría por un cigarrillo, pero tendría que esperar. Una vez que todos hubieron encendido los cigarrillos, el doctor comenzó a pasearse y todavía seguía haciéndolo cuando anunció:
— Creo que el análisis de las pruebas físicas de los sargentos detectives es intachable, como de costumbre. Es muy probable que la señora Linares fuera atacada por una mujer que encontró un trozo de cañería en el mismo escenario del delito, y su forma de actuar, en un sitio público y a plena luz del día, indica espontaneidad. Sospecho que el hecho de que no le produjera lesiones más graves se debe a su mala suerte o a su fuerza limitada, no a la falta de experiencia profesional.
— De acuerdo— respondió el señor Moore, aunque no parecía nada convencido—. En ese caso, Kreizler, sólo resta una pregunta, aunque de vital importancia: ¿por qué?
— Exactamente.— El doctor se acercó a la pizarra y escribió ¿POR QUÉ? a la izquierda de la pizarra—. Una mujer rapta a una niña. No pide rescate. Y unos días después se la ve en público cuidando a la pequeña como si… como si…
El doctor buscaba las palabras adecuadas, pero fue la señorita Howard quien se las proporcionó:
— Como si fuera su hija.
El doctor posó sus brillantes ojos negros en la señorita Howard.
— Como siempre, caballeros— dijo—, la extraordinaria sagacidad de Sara va directamente al meollo de la cuestión. Como si la niña fuera su hija. Pensad en ello: sea quien fuere esa mujer, de todos los niños que hay en Nueva York, se las ha ingeniado para raptar a uno cuya desaparición podría causar una crisis internacional. Concéntrate en eso por un instante, Moore: si el secuestro no obedece a razones políticas, ¿qué sugiere?
— Que la señora no ha hecho sus deberes, eso es lo que sugiere— se burló el señor Moore.
— ¿Y qué significa eso?
Esta vez intervino Cyrus.
— Significa, con perdón, señor Moore, que se encontraba en un estado en que lo único que podía hacer era obedecer a un impulso repentino.— Miró a los demás, luego esbozó una pequeña sonrisa y bajó la vista al suelo—. Y yo sé algo de eso…
— Ciertamente, Cyrus— repuso el doctor mientras comenzaba a apuntar algo bajo el título de ¿POR QUÉ?—. Significa que la asaltó una necesidad imperiosa y espontánea, imposible de controlar, lo que excluye la posibilidad de que actuara con premeditación, de que investigara a su víctima. O, como ha ironizado Moore, de que hiciera sus deberes. ¿Y qué puede justificar una imprudencia semejante?
— Bueno— contestó Marcus—, a riesgo de decir una obviedad, creo que la mujer quería un bebé.
— Exactamente— dijo el doctor y añadió esta idea a la columna de ¿POR QUÉ?
Luego borró las anotaciones de la parte inferior de la pizarra y las apuntó en el centro y a la derecha. Arriba quedaron tres categorías generales (¿POR QUÉ?, SECUESTRO y LA MUJER DEL TREN: INSTITUTRIZ O ENFERMERA) y espacio para otra anotación a la derecha.
— Pero no cualquier bebé— se apresuró a añadir Lucius—. Quería esta niña.
— Y desesperadamente— señaló la señorita Howard.
— Muy bien— respondió el doctor mientras escribía LA HIJA DE LOS LINARES en el extremo superior derecho de la pizarra—. Pero debéis ir con cuidado; estamos apresurándonos demasiado.— Se alejó unos pasos y estudió la pizarra igual que los demás—. La idea comienza a tomar forma— murmuró aplastando el cigarrillo con profunda satisfacción—. Sí, sargento detective, esa mujer quiere a la niña de los Linares. Pero como ha dicho John, es imposible que supiera quién era esa niña, y sus propios descubrimientos demuestran la espontaneidad del ataque. Sume todos estos ingredientes y ¿a qué conclusión llega?
Lucius reflexionó unos instantes.
— A la de que no importa quién sea la niña de los Linares, sino qué es.
— ¿Qué es?— preguntó el señor Moore, perplejo y no del todo convencido de la utilidad de aquel ejercicio—. Es un bebé, eso es todo, y ya hemos dicho que la mujer deseaba un bebé.
La señorita Howard rió.
— Hablas como un solterón impenitente. No era simplemente un bebé, John. Cada bebé es diferente y tiene unas características propias.
— Se volvió hacia la pizarra—. De modo que el carácter de la niña puede darnos indicios sobre el carácter del secuestrador.
— ¡Bravo!— exclamó el doctor desplazándose hacia la derecha de la pizarra—. Continúa, Sara. Eres la más indicada para hacerlo.
La señorita Howard se levantó y comenzó a pasearse delante de la pizarra.
— Bien— dijo mientras el doctor aguardaba inmóvil con la tiza en la mano—. Sabemos que Ana es una niña feliz, de naturaleza alegre. Quizás algo alborotadora, pero con una actitud que cautiva a la gente.