El ángel de la oscuridad (66 page)

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Authors: Caleb Carr

Tags: #Intriga, Policíaco, Suspense

BOOK: El ángel de la oscuridad
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— ¿No sabe nada del caso Prendergast?— preguntó Marcus.

— ¿El caso Prendergast?— Picton se enderezó como impulsado por un resorte—. ¡Diantres! ¿Acaso participó en ese caso?

— Me temo que sí— respondió Marcus—. Y su intervención fue decisiva.

— Vaya, vaya— murmuró Picton—. Supongo que recuerda el caso, doctor.

El doctor asintió con semblante sombrío.

— Así es. Pocas veces se ha visto un ejemplo más absurdo de cómo burlar a la justicia para complacer al público.

Marcus soltó una risita.

— Curiosamente, doctor, así es como lo vio Darrow.

El señor Moore se esforzaba por seguir el hilo de la conversación mientras se daba pequeños golpecitos en la cabeza.

— Prendergast, Prendergast…— De repente su cara se iluminó—. ¿No es el tipo que disparó al alcalde de Chicago?

— El mismo— respondió Marcus—. El último día de la Exposición de 1893; el primer asesinato con arma de fuego en la historia de la ciudad. Eugene Patrick Prendergast se entregó, con su revólver de cuatro dólares, y confesó que había matado al alcalde Carter Harrison porque éste no había cumplido su promesa de concederle las obras de las vías del tren elevado de la ciudad. Se trataba de una fantasía, desde luego, y quedó claro que el tipo era un loco. Pero Harrison había sido asesinado en la sede de la Exposición, cosa que nos hacía quedar muy mal ante la prensa internacional…

— Así que el estado de Illinois— prosiguió el doctor—, solicitó un examen del estado mental del acusado al jefe del servicio médico de la prisión del condado de Cook, un hombre sin formación en patologías psíquicas. Sin embargo, ni siquiera ese quitamotas elegido a dedo tuvo dificultad en declarar que Prendergast era un psicótico.

— Aunque su opinión no contó en lo más mínimo— concluyó Picton—. El jurado llegó a la conclusión de que Prendergast estaba cuerdo y lo sentenciaron a la horca. Y lo colgaron, ¿no, detective?

— La historia continúa— respondió Marcus—. Después del primer juicio, Darrow, que siempre ha sido un fanático detractor de la pena de muerte, se ofreció para ayudar al defensor de Prendergast a obtener una nueva evaluación de su salud mental. El segundo juicio comenzó el 20 de junio de 1894 y fue muy revelador, sobre todo para nuestros propósitos.— Mientras volvía las hojas de la libreta, Marcus tomó otro sorbo de la petaca—. Darrow preparó los argumentos de la defensa y sus tácticas, en opinión de varias personas que las observaron, representaron un nuevo concepto en la práctica de la abogacía. Desde el primer momento desvió la atención de Prendergast para ponerla en el jurado: les dijo que el ministerio fiscal les pedía que incumplieran el sagrado juramento de juzgar el caso en sí mismo para satisfacer el deseo de venganza de la sociedad. Ahora bien, se había corrido la voz de que Darrow era un experto en manipular al jurado, de modo que este grupo estaba preparado para ello. Sin embargo, él ya lo había previsto y sacó partido de ese hecho. En el discurso de apertura se refirió a los rumores de que procuraría confundirlos con tecnicismos y gestos dramáticos, y juró solemnemente que no lo haría porque si fracasaba, la responsabilidad (y el concepto de «responsabilidad» es el pilar de las tácticas de Darrow) por la muerte de Prendergast caería sobre su conciencia. Y con su estilo humilde y directo, dijo que no estaba dispuesto a asumir esta carga moral. De modo que prometió que sería muy claro en sus argumentos, y que si el jurado consideraba que sus sinceros esfuerzos no eran suficientes, la responsabilidad de enviar a un loco a la horca recaería sobre ellos.

— Listo— dijo Picton con una sonrisa—. Muy listo.

— Claro que mintió— añadió Marcus—. De hecho durante el juicio utilizó todos los trucos que se le ocurrieron. Lloró, lloró de verdad, por el difunto alcalde y por la crueldad de un mundo capaz de crear a una criatura como Prendergast, y suplicó a los miembros del jurado que hicieran prevalecer sus sentimientos humanitarios. Y lo más importante desde nuestro punto de vista, es que se enfrentó a los miembros del ministerio fiscal con agravios personales. Convirtió un juicio por homicidio en un examen implacable, elocuente y sarcástico (porque no cabe duda de que el tipo tiene ingenio) de los motivos del estado y sus representantes para procesar a los lunáticos, aunque fueran lunáticos asesinos. Importunó y acosó a todos y cada uno de los desdichados testigos de la acusación con toda clase de suspicacias, interrogándolos sobre sus propias creencias en lugar de sobre Prendergast. Al concentrarse en el ataque a los demás, en lugar de defender la causa de su cliente, convirtió el juicio en un caos.

Me volví a mirar al doctor, que tenía la vista clavada en el suelo mientras tiraba de los pelos de su perilla.

— Pero no funcionó— dijo.

— Pues no— respondió Marcus—. El jurado soportó sus presiones y reiteró el veredicto de cordura. Pero lo importante es que en un caso que se iba a ventilar en un abrir y cerrar de ojos con la condena injusta de un loco estuvo a punto de sorprender a todos.

El doctor se arrellanó en su asiento y suspiró.

— Un método desafortunado— dijo en voz baja—, pero no desapruebo su objetivo.

— Quizá no en ese caso— señaló Marcus—, pero dudo que apruebe lo que sospecho que intentará hacer aquí, doctor.

— Sí— respondió el doctor con una sonrisita—, supongo que tiene razón.

— No entiendo— dijo Lucius—. ¿Qué intentará hacer aquí? Sin duda presentará expertos forenses que discutan nuestros hallazgos y puede que incluso algún conocido de la señora Hatch que esté en desacuerdo con nuestra interpretación de sus móviles, pero ¿qué hará con Clara? ¿Cómo va a refutar la declaración de un testigo presencial?

— Desacreditando al hombre que está detrás de ese testigo— dijo Marcus sin desviar la vista del doctor—. O al menos al hombre que él presentará como el inductor de la declaración de la niña.

— Sí— dijo Picton—. Entiendo adonde quiere ir a parar, detective. Y para repeler ese ataque no bastará con el testimonio de Clara. Los niños, y sobre todo si se encuentran en un estado tan frágil como el de Clara, no son los testigos más fiables. Es fácil manipularlos o intimidarlos. Por eso es tan importante que el doctor continúe trabajando con Clara, para que la pequeña aprenda a describir lo que vio con todo lujo de detalles, de forma que su testimonio no se desmorone en el primer interrogatorio de la defensa.

— Lo importante— prosiguió Marcus— es que en este caso nuestros papeles se invertirán de una forma extraña y potencialmente peligrosa. Darrow asumirá el papel de abogado del diablo, pues es consciente de que nadie querrá creer lo que decimos de Libby Hatch, y nosotros tendremos que defender nuestra causa. Como bien ha dicho usted, doctor, ese tipo no sacará a relucir argumentos piadosos sobre la abnegación de las mujeres y de las madres en particular. Jugará al ataque, y antes de que queramos darnos cuenta, nos tendrá acorralados. Y la forma más lógica de iniciar un ataque es asestar un golpe en nuestro punto más débil, que mucho me temo que para el público es…

— Mi persona— concluyó el doctor.

Mientras asimilábamos esta idea, Picton extrajo un saquito de cuero de su bolsillo, rellenó la pipa y encendió una cerilla raspándola contra su silla.

— ¡Bien!— dijo al tiempo que prendía la pipa y nos demostraba que el entusiasmo ante la adversidad era su mayor virtud—. Ahora debemos decidir cómo defendernos de esta estrategia para preservar la credibilidad del testimonio de Clara.— Chupó el humo de la pipa y sopesó la cuestión durante unos instantes—. Como ya sabe, doctor, yo tenía intención de reducir al mínimo las discusiones sobre teorías psicológicas. Pero si Darrow nos ataca con ellas, tendrá que estar preparado para contraatacar. ¡Y con la fuerza que le confiere su autoridad en la materia!

El doctor se puso en pie y comenzó a pasearse despacio por el reducido espacio libre del despacho.

— Estoy bastante acostumbrado a esta situación— dijo mientras se frotaba el brazo inútil—, aunque confieso que esperaba que esta vez, para variar, no tendría que estar a la defensiva. Sin embargo es posible que sea mi destino que eso nunca ocurra.

— ¡Debe ocurrir!— exclamó Picton sacudiendo su pipa en el aire—. A eso me refería al decir que tendrá que contraatacar. No quiero que se defienda desde una barricada intelectual, sino que contraataque en la palestra de las ideas, a la vista del jurado. ¡Que se le eche al cuello a ese hombre! Para respaldarlo, yo repasaré toda la información personal sobre Darrow que ha reunido Marcus, y no vacilaré en usarla. No permitiremos que el juicio se nos escape de las manos.— Picton dio un puñetazo en su escritorio—. ¡Maldita sea! ¡Puede que Darrow represente a una nueva raza de abogados, pero le aseguro que lo combatiremos con sus mismas armas!

— ¿Señor doctor?— El Niño, que estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, se levantó y se aproximó al doctor con actitud respetuosa—. ¿Ese hombre es peligroso para usted? ¿Quiere que lo mate?

En ese momento particularmente delicado, el ofrecimiento del Niño sirvió para romper la tensión. Después de mirarlo con asombro durante algunos segundos, todos soltamos una carcajada y el doctor le rodeó los hombros con un brazo.

— No, Niño— respondió el doctor—. No representa esa clase de peligro. No quiere hacerme daño físico.

— Pero si va a impedirnos encontrar a la pequeña Ana— repuso el Niño, risueño, aunque no entendía de qué nos reíamos los demás—, deberíamos matarlo, ¿no?

— Creo que es hora de hacer una pausa para cenar— dijo la señorita Howard mientras se aproximaba al doctor y al filipino—. Vamos, Niño. En el viaje a casa procuraré explicarte por qué el asesinato de ese hombre no es la mejor solución para nuestro problema.— Guió al filipino hacia la puerta, pero en el último momento se volvió y ladeó la cabeza—. ¿O acaso podría serla?

Mientras los hermanos Isaacson salían del despacho, el señor Moore, Cyrus y yo nos acercamos al doctor.

— ¿Podrás afrontar la situación, Laszlo?— le preguntó el señor Moore.

— No estoy preocupado por mí, sino por Clara— respondió el doctor—. Este juicio ya iba a ser muy duro para ella, pero si encima se convierte en el blanco de los ataques de un abogado que emplea la clase de tácticas que ha descrito Marcus…— Suspiró y levantó las manos—. Supongo que tendré que hacer todo lo posible para prepararla. Mientras no se encuentre con su madre antes de prestar declaración, creo que saldrá airosa. O por lo menos, indemne.

— ¿Tú que opinas, Rupert?— preguntó el señor Moore a Picton, que guardaba una pila de carpetas en un maletín de piel para llevárselas a casa—. ¿Crees que el juez Brown fijará una fianza razonablemente alta en un caso como éste?

— Preferiría no hacer predicciones sobre el juez Brown— respondió Picton—. Pero el brillante señor Darrow aún no ha llegado, y al parecer alguien ha contratado a Irving W. Maxon como abogado local de Libby. Maxon es bueno y tiene muchos contactos en Nueva York, pero dudo que sea capaz de conseguir que se fije una fianza baja. Sin embargo, recuerda que si Vanderbilt financia en secreto a Libby, por muy alta que sea la fianza, nunca será prohibitiva para él. Tendré que solicitar que se le deniegue el derecho de la libertad bajo fianza, pero no es fácil que accedan. Además, mañana tendré que vérmelas con la lectura de cargos y los alegatos.

— ¿Qué pasa con eso, señor?— preguntó Cyrus, desconcertado.

— En fin, Cyrus— respondió Picton, que terminó de cerrar su maletín y alzó la vista—. Si Darrow llega aquí antes de la lectura de los cargos, cabe la posibilidad de que trate de equilibrar su balance de cuentas y consiga que su cliente alegue enajenación mental. Me refiero a que repare el error que cometió con Prendergast y solicite la libertad de Libby Hatch aduciendo que ésta sufre un trastorno mental. A veces los abogados tienen espinas clavadas como cualquiera. Yo no estoy preocupado por mi función, ya que tengo pruebas suficientes de las maquinaciones y móviles de Libby para demostrar que actuó con premeditación y alevosía. Pero Darrow podría atacarlo por otro frente, doctor: ¿Tiene usted argumentos convincentes para probar que una mujer que ha matado a sus propios hijos puede, a pesar de todo, estar cuerda?

El doctor respiró hondo.

— Desde luego me sentiría más seguro si conociera más detalles de su juventud, ya que es difícil probar este punto sobre la base de hipótesis. Sin embargo, hay precedentes, y como usted ha dicho, Picton, la existencia de premeditación y alevosía elimina la posibilidad de una patología mental claramente demostrable, como
diementia praecox, o
una lesión cerebral grave. Para demostrar que está loca, Darrow tendría que recurrir al antiguo concepto de «locura moral», según el cual una persona podría estar enajenada en el aspecto moral, pero no en el intelectual. Es una idea que ha sido refutada en casi todo el mundo. Sin embargo, siempre cabe la posibilidad de que nuestros eficaces ayudantes— aquí me acarició el pelo— averigüen algo más del pasado de esa mujer antes del juicio.

— ¡Estupendo!— dijo Picton y cogió su maletín—. Tenemos motivos para un cauto optimismo. Sobre todo si consideramos nuestra posición en este momento: la mujer está bajo custodia, se dirige hacia aquí y será juzgada. Confieso que nunca pensé que llegaríamos tan lejos. Por lo tanto, no permitamos que nos embargue el pesimismo. Es malo para el apetito, y estoy seguro de que la señora Hastings se ha pasado toda la tarde cocinando. ¡No debemos defraudarla!

Animados por las palabras de aliento de nuestro anfitrión, nos reunimos con los demás en el pasillo y bajamos juntos hacia la planta baja por la escalera de mármol. Picton se detuvo un momento para asegurarse de que Henry había preparado una celda en el sótano. Libby Hatch pasaría al menos una noche en prisión, puesto que la solicitud de aplazamiento se presentaría por la mañana. El guardia nos confirmó que había una celda preparada para ella y nos dirigimos a la puerta.

Poco antes de cruzar el umbral, me detuve a mirar la amplia cámara de piedra, iluminada por la tenue luz dorada del atardecer de julio.

— ¿Qué pasa, Stevie?— me preguntó Picton.

Me encogí de hombros.

— Supongo que es la última vez que veremos este sitio tranquilo— respondí—. A partir de mañana, habrá mucho jaleo.

— Y si conseguimos que le denieguen la fianza a Libby— respondió Picton con un gesto de asentimiento—, también habrá una nueva inquilina, al menos durante un par de semanas. A Henry no le hará ninguna gracia. Y a los demás guardias tampoco, ¿eh, Henry?— Picton sonrió para provocar al guardia—. Para variar, los muchachos y usted tendrán algo que hacer.

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