El año que trafiqué con mujeres (13 page)

BOOK: El año que trafiqué con mujeres
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En los pisos ellas pueden ver al cliente antes de que él las vea a ellas. En muchos de ellos, hay cámaras y micrófonos ocultos, o mirillas por las que evaluar si se abre o no la puerta al desconocido, dependiendo del aspecto que tenga. Incluso, tal y como me había confesado Valérie Tasso, en algunos de ellos se graba a los clientes durante los servicios. Me consta que existen archivos con multitud de cintas que recogen los encuentros sexuales de los españolitos que acuden a los burdeles, lo que, por otro lado, me parece fenomenal. Sus tristes actuaciones, con sus calvas relucientes y sin sacarse los calcetines, resultan francamente patéticas, pero podrían obtener un buen índice de audiencia si se emitiesen en algún programa nocturno de hora punta. Al fin y al cabo, a diario podemos ver basuras similares en televisión.

Me sorprendió encontrar una cantidad increíble de anuncios en la prensa murciana donde se ofertaban todo tipo de servicios sexuales. Solamente en la sección Relax incluida en las páginas 52 Y 53 del periódico La verdad de Murcia me encontré ¡241 anuncios! Más de doscientas ofertas de servicios sexuales, sólo en uno de los periódicos de una ciudad, no especialmente grande, como es Murcia. En ese instante, empecé a ser consciente, aunque mínimamente aún, de las colosales dimensiones del mundo en el que me estaba metiendo. ¡241 anuncios que ofrecían en algunos casos hasta ocho o diez chicas diferentes!

Taché todos los anuncios que ubicaban los servicios fuera de Murcia capital, ya que en La Verdad se incluyen avisos de prostíbulos de Cartagena, San Javier, Lorca, etc. Después eliminé todos los anuncios de travestís y de gigolós, y también los que escondían teléfonos eróticos. Finalmente, desestimé los anuncios que ofertaban chicas que no encajaban con las características de Susy, y me quedé sólo con los que ofertaban pisos y burdeles con varias jóvenes disponibles, sin especificar si incluían prostitutas africanas. Aun así me quedaban 32 anuncios que podían encajar con el perfil de Susana.

Pedí al servicio de habitaciones que subiesen un café y un bocadillo, me acomodé en el escritorio de la habitación y empecé a telefonear a todos ellos. En un primer momento, sentí vértigo. Iba a resultar muy difícil localizar a Susana, pero aun así, hice las llamadas telefónicas desde el hotel. En todos los casos una voz femenina, extremadamente sensual, descolgaba el auricular con gran amabilidad. Para mi sorpresa en la mayoría de los casos, me aseguraban que tenían chicas negritas, pero no podían darme su nombre. «Tú pásate por aquí, nos ves sin compromiso y si encuentras lo que buscas, te quedas ... » De nuevo, Valérie Tasso ya me había advertido sobre este tipo de comportamiento. Nunca le agradeceré bastante sus consejos.

—No te fíes, Toni, en este mundo se miente por encima de todo y a todo el mundo. A mí, en cuanto entré en la agencia, me dijeron que mintiese sobre mi nombre y sobre mi edad, siempre quitándole años. A los hombres les gustan muy jovencitas. Y a todos los clientes que llamaban preguntando si teníamos un tipo de chica o un servicio en concreto se les decía que viniesen a vemos porque esa información no podía darse por teléfono. La encargada decía que lo importante era conseguir que los tíos viniesen.

—¿Y cuando llegaban a la agencia y veían que no teníais a la chica que le habíais descrito?

—Una vez en el piso, después de ver a las chicas, siempre elegían una aunque no les gustase del todo; les daba más vergüenza irse sin estar con ninguna, y a la casa, al fin y al cabo, lo único que le importaba era que se dejasen el dinero. La mayoría de los hombres no son tan selectivos y lo que quieren es estar con una mujer. Se les decía que esa chica que se les había descrito estaba con otro cliente, o que había salido a hacer un servicio a un hotel y ya está.

Tuve que confiar en mi intuición y finalmente escogí tres de las agencias murcianas que se anunciaban y que telefónicamente me habían garantizado que tenían chicas africanas, que se llamarían Susy o como a mí me apeteciese. Sus anuncios en La Verdad no podían ser más elocuentes: «ABANDERADAS. Somos las ocho chicas más sexys de Murcia, realizamos todos los servicios, francés completo, lésbicos, cubanas, griego, strip—tease, para despedidas de soltero. También hacemos salidas hotel-domicilio. Estamos a tu disposición las 24 horas del día. Chalet de máxima discreción, disponemos de jacuzzi con hidromasaje, barra para tomar copas. «968 64 58 CHICAS SUSAN 2. Te ofrece lo que siempre has buscado. Belleza, elegancia, clase, discreción e higiene. Ocho señoritas hermosísimas, jóvenes y complacientes. Ven a visitarnos, escoge la o las que más te gusten y pide el servicio que más te apetezca, serás complacido. Esto no es una casa de citas vulgar y corriente. Es privado, discreto y elegante. Consulta nuestros precios y mira la calidad que te ofrecemos, quedarás sorprendido. Visa. 968 64 58»

«CHICAS LORENS. Apartamento céntrico privado, lujoso y climatizado. Siete señoritas para todos los gustos y deseos, diosas del amor y el sexo. Belleza, clase y estilo. 24 horas. Lencería fina y erótica. Nos gusta chupar, nos da morbo el griego. Hacemos tríos y siempre estamos calientes. Ven y relájate, sin prisas y a tu rollo. Hotel-domicilio. Somos la mejor compañía. Telf 968 21 03 ... »

La agencia Loren resultó estar en pleno centro, muy cerca de mi hotel; la agencia Susan, en el jardín Floridablanca, y la agencia Abanderadas, en la urbanización Los Vientos, concretamente en la calle de la Rosa. En todas ellas, el ritual era muy similar. Una señora o señorita, la encargada, me abría la puerta invitándome a pasar, con tono amable y cordial. A continuación, me invitaba a sentarme en un salón o en una de las habitaciones y poco a poco, iban desfilando ante mi cámara oculta las chicas disponibles, como los animales en una feria de ganado, para que yo pudiese escoger el ejemplar que más me complaciese. Pude ver a cuatro chicas de color, dos de ellas sudamericanas y dos africanas, pero ni rastro de Susy. Me disculpé en todas las agencias, diciendo que no encontraba nada que me convenciese y que volvería otro día, y me sorprendió ver que las reacciones en las tres agencias eran similares: estaban perplejas. Tal vez era la primera ocasión en que un cliente despreciaba a todas las señoritas y se marchaba sin acostarse con ninguna. Valérie y Juan me confirmaron que lo normal es que los dientes se queden con cualquiera de las fulanas una vez están en el piso y que mi comportamiento podía haber parecido sospechoso. Pero yo no era un diente.

Pese a todos nuestros intentos, mi primer contacto con la prostitución murciana resultó un total fracaso. No fui capaz de encontrar a Susy, así que tendría que buscar nuevas pistas para localizarla. No obstante, no podía detener toda la investigación en Murcia por mi incompetencia para llegar a la amiga de Loveth, así que volví a Madrid para abrir otras vías de trabajo.

Las creencias al servicio de las mafias

La calle de la Montera, entre la Gran Vía madrileña y la Puerta del Sol, es un expositor callejero de prostitutas. Todos los días infinidad de chicas dominicanas, colombianas, brasileñas o africanas patrullan cada esquina o cada farola intentando que sus cuerpos puedan despertar el deseo de los transeúntes. Si hay suerte y alguno pica, lo acompañará a cualquiera de los hostales de mala muerte cercanos para disfrutar de un rato de placer forzado, por poco más de 5.000 pesetas. Y subrayo lo de forzado porque, diga lo que diga ANELA, ninguna de las chicas que ejerce la prostitución, en ninguna parte del mundo, al menos de las que yo he conocido, permite que un cerdo seboso, sudoroso y baboso se introduzca en su cuerpo y profane su alma, a 30 euros el polvo, por vocación. Haya o no haya mafias de por medio.

El plan para entablar conversación con una de las prostitutas africanas de la calle de la Montera no podía ser más sencillo, aunque no exento de riesgos. Bastaría con que me acomodase en una de las terracitas situada al lado del sex shop Mundo Fantástico, como la cafetería Lucky en el número 24, para tomar un café y mirar fijamente a cualquiera de ellas. El único problema es que el sex shop, que terminaría frecuentando posteriormente en busca de las fotos originales de las falsas lumis de Internet, y que pertenece a la cadena donde Valentín Cucoara colocaba a Nadia y sus compañeras previamente secuestradas en Moldavia, está situado en el número 3o de la calle de la Montera. En el número 32, o sea, a pocos metros de la terraza en la que me encontraba, se esconde la sede del Círculo de Estudios Indoeuropeos, la organización neonazi más importante de España y heredera de CEDADE. De nuevo había que considerar que, en el supuesto de que pudiesen reconocerme, el hecho de que Tiger88 estuviese tomándose un café tranquilamente a escasos metros de la sede del CEI podía ser interpretado como una provocación por parte de los neonazis.

Pero aunque eso no resultaba tranquilizador, afortunadamente, gracias a que muchos nazis piensan lo contrario, mi identidad está a salvo, lo que me ha permitido hacer temeridades como las que se narran en estas páginas, o como la de regresar al Bernabéu para grabar unas imágenes destinadas a un reportaje elaborado por Tele 5 sobre Diario de un skin y volver de nuevo para realizar otras fotografías de promoción al aparcamiento de la Castellana donde comienza dicho libro. Estaban demasiado convencidos de haber identificado a Tiger88 y confieso que yo alenté esa convicción para poder seguir haciendo mi trabajo.

De este modo podía atreverme a interrogar a prostitutas en una terraza situada junto al local de la primera organización neonazi legalizada en España como asociación cultural. En una ocasión, incluso, pasaron a mi lado dos miembros del CEI, con uno de los cuales había coincidido en manifestaciones de Democracia Nacional en Alcalá de Henares, durante mi infiltración entre los skins. Supongo que si hubiera descubierto mi verdadera identidad, habría sido imposible hacer este tipo de cosas.

Aquella tarde escogí una mesa que me permitiese sentarme con la espalda pegada a la pared. Con el tiempo, y a fuerza de acumular tensiones, me resulta muy incómodo sentarme en un local y no controlar lo que ocurre tras de mí. Necesito ver lo que pasa y saber que no puedo llevarme una sorpresa por la espalda. Así, mientras removía el azúcar en el café, escogí una mesalina de ébano al azar, y la miré fijamente. No tardó ni un minuto en acercarse a mi mesa.

Por un instante, pensé que lo único que enfurecería más a los nazis que encontrarse a Antonio Salas apostado a pocos metros de su local sería encontrarlo en compañía de una inmigrante ¡legal que era, encima, negra.

—Hola, guapo. ¿Tú querer follar?

—Depende. ¿Quieres beber algo? Hacía calor y aquel bochorno jugaba a mi favor. La joven se sentó a mi lado y pidió una coca-cola.

—¿Un cigarrillo?

—No, gracias. ¿Tienes chicle?

—Sí. Toma. ¿De dónde eres?

—Sierra Leona.

Sabía que mentía. La inmensa mayoría de las prostitutas africanas que ejercen en España son de origen nigeriano, pero sus proxenetas las han instruido sobre lo que deben decir a los blancos curiosos que preguntan por su nacionalidad. Prácticamente ninguna reconoce su verdadero origen y todas dicen ser de lugares en conflicto como Sierra Leona o Liberia, donde no podrían ser extraditadas en caso de ser detenidas, debido a la situación de guerra de dichos países africanos. Sonreí con escepticismo.

—Sierra Leona... ya. Oye, ¿quieres comer algo?

—Sí, thank you. Una hamburguesa.

Tal vez fuese una apreciación subjetiva, pero me pareció que aquella muchacha realmente tenía hambre, y no pude evitar el recuerdo del testimonio de Loveth, que tanto me impresionó. Devoró la hamburguesa en un santiamén, sin darme apenas tiempo a desarrollar mi plan. Sabía que mientras estuviese sentada a mi mesa podría charlar con ella, pero se bebió el refresco y se comió la hamburguesa antes de que pudiese profundizar demasiado en la conversación. Apenas llegamos a charlar diez minutos sobre cuestiones intrascendentes: el intenso frío que hace en Madrid en invierno y el calor del verano; lo tacaños que son los españoles a la hora de pagar y lo malos que somos en la cama; la cantidad de competencia que hay en la calle de la Montera, y lo mucho que protestan los propietarios de los comercios de esa zona... En realidad, todo eran rodeos para llegar a un objetivo. Había estado revisando la entrevista que había mantenido con Isabel Pisano y sus comentarios sobre los ritos de vudú a que son sometidas las chicas nigerianas por parte de los traficantes que las traen a Europa. Como ya dije, cuando me entrevisté con la autora de Yo puta acababa de regresar de Nigeria y todavía tenía muy frescas las cosas que había vivido en África.

—El ritual de vudú es horrible —me explicaba Isabel—. Les quitan pelos de pubis a toda la familia. Entonces los entierran, con un muñequito y qué sé yo... Esto es un pacto para toda la vida. Para alguien que cree, no sé, es como una factura, como una brujería. El vudú es una cosa que te convierte en zombi; el vudú tiene una fuerza enorme...

Sin embargo yo no acababa de estar satisfecho con aquellas explicaciones. Tenía que haber algo más. Intuía que ese tema era la clave criminológica de ese tipo de mafias, ya que los colombianos, los rusos o los chinos tienen que estar cerca de sus fulanas para controlar que trabajan y que no les denuncian y esto no ocurre en las mafias nigerianas, en las que, como en el caso de Loveth, los proxenetas podían estar a muchos kilómetros de distancia y no por ello sus chicas dejaban de trabajar. Luego supe que esa situación se mantenía por unos extraños rituales. Pero ¿en qué consistían? ¿Cómo podían ejercer un control tan extraordinario sobre las voluntades de aquellas muchachas?

Por fin me armé de valor y mientras estaba pagando la cuenta, solté a bocajarro la pregunta: «¿Dónde puedo aprender algo de vudú?». La reacción de la negrita de la hamburguesa fue espectacular y totalmente desproporcionada. Sus ojos se abrieron como platos y se levantó de golpe tirando la silla de plástico al suelo. Negaba con la cabeza y temblaba de arriba abajo. Me costó verdaderos esfuerzos tranquilizarla. «Vudú no, yu-yú no ... » Fueron casi las únicas palabras que conseguía pronunciar. Pero justo antes de marcharse, calle arriba, se giró, levantó la mano derecha y señaló en una dirección. Sólo dijo: «Allí». Después, desapareció para siempre de mi vida.

Dicen que no hay ciego más estúpido que el que no quiere ver.

Y yo me sentí verdaderamente idiota cuando descubrí hacia dónde había señalado la joven africana. A pocos metros del lugar en el que me encontraba había un cartel enorme que no podía resultar más elocuente: Santería La Milagrosa. Me sentí como un necio. Era como si estuviese en medio de la Casa de Campo preguntando dónde podría encontrar una prostituta, o como si en pleno Vaticano interrogase a alguien buscando un sacerdote. Así que, sin más demora, crucé hasta la esquina de la calle de la Montera con la de San Alberto y entré en la tienda de brujería que se encuentra en el número i. Así conocí a Rafael Valdés.

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