El año que trafiqué con mujeres (15 page)

BOOK: El año que trafiqué con mujeres
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Los ojos de Harry empequeñecieron hasta convertirse en una línea fina, mientras sus dientes blancos asomaban enmarcados por unos enormes labios carnosos. Aquella sonrisa significaba una respuesta afirmativa.

—Tú ve buscándome dos o tres negritas, pero una tiene que ser Susy. ¿La conoces?

—¿Por qué Susy? ¿Tú conocer? —respondió el negro con evidente tono de desconfianza.

—Tranquilo. Loveth me habló de ella y sé que es amiga suya y que lo está pasando mal, así que quiero ayudarla. Además, Loveth me enseñó una foto y está muy buena, por eso quiero tenerla a mano.

Evidentemente yo no había visto ninguna fotografía de Susy, pero que tuviese ganas de acostarme con ella es la mejor razón que entienden los proxenetas para que un hombre busque a una mujer. Y Harry tragó el anzuelo, el sedal y la caña.

—Sí, yo conozco. Pero yo no puedo presentar a ella. Ella tener ya su hombre, y a Sunny no gusta blancos. Si tú querer trabajar Susy para ti, tú tener que hablar con Sunny. Ella antes en club, pero ahora trabajar en la calle de Sunny.

Ésa fue la primera vez que escuché el nombre de Sunny y en aquel momento, yo no podía suponer que aquel personaje se convertiría para mí en un eje fundamental de esta investigación durante los meses que siguieron. Un objetivo que llegaría a obsesionarme a medida que fuera conociendo su papel en la prostitución murciana y en el tráfico de mujeres hasta obnubilar completamente mi mente, haciéndome llegar a fantasear con la idea del asesinato, como una alternativa para acabar con los proxenetas.

—¿Sunny? ¿Y quién coño es Sunny?

—Bufff, Sunny es hombre importante. Él, boxeador en Nigeria. Muy fuerte. Él, jefe de asociación Edo en Murcia. Tú mejor no problemas con él. Él muy peligroso.

En aquella primera ocasión no conseguí obtener más información útil sobre el tal Sunny, salvo que había sido boxeador en Nigeria, que lideraba una especie de asociación de delincuentes africanos y que, según Harry, era el jefe de muchas de las chicas que ejercían la prostitución en las calles murcianas. Puestas así las cosas, decidí concentrarme en localizar a Susy y, tras soltar un incentivo económico por adelantado, acordé con Harry que él me marcaría a la nigeriana citándola en la cafetería de la gasolinera situada a pocos metros del Eroski.

Mi plan era el siguiente: Harry debería indicarme cuál de todas las nigerianas que hacen la calle en el Eroski era Susy. Una vez identificada, yo debería convencerla para que me acompañase al hotel, alegando que no me gustaban los servicios en el coche. Si todo iba según lo planeado, en cuanto llegásemos al aparcamiento del hotel, yo utilizaría el botón de rellamada de mi móvil para advertir a mi compañero Alberto, que aguardaba escondido en mi dormitorio con dos cámaras ocultas listas para grabar mi conversación con la nigeriana. Una vez allí, debería arreglármelas para que ella no sospechase de mí por no querer tener relaciones sexuales y contratar sus servicios sólo para hablar. Si el plan funcionaba, esa misma noche podríamos tener una primera entrevista con Susy y quizá avanzaríamos un paso hacia su traficante, el tal Sunny.

Al filo de la medianoche, hora pactada con el negro para que se encontrase con Susana, yo ya había aparcado mi coche frente a la gasolinera, al otro lado de la avenida del Infante Don Juan Manuel. En realidad había acudido una hora antes para buscar el mejor punto de observación. Afortunadamente fui con tiempo, porque tardé más de lo previsto en localizar un lugar desde el que pudiese vigilar las dos entradas de la cafetería ubicada en dicha gasolinera. Esa cafetería permanece abierta toda la noche, y con frecuencia, algunas de las prostitutas que hacen la calle a pocos metros acuden allí para aliviar el frío de la madrugada con un café caliente. Así que Susy no tenía por qué sospechar nada cuando Harry la invitó a reunirse allí con él, para tratar un asunto familiar.

No sé lo que le contó el negro, ni me importa, pero cumplió su palabra. Poco después de las doce y cuarto de la noche, y utilizando el zoom de la cámara de vídeo como teleobjetivo, reconocí su rostro. Había entrado acompañado de una hermosa joven alta y delgada, que no podía ser otra que Susy. Eran las primeras imágenes que grababa de aquella muchacha, cuya vida ha sido castigada por mil desgracias y sinsabores, un tormento constante desde que salió de su Nigeria natal. Aquella noche vestía un top naranja y unos pantalones piratas. No sería difícil identificarla después, en la zona donde se reúnen las prostitutas nigerianas. Como ocurre en la Casa de Campo de Madrid, las nigerianas, nórdicas, sudamericanas, travestís, etc., tienen sus respectivas zonas y nunca se mezclan entre ellas.

Según lo pactado, tras el café Harry salió con Susy del local y allí mismo se separaron. Con las luces apagadas, y circulando muy despacio a una prudente distancia, seguí a Susana hasta la parte alta del Eroski, donde se reunió con otra decena de chicas de color, ofreciéndose a todos los conductores que recorren aquella calle en busca de carne fresca para saciar sus fantasías eróticas.

Detuve el coche y decidí tomarme un minuto para tranquilizar el corazón que empezaba a desbocarse dentro de mi pecho. Nunca había pasado por una experiencia similar. No sabía qué es lo que dicen los clientes de una prostituta callejera, ni tenía la menor idea de cómo convencerla para que viniese a mi hotel. Sabía, porque Harry me lo había contado, que las fulanas del Eroski realizan sus servicios en el coche del cliente, o todo lo más, en un hostal situado apenas a cien metros del centro comercial.

Por eso, que me acompañase a un hotel en el centro de Murcia parecía más que improbable. Además, yo no era un cliente conocido.

Aproveché esos momentos para telefonear a Alberto e informarle de que, por el momento, el plan evolucionaba según lo previsto. «Alberto, soy Toni, ya la tengo localizada, voy a ver si consigo convencerla para que se venga al hotel. Si me manda a la mierda te llamo para decírtelo, pero si no te llamo en cinco minutos es que ha aceptado y vamos hacia ahí. Ten preparados los equipos y si recibes una llamada perdida desde este número ponlos a grabar y escóndete ... »

Seguidamente encendí la cámara oculta que habíamos montado en el coche y me dirigí hacia el grupo de africanas. En cuanto vieron que mi automóvil circulaba a poca velocidad en dirección a ellas, entendieron que buscaba compañía y una joven negra de enormes pechos se acercó a la ventanilla. Con toda la cortesía posible, pero enérgicamente, desatendí sus elocuentes ofertas sexuales. Le dije que me gustaba la chica del top naranja e inmediatamente Susy se acercó a mi coche. Las primeras palabras que escuché de sus labios resultaron tan directas como las de su paisana.

—Treinta euros follar y chupar.

—¿Pero podemos ir a mi hotel? —mientras decía esto, le tendí la tarjeta del hotel en el que me encontraba, para que comprobase que no intentaba nada extraño.

Susy dudó un momento. Me observó de arriba abajo en silencio, mientras yo exhibía mi mejor sonrisa. Y por fin, ella también sonrió. Pactamos 110 euros por sus servicios, e inmediatamente, abrí la puerta del coche invitándola a entrar. Después, arranqué en dirección al hotel. La cámara oculta del coche grabó nuestra primera conversación.

—Estoy muy nervioso.

—¿Por qué nervioso?

—Porque sí, porque es la primera vez que he venido aquí.

—Tu nombre? El mío, Julieta... Como esperaba, Susy me estaba mintiendo. Julieta no era su verdadero nombre, pero no podía esperar que me dijese la verdad nada más conocemos. No obstante, me conmovió que hubiese escogido precisamente ese nombre para ejercer la prostitución. Susy era una Julieta con mil Romeos de pago.

Todos los expertos a los que había consultado mi plan me habían advertido que Susy no debía saber, en ningún momento, que yo era un periodista. En primer lugar, porque, de saberlo, evidentemente no hablaría conmigo bajo ningún concepto. Y en segundo lugar, porque si los mafiosos que la habían traído a España sospechaban por un instante que había colaborado conscientemente con nosotros, tomarían severas represalias contra ella. Por eso, y aun a costa del sentimiento de culpabilidad que sentiría una y otra vez, y que en algunas ocasiones casi me ahogaba, ninguna de las prostitutas a las que acudí supo nunca que yo era un periodista infiltrado, por lo que ninguna colaboró conscientemente en esta investigación, y por lo tanto debo insistir una vez más en que ninguna es responsable de que yo consiguiese llegar a contactar con los traficantes.

Durante el trayecto entre el Eroski y nuestro hotel, charlamos de cosas sin importancia: el clima, la gastronomía, etc. Al entrar en el parking, con todo disimulo, pulsé el botón de rellamada en mi móvil. Si todo iba bien, Alberto debía poner en marcha los equipos de grabación mientras yo cogía la llave en la recepción, ante la sonrisa de complicidad del recepcionista, que recorrió con mirada libidinosa toda la anatomía de mi acompañante.

A medida que nos acercábamos a mi habitación, crecía mi nerviosismo. Si Alberto no había tenido tiempo para ocultarse, o no había puesto los equipos en marcha, todo sería inútil. Abrí la puerta del cuarto y franqueé el paso a Susy, que se sentó sobre la cama’

Le Ofrecí una copa, que rechazó, y me senté frente a ella. Hizo un amago de desnudarse, pero le pedí con un gesto que se detuviese. Tenía una historia preparada para que mi intención de no acostarme con ella resultase convincente.

—No, no quiero follar, sólo hablar. Acabo de separarme y de venirme a Murcia para trabajar y no conozco a nadie. Llevo todo el día encerrado en el hotel y sólo me apetece hablar con alguien.

Creo que sonrió aliviada. Probablemente era la primera vez que un cliente le pagaba casi el cuádruple de lo que suele cobrar por un servicio para no hacer nada con ella. Aproveché el agradecimiento que rebosaba su sonrisa para entablar la conversación que transcribo directamente de las cintas, respetando todo su contenido, aun a pesar del torpe castellano de la africana.

—Tú siempre estás en la calle o vas a clubes?

—No, yo no en club. Yo no quiero

—Susy volvía a mentirme, pero ya se lo esperaba.

—¿Por qué? ¿No es mejor?

—Sí, cuando tú en club... Cuando yo no trabajo, me voy a casa y durmiendo...

—Y en el club tienes que estar allí todo el tiempo, ¿no?

—Sí, todo el tiempo allí. Y pagando, cuando no trabajas, pagando...

—¿Aunque no trabajes tienes que pagar?

—Sí. Cuando tú en club... por ejemplo, trabajas hoy, y esperando, ninguno cliente, y mañana pagando. Y ahí a la calle voy igual a casa, sin dinero, y comiendo bien...

Otras prostitutas me habían explicado anteriormente que en la Mayoría de los clubes, como en las «plazas», las chicas deben pagar una suma diaria, que puede oscilar en torno a los cuarenta o sesenta euros, consigan o no consigan clientes. A eso se refería Susy en su pésimo español, que a veces me costaba entender.

—¿Cuesta lo mismo en un club que en la calle?

—Igual. En club, por ejemplo, media hora sesenta euros, y en la calle, también sesenta ——de nuevo mentía.

—Y si alguien te dice en la calle que quiere ir a un hotel, ¿tenéis alguno?

—Sí, muy cerca donde yo trabajo hay y pagamos treinta euros.

—En invierno pasas frío, ¿no?

—Cuando frío, pongo éste para frío y no pasa nada —dice señalando mi chaqueta.

—¿No os piden cosas muy raras, la gente, los tíos?

—Mira, cuando yo voy con gente como tú, mucha gente es normal. Y cuando hablamos, tranquilamente, bien. Pero cuando chico malo, tú también mala y eso no bueno. Y cuando tú malo, y YO estar bien, pensar cosas buenas. No que quiere golpear, robar... tú no pensar eso. Muchos chicos venir, decir, loca, y tú también loco... insultar.

—¿Siempre lo hacéis en el coche, allí en la calle?

—Sí, en coche. Pero tú venir ahora y yo decir, «coche treinta», y tú ha dicho, «no por favor, yo querer cama, mi casa». Yo pensar y mirar, dudar, y mi corazón ha dicho tú bueno, yo contigo. Cuando mi corazón ha dicho no tú dame un millón y si mi corazón dice «no puedo yo contigo» no puedo yo contigo.

—Te fías de tu corazón?

—Sí. Me gustas a mí y mi corazón... Hablamos, y voy con, éste, y no problema, no pasa nada. Si tu cara muy fea, muy feo, tú corazón dicho «ve con él», y no pasa nada. Siempre así. Y cuando mi corazón ha dicho «no tú con él», mirar dinero, yo querer este dinero, y muy mal...

Confieso que sus palabras me conmovieron. Susy se dejaba llevar por el corazón a la hora de decidir si aceptaba o no a un cliente nuevo. Y al parecer, su intuición le había dicho que podía fiarse de mí y acompañarme al hotel. En ese momento, me sentí como un judas. Al fin y al cabo, y a pesar de mi promesa a Loveth, en el fondo yo estaba utilizando a Susy para poder Regar hasta su traficante y eso me hacía sentirme culpable. Pero no existía otra manera de acceder al tal Sunny. Tenía que ganarme la confianza de Susy, aunque fuese ocultándole mi verdadera identidad.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando en esto?

—Cinco meses.

—Llevas poquito.

—Sí, poquito. Yo quiero sólo ganar dinero para mi país y salir, ahora otras cosas...

Nueva mentira. Yo sabía que Susy llevaba al menos dos años en España, ejerciendo la prostitución al servicio de su proxeneta, como otras muchas nigerianas del Eroski, pero era lógico que me engañase. Todas las rameras saben que legalmente no pueden pasar más de seis meses en España, con un visado de turista —en realidad tres meses prorrogables a seis—, así que cuando algún cliente les pregunta cuánto tiempo llevan en nuestro país, suelen decir que menos de medio año.

—¿Tienes familia en África?

—Sí.

—¿A quién tienes allí?

—Mi padre, mi madre, allí, mi hermano...

—¿Qué hacen, trabajan?

—No.

—¿Y dónde están?

—Sierra Leona.

—¿Y cómo te viniste para aquí?

—Hummm.

—No te quiero molestar, ¿eh?

—Hummm.

Susy de nuevo me engañaba. Como todas las nigerianas, decía ser de Sierra Leona o Liberia, países a los que no podrían ser extradita das por encontrarse en situación de guerra. Pero cuando mis preguntas empezaban a hacerse incómodas, se revolvía y tan sólo gruñía negándose a contestar. Tenía que tener mucho tacto para que no se enfureciese con mis preguntas y saliese de la habitación dando un portazo. Pero el tiempo pasaba y en aquellas circunstancias, lógicamente, Alberto no podía salir de su escondite para cambiar las cintas ni la batería de las cámaras, así que decidí intentar otra estrategia.

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