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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (31 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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[Vamos. No le gusta nada tener invitados, y empezará a molestarse si nos quedamos demasiado].

Remontoire colocó un pensamiento en sus cabezas.

[¿Quieres decir que todavía no está molesto?]. ¿Qué demonios es eso, Skade?

[Un servidor, por supuesto, solo que algo más brillante de lo normal. ¿Acaso eso te inquieta?].

Clavain la siguió por el gollete hasta el túnel. Allí avanzaron a la deriva, más que andando, mientras guiaban sus movimientos entre unas paredes que eran como una garganta de hielo compactado. Clavain apenas había sido consciente de la pistola que llevaba encima hasta que se la habían confiscado, pero ahora se sentía bastante vulnerable sin ella. Toqueteó su cinturón de herramientas pero no había allí nada más que pudiera servirle de arma contra el servidor, si este decidía volverse contra ellos. Tenía unas cuantas abrazaderas y pinzas en miniatura, un par de bengalas de señalización del tamaño de un pulgar y un rociador sellante del tipo estándar. Lo único similar a un arma de verdad (porque el rociador, aunque se parecía a una pistola, tenía un alcance de solo dos o tres centímetros) era un piezocuchillo de hoja corta, suficiente para perforar la tela de un traje espacial pero de escasa utilidad contra una máquina acorazada o incluso contra un adversario bien entrenado.

Sabes de sobra que sí. Nunca una máquina había invadido mi mente... no del modo que esa acaba de hacerlo.

[Solo necesita saber si puede confiar en nosotros].

Mientras el servidor lo repasaba, Clavain había sentido el tono metálico y agudo de su inteligencia.

¿Exactamente hasta qué punto es lista? ¿Satisface la prueba de Turing?

[Y más. Es tan inteligente como un nivel alfa, por lo menos. Oh, no me lances ese halo de disgusto moral, Clavain. Ya consentiste una vez máquinas que eran como poco tan listas como tú].

He tenido tiempo de cambiar de opinión al respecto.

[Me pregunto si es porque te sientes amenazado por ella].

¿Por una máquina? No. Lo que siento, Skade, es lástima. Lástima de que hayas permitido que esa máquina se vuelva inteligente, pero la hayas obligado a seguir siendo tu esclava. No creo que eso coincida con nuestras creencias.

Notó la discreta presencia de Remontoire.

[Estoy de acuerdo con Clavain. Hasta la fecha hemos logrado valemos sin máquinas inteligentes, Skade. No porque las temamos, sino porque sabemos que todo ser inteligente debe elegir su propio destino. Pero aun así, ese servidor no tiene libre albedrío, ¿verdad? Solo inteligencia. Lo uno sin lo otro se convierte en una farsa. Hemos ido a la guerra por temas menos cruciales].

En un punto por delante de ellos asomaba un pálido resplandor lila que resaltaba el dibujo natural de los muros del túnel. Clavain podía discernir la masa alta y delgada del servidor, silueteada por la fuente de luz. Debía de haber escuchado su conversación, pensó, y oírlos debatir lo que él representaba.

[Lamento que tuviéramos que hacerlo. Pero no quedaba otra elección, necesitábamos servidores más listos].

[Es esclavismo], insistió Remontoire.

[Las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, Remontoire], Clavain trató de aguzar la vista bajo el pálido resplandor púrpura. ¿Qué es tan desesperado? Creía que todo lo que estábamos haciendo era recuperar una propiedad perdida.

El maestro de obra los condujo al interior del cometa de Skade e hizo que se detuvieran dentro de una pequeña burbuja sin aire, incrustada en el muro interior del cuerpo hueco. Allí agarraron con las extremidades unas tiras de contención fijadas al armazón de aleación rígida de la burbuja, que estaba herméticamente separada de la cámara principal del cometa. El vacío que habían logrado hacer dentro era tan elevado, que hasta una pérdida de vapor del traje de Clavain hubiese provocado una degradación inaceptable.

Clavain estudió la cámara. Detrás del cristal se extendía una caverna cuyo tamaño daba vértigo. Estaba bañada por una extática luz azulada, llena de enormes máquinas y una sensación casi subliminal de actividad apresurada. Durante un instante la escena fue excesiva para poder abarcarla en su conjunto. Clavain se sintió como si contemplara las profundidades en perspectiva de una pintura medieval increíblemente detallada, cautivado por los arcos y torres interconectados de una radiante ciudad celestial, al tiempo que atisbaba en la arquitectura huestes de ángeles de alas plateadas, escuadrón tras escuadrón hasta allí donde alcanzaba la mirada, que se desplegaban hasta el cerúleo azul del infinito. Entonces captó la escala que tenía todo y comprendió, con un brinco en sus percepciones, que los ángeles solo eran máquinas lejanas, hordas de servidores de construcción estériles que cruzaban a miles el vacío, encargándose de sus tareas. Se comunicaban entre sí mediante láseres, y era la dispersión y la reflexión de esos haces lo que bañaba la cámara con esa radiación azul tan escalofriante. Y Clavain sabía que hacía mucho frío. Salpicados por las paredes de la cámara reconoció los oscuros bultos cónicos de los motores crioaritméticos, que hacían continuos cálculos para extraer el calor de aquella intensa actividad industrial, que de lo contrario hubiese hecho hervir el cometa.

Clavain centró su atención en la causa de toda esa actividad. No le sorprendió ver las naves (ni siquiera comprobar que eran naves estelares), pero sí hasta qué punto estaban terminadas. Había esperado encontrarse con cascos a medio hacer, y sin embargo no podía creerse que a aquellas naves les faltara mucho para estar listas para el vuelo. Había doce, encajonadas de lado a lado bajo nubes de geodésicos andamiajes de soporte. Eran idénticas en su forma: suaves y negras como torpedos o ballenas varadas, con púas cerca del extremo posterior de las barras y nácelas que sobresalían de los motores combinados. Aunque no se podía practicar una comparación visual inmediata, Clavain estaba seguro de que cada una de las naves tenía al menos tres o cuatro kilómetros de largo, mucho mayores que la Sombra Nocturna.

Skade sonrió, sin duda consciente de su reacción.

[¿Impresionado?].

¿Quién no lo estaría?

[Ahora comprenderás por qué el maestro estaba tan preocupado por el riesgo de que un arma se disparase inintencionadamente, o incluso porque se produzca una sobrecarga energética. Sin duda, te estarás preguntando por qué hemos vuelto a construir naves].

Sería una inquietud lógica. ¿Acaso es posible que los lobos guarden alguna relación con ello?

[Tal vez debas decirme por qué crees que dejamos de fabricarlas en el pasado]. Me temo que nadie ha tenido nunca la delicadeza de contármelo. [Eres un hombre inteligente. Seguro que has desarrollado algunas teorías por tu cuenta].

Por un instante, Clavain pensó contestarle que en realidad el tema nunca le había preocupado, que la decisión de dejar de construir naves espaciales se había adoptado cuando él se encontraba en el espacio profundo y que, para cuando regresó, era ya un hecho consumado. Y también que, dada la acuciante necesidad de ayudar a su bando a ganar la guerra, no le había parecido el tema más urgente.

Pero eso sería mentir. Siempre lo había inquietado.

En general, se suele suponer que dejamos de fabricarlas por razones económicas puramente egoístas, o porque nos preocupaba que los motores cayeran en manos equivocadas: ultras y otros indeseables. O que habíamos descubierto un fallo gravísimo de diseño que implicaba que los motores tenían tendencia a explotar al cabo de cierto tiempo.

[Sí, y al menos hay otra media docena de teorías en circulación, que van de lo plausible en grado lejano a lo ridículamente paranoico. ¿Cuál fue tu interpretación de los motivos?].

Solo teníamos relación estable con un cliente, los demarquistas. Los ultras compraban sus motores de segunda o tercera mano, o los robaban. Pero cuando nuestros tratos con los demarquistas comenzaron a deteriorarse, que fue cuando la plaga de fusión hundió su economía, perdimos nuestro principal cliente. Ellos no podían permitirse pagar nuestra tecnología, y nosotros no estábamos dispuestos a vendérsela a una facción que daba crecientes muestras de hostilidad.

[Una respuesta muy pragmática, Clavain].

Nunca vi motivos para buscar una explicación más profunda.

[Evidentemente, en lo que has dicho hay parte de verdad. Los factores económicos y políticos jugaron un papel importante. Pero hubo algo más. No se te habrá escapado que nuestro propio programa interno de construcción de naves se ha reducido en gran medida].

Teníamos que entablar una guerra. Hoy por hoy, disponemos de suficientes naves para nuestras necesidades.

[Cierto, pero incluso esas naves han estado inactivas. El tráfico interestelar habitual se ha reducido en gran manera, y los viajes entre asentamientos combinados de otros sistemas se han restringido al mínimo].

De nuevo, consecuencia de una guerra...

[Que poco tuvo que ver con ello, salvo proporcionar la tapadera adecuada].

A su pesar, Clavain casi se rió. ¿Tapadera?

[Si hubiese salido a la luz la verdadera razón, se habría desatado el pánico por todo el espacio habitado por la humanidad. La agitación socioeconómica hubiese sido incomparablemente mayor que todo lo causado por la actual guerra].

Y supongo que ahora vas a contarme por qué.

[En cierto sentido tenías razón. Guarda relación con los lobos, Clavain]. Él negó con la cabeza. No puede ser. [¿Por qué no?].

Porque no supimos nada sobre los lobos hasta el regreso de Galiana. Y Galiana no se encontró con ellos hasta después de que nos separáramos. No había necesidad de recordarle a Skade que ambas cosas habían tenido lugar con mucha posterioridad al edicto para detener la construcción de naves.

El casco de Skade asintió ligeramente.

[Eso también es verdad, en cierto modo. En realidad, hasta el regreso de Galiana, el Nido Madre no obtuvo información detallada respecto a la naturaleza de las máquinas. Pero el hecho de que los lobos existían, el hecho de que estaban ahí fuera, ya se conocía muchos años antes de aquello].

No puede ser. Galiana fue la primera en encontrárselos.

[No. Solo fue la primera en regresar con vida, o al menos la primera en regresar, fuese del modo que fuese. Antes de eso solo se habían producido informes distantes, misteriosos casos de naves que desaparecían y mandaban extrañas señales de socorro. A lo largo de los años, el Consejo Cerrado recopiló esos informes y llegó a la conclusión de que los lobos, o algo similar a ellos, acechaban en el espacio interestelar. Eso ya era bastante malo de por sí, pero había una conclusión aún más preocupante y que fue la que provocó el edicto. La distribución de las bajas apuntaba a que las máquinas, fueran lo que fueran, seguían el rastro de una característica particular de los dispositivos. Llegamos a la conclusión de que los lobos se veían atraídos hasta nosotros por las emisiones de neutrinos tau, distintivas de nuestros motores]. ¿Y Galiana?

[Cuando ella regresó, supimos que habíamos estado en lo cierto. Y le dio un nombre a nuestro enemigo, Clavain. Al menos le debemos eso].

Entonces Skade fue hasta su cabeza y plantó allí una imagen. Lo que le mostró era una negrura implacable tachonada de atisbos de estrellas débiles y lejanas. Los astros no lograban anular la oscuridad, y solo servían para hacerla más fría y absoluta. Así era como Skade percibía el cosmos, tan extremadamente hostil a la vida como un baño de ácido. Pero entre las estrellas había algo más que vacío. Las máquinas acechaban allí; preferían el frío y la oscuridad. Skade le hizo experimentar el cruel sabor de su inteligencia, que lograba que los procesos mentales del maestro de obra parecieran agradables y amistosos. Había algo bestial en el modo en que pensaban las máquinas, una feroz hambre tiránica que eclipsaba todas las demás consideraciones.

Una sed de sangre salvaje y voraz.

[Siempre han estado ahí fuera, ocultas en la oscuridad, aguardando y observando. Durante cuatro siglos hemos sido tremendamente afortunados. Hemos avanzado a tientas en mitad de la noche, haciendo ruido y luz, retransmitiendo nuestra presencia a toda la galaxia. Creo que en ciertos aspectos deben de ser ciegas, o hay ciertos tipos de señales que filtran de sus percepciones. Nunca rastrearon nuestras transmisiones de radio o televisión, por ejemplo, o de lo contrario nos habrían olfateado en masa hace siglos. Y eso aún no ha ocurrido. Quizá estén diseñadas para reaccionar solo ante las señales inconfundibles de una cultura que viaja entre las estrellas, e ignoran las simplemente tecnológicas. Es pura especulación, por supuesto, pero, ¿qué podemos hacer salvo conjeturar?].

Clavain observó las doce naves de nueva construcción.

¿Y ahora? ¿Por qué volvemos a fabricar naves estelares?

[Porque ahora podemos. La Sombra Nocturna era un prototipo para estas doce naves, mucho más grandes, que poseen motores silenciosos. Con ciertos refinamientos de la topología de impulso, hemos sido capaces de reducir la emisión del flujo de neutrinos tau en dos órdenes de magnitud. No es perfecto, pero debería permitirnos retomar los viajes interestelares sin miedo a atraer de inmediato a los lobos. Por supuesto, esta tecnología tendrá que permanecer estrictamente bajo control combinado].

Por supuesto.

[Me alegra que lo veas así].

Clavain volvió a estudiar las naves. Sus doce formas negras eran versiones más grandes y gruesas de la Sombra Nocturna, y sus cascos alcanzaban una anchura de quizá doscientos cincuenta metros en el punto máximo. Eran de panza tan amplia como las viejas naves de hibernación colonizadoras, que estaban diseñadas para cargar con muchas decenas de miles de durmientes congelados.

¿Pero qué sucede con el resto de la humanidad? Con todas esas viejas naves que todavía están en uso...

[Hemos hecho lo que hemos podido. Los agentes del Consejo Cerrado han logrado recuperar el control de cierto número de naves que se encontraban al margen de la ley. Dichas naves fueron destruidas, desde luego. Nosotros tampoco podemos usarlas y los motores restantes no se pueden adaptar de manera segura al diseño antidetección].

¿No se puede?

Skade lanzó a la mente de Clavain la imagen de un pequeño planeta, quizá una luna, de uno de cuyos hemisferios habían arrancado un enorme trozo con forma de cuenco, que brillaba con un tono rojizo.

[No].

Y me imagino que en ningún momento os habéis planteado que pueda ser importante desclasificar esta información.

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