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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (3 page)

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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Te invito a la Ciudad Prohibida, Rafael. Ven, deja que demos la bienvenida a esa humana a la que has adoptado. Permítenos apreciar la belleza de esa conexión entre la inmortalidad y lo que en su día fue mortal. Me siento fascinada por primera vez en milenios.

ZHOU LIJUAN

Elena no deseaba fascinar a Lijuan. De hecho, no quería saber nada de ninguno de los miembros de la Cátedra. Estaba segura (casi siempre, al menos) de que Rafael no la mataría, pero los demás...

—Joder, menuda mierda…

Mi pequeña mascota.

Mi talón de Aquiles.

Puede que odiara esas palabras, pero eran ciertas. Si el arcángel de Nueva York la amaba de verdad, ella tenía una diana dibujada en la espalda.

Volvió a ver a Rafael con el rostro cubierto de sangre y las alas destrozadas... Vio al arcángel que había preferido la muerte a la vida eterna sin ella. Era algo que jamás olvidaría, algo que le servía de ancla incluso cuando todo lo demás en su mundo había cambiado.

—Todo no... —murmuró mientras estiraba la mano hacia el teléfono.

Tal vez ese sitio tuviera el aspecto de un lugar nacido en esa lejana época en la que reinaban la caballerosidad y la elegancia, pero lo cierto era que todos los servicios eran de tecnología punta. Algo que, si uno se paraba a pensarlo, no era de extrañar: los ángeles no sobrevivían durante eones aferrándose al pasado. La Torre del arcángel de Nueva York, con su increíble rascacielos, era el ejemplo perfecto.

El pitido de la línea dejó de sonar.

—Hola, Ellie. —Una voz ronca seguida de un estruendoso bostezo.

—Mierda, te he despertado. —Había olvidado la diferencia horaria existente entre Nueva York y ese infernal lugar.

—No pasa nada. Nos acostamos temprano. Espera. —Sonidos susurrantes, un chasquido. Luego Sara volvió a hablar—. Creo que nunca había visto a Deacon volver a dormirse tan rápido... aunque ha murmurado algo que sonaba como «Hola, Ellie» antes de caer. Me parece que la niña lo ha agotado hoy.

Elena sonrió al imaginarse al «espeluznante hijo de puta» que Sara tenía por marido, agotado por la pequeña Zoe.

—¿La he despertado?

—No, ella también está agotada. —Un susurro—. Acabo de echarle un vistazo. Espera, me voy al salón.

Elena podía ver sin problemas dónde estaba Sara, desde los elegantes sofás de color caramelo que aportaban calidez a la estancia, hasta el gigantesco retrato en blanco y negro de Zoe colgado de la pared, un retrato que mostraba su rostro sonriente lleno de espuma del baño. Sin contar su apartamento, esa maravillosa casa era lo más parecido a un hogar que Elena tenía.

—¿Y mi apartamento, Sara? —No se había acordado de preguntarlo cuando su amiga estuvo en el Refugio un par de días atrás, ya que su mente estaba demasiado confusa por el hecho de haber muerto... y haber resucitado con unas alas del color de la medianoche y el amanecer.

—Lo siento, cielo. —La voz de Sara estaba teñida con el doloroso matiz de los recuerdos—. Después de... después de que ocurriera todo, Dmitri prohibió la entrada a todo el mundo. Y a mí me interesaba mucho más averiguar dónde te había escondido, así que no insistí demasiado.

La última vez que Elena había estado en su apartamento, había un enorme agujero en el muro, y sangre y agua por todas partes.

—No te culpo —dijo mientras enterraba el dolor punzante que le provocaba imaginarse su guarida cerrada a cal y canto, sus tesoros rotos y perdidos—. Joder, seguro que has tenido que encargarte de muchas cosas. —Nueva York se había quedado a oscuras durante la batalla entre los arcángeles, ya que las líneas y las torres de alta tensión se habían sobrecargado cuando Uram y Rafael utilizaron la energía de la ciudad para alimentar su poder.

Y el colapso de la red eléctrica no había sido el único daño colateral de esa batalla cataclísmica entre los dos inmortales. En la mente de Elena aparecieron imágenes de edificios destrozados, de coches aplastados y de hélices retorcidas que indicaban que al menos un helicóptero había sufrido daños importantes.

—Ha sido horrible —admitió Sara—, pero ya se ha reparado la mayor parte de los daños. La gente de Rafael lo organizó todo. Los ángeles se encargaron incluso de los trabajos de reconstrucción... y eso no es algo que se vea todos los días.

—Supongo que ellos no necesitaron grúas.

—Pues no. No supe lo fuertes que son los ángeles hasta que los vi levantar algunos de esos bloques... —Una pausa llena de esa emoción profunda que también atenazaba la garganta de Elena—. Me pasaré por tu apartamento mañana por la mañana —dijo al final Sara, con un tono de voz muy controlado—, y te informaré de cómo están las cosas.

Elena tragó saliva con fuerza. Deseaba que Sara estuviera allí, poder abrazar a su mejor amiga.

—Gracias, le diré a Dmitri que se asegure de que su gente sabe que vas a ir. —Aunque intentaba fingir que no le importaba, no pudo evitar preguntarse si alguno de sus recuerdos, las pequeñas cosas que había ido adquiriendo durante los viajes de trabajo, había sobrevivido.

—¡Ja! Puedo encargarme de esos grandullones con una mano atada a la espalda. —Una risotada—. Por Dios, Ellie, siento una oleada de alivio cada vez que oigo tu voz.

—Pues de ahora en adelante la oirás muchas veces... Soy inmortal —bromeó, aunque aún no comprendía del todo la enormidad del cambio que había sufrido su vida. Los cazadores en activo morían jóvenes. No vivían para siempre.

—Sí. Seguirás por aquí para cuidar de mi pequeña y de sus hijos mucho después de que yo haya abandonado este mundo.

—No quiero que digas eso. —Le dolía imaginarse un futuro sin Sara, sin Ransom, sin Deacon.

—Niña tonta... A mí me parece maravilloso. Un regalo.

—Pues yo no estoy segura de que lo sea. —Le contó a Sara lo que pensaba sobre su nuevo valor como rehén—. ¿Te parece que estoy paranoica o algo así?

—No. —En esos momentos, la mujer que había al otro lado de la línea era la experimentada directora del Gremio—. Por esa razón hice que incluyeran la pistola especial de Vivek en el cargamento de armas que te hemos enviado.

Elena se clavó las uñas en las palmas de las manos.

La última vez que había utilizado esa pistola, Rafael había estado a punto de desangrarse sobre su alfombra, y Dmitri casi le rebana la garganta. Pero nada de eso, pensó al tiempo que aflojaba los dedos uno a uno, le restaba valor a un arma diseñada para inutilizar alas; no cuando (clavó la mirada en el cielo que se vislumbraba a través de los cristales) estaba rodeada de inmortales en un lugar lleno de cosas que ningún humano debería conocer.

—Te lo agradezco. Aunque lo cierto es que fuiste tú quien me metió en esta historia...

—Oye, también te he convertido en una persona asquerosamente rica.

Elena parpadeó con rapidez mientras intentaba recuperar la voz.

—Lo habías olvidado, ¿verdad? —Sara se echó a reír.

—El coma me tenía demasiado ocupada —consiguió articular Elena—. ¿Rafael me pagó?

—Hasta el último penique.

Tardó unos segundos en comprender lo que eso quería decir.

—Vaya... —El pago ascendía a una cantidad de dinero que no habría podido conseguir en toda una vida de trabajo. Y eso que solo había cobrado el cinco por ciento del total—. Creo que lo de «asquerosamente rica» es un eufemismo.

—Y que lo digas. Pero completaste el trabajo para el que te contrataron, así que supongo que el encargo tenía algo que ver con esa batalla con Uram... ¿Me equivoco?

Elena se mordió los labios. Rafael había sido muy explícito con su advertencia: si le contaba a alguien cualquier tipo de información relacionada con el monstruo sádico que había asesinado y torturado a tantas personas..., ese mortal moriría. Sin excepciones. Quizá eso hubiera cambiado, pero no pensaba arriesgar la vida de su mejor amiga basándose en una relación que apenas comprendía.

—No puedo decírtelo, Sara.

—¿Me cuentas otros muchos secretos y este no? —Sara no parecía enfadada, sino intrigada—. Interesante...

—No sigas con eso. —A Elena se le encogió el estómago cuando su mente le mostró las nauseabundas escenas del horror que había vivido con Uram. Esa última habitación..., el hedor de la carne podrida, el brillo de los huesos cubiertos de sangre, la gelatinosa masa de los ojos que le había arrancado al vampiro agonizante... Enderezó la espalda en un intento por contener la bilis que ascendía por su garganta, e intentó que su voz revelara la inmensa preocupación que sentía—. Te causaría problemas.

—No tengo ninguna gana de morirm... Vaya, Zoe se ha despertado. —El amor maternal teñía cada una de las sílabas—. Y mira... también se ha levantado Deacon. Parece que el papá de Zoe se despierta en cuanto su pequeña llora un poquito, ¿verdad, cariño?

Elena respiró hondo. El amor que destilaban las palabras de Sara borró de su mente la depravación de Uram.

—Creo que cada día dais más asco, chicos.

—Mi nena tiene ya casi un año y medio, Ellie —susurró Sara—. Quiero que la veas.

—Lo haré. —Era una promesa—. Pienso aprender a utilizar estas alas, aunque me cueste la vida. —Después de hablar, bajó la vista hasta la invitación de Lijuan y sintió una mano esquelética y letal alrededor de la garganta.

3

S
in embargo, una semana después de su conversación con Sara, Elena había dejado de pensar en la muerte para concentrarse en la venganza.

—Sabía que te gustaba el dolor, pero no imaginaba que fueras un sádico —le dijo a la espalda de Dmitri mientras sus músculos se deshacían en la deliciosa calidez de las aguas termales. El maldito vampiro casi la había arrastrado hasta allí... después de estar a punto de destrozarla con una sesión de entrenamiento destinada a fortalecer sus músculos.

Dmitri se dio la vuelta y concentró el inmenso poder de sus ojos oscuros en ella..., unos ojos que podrían arrastrar al pecado a un inocente... y llevar a un pecador hasta el mismo infierno.

—¿Cuándo... —murmuró él en un tono de voz que hablaba de puertas cerradas y tabúes rotos—... te he dado razones para dudarlo?

Elena sintió el roce suave de las pieles en los labios, entre las piernas, a lo largo de la espalda.

Se tensó en respuesta a la potencia de su esencia, una esencia que era como un afrodisíaco para un cazador nato. Sin embargo, no se rindió, porque sabía que al vampiro le habría encantado apuntarse ese tanto.

—¿Por qué estás aquí? ¿No deberías estar en Nueva York? —Era el líder de los Siete, un grupo formado por vampiros y ángeles que se encargaban de proteger a Rafael... incluso de las amenazas que él no percibía.

Elena estaba segura de que Dmitri la ejecutaría con gélida precisión si llegara a considerarla una grieta peligrosa en la armadura de Rafael. Quizá el arcángel lo matara después a él, pero tal y como Dmitri le había dicho una vez: para entonces, ella ya estaría muerta.

—Seguro que alguna pequeña admiradora está llorando tu ausencia. —No pudo evitar recordar la noche que vio al vampiro en una de las alas de la Torre: Dmitri tenía la cabeza enterrada en el suculento cuello de una rubia voluptuosa cuyo placer había impregnado el ambiente de un perfume sensual.

—Me rompes el corazón. —Una sonrisa falsa, el gesto divertido de un vampiro tan antiguo que Elena sentía el peso de su longevidad en los huesos—. Si no tienes cuidado, empezaré a pensar que no te caigo bien. —Se quitó la camisa de lino sin parpadear (¡y allí arriba el suelo estaba lleno de nieve, por el amor de Dios!) antes de poner las manos sobre el botón de los pantalones.

—¿Quieres morir hoy? —le preguntó Elena con tono indiferente. Porque si se atrevía a tocarla, Rafael le arrancaría el corazón. Aunque, por supuesto, al arcángel le resultaría difícil hacerlo... porque ella ya se lo habría atravesado. Puede que Dmitri fuera capaz de provocarle una intensa necesidad con esa esencia suya, pero Elena no pensaba dejarse seducir. No por ese vampiro. Ni por la criatura a la que llamaba «sire».

—Es un estanque bastante grande. —Se quitó los pantalones.

Elena atisbo un costado esbelto y musculoso antes de cerrar los ojos. Bueno, se dijo, consciente del calor abrasador que teñía sus mejillas, al menos eso aclaraba las dudas sobre el color de la piel del vampiro: Dmitri no estaba bronceado. El exótico color miel de su piel era congénito... y perfecto.

El ruido del agua anunció su entrada en el estanque.

—Ahora ya puedes mirar, cazadora. —Su voz era pura burla.

—¿Por qué iba a querer hacerlo? —Abrió los ojos y clavó la vista en la asombrosa montaña. Los cazadores no solían ser mojigatos, pero Elena elegía a sus amigos con mucho cuidado. Y la lista de las personas con las que se sentía cómoda estando desnuda... y vulnerable... era incluso más corta. Y, desde luego, Dmitri no figuraba en esa lista.

Lo vigiló con el rabillo del ojo mientras observaba las cumbres nevadas que había a lo lejos. Lo más probable era que no sobreviviera si el vampiro decidía atacarla, no en su estado físico actual, pero esa no era razón para convertirse en un objetivo fácil.

Piel y diamantes, sexo y placer.

Las esencias la envolvieron como un millar de cuerdas de seda, pero no eran demasiado intensas. En ese momento, lo que más la preocupaba era la mirada de Dmitri: la mirada de un depredador que ha avistado a su presa.

Pasó casi un minuto antes de que el vampiro encogiera los hombros, echara la cabeza hacia atrás y apoyara los brazos sobre el reborde de roca del estanque natural. Elena le echó un vistazo y se vio obligada a admitir que el tipo era tentador como el más pecaminoso de los vicios. Ojos negros, pelo oscuro... y una boca que prometía dolor y placer a partes iguales. Sin embargo, ella no sentía nada por él salvo esa renuente apreciación femenina. El azul era su adicción y su salvación.

Una ráfaga del más puro de los chocolates inundó sus sentidos.

Rico. Seductor. Muy, muy intenso.

Elena resopló.

—Deja de hacer eso. —Su cuerpo se puso tenso. Sus pechos se hincharon con una necesidad tan apremiante como indeseada.

—Me estoy relajando. —Irritación mezclada con arrogancia masculina..., algo que no resultaba del todo extraño si se tenía en cuenta quién era el ser al que Dmitri llamaba «sire»—. No podría hacerlo si controlara por completo mi cuerpo.

Antes de que Elena pudiera responder a esa afirmación (que no sabía si creerse o no), una pluma de un azul celestial, ribeteada en plateado, cayó al agua justo delante de ella. Eso le recordó otro día, otra pluma, una ocasión en la que Rafael abrió la mano para dejar caer un polvillo azul plateado sobre el suelo con un brillo posesivo en los ojos. Utilizó ese recuerdo para luchar contra el impacto sensual de la esencia de Dmitri y se concentró en el sonido de las alas que había detrás de ella.

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