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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (7 page)

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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—Te llaman por teléfono.

Elena se dio la vuelta y descubrió que Illium sujetaba un elegante teléfono portátil plateado. Eso acabó de inmediato con el escenario medieval.

—No lo he oído sonar.

—Apagué el timbre cuando dormías. —Le pasó el teléfono antes de coger una manzana del frutero—. Es Ransom.

Desconcertada ante el tono familiar de Illium, Elena se colocó el teléfono junto a la oreja.

—¿Qué pasa, guapo?

Casi pudo oír la sonrisa en la voz del otro cazador cuando respondió.

—¿Ya sabes volar?

—Pronto.

—Parece que últimamente frecuentas compañías de lo más interesantes.

Elena observó a Illium mientras el ángel de alas azules salía a la terraza de esa sala, y luego preguntó:

—¿De qué conoces a Illium?

—Lo conocí en Erotique.

—¿Conoces también a los bailarines? —Ransom se había criado en las calles y mantenía sus contactos.

—A un par de ellos. Consigo mucha información allí... Incluso los vampiros más poderosos se ponen parlanchines cuando una mujer acerca la boca a su polla.

Eso no la sorprendió. Después de todo, los vampiros habían sido humanos una vez. Solo perdían todo rastro de humanidad después de mucho, muchísimo tiempo.

—Bueno, ¿y qué te cuentan?

Un chasquido en la línea.

—... debes saber.

—¿Qué? —Elena se apretó el teléfono contra la oreja con más fuerza.

—Se ha corrido la voz de que estás viva. Todo el mundo cree que eres una chupasangre... y hasta donde yo sé, ninguno de los que conocen la verdad ha contado nada.

—Bien. —Necesitaba tiempo para adaptarse a su nueva realidad antes de explicársela a los demás—. ¿Era eso lo que querías decirme?

—No. Uno de los bailarines se enteró de que los vampiros están haciendo apuestas sobre si sobrevivirás más de un año.

—¿Y cómo van esas apuestas?

—Noventa y nueve a uno.

A Elena no le hizo falta preguntar quién perdía en esas apuestas.

—¿Qué saben que yo no sepa?

—Según los rumores, Lijuan tiene por costumbre alimentar a sus mascotas con los invitados.

6

R
afael observó cómo Michaela se llevaba la copa de cristal a los labios con la gracia inconsciente de una criatura femenina que había tenido siglos para perfeccionar su fachada de elegancia. Para ser justo, debía admitir que era hermosa, quizá la más hermosa del mundo. Su piel perfecta tenía el color del más exótico de los cafés mezclado con crema; sus ojos eran de un verde que avergonzaba a las piedras preciosas; y su cabello consistía en una masa de mechones negros entrelazados con bronce, castaño y todos los tonos intermedios.

Era deslumbrante... y utilizaba su aspecto con la misma efectividad y la misma falta de sentimientos con la que otros empuñaban un arma. Si los hombres, tanto mortales como inmortales, habían muerto después de caer presa de semejante belleza, la culpa no era de nadie más que de ellos mismos.

—Así que... —ronroneó la arcángel en esos instantes, disimulando su veneno con miel—, tu cazadora ha sobrevivido. —Al ver que él no decía nada, compuso una mueca de desagrado—. ¿Por qué lo has mantenido en secreto?

—No creí que te interesara si Elena sobrevivía o no.

Solo su muerte.

Por suerte, Michaela no fingió que no había entendido el comentario.


Touché
. —Alzó la copa en un brindis y dio un pequeño sorbo del líquido dorado—. ¿Te enfadarías mucho si yo la matara?

Rafael enfrentó esos ojos verdes ponzoñosos y se preguntó si Uram habría logrado atisbar el corazón perverso de la criatura a la que consideraba su consorte.

—Parece que mi cazadora te fascina. —Era una afirmación deliberada. Elena era suya, y la protegería.

Michaela descartó esas palabras con un gesto de la mano.

—Es una presa interesante, pero ahora que ha perdido sus habilidades, todo sería demasiado fácil. Supongo que tendré que dejarla en paz.

Era una oferta sutil y muy bien calculada.

—Creo... —dijo Rafael, que no corrigió esa asunción errónea—... que Elena es más que capaz de cuidar de sí misma.

Los pómulos de Michaela se marcaron contra esa piel por la que tantos seres habían muerto.

—No creerás que es mi igual, ¿verdad?

—No. —Observó cómo el rostro de la arcángel se llenaba de placer, de satisfacción, antes de añadir—: Lo cierto es que creo que Elena es absolutamente incomparable.

Por un gélido instante, la máscara de Michaela se vino abajo.

—Ten cuidado, Rafael. —Era un depredador quien le devolvía la mirada, un depredador dispuesto a limpiarse la sangre de los dedos con gélidos remilgos mientras observaba a la víctima que se retorcía de agonía a sus pies—. No pienso enfundar mis garras por el mero hecho de que ella sea tu mascota.

—En ese caso le diré a Elena que no guarde las suyas. —Dio un sorbo del vino y se apoyó en el respaldo de la silla—. ¿Asistirás al baile?

En un abrir y cerrar de ojos, la máscara estuvo de nuevo en su lugar, perfecta e inmaculada.

—Por supuesto. —Se pasó una mano por el pelo, movimiento que apretó sus pechos contra el tejido verde oliva de un vestido que enseñaba lo suficiente como para volver locos a la mayoría de los hombres—. ¿Has estado alguna vez en la fortaleza de Lijuan?

—No. —La más antigua de los arcángeles vivía en un baluarte montañoso oculto en el interior de las extensas fronteras chinas—. Creo que ninguno de los miembros de la Cátedra ha estado allí. —Aunque Rafael había conseguido introducir a varios de los suyos en ese lugar a lo largo de los siglos. En el presente, esa tarea estaba en manos de Jason, el jefe de los espías, que, cuando regresaba, traía noticias cada vez más perturbadoras sobre la corte de Lijuan.

Michaela hizo girar el líquido de su copa.

—Uram fue invitado una vez, cuando era joven —le dijo a Rafael—. Lijuan estaba encariñada con él.

—No sé si eso es un halago para Uram o no.

Una risa íntima y suave.

—Ella es bastante... inhumana, ¿verdad? —Palabras procedentes de un miembro de la Cátedra que hablaban del alcance de la «evolución» de Lijuan.

—¿Qué te contó Uram sobre su fortaleza?

—Que era impenetrable y que estaba llena de incontables tesoros. —Sus ojos brillaban, aunque Rafael no habría sabido decir si ese brillo se debía a la imagen de los tesoros o al recuerdo de su amante—. Dijo que jamás había visto tantas obras de arte, tantos tapices y tantas joyas. No sé si debería creer lo que me dijo... ¿Has visto a Lijuan llevar diamantes alguna vez?

—No tiene necesidad de hacerlo. —Con el cabello del blanco más puro y unos extraños ojos grises iridiscentes que Rafael no había visto nunca antes, Lijuan resultaba inolvidable sin la necesidad de adorno alguno. Y esos días, pensó, la atención de la más antigua de los arcángeles estaba puesta en un mundo que ninguno de ellos podía siquiera imaginar. Lijuan no había abandonado su fortaleza en más de medio año, ni siquiera para reunirse con sus compañeros arcángeles. Y eso hacía que el baile resultara un acontecimiento extraordinario—. ¿Ha invitado a toda la Cátedra?

—Chari ha recibido una invitación —dijo Michaela, refiriéndose a otro de sus antiguos amantes—, y él me ha asegurado que Neha también ha recibido una, así que doy por hecho que Lijuan nos ha invitado a todos. Deberías pedirle a Favashi que te acompañe. Creo que nuestra princesa persa sería una acompañante perfecta para ti.

Rafael la miró a los ojos.

—Si pudieras, matarías a todas y cada una de las mujeres bellas de este mundo, ¿verdad?

Ella no perdió la sonrisa ni un instante.

—Sin pensármelo dos veces.

Elena colgó el teléfono y salió al balcón con el ceño fruncido.

—Illium, ¿tú sabes algo sobre las mascotas de Lijuan?

El ángel le dirigió una mirada penetrante.

—Las fuentes de Ransom son muy buenas.

Sí, pensó Elena, lo eran. Sin embargo, su compañero no había podido averiguar quiénes eran esas criaturas que hacían que los vampiros la dieran por muerta.

—¿Qué son? —Se le puso la espalda rígida cuando su mente le ofreció una explicación—. No serán vampiros que se han rendido a la sed de sangre, ¿verdad? —Atrapados en una continua espiral de violencia, de saciedad y de hambre, esos vampiros eran asesinos psicópatas.

«Ven aquí, pequeña cazadora. Pruébala.»

Illium negó con la cabeza mientras ella descartaba ese recuerdo que se negaba a permanecer enterrado. El cabello del ángel se agitaba con la brisa procedente de las montañas. Era una joya recortada contra la negrura de la noche, y su belleza resultaba tan deslumbrante que incitaba a dejar de mirar las estrellas para poder contemplarla. Elena se aferró a ese salvavidas para mantenerse en el presente.

—¿Por qué no te ha matado Michaela todavía?

—Porque soy un ser masculino. Preferiría follarme.

Esa respuesta descarada la desconcertó unos instantes.

—¿Y lo ha hecho?

—¿Te parezco un tipo que desea que lo devoren vivo después del sexo?

Elena esbozó una sonrisa y giró la cara hacia el viento para disfrutar de su frescura.

—Bueno, háblame de las mascotas de Lijuan.

—Pregúntale a Rafael.

Su sonrisa se desvaneció al recordar dónde estaba Rafael en esos momentos. En busca de una distracción, señaló con la cabeza las luces que salpicaban el cañón que se abría ante ellos como una inmensa grieta de la Tierra.

—No me digas que hay gente que vive ahí... —El río corría a lo lejos, muy por debajo de las luces, pero aun así, Elena podía sentir las fuertes vibraciones que originaba la corriente de agua.

—¿Por qué no? Las cuevas son unos nidos perfectos. —La sonrisa del ángel era un rayo de luz blanca en su rostro—. Yo tengo una. Cuando sepas volar, podrás visitarla.

—Al paso que voy, cuando pueda volar, habré cumplido los ochenta.

—Solo hace falta una vez —dijo Illium en voz baja, con el rostro bañado por la luz de la luna. Los rayos iluminaban esos rasgos que parecían estar en trance, hacían que su piel pareciera transparente y transformaban su cabello en un millar de mechones de ébano líquido cuajados de zafiros—. Ese primer vuelo es algo que no olvidas jamás... El susurro del aire en las alas desplegadas, la embriagadora sensación de libertad, la felicidad que bailotea en tu alma cuando eres todo lo que se supone que debes ser.

Atrapada por la inesperada poesía de esas palabras, Elena estuvo a punto de no ver a Rafael, que estaba aterrizando. A punto. Porque nada, ni nadie, podría jamás acaparar su atención cuando su arcángel estaba cerca. Apenas consciente de que Illium se había quedado callado a su lado, contempló la elegancia devastadora del descenso de Rafael. Illium era hermoso como una espada resplandeciente, pero Rafael... Rafael era magnífico.

—Creo que es hora de que me vaya.

Notó que Illium se marchaba, pero fue una nota distante en su cerebro, ya que sus ojos estaban clavados en el arcángel que había aterrizado delante de ella.

—¿Qué tal la cena? —preguntó mientras contemplaba esos ojos azul cobalto, llenos de secretos que tardaría toda la eternidad en desentrañar.

—Sobreviví.

Eso debería haberle provocado una sonrisa, pero lo único que sintió fue una violenta posesión... que se intensificaba hasta límites letales al saber que ahora la arcángel de ojos verdes podía matarla sin el menor esfuerzo.

—¿Te marcó Michaela?

—¿Por qué no lo compruebas? —Rafael extendió las alas.

De repente, Elena se sintió estúpida y vulnerable, así que se volvió para aferrarse a la barandilla del balcón.

—No es asunto mío si quieres pasar el tiempo con una hembra que se merendaría tu corazón y bailaría de buena gana sobre tu tumba si eso le proporcionara algún tipo de poder.

—Vaya, pues no estoy de acuerdo en eso, Elena. —Rafael apoyó las manos sobre la baranda y la encerró entre sus fuertes brazos—. Recoge las alas.

Ella tardó un minuto en averiguar cómo se realizaba el sencillo movimiento de plegar las alas al cuerpo, que tantas veces les había visto hacer a los demás ángeles.

—Es más difícil de lo que parece.

—Requiere control muscular. —Palabras pronunciadas contra su cuello. Rafael se acercó más a ella y atrapó sus alas entre los cuerpos de ambos.

Dolía... pero era un dolor que hacía resplandecer su piel de pasión, de necesidad. Cada movimiento del cuerpo masculino, cada roce de sus labios, se clavaba como un dardo en el núcleo del cuerpo de Elena. Sin embargo, había luchado contra la atracción de Rafael desde el momento en que lo conoció. Jamás había sido una presa fácil para él.

—¿En qué no estás de acuerdo? —preguntó mientras observaba las alas que atravesaban el exuberante color negro de la noche, de camino hacia sus nidos.

Ángeles que se dirigían a su hogar.

Un pensamiento extraño, una extraña sensación, encontrarse en su escondrijo más secreto, cuando ella siempre los había visto en las sombras de la oscuridad.

—Considero que sí que es asunto tuyo que yo pase el tiempo con Michaela.

Elena percibió la peligrosa corriente subyacente en sus palabras, una que le hizo doblar los dedos de los pies y despertó sus instintos de caza.

—¿En serio?

—Del mismo modo que considero asunto mío que el hecho de que tus alas estén manchadas de azul.

Elena abrió los ojos de par en par y se apartó de la barandilla. O intentó hacerlo.

—Rafael, deja que me aparte para poder verlo.

—No.

Ella dejó escapar un suspiro.

—Basta. Illium no pretendía nada de nada.

—El polvo de ángel no es el resultado de un acto instintivo... a menos que uno esté practicando sexo. —Pellizcó con los dedos la punta rígida de uno de sus pezones, un asombroso recordatorio sensual de que el arcángel de Nueva York ya había perdido el control en la cama en una ocasión—. Es el resultado de un acto premeditado.

—Si Illium hubiera intentado algo así —le dijo, luchando por pronunciar las palabras a través de la apabullante oleada de necesidad—, le habría dado una bofetada. Está bajo tu mando.

Labios en su oreja; una mano que se movía para cubrirle el pecho con devastadora intimidad.

—Illium siempre ha tenido su vida en muy poca estima.

Elena no pudo evitarlo. Inclinó el cuello a un lado para proporcionarle un mejor acceso.

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