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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (4 page)

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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—Hola, Illium.

El ángel se acercó al reborde cubierto de nieve que había a su derecha y se sentó para hundir las piernas en el agua, con los vaqueros y todo. De hecho, como muchos de los ángeles masculinos del Refugio, esa prenda era la única que llevaba, así que su musculoso torso estaba expuesto a los rayos del sol.

—Elena. —Miró a Dmitri con sus impresionantes e inhumanos ojos dorados—. ¿Me he perdido algo?

—He amenazado con matarlo un millón de veces —le dijo Elena, que cerró la mano en torno a una de las rocas del borde. Los cantos afilados se le clavaron en la palma mientras luchaba contra el irrefrenable deseo de acercarse a Dmitri, de lamer su esencia hasta que el resto del universo se desvaneciera. El vampiro se burló de ella con la mirada en un desafío sin palabras. La tensión sexual carecía de importancia; aquello no tenía nada que ver con el sexo, sino con su derecho a estar al lado de Rafael—. Y él ha estado a punto de hacerme papilla —concluyó con una voz firme que no revelaba la excitación que la consumía.

—En algunos círculos —murmuró Illium, cuyo cabello negro de puntas azules se agitaba al compás de la brisa—, eso sería considerado uno de los jueguecitos preliminares del sexo.

Dmitri sonrió.

—A Elena no le interesan mis jugosos preliminares. —Recuerdos de sangre y acero en sus ojos—. Aunque le interesaron en cierto momento...

El aroma del mar. Una tormenta salvaje y turbulenta en su mente.

Elena, ¿por qué está Dmitri desnudo?

La superficie del agua empezó a helarse.

—¡No, Rafael! —exclamó Elena en voz alta—. ¡No quiero darle el placer de ver cómo me congelo hasta la muerte!

Jamás permitiría algo así. El hielo comenzó a retroceder. Según parece, debo mantener una conversación con Dmitri.

Elena se obligó a pensar, aunque le resultaba mucho más fácil hablar. Su corazón y su alma todavía eran humanos.

No es necesario. Lo tengo todo bajo control.

¿De veras? No olvides nunca que él ha tenido siglos para desarrollar su poder.
Una sutil advertencia. S
i lo presionas demasiado, uno de vosotros morirá.

Elena no malinterpretó sus palabras.

Como ya te he dicho, arcángel, no quiero que mates a nadie por mí.

La respuesta fue una brisa fría, el sello de una posesión inmortal.

Es el líder de mis Siete. Es leal.

Elena ya había adivinado lo que Rafael no había dicho: que la lealtad de Dmitri podría llevarlo a matarla.

Quiero librar mis propias batallas.
Así era ella. Su sentido del ego estaba intrínsecamente ligado a su habilidad para valerse por sí misma.

¿Incluso cuando no tengas posibilidades de vencer?

Como ya te dije una vez, preferiría morir como Elena que vivir como una sombra
. Puso fin a la conversación con ese comentario, una verdad que jamás cambiaría, por más inmortal que fuera, y volvió a concentrarse en Dmitri.

—¿Olvidaste decirle algo a Rafael?

El vampiro se encogió de hombros y clavó la vista en el ángel que había a su lado.

—Si estuviera en tu lugar, me preocuparía mucho más por su pellejo azul.

—Creo que Illium puede cuidar de sí mismo.

—No si sigue coqueteando contigo. —Una ráfaga de calor delicada, casi elegante. Champán y rayos de sol. Pura decadencia—. Rafael no es de los que comparten sus posesiones.

Elena lo fulminó con la mirada mientras intentaba contener la serpenteante calidez que se extendía por su vientre. Una calidez que el vampiro estaba provocando de manera deliberada.

—Me parece que solo estás celoso.

Illium soltó una risotada incrédula, pero Dmitri entrecerró los ojos.

—Prefiero follarme a mujeres que no están cubiertas de espinas.

—¿En serio? Me partes el corazón.

Illium empezó a reírse con tantas ganas que estuvo a punto de caerse al agua.

—Ha llegado Nazarach —consiguió decirle por fin a Dmitri... mientras enredaba el cabello de Elena entre sus dedos—. Quiere hablar contigo sobre la extensión de un contrato como castigo por un conato de fuga.

El rostro de Dmitri no reveló nada mientras salía del agua con una elegancia innata y sensual. En esa ocasión, Elena mantuvo los ojos abiertos, ya que se negaba a perder esa silenciosa batalla de voluntades. El cuerpo de Dmitri era una extensión de piel suave besada por el sol y situada sobre puro músculo... Unos músculos que se flexionaron y mostraron su inmenso poder cuando el líder de los Siete se agachó para ponerse los pantalones.

Dmitri la miró a los ojos mientras se subía la cremallera. Los diamantes, las pieles y la inconfundible esencia del sexo se enrollaron alrededor de su garganta como si fueran un collar... o el nudo de la horca.

—Hasta la próxima. —La esencia se desvaneció—. Vámonos. —Se dirigía a Illium, y su tono era el de una orden.

Elena no se sorprendió ni lo más mínimo cuando Illium se puso en pie y se marchó con un simple adiós. El ángel de alas azules bromeaba con Dmitri, pero estaba claro que, al igual que el resto de los Siete (o al menos los miembros que ella conocía), lo obedecería sin rechistar. Y todos ellos entregarían su vida por Rafael sin pensárselo dos veces.

El agua empezó a agitarse a causa del viento originado por el aterrizaje de un ángel.

Las esencias del mar y de la lluvia, limpias y frescas sobre su lengua.

Elena sintió que se le tensaba la piel, como si de repente su cuerpo fuera demasiado pequeño para contener la fiebre que lo inundaba.

—¿Vienes a provocarme, arcángel? —Su esencia siempre había alterado sus sentidos de cazadora, antes incluso de que se convirtieran en amantes. Pero ahora...

—Por supuesto.

Sin embargo, cuando Elena volvió la cabeza para enfrentar su mirada mientras él se acercaba al borde, lo que vio la dejó sin aliento.

—¿Qué pasa?

Rafael estiró la mano para quitarle los sencillos aros de plata que llevaba en las orejas.

—Esos pendientes se han convertido en una mentira. —Cerró la mano, y cuando la abrió de nuevo, un polvo plateado comenzó a caer sobre el agua.

—Ah... —La plata sin adornos era para las personas que no estaban comprometidas, hombres o mujeres—. Espero que tengas unos sustitutos —le dijo al tiempo que se volvía (con las alas empapadas de agua) para poder sujetarse al borde con las manos y mirarlo de frente—. Esos los compré en un mercado de Marrakech.

Rafael abrió la otra mano para mostrar un brillante par de aros nuevos. Igual de pequeños, igual de prácticos para una cazadora, pero tallados en ámbar. Una preciosidad.

—Ahora... —dijo mientras se los colocaba en las orejas—... estás formalmente comprometida.

Elena contempló el anillo de Rafael y sintió un estallido de posesión.

—¿Y dónde llevas tú el ámbar?

—Todavía no me has hecho un regalo que lo tenga.

—Pues ponte algo que lo lleve hasta que consiga alguna cosa. —Porque él ya no estaba libre, no era una invitación disponible para todas aquellas que desearan acostarse con un ángel. Esa criatura le pertenecía a una cazadora, a ella—. No quiero manchar la alfombra de sangre matando a todas esas estúpidas rameras que persiguen a los vampiros.

—Qué romántica, Elena... —Su tono sonaba despreocupado y su expresión no había cambiado, pero era evidente que se estaba riendo de ella.

Así que lo salpicó. O intentó hacerlo. El agua se congeló entre ellos, como una escultura de gotas iridiscentes. Fue un regalo inesperado, un atisbo del corazón del niño que Rafael había sido una vez. Elena extendió la mano para tocar el agua congelada... y descubrió que no estaba congelada. Se quedó maravillada.

—¿Cómo consigues mantenerla así?

—Es un truco de niños. —La brisa agitó su cabello mientras el agua se aquietaba—. Podrás controlar estas cosillas cuando seas un poco mayor.

—¿Qué significa «mayor» en el idioma de los ángeles?

—Bueno, aquellos de los nuestros que tienen veintinueve años son considerados infantes.

Elena levantó la mano y deslizó los dedos sobre la línea firme de su muslo. Tenía un nudo de expectación en el estómago.

—No creo que tú me consideres una niña.

—Eso es cierto. —Su voz sonaba más ronca, y su pene estaba duro como una piedra bajo el tejido negro de los pantalones—. Pero sí considero que aún no te has recuperado.

Elena alzó la mirada. Sentía el cuerpo húmedo por dentro.

—El sexo es relajante.

—No el tipo de sexo que yo quiero. —Palabras calmadas y relámpagos en sus ojos, un recordatorio de que era al arcángel de Nueva York a quien intentaba seducir.

Sin embargo, no había sido rindiéndose como logró sobrevivir a él el día que lo conoció.

—Ven conmigo.

Rafael se puso en pie y rodeó el estanque para situarse a su espalda.

—Si me miras, Elena, romperé las promesas que he hecho por el bien de ambos. —Ella se habría dado la vuelta de todas formas, ya que era incapaz de resistir la tentación de contemplar la belleza arrebatadora de ese cuerpo masculino, pero Rafael añadió—: Te haría daño sin darme cuenta.

Por primera vez, la cazadora comprendió que no era la única que se enfrentaba a algo nuevo, a algo inesperado. Permaneció inmóvil y oyó el ruido sordo que hicieron las botas al caer sobre la nieve, el susurro íntimo de las ropas al deslizarse sobre su cuerpo. Al imaginar la fuerza fibrosa de esos hombros, de esos brazos, sintió un hormigueo en los dedos, que deseaban acariciar los planos rígidos de su abdomen, la musculosa longitud de sus muslos.

Sus propios muslos se tensaron cuando el agua se agitó a su alrededor, alterada por un cuerpo mucho más grande y fuerte que el suyo. Contuvo el aliento cuando Rafael se acercó a ella, hasta que colocó las manos en el reborde de roca y la dejó encerrada. Extendió las alas para que el arcángel pudiera apretarse contra su espalda, e inspiró con fuerza.

—Rafael, esto no me ayuda en nada.

Notó la presión de su pene como un hierro al rojo vivo contra la piel, y el contacto de las alas le provocaba punzadas cálidas en el vientre. Un instante después, los labios masculinos le rozaron la oreja.

—Me torturas, Elena. —Los dientes se cerraron sobre su carne en un mordisco no demasiado suave.

Elena gritó, y el sonido resultó estridente, desconcertado.

—¿A qué ha venido eso?

—He guardado celibato durante un año, cazadora del Gremio. —Una mano enorme de dedos fuertes y masculinos le cubrió el pecho—. La necesidad me agria el carácter.

—Vaya, ¿no me digas que no has enterrado la polla en una de esas preciosas vampiras mientras yo no estaba disponible?

Rafael le pellizcó el pezón lo bastante fuerte como para hacerle saber que se había pasado de la raya.

—¿Tan poco valoras mi honor? —El hielo inundó el aire.

—Estoy celosa y frustrada —replicó ella, que extendió la mano hacia atrás para colocar la palma sobre su mejilla—. Y sé que tengo un aspecto horrible. —Sin embargo, las vampiras que superaban las primeras décadas tenían un aspecto arrebatador, con esa piel inmaculada y esos cuerpos esbeltos. Muy pocos humanos tenían la oportunidad de acostarse con un ángel, ya que había quien los superaba con creces en belleza.

Rafael deslizó la mano por uno de sus costados.

—Es cierto que has perdido un poco de peso, pero eso impide que me muera por penetrarte hasta hacerte perder el sentido.

4

E
lena se quedó muda durante unos segundos. Cuando pudo volver a hablar, su voz sonó como un gemido ronco.

—Estás intentando matarme...

Un apretón en el pecho. Tenía la piel tan tensa que el placer era casi doloroso.

—Es una forma de castigo mucho mejor que despedazarte miembro a miembro.

—No se puede practicar el sexo con una mujer muerta, ¿verdad?

—No.

Las llamas consumieron su espalda cuando Rafael deslizó las manos hacia abajo y recorrió la carne turgente de sus glúteos con los dedos.

—La mayoría de las veces no sé si hablas en serio o no.

Los dedos dejaron de infligirle ese sensual tormento.

—¿Y de verdad quieres que yo sepa eso? Es una debilidad.

—Alguien tiene que dar el primer paso. —Levantó el pie para deslizado sobre su pantorrilla.

Rafael la besó en el cuello.

—La honestidad no te servirá de mucho entre los ángeles.

—¿Y contigo?

—Estoy acostumbrado a utilizar todo lo que sé para asegurar mi posición de poder.

Elena apoyó la barbilla en las manos para permitirle que masajeara los nudos que notaba en la zona donde las alas se unían a su espalda. Era una sensación exquisita... tan maravillosa que supo de inmediato que jamás permitiría que nadie más la tocara allí, ni siquiera en plan amistoso. Sería como una traición.

—Tú eres bastante sincero.

—Puede que entre nosotros... —dijo muy despacio, como si reflexionara sobre ese asunto— sea más un punto fuerte que una debilidad.

Sorprendida, Elena volvió la cabeza.

—¿En serio? En ese caso, cuéntame algo sobre ti.

Rafael apretó con los dedos un punto particularmente sensible, y Elena soltó un gemido antes de volver a apoyar la cabeza sobre las manos.

—Señor, ten piedad.

—No es a Dios a quien deberías pedirle clemencia. —Su tono tenía un matiz posesivo que se estaba volviendo de lo más familiar—. ¿Qué te gustaría saber?

Ella se decidió por lo primero que se le pasó por la cabeza.

—¿Tus padres siguen con vida?

Todo se congeló. La temperatura del agua bajó con tanta rapidez que Elena ahogó una exclamación. Su corazón se desbocó a causa del pánico.

—¡Rafael!

—Debo disculparme una vez más. —Un susurro cálido contra su cuello. El agua empezó a calentarse y su cuerpo dejó de correr el peligro de convertirse en un cadáver azul—. ¿Con quién has estado hablando?

Tal vez el agua se hubiera entibiado, pero la voz del arcángel era como la brisa del Ártico.

—Con nadie. Preguntar por los padres es algo que se considera bastante normal.

—No si preguntas por los míos. —Apretó su cuerpo contra el de Elena y le rodeó la cintura con los brazos.

Ella tuvo la extraña sensación de que Rafael buscaba consuelo. Sin embargo, le pareció algo tan raro en un ser con tantísimo poder que apenas pudo creerlo. Con todo, lo rodeó con los brazos sin dudarlo y confió en que él la mantuviera por encima del nivel del agua.

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