El bokor (51 page)

Read El bokor Online

Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

BOOK: El bokor
8.5Mb size Format: txt, pdf, ePub

Jeremy se encargaría de todos, sin prisas, meditando cada paso. No había razón para correr, tenía toda la eternidad a su disposición ya que había vencido a la muerte como tantas veces se lo había prometido.

Repasó su última conversación con Jeremy. Había sido hacía unas semanas pero parecía una eternidad, en ese mismo árbol, Jeremy con sus pantalones de mezclilla rotos por las rodillas y con algunos parches que hablaban de sus creencias religiosas. Una chaqueta de cuero que debió ser marrón en algún tiempo, con una calavera en la espalda. En sus manos, anillos con motivos de la muerte o con púas afiladas. Jeremy era un gótico, alucinado por los piercing y los tatuajes, tenía más de diez en su cuerpo, sus brazos, antebrazos, su espalda y pecho, lucían divinidades nigerianas. Su pelo, largo y desarreglado era fiel reflejo del desprecio que sentía por su padrastro y las normas militares que intentaba imponer en casa.

Francis por su parte era un chico de vestir casual, ensimismado, temeroso, incapaz de llevar la contraria a su padre hasta que conoció a Jeremy y lo convirtió en algo parecido a un ídolo, para Francis, alguien capaz de desafiar a su figura paterna era material de veneración, cuanto más alguien que desafiaba a la iglesia misma con sus poses ocultistas y el desprecio absoluto por las figuras emblemáticas de la religión. Que los muertos hubiesen aparecido en la iglesia no había sido fortuito, Jeremy dejaba ver que ni aun después de atravesar el umbral de la muerte, sentía respeto por los católicos y sus creencias.

Quizá había sido el mismo Adam Kennedy quien se había encargado de alimentar aquella rebeldía en el muchacho, el padre era un sujeto extraño, con esa mezcla de católico y santero, con sus prendas seculares pero con un actuar laico. Hubiese deseado estar presente en las conversaciones que su amigo y aquel sacerdote habían tenido, de seguro muchos misterios se revelaban en aquellas pláticas de horas en las que Kennedy fingía ser el psiquiatra de Jeremy, una fachada para poder hablar de temas más arcanos, más trascendentales, más místicos.

Lo conversado con Kennedy solo le llegaba a Francis de segunda mano y a pesar de que su amigo le merecía confianza, sabía que muchas cosas se las quedaba para sí, por considerarlo apenas un iniciado. Aquella última noche le había hablado de lo molesto que lo hacía sentirse Adam Kennedy, ya que sentía que su desarrollo estaba siendo paralizado por culpa de su madre y su padrastro que impedían al sacerdote hablar libremente de sus creencias con él. Kennedy había dejado de hablar de la santería y el vudú para comenzar a tratarlo como si fuera un desquiciado, algún muchacho estúpido a quien se le escapó un tornillo y comenzaba a decir insensateces. Kennedy tenía que saber que él no era así, no era un simple chico sediento de aventuras a quien los grupos de rock se le habían hecho escasos en sensaciones y que recurría a la religión como un medio para aplacar su sed de adrenalina. Tampoco era un drogadicto sin control, el uso de las drogas lo hacía para aumentar su claridad mental y no para embrutecerse. Aquella noche, Jeremy se movía nervioso como víctima del síndrome de abstinencia de la droga que se había acostumbrado a usar con cada vez mayor frecuencia, lucía frenético, ansioso, bajaba del árbol y caminaba, para volver a subir cada vez con mayor dificultad, según Francis, gracias al estado en que la yerba lo ponía.

Francis no hacía más que mirarlo a la espera de alguna revelación. Fue cuando lo dijo, con una voz firme dijo que volvería de la tumba para vengarse de todos. Lloraba, maldecía, se frotaba las rodillas con sus manos temblorosas. Miraba a Francis con los ojos perdidos. Kennedy debe hacerlo:

—Dijo con voz menos firme. Francis solo lo miraba y Jeremy comenzó a sostener una conversación consigo mismo, como si dos personas discutieran sobre lo que sería más acertado hacer. No era la primera vez que parecía estar poseído por un alma mortificada. Su corazón latía aprisa, quizá más del doble de sus habituales pulsaciones. Sudaba. Se retorcía en el árbol como si un profundo dolor se le afincara en el pecho y luego se relajaba hasta quedar exangüe, pálido, con apenas las fuerzas suficientes para continuar respirando.

—¡Anmwe, Francis!

Francis lo miraba pidiendo ayuda, mas no sabía como ayudarle a su amigo en aquel trance.

—Kisa ou bezouen, Jeremy? Dime ¿qué necesitas?

—Eske ou te we Kennedy?

—No se dónde pueda estar, Jeremy, pero lo buscaré si así lo quieres.

—Ki kote li ale?

—No lo sé, ignoro donde puede haberse ido.

—Kote nou ye?

—En el árbol, en nuestro escondite. Rete tranquil, Jeremy.

El chico vivía una euforia descontralada y el corazón seguía acelerándose. Su cara lucía ahora un color arena y sus pupilas dilatadas ocupaban todo el ojo. Francis temió que sufriera un colapso y que cayera de aquel árbol.

—Touye, touye…

—¿Matar a quién, Jeremy?

—Ii, Francis, touye Ii.

—No sé a quén te refieres, Jeremy.

El chico apretó la mano de Francis con una fuerza inusual y Bonticue estuvo a punto de soltar un grito.

—Kisa ki rive ou?

Jeremy no respondía, solo un estertor de sus piernas dejaba ver que no estaba desmayado. Francis puso su mano en la muñeca de Jeremy y contó por espacio de quince segundos, cincuenta pulsaciones. Tan seguida una de otra que le costaba llevar la cuenta. Su amigo estaba sufriendo un shock. Desde hacía días había empezado a desentoxicarse con metadona, recomendada por Kennedy, pero aquella noche al parecer, Jeremy había cruzado la barrera y el síndrome de abstinencia lo estaba matando.

—Hablame Jeremy —dijo Francis finalmente en español. Su amigo solo hacía un ruido gutural y se aferraba más fuerte a su mano.

—¿Deseas que te inyecte?

Un nuevo sonido sordo se escapaba de la garganta del muchacho que sudaba copiosamente. Francis sabía del síndrome de abstinencia, lo había vivido en él mismo aunque nunca tan severo como aquello que le estaba ocurriendo a Jeremy. Sabía perfectamente que aquellas manifestaciones en el cuerpo de su amigo se debían a la necesidad de utilizar la heroína, La reacción del organismo ante la abstinencia solía ser, en principio, respiración agitada acompañada de bostezos, lagrimeo, flujo nasal y sudoración; luego se presentaba la hiperactividad, el sentido de alerta exacerbado, incremento del ritmo cardiaco, piel de gallina y fiebre, además de otras manifestaciones como pupilas dilatadas, temblores, escalofríos, dolor muscular, inapetencia, dolor abdominal y diarrea. El mismo Jeremy le había contado sobre los estados de dependencia física que experimentaba con la metanfetamina y el polvo de ángel que aquellos hombres le proveían. Los culpables eran ellos, le habían cortado el crédito luego de hacerlo dependiente. Por eso Jeremy estaba muriendo, por eso había tenido que someterse a los deseos de Alexander McIntire. Su padrastro lo había sorprendido en un estado de ansiedad sin límites y lo había internado en una clínica para adictos sin que su madre se diera cuenta. Aquella noche había logrado escapar del centro de atención y lo primero que hizo fue llamar a Francis para obtener algo de droga que pudiera devolverle la tranquilidad, pero la marihuana era insuficiente para las necesidades de Jeremy, tenía que conseguir heroína o cocaína cuanto antes. Ayudó a su amigo a bajar del árbol, casí tuvo que echarlo a sus espaldas y bajar con el peso muerto de Jeremy. Faltando un par de pasos para descender por completo, el cuerpo de Jeremy se bamboleó y cayó sobre la grama. Pareció no sentir el dolor. No se quejó, ni un gemido se escapó de su boca, solo aquel sonido gutural que parecía implorar por auxilio.

—¿Por qué temía morir? Jeremy era inmortal, volvería de la tumba tal como lo había anticipado. Un ángel no teme a la muerte o quizá se tratara solo de la transición hacia una nueva dimensión lo que lo hacía verse temeroso, con aquellos ojos perdidos en el cielo azul. Francis lo tomó por los hombros y lo arrastró hacia la sombra que proyectaba un abedul, lo recostó contra su tronco y corrió en busca de ayuda. No sabía a quién acudir, quizá Kennedy como psiquiatra podría atenderlo, o quizá aquellos mismos hombres que le vendían la droga hubiesen pasado muchas veces por ese mismo estado y sabrían qué hacer. Decidió ir por el sacerdote, corrió hasta el edificio donde sabía que vivía, pero no lo encontró allí. El encargado del edificio no supo decirle dónde encontrarlo a pesar de que le ofreció algunos dólares a cambio de la información. Una nueva carrera lo llevó hasta los barrios bajos donde buscó a los sujetos que le vendían drogas a su amigo. No le costó mucho encontrarlos, en un callejón un hombre blanco y otro negro parecían esperarlo o quizá esperaban a cualquier otro de sus clientes. Un hombre negro de edad madura hablaba con ellos, sus ojos amarillos y los colgajos de piel en su cara le hacían ver que estaba muy enfermo. Compraba droga, quizá para soportar el dolor de su enfermedad o para sobrellevar la ansiedad de la misma.

—Solo necesito unos cuantos gramos —decía el hombre mientras tosía insistentemente.

—No hay más crédito para usted, señor Renaud —dijo el tipo negro con desdén.

—Otras veces les he pagado puntual.

—Pero el estado de su salud no es alentador, señor Renaud, debemos cuidar el negocio.

Francis interrumpió:

—Necesito unos gramos de lo que está consumiendo Jeremy —dijo sin pensarlo.

—¿Quién demonios eres tú y quién es Jeremy?

—El chico de los McIntire —repuso Francis ansioso.

—El amigo del sacerdote Kennedy —dijo el tipo blanco.

—Ya lo recuerdo. ¿Por qué no ha venido él mismo como hace siempre?

—Está en crisis, necesita con urgencia una dosis.

—Véndele lo que pide —dijo el negro.

—Yo también conozco a Kennedy —dijo Renaud que veía una luz de esperanza. —El padre pagará por mí.

—El maldito sacerdote tampoco tiene crédito con nosotros. Se ha dedicado a fustigarnos. Si es usted su amigo quizá debería decirle que deje de molestar o la pasará mal.

Francis ya no escuchó más, apenas le surtieron la dosis corrió hacia el sitio donde había dejado a Jeremy. Al llegar bajo el abedul su amigo no estaba. Una mancha de sangre sobre la hierba era la única prueba de que había estado allí. Lo buscó por los alrededores. Subió al árbol para dominar mejor el terreno y miró en todas direcciones, no había señales de Jeremy. Ya no lo volvería a ver con vida.

Un auto aparcó a un lado de la entrada al bosque, Francis se ocultó tras el tronco aunque se sentía más que seguro a aquella distancia. Dos hombres descendieron y hablaban con un tercero que se les había unido, parecía haberlos estado esperando. Francis aguzó la vista para tratar de identificar a los sujetos pero la distancia era mucha, solo de algo estaba seguro, no se trataba del policía que había ido a interrogarlo. Tampoco era su padre. Una nube eclipsó al sol que le daba de frente y a la distancia logró una mejor imagen, podría especular por el tamaño de la espalda y los gestos que hacía, que el tercer hombre se trataba de Alexander McIntire.

—El padre de Jeremy —dijo para sí en voz alta. —¿Qué hace aquí?

Los hombres caminaron hacia dentro del bosque sin molestarse en ocultar el coche en que habían llegado, luego, se sentaron en una banca cubierta por arbustos. Parecían discutir acaloradamente. McIntire movía sus brazos insistentemente. Algo no estaba bien. Francis pensó de inmediato que todo se debía a Jeremy y su regreso de la tumba. McIntire tenía que estar más que asustado de que su amigo regresara a cobrar venganza, sobre todo teniendo en cuenta la forma en que aquellos traficantes habían muerto. Jeremy sería implacable. Nada se podría escapar de su venganza ahora que había comenzado.

A unos pasos de allí, Alexander McIntire no lograba contener su furia.

—¡Maldición, les digo que el chico no está!

—Es imposible, un cadáver no desaparece así porque así.

—Pues este lo ha hecho, los detectives pidieron la exhumación y al abrir la caja no había nada allí.

—Señor McIntire, en principio, ¿Por qué solicitaron la exhumación los policías?

—El maldito chico Bonticue. Dijo que Jeremy había regresado de entre los muertos.

—Las alucionaciones de un chico no son suficientes para algo así, debe haber alguna otra causa.

—Mi mujer… Jenny afirma que ha estado viendo a Jeremy…

—¿En sueños?

—La mujer se ha vuelto loca, dice verlo tan claro como los puedo ver a ustedes ahora mismo.

—Su mujer está trastornada, dudo que los policías le hagan caso a una mujer histérica.

—Le hagan caso o no, el asunto es que el cuerpo de Jeremy no está donde debía estar.

—¿Y qué pretende que hagamos?

—Que lo encuentren por supuesto.

—¿Alguna sugerencia sobre dónde empecemos a buscar?

—Si tuviera una maldita idea de dónde puede estar lo buscaría yo mismo y no les pagaría la fortuna que ya les he pagado.

—Déjeme recordarle que sugerimos deshacernos del cuerpo, pero usted prefirió que no quedara lugar a dudas de que el chico había muerto por una sobredosis.

—Pude manejar el asunto con la policía, no había razón para exponernos haciendo desaparecer un cadáver cuando las causas de la muerte estaban claras.

—Quizá lo estaban para usted, aquella noche que lo encontramos en este mismo bosque el chico aún tenía oportunidad de salvarse. Si lo hubiésemos llevado a un hospital es posible que aun tuviera tiempo, pero usted no quiso alertar a la policía o a los médicos.

—No lo dejé morir.

—Piense lo que quiera señor McIntire, pero tenga en cuenta que en lo que a nosotros respecta, el trato está cumplido. Quería que Jeremy dejase de ser un problema para su amigo el político y así sucedió.

—No les pedí que lo mataran.

—Tampoco nos pidió no hacerlo. Las cosas salieron mejor de lo que pudiéramos haber pensado, no tuvimos que ensuciarnos las manos y usted se libró del problema.

—Un problema que ahora resurge.

—Los cadáveres no vuelven de sus tumbas, al menos no lo ha hecho ninguno que yo haya podido ver.

—Quiero al hijo de mi esposa de regreso en esa tumba, antes de que todos comiencen a hacer preguntas.

—A nadie le conviene la mala publicidad, haremos lo que esté a nuestro alcance.

—Eso no es suficiente. El cadáver debe aparecer de una manera u otra.

—¿Qué hay del chico Bonticue?

—¿Qué pasa con él?

—¿Cree que esté involucrado en todo esto? Al fin y al cabo ha desaparecido también y es muy probable que haya sido él quien hizo desaparecer el cadáver, usted sabe, estupideces de adolescente.

Other books

To Ride the Wind by Peter Watt
P.S. I Like You by Kasie West
Wolf in the Shadows by Marcia Muller
Torn by Gilli Allan
What Was I Thinking? by Ellen Gragg
Roses & Thorns by Tish Thawer
Nell by Elizabeth Bailey