El bokor (82 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

BOOK: El bokor
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—Puede que tengas razón.

—Lo que nos lleva a preguntarnos, una vez que lo tengamos ¿Cómo haremos para sacarlo de Cuba?

—En caso de que nos lo dé quien lo custodia.

—Eso es verdad, ni siquiera se me ocurre una razón por la que alguien confiaría en nosotros para entregarnos algo valioso, no nos conocen, no somos influyentes, no tenemos medios para obligarlos y hasta puede que esta gente termine matándonos si les suponemos una amenaza.

—Piensa demasiadas cosas a un tiempo, doctor.

—Lamento no haberlas pensado antes.

—¿Le gustaría regresar?

—Creo que pasamos ese puente hace muchos días.

—Entonces no nos preguntemos más y pongámonos en camino. Gavilán y Alvaro nos esperan.

—¿Dónde está mama Candau? —dijo Sebastian.

—Hace un momento estaba aquí.

—Esta mujer parece escurrirse entre las grietas, no es la primera vez que desaparece y luego aparece como si nada hubiese sucedido.

—Puede que ande haciendo sus necesidades. Es una mujer muy pudorosa.

—Tampoco sabes mucho acerca de ella ¿no es verdad?

—Lo poco que sé se refiere a ese sello y sus padres, además me dijo que su hijo había muerto en un accidente cuando Nomoko era apenas una criatura. Ahora que lo recuerdo, el cardenal me preguntó si mama me había contado toda su historia o algo por el estilo.

—¿Cómo si existiera un misterio?

—Eso me pareció pero no quise ahondar más, me parece que si ella deseara que lo supiéramos, nos lo diría sin necesidad de interrogarla.

—Padre Kennedy, cuando sucedió aquel incidente con Casas, lo que tomaron como una posesión demoniaca, ¿en realidad piensa que se trataba de un demonio hablando através suyo? Digo, ¿lo piensa como sacerdote?

—Estoy muy confundido al respecto.

—¿Duda?

—Soy un científico igual que usted, pero han sucedido cosas que no puedo explicar con la ciencia y a decir verdad, he intentado convencerme de que se ha tratado de sueños, locuras o alucinaciones producto de alguna droga en el ambiente o alguna comida a la que no estaba acostumbrado, usted sabe, algún hongo o hierba desconocida para mí.

—¿Marihuana o peyote?

—Se que ambas son populares y puede que unas cuantas hojas en el té pasen inadvertidas.

—¿Cuándo habla de alucinaciones a qué se refiere exactamente?

—Remolinos dentro de la casa, personas levitando, voces. Nada que no haya visto en alguna película de horror.

—Pero está seguro de haber estado despierto.

—Supongo que no puedo estar seguro de nada.

—Padre, ¿qué está tomando para las jaquecas?

—Aspirinas.

—Cada vez en dosis mayores ¿verdad?

—Solia hacerme infusiones de la cortesa del sauce blanco directamente, pero es más complicado.

—¿Se ha dado a ver por un médico?

—No se preocupe usted doctor.

—Me preocupa su estado general. He visto que le molesta la luz y que tiene problemas para conciliar el sueño, además en varias ocasiones me ha parecido que titubea al buscar las palabras, como si de pronto se le hubiese olvidado nuestro idioma. Como psiquiatra sabe bien que pueden ser síntomas de una lesión cerebral.

—O del stress de estar en esta isla por más tiempo del que hubiéramos deseado. No haga conjeturas, estoy bien, quizá un poco cansado, pero no hay nada de qué preocuparse. Allá está mama Candau, parece que nos espera a nosotros y no al contrario.

—Bien vamos, parece que va a llover y la humedad se hará insoportable en un par de horas.

Los cuatro hombres y la mujer reanudaron la marcha, Gavilán iba adelante abriendo una senda por la que le seguía Kennedy, mama Candau, Sebastian y hacia el final de la fila, Neco con un ametralladora en el hombro derecho y una pesada mochila en su espalda. El ruido de las ramas rotas espantaba a algunos monos que lanzaban aullidos y brincaban de árbol en árbol, colgándose de sus rabos.

—¿Crees que esta vez si estemos en la pista correcta? —Preguntó Kennedy mientras se secaba el sudor con un pañuelo.

—Asi es, padre. Por fin estamos en el camino correcto.

—¿Puedo saber cómo te ubicas en este bosque? No tengo la más remota idea de dónde estamos. A decir verdad, si me perdiera aquí no me encontrarían en años.

—Hay que poner atención a los detalles y dejar algunos rastros por si es preciso retornar a algún punto en particular.

—Lo he visto herir la corteza de algunos árboles con su machete.

—Así sabré si estamos viajando en círculos.

—¿Y no será más fácil que nos sigan si dejamos esas huellas?

—Venimos abriendo trocha, no hay forma de que no hallen nuestro rastro.

—Pero usted también sabe por donde nos siguen.

—Así es. Es el juego del gato y el ratón.

—No sé si esa analogía me consuela.

—¿Por qué cree que nos siguen? ¿Es tan valioso lo que buscan?

—Solo para nosotros.

—Pues parece que alguien más está interesado.

—¿Desde hace cuanto conoce al señor JR?

—Algunos años ya.

—¿Confías en él?

—Creo que eso es menos importante que el hecho de si usted confía en él y en los otros que vienen con nosotros.

—¿A qué te refieres?

—A que usted es el único que no parece interesado en comunicarse con otras personas fuera de aquí.

—¿Puede ser más específico?

—La mujer y el doctor han pasado comunicándose con alguien, supongo que en Yerba, al menos lo han hecho cuando la radio funciona.

—¿Los soldados les prestaban la radio?

—Es usted poco atento a los detalles.

—Puede ser así. Le ruego que no comente esto con nadie más.

Descuide padre, soy católico y nunca haría algo en contra de las leyes de Dios y de la iglesia.

—¿Sabes que JR fue un cardenal?

—Todos lo sabemos, el hombre era de la iglesia y por algún problema fue expulsado hace unos años.

—Una intriga en España.

—No lo juzgo. Es un hombre rico que paga bien, pero si me lo pregunta, nunca estaré de acuerdo con alguien expulsado por los católicos por muy inocente que diga ser.

—¿Qué sabes de Neco?

—No lo conocía. Ha llegado a Yerba poco antes que ustedes. Esta debe ser su primera misión en el ejército. No habla mucho y quizá sea mejor así, los soldados tienen muy poco verbo que resulte interesante, al menos para mi.

—Quisiera ofrecerte un trato.

—Usted dirá, padre Kennedy.

—Necesito saber que llegada la hora si me viera en peligro, me ayudarás a salir de aquí.

—Es mi obligación.

—Quisiera que fuera algo más que eso. Si necesitara escapar de Neco y los otros…

—¿Se siente usted bien, padre?

—¿Por qué lo preguntas?

—Se me hace extraño su comportamiento, a veces, me da la impresión de que es otra persona.

—Son ideas tuyas.

—He visto a gente volverse loca en la selva, se creen demonios o fieras atrapadas y corren en busca de dejar atrás algo que los espanta. En su caso no estoy seguro de que se trate de la locura de la selva.

—¿Y qué es lo que crees?

—Que hay algo más allá en usted, algo que aún no logro saber de qué se trata.

—Creo que todos estamos algo inquietos con todo esto… —Kennedy reflexionó un poco mientras Gavilán seguía cortando matas a su paso. —¿Crees que falte mucho? Está a punto de anochecer.

—Llegaremos antes de que el sol se ponga. ¿Qué buscan de estos hombres?

—Unas plantas muy interesantes.

—Hay algunas leyendas acerca de estos hombres.

—¿Y qué dicen?

—Que son una especie de brujos, descendientes de negros que vinieron de Africa hace muchísimos años. Que son un pueblo nómada que no se relaciona con otros seres humanos mas sí con los animales del bosque. Se dice que pueden hablar el lenguaje de las bestias.

—¿Y has oído hablar de algo como un tesoro?

—Hay muchas fantasías en Cuba, oir hablar de un tesoro escondido no es nuevo. Muchos hablan de galeones españoles cargados de oro que se hundieron en nuestras costas o de piratas que ocultaron sus riquezas y nunca volvieron por ellas.

—No es un tesoro como esos a los que me refería.

—¿Y está seguro de que se trata de un tesoro?

—¿A qué viene la pregunta?

—A que muchas veces las maldiciones suelen disfrazarse de tesoros escondidos.

—¿Qué sabes de maldiciones?

—También hay muchas leyendas referentes al vudú, al candomblé y a otros cultos venidos de Africa, donde se practican sacrificios humanos para obtener sabiduría y dinero.

—¿Y crees que los hombres a los que buscamos sean descendientes…?

—Es algo que sabremos pronto, los hemos encontrado —dijo asomándose por encima de una ancha hoja que comenzaba a mojarse con las gotas de lluvia que caían cada vez con mayor abundancia.

Capítulo LIX

Johnson miraba hacia todos sitios en busca de alguna pista que le indicara por donde podría haberse escurrido aquel sujeto. Ni siquiera tenía idea de a quien buscaba, si al asesino que tenía al departamento de cabeza o a un testigo que pudiera agregar un poco de luz a aquella investigación. Esperaba que los uniformados con sus perros entrenados hubiesen tenido más suerte con el rastro de sangre, pero algo le decía que tampoco habían dado con una pista reveladora. Miró su móvil por si había perdido cobertura dentro del bosque, el indicador mostraba señal plena, tenía cuatro llamadas perdidas, los tres primeros números eran de la estación de policía, el cuarto de un móvil que no pudo identificar. Marcó el número de la mensajera y escuchó con atención, las llamadas de la estación eran para saber si había tenido suerte y para que se reportara con Bronson, nada que dijera que en algo se había avanzado, el tercer mensaje sin embargo era más esperanzador, Natasha le pedía comunicarse con ella a la mayor brevedad posible.

Marcó el número y esperó ansioso la respuesta de la mujer.

—¿Detective Johnson?

—Así es Natasha, he recibido su llamada, tiene…

—Está aquí detective —interrumpió Natasha y creo que está drogado, no será difícil tomarlo por sorpresa.

—¿Dónde te encuentras?

—En el pasillo, cerca de la puerta de su apartamento, puedo escuchar ruidos dentro.

—Voy para allá, no tardaré más de diez minutos. ¿Tienes algún sitio desde donde vigilar sin ser vista?

—No, las puertas de los apartamentos contiguos están cerradas.

—Entonces ve a tu apartamento y pon atención por si escuchas ruido en las escaleras, en caso de escuchar algo llámame de inmediato.

Johnson tomó un taxi y pidió ser llevado al sitio donde había dejado su auto, serían un par de minutos de retraso pero si había que perseguir a Kennedy sería más sencillo teniendo su auto a mano. Pronto se encontró conduciendo y a una escasa distancia del edificio donde vivía el sacerdote. Faltando un par de kilómetros para llegar, el teléfono volvió a sonar.

—Dime Natasha.

—Escucho ruidos en las escaleras ¿es usted?

—No, pero estoy muy cerca, quédese donde está.

—Tocan a mi puerta…

—No abra —ordenó Johnson pisando el acelerador, luego escuchó una vez más la voz de la chica:

—Es usted, me ha dado un susto de muerte…

La llamada se cortó de inmediato lo que le dejo saber al detective que algo sucedía y maldijo el momento en que se detuvo para cambiar de auto. Un par de minutos después llegaba al edificio y entraba corriendo por las escaleras. No se detuvo a mirar al encargado del edificio que estaba tendido sobre el mostrador en estado de inconciencia. Llegó al apartamento de la mujer ya con el arma desenfundada y entró por la puerta abierta de par en par.

—Natasha —gritó mientras apuntaba con su arma a los puntos ciegos, tal como se lo habían enseñado en la academia. No hubo respuesta. Buscó rápidamente en el baño, todo estaba en desorden y no había rastros de la mujer. Marcó apresurado su número de teléfono y pudo escuchar el timbre en la misma habitación, buscó y lo encontró debajo de la cama. Corrió escaleras abajo y revisó el cuerpo del administrador, estaba en un coma etílico. Salió y revisó en los alrededores, no había rastros y en los vecinos se advertía la misma monotonía diaria, nada que pudiera sugerir que un secuestro se había producido apenas hacía un par de minutos.

El teléfono volvió a timbrar, era su compañero.

—Johnson, ¿dónde estás?

—En el apartamento de Kennedy, Natasha me ha informado de haberlo…

—¿Qué pasa?

—No, pensaba en que nunca me dijo de quien se trataba, ni yo se lo pregunté. Pero han raptado a la chica.

—¿Qué dices?

—Me llamó para decirme que escuchaba ruidos en la escalera y luego que tocaban a su puerta, al llegar me he encontrado su teléfono.

—¿Qué hay del administrador? ¿Ha visto algo?

—Está ebrio, no debe haber visto nada en al menos un par de horas.

—Revisa el apartamento, quizá encuentres algo que nos ayude.

—Ya estoy aquí, subía mientras hablábamos. Todo está revuelto, pero no hay señales de sangre, parece como si tuviera prisa en marcharse y hubiese tomado apenas lo imprescindible.

—Menos el teléfono.

—Estoy seguro de que no se marchó por su voluntad. Espera un segundo.

Johnson revisó en el baño y luego de unos segundos volvió a hablar con Bronson.

—No lo vas a creer.

—¿Qué pasa?

—Natasha, está embarazada. Hay una prueba de embarazo de esas de farmacia y el resultado es positivo.

—¿Crees que…?

—Es la mujer embarazada de que hemos estado hablando, maldito Kennedy.

—Yo visité a un sacerdote, el mentor de Kennedy. Es un anciano que apenas si puede hablar, pero su asistente me ha dicho que Kennedy era un paciente psiquiátrico, me ha dado su expediente y desde joven padece de disociación.

—¿Personalidad múltiple?

—Así es.

—Y la iglesia lo mantuvo activo.

—Su amigo quizá nunca informó de tal cosa y prefirió que se marchara a Haití y esconder los problemas. El asistente de Pietri me ha dicho que en ocasiones lo utilizaban como terapia de choque.

—Lo envían a un sitio donde se cure o reviente.

—Así parece.

—Malditos sacerdotes.

—Bonticue y McIntire están en problemas y creo que antes de que caiga la tarde habrán confesado todo.

—Pero no son los asesinos.

—No. Pero si están implicados en negocios sucios y en la muerte de Jeremy.

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