El bokor (80 page)

Read El bokor Online

Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

BOOK: El bokor
13.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lo que está fuera no puede entrar y lo que está dentro no puede salir.

—Algo así, es un sello como puede ver.

—¿Y dice que José Ramón no lo tiene consigo?

—No, pero es posible que sepa donde está, en algún momento se consideró que era el más apropiado para custodiarlo, pero declinó hacerlo por sentirse indigno.

—Comienza a caerme muy bien este hombre.

—Es algo peculiar.

—¿Peculiar?

—Ya se dará cuenta de lo que digo con solo mirarlo.

—Debe tener al menos unos sesenta y cinco años ¿no es verdad?

—Debe superar los setenta ya. La última vez que lo ví tenía el cabello blanco y una espesa barba que le llegaba casi al esternón.

—Creo hacerme una idea —dijo Kennedy con la imagen en la cabeza de un monje de hábito oscuro que contrastaba con el cabello y barba blancos como copos de nieve.

—Allá viene.

Kennedy sonrió al descubrir su error. El hombre lucía unos vaqueros ajustados sobre una prominente barriga y una camisa a cuadros de colores encendidos. Era más pequeño de lo que esperaba y su cabello y barba estaban bien cuidados, sin duda seguía pareciendo físicamente un cardenal y no un ermitaño como pensó al tiempo en que mama Candau se lo describía.

—Francisca —dijo el hombre abrazando a la mujer.

—José Ramón, me alegra volver a verte. Estos hombres son el padre Kennedy y el doctor Daniels. Ya te hablé de ellos por teléfono.

—Caballeros —dijo ceremonioso al estrechar la mano de ambos de una manera cálida— bienvenidos a Cuba, espero no hayan tenido contratiempos.

—Solo un par de hombres que nos siguen —dijo Daniels.

—No se preocupe usted doctor Daniels, pronto dejarán de ser un problema.

Daniels no supo cómo interpretar aquellas palabras que sonaban como una sentencia de un capo de la mafia y no de un hombre con una estampa de santo moderno.

—¿Es seguro que hablemos aquí? —Preguntó Kennedy.

—Tan seguro como cualquier otro sitio que escojamos.

—Eso no me anima —dijo el doctor que no intentaba disimular que la tensión le ganaba la partida.

—No tiene de qué preocuparse, al menos no por ahora. Esos hombres no intentarán nada hasta que estén seguros de que tienen el sello en sus manos. De alguna forma esperan que ustedes los lleven hacia él y no desperdiciar la oportunidad de tener un guía hacia algo que buscan desde hace muchos años.

—¿Qué es lo que esperan del sello?

—Poder, al igual que todos en este planeta.

—Pero, de acuerdo a mama Candau a usted el sello no le trajo más que problemas.

—No más que a ella misma —dijo con mirada dulce hacia la vieja— el sello no es una corona que traiga consigo poder terrenal y riqueza, el poder que trae es arcano y muy pocos tienen el conocimiento para utilizarlo como es debido, sea cuales sean sus fines.

—Esperaba que fuera una especie de amuleto —dijo Daniels.

—Todo poder en este mundo depende de quien lo utilice y para qué fines, las cosas no son buenas o malas por si mismas, es el hombre quien les da esa dimensión.

—¿Tiene usted el sello? —preguntó Daniels que parecía ansioso por acabar pronto con aquella visita a la isla.

—Lo siento, pero no.

—Pero tiene idea de dónde está ¿no es así?

—Encontrarlo no será fácil y hacerse con él puede ser la tarea más difícil y peligrosa que hayan enfrentado en la vida. Antes de buscarlo deberían preguntarse si realmente están dispuestos a sacrificar sus vidas y quizá hasta sus almas. Entiendo el deseo de mama Candau de obtenerlo y quizá hasta el suyo padre Kennedy, mama me ha hablado de la encrucijada en que se encuentra su vida, pero ¿Qué hay de usted, doctor? ¿Por qué desea usted el sello?

—Mis padres…

—Conocí a Percibal y creo que no sería su deseo que su hijo siguiera el mismo camino.

—Si mi padre fue asesinado por ese sello, deseo saber los motivos y quién es el culpable de su muerte.

—¿Han creido en la historia de Casas?

—Veo que ya está enterado de lo sucedido —dijo Kennedy que parecía estar fascinado con aquel hombre.

—Casas es un caso perdido, un maldito pederasta que nunca debió estar en la iglesia.

—¿Qué opinión le merece el padre Barragán?

—Perdió la batalla con el maligno, dejándose arrastrar a las tentaciones a las que fue sometido. Un súcubo es demasiada tentación para un simple mortal. ¿No es así, padre Kennedy?

Adam no se atrevió a responder, al parecer José Ramón estaba perfectamente enterado de lo que había sucedido con Amanda Strout y al igual que la vieja y Jean Renaud debía pensar que Jazmín, Amanda y Lilitu eran un mismo ser, creado para mortificar el alma de los hombres solos.

—Aun está a tiempo de luchar, padre Kennedy —continuó el hombre mientras se rascaba la barba— siento en usted una lucha interna que aun no tiene ganador, pero debe tener cuidado de no perder su mente.

Kennedy reaccionó ante la posibilidad de que aquel hombre conociera su pasado como enfermo mental, pero JR ya no se refirió más al tema.

—¿Qué puede decirme de mi padre? —Cortó Sebastian.

—Es una pena que lo hayan asesinado.

—Casas en su estado de… desvario —se corrigió Daniels— ha dicho que Amanda Strout está involucrada en su muerte. Amanda…

—Sé bien quien es la señorita Strout.

Kennedy tuvo un sobresalto.

—No debe usted sorprenderse, padre Kennedy. Este tipo de sensaciones y conocimiento más allá de lo comprensible viene con el sello. El que yo conozca de Amanda Strout sin embargo, no es un misterio, mama Candau ya me puso en autos de lo que todos ustedes piensan.

—¿Y cree usted que Amanda es un súcubo?

—Eso es algo que usted mismo deberá averiguar.

—Esperaba algo más que eso.

—¿Ha venido en busca de conocimiento, padre Kennedy?

—He venido por el sello.

—¿Y para qué desea usted tenerlo?

La pregunta lo sorprendió sin respuesta.

—El sello no le servirá de nada si usted ama a esa mujer y llega al convencimiento de que es un ser infernal. Para salvar su alma, tendría que matar a su cuerpo y dudo que sea algo que desee hacer.

—Quisiera saber qué es exactamente Amanda Strout.

—Es lo que quisiéramos saber de todos los seres que conocemos, cuál es su esencia, pero eso lamentablemente no está en las capas superficiales, para conocer a alguien debemos abrir su corazón y esto raras veces es posible. ¿Cómo conocer a alguien cuando todos nos empeñamos en mostrar una fachada que oculta lo que realmente somos?

—¿El sello? —se apresuró a preguntar Daniels que no dejaba de mirar a sus espaldas.

—De nada valdrá la prisa, doctor. El sello no llegará a sus manos gracias a la impaciencia o a un sentido de urgencia que es típico de los mortales y no de las cosas divinas.

—Aun así me gustaría que nos dijera si sabe dónde puede estar.

El hombre recorrió a sus interlocutores con la vista, finalmente posó sus ojos en mama Candau y esta asintió.

—El sello está oculto en la selva de esta prodigiosa isla que por si sola es un tesoro —dijo el hombre con un dejo de nostalgia— a menudo leo los poemas de José Fornaris. Han escuchado «desde el sena»:

«Tiene Cuba las vegas de Granada y las Pampas inmensas del Perú; de Helvecia los miríficos paisajes; del africano suelo el rústico bambú. Sustenta como Quito, un sol de fuego; fragorosas cascadas como el Rhin y oculta cada monte en sus entrañas los despojos de mártires sin fin. Tiene de Siria los gigantes cedros y las rosales vírgenes de Sión; los laureles magníficos de Atenas y una historia de sangre como Ilión.»

Los ojos de JR se humedecieron, el español había adoptado aquella tierra de caña de azúcar y tabaco o quizá había sido al revés y aquella tierra lo había hecho su hijo cuando otras lo habían expulsado por la avaricia y la corrupción de aquellos contra quienes luchó.

—El sello está en Santiago, al sur de un sitio llamado Yerba de Guinea. Le será fácil llegar hasta el pueblo, pero de allí en más será un camino tortuoso de muchos días y luego tendrán que ganarse la confianza de los hombres que lo custodian, lo que será más difícil aún. Tendría que prevenirlos de que dejen esta misión de lado, pero entiendo que los tres tienen fuertes motivaciones para encontrarlo.

—¿Solo eso nos puede decir? —dijo el doctor desanimado.

—Ustedes encontrarán el sello, solo si el sello desea que ustedes lo encuentren.

Daniel se despidió desalentado y mama Candau se fue tras él.

—Padre Kennedy, un momento —dijo el hombre tomándolo por un hombro— quisiera hablar con usted unos minutos a solas.

Kennedy siguió al hombre hasta sentarse en unas bancas desde donde no podían verlos sus compañeros.

—Es usted un hombre joven y fuerte, me recuerda mis años mozos en España, solía ser un deportista, no de élite claro, pero si aficionado a las carreras y a la gimnasia. Usted sin embargo, parece de músculos más cortos y fuertes.

—Me gusta el boxeo.

—Una afición extraña en un sacerdote.

—No peleo contra otras personas, al menos no desde hace mucho, ahora solo la pera y el saco soportan mis iras.

—¿Es usted descontrolado en su carácter?

—Tengo que admitirlo, soy muy sanguíneo y hay cosas que me hacen explotar fácilmente.

—En Haití supongo que hay muchas causas que abrazar y también muchas personas a quienes deseará romperles la cara.

—Se me ocurren unos cuantos.

—Supongo que el niñato que juega a ser presidente será el principal.

—Se equivoca. Hay un sujeto en Haití, dice llamarse Doc…

—La Mano de los Muertos.

—¿Lo conoce?

—Nunca se llega a conocer a un demonio, padre Kennedy. Ese hombre es más peligroso de lo que usted pueda suponer.

—Sé que practica el vudú.

—Es un bokor, un sacerdote de la Regla de Osha.

—Y por lo que me dice mama Candau un sellado.

—¿Solo eso le ha dicho Francisca?

—No es especialmente comunicativa.

—¿Le ha hablado del libro?

—Si. Una especie de instructivo…

—Y una genealogía de los sellados.

—¿Genealogía?

—Ese libro es muy antiguo aunque no tanto claro está como las tablas de las que fue copiado originalmente.

—¿Tablas?

—Grabados en un antiguo lenguaje africano. Una lengua conocida por muy pocos. En las tablas y posteriormente en el libro, fueron recogidos los nombres de los sellados. Cada vez que se hace un rito, debe anotarse en el libro.

—¿Una especie de fe de bautismo?

—Supongo que es una buena analogía. Tener el libro significa tener acceso a todos aquellos que han tenido contacto con el sello. Se dice, aunque no es nada que pueda considerarse más allá de una leyenda, que el libro sabe discriminar entre quienes fueron sellados puros y quienes no.

—¿Buenos y malos?

—Nada es tan sencillo, padre Kennedy, aunque supongo que a los ojos de cada persona el mundo puede clasificarse de tal manera. Más bien me refería a que en el libro, según se dice, los que han sido sellados cuando ya han estado contaminados por una presencia no humana aparecen con un signo, algo parecido a un caballo de fuego. Supongo que ya sabe lo que significa un caballo ¿no?

—Alguien que es utilizado para que un espíritu se manifieste.

—Una especie de vehículo para seres que han traspasado el umbral. Quizá lo más cercano que podamos considerar en nuestros tiempos es un médium, solo que estas personas a su vez pueden utilizar a otros seres como caballos y dominar completamente sus voluntades.

—¿Una especie de zombi?

—Sin esa figura tétrica de que se le ha dotado. Me ha dicho mama Candau que es usted psiquiatra.

—Así es.

—Entonces será más sencillo si lo ve como un síntoma de personalidad múltiple, solo que, para quienes creen en el sello, no se trata de un desorden mental, sino de que efectivamente, varias personalidades habitan un cuerpo y lo que hace una de ellas es ignorado por las otras, aunque claro, siempre hay una personalidad dominante que puede tener un grado de conciencia mayor.

—Pero quienes utilizan a caballos son entidades espirituales, quiero decir, se trata de muertos en un estado de posesión sobre personas vivas y no de vivos habitando dos cuerpos a un tiempo ¿me equivoco?

—Pocos se atreverían a responder esa pregunta en una u otra forma.

—¿Usted qué cree?

—Como le dije, cuando se sella a una persona con dos entidades dentro, es posible que una de ellas se desdoble y habite temporalmente en otro cuerpo. He oido de casos como los que apunta, sin embargo, no es nada que pueda soportar un razonamiento científico, si el sello impide entrar y salir, no debería existir la posibilidad de que una de las entidades salga a su antojo.

—Usted es un sellado.

—Así es.

—Lo fue antes de…

—Si por supuesto.

—¿Qué signo estaría junto a su nombre en el libro?

—Una letra C, muy similar al sello propiamente dicho.

—¿Mama Candau le ha mostrado su sello?

—No y nunca me atrevería a pedírselo.

—El mío está en la espalda —dijo mientras se retiraba un poco la camisa para que el sacerdote pudiera mirar una especie de grabado en su piel. Efectivamente parecía una letra C, aunque algo estilizada. La piel estaba quemada a profundidad y Kennedy no dudó en que debió haber sido doloroso.

—José Ramón, me hablaba de la Mano de los Muertos y me preguntó si mama Candau me había dicho algo más respecto a ese hombre.

—Como le indiqué, la Mano de los Muertos es peligroso, aunque Doc no lo sea.

—No creo entenderle.

En ese cuerpo habitan dos espíritus, el de Doc, un simple mortal como todos los demás, no muy diferente a usted o a mí y el que dice llamarse la Mano de los Muertos, una especie de demonio capaz de actos atroces.

—¿Cómo asesinar?

—No tiene límites en su actuar. No lo rige un código moral, simplemente actúa a través de su caballo.

—¿Y que sucede si Doc llegase a morir?

—Eso dependerá de cómo muera ese hombre.

—¿Quiere decir que es posible acabar con una entidad como la Mano de los Muertos o la misma Lilitu?

—¿Qué sabe usted de Lilitu?

—Ardath Lilith, la primera mujer de Adán, la que se negó a subordinarse y prefirió habitar con demonios. Mama y los otros creen que habita en Amanda Strout.

Other books

The Towers of Trebizond by Rose Macaulay
Darker Still by Leanna Renee Hieber
The Midnight Road by Piccirilli, Tom
Blue Warrior by Mike Maden
Haywire by Justin R. Macumber