El bokor (79 page)

Read El bokor Online

Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

BOOK: El bokor
3.96Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿En esta ciudad? Creo que será más fácil que nos perdamos nosotros en el intento. Mira a mama Candau, parece que nunca salió de Haití, esta liada con el equipaje.

Kennedy sonrió por primera vez en mucho tiempo.

Vamos doctor, busquemos salir de aquí de una vez por todas.

La Mano de los Muertos, entró al despacho de Duvalier que hablaba con Amanda Strout, la mujer tenía un muy mal aspecto, parecía haber estado llorando.

—Señor Duvalier, tengo información importante.

—¿Ha llegado el paquete?

—Así es. Mis hombres han llamado para decirme que está a su vista.

—Bien. Todo está según lo acordado.

—Creo que soy inoportuna aquí —dijo Amanda saliendo de la habitación— no soy tan estúpida para saber que mi presencia no es grata.

—Tiene muy mal carácter la señorita Strout —dijo la Mano.

—Es muy fogosa, pero es justo lo que necesitábamos.

—No nos ha servido de mucho, pero el padre está loco por ella.

—Con eso basta, si el que lo esté nos lleva hasta el sello.

—Los hombres están en posición.

—¿Se han dejado ver?

—Por supuesto, tal como usted lo solicitó.

—Si creen conocer al enemigo no se ocuparán de los demás.

—Es usted astuto como una serpiente, señor Presidente, muy parecido a su padre.

—Mi padre no logró obtener el sello, yo si lo lograré y tú obtendrás tu recompensa por eso.

—Ya he obtenido más de lo que quería.

—Tu premio no era Amanda Strout, en eso actuaste por tu cuenta.

—No pensé que le importara.

—No me importa. Solo quiero que estemos claros en algo Lawrence…

—Por favor llámeme…

—Lo llamaré como quiera —dijo el chico golpeando el escritorio— la próxima vez que haga algo como esto sin consultármelo no vivirá para arrepentirse.

—Tiene usted un carácter explosivo, su padre era más comedido —dijo el hombre rascándose la barba trenzada.

—Soy muchas cosas que mi padre no fue, ya es hora de que usted se dé cuenta de eso. Si no quiere tener problemas con los Tontón Macoutés sepa cual es su lugar.

—¿Y cuál sería ese, señor Duvalier?

—Ser mi perro guardián. Desde un inicio le he dejado claro que no obtendrá ningún provecho de mi amistad si usted no me obedece en todo lo que se me antoje y sin embargo, no es la primera vez que hace cosas como estas a mis espaldas.

—Amanda Strout fue la culpable, ella fue quien me invitó a ir a su casa y luego…

—Supongo que no pensará que creeré esa estupidez. No me dirá que las drogas que la hizo aspirar no fueron las responsables de que esa mujer cayera en sus brazos.

—Está usted muy enterado de las cosas.

—No se llega a ser Presidente sin tener contactos.

—Salvo que el padre haya sido Presidente —dijo la Mano en un susurro.

—¿Qué ha dicho?

—Que está usted demasiado tenso señor Presidente, quizá debería relajarse un poco.

—¿Yerba?

—Tengo de la mejor, como siempre, quizá un viaje nos relaje a ambos.

—Tengo asuntos de Estado que atender, pero puede que luego pueda usar un poco, déjela sobre el escritorio antes de irte.

—Como usted mande señor Presidente.

La Mano de los Muertos sacó una bolsa con varios cigarrillos y dejó tres sobre el escritorio, luego miró a Duvalier con los ojos entornados, como si quisiera meterse en su cabeza para adivinar sus pensamientos.

—Señor Presidente, espero que entienda la situación en la que estamos. A ninguno de los dos le es conveniente hacer tonterías y mucho menos tratándose de una diferencia respecto a esa mujer. Si usted no desea que me acerque a ella, no lo volveré a hacer.

—Me parece que empiezas a entender.

—Sin embargo, señor Duvalier, tampoco quisiera que confunda mi actuación. No le temo, ni a usted ni a los Macoutés, con muchos de ellos incluso debería usted preguntarse a quién le sirven.

—Me interesa que me teman, no su lealtad.

—¿Y a que cree usted que le tienen más miedo, a usted y su poder o a mi y mi magia?

—Quizá si ven que lo cuelgo de la plaza desollado sepan a quien deben temer.

—Tiene una lengua muy ligera señor Presidente.

—Y usted está colgando de un hilo muy delgado, no haga que este se rompa y decida no dejarlo marchar.

—Me marcho entonces.

—Pero manténgame informado.

—Como usted guste señor Presidente.

La Mano de los Muertos cerró la puerta tras de sí y rechinó los dientes mientras decía algunas palabras en creole. Eran palabras de brujería dirigidas a aquel niño que quería jugar a ser presidente. No había tenido esos problemas con Papa Doc, éste si respetaba sus poderes como bokor y de alguna manera le tenía un respeto o temor muy gratificante, pero el chico era un imbécil que creía que podía dominarse a alguien que tiene el poder del vudú en sus manos. Caminó con prisa hacia la salida y al pasar junto a Amanda sintió el ácido de su mirada.

—Señorita Strout, luce usted hermosa este día.

Amanda lo miró fríamente como era habitual.

—¿No me responde? Parece que hoy no está tan conversadora como otras veces.

—No me apetece en lo más mínimo hablar con usted.

—Es usted una mujer deliciosa —dijo tomándola de la cara y acercándose tanto que Amanda pudo sentir su aliento— pero al igual que un buen caballo, necesita ser adiestrada.

—Suélteme imbécil —se retorció Amanda librándose de la garra de aquel hombre— si vuelve a tocarme…

—Parece que hoy todos los de esta mansión están muy dados a lanzar amenazas vacías.

—Creame que si de alguna debe preocuparse es de la mía. Si vuelve a tocarme una vez más…

—Señorita Strout —sonó la voz de Baby Doc que abría la puerta. —¿Puede venir un momento?

Amanda lanzó una mirada fulminante a la Mano que se despidió con una sonrisa que le revolvió el estómago a la mujer.

***

Kennedy, Daniels y Candau llegaron al hotel luego de perder a sus perseguidores. Un joven conductor de taxi los había llevado por los sitios más poco accesibles antes de desaparecer dejando atrapados a los dos sujetos que los seguían en un embotellamiento.

—El chico lo hizo bien —dijo Kennedy— se ha comportado como en las películas.

—Ha sido emocionante —dijo Daniels— nunca había sido seguido de esta forma, en algún momento pensé que nos dispararían.

—No diga tonterías doctor —dijo mama Candau— no buscan matarnos, al menos no antes de llegar hasta el sello.

—Pero podrían habernos secuestrado.

—Saben bien que aun no sabemos nada del sello. Nos necesitan para llegar a él.

—Quizá tiene razón —dijo Kennedy. —No esperaba que supiera usted de estas cosas.

—Mis padres pertenecieron a esa sociedad de que tanto hemos hablado y creame, desde niña aprendí a manejar secretos y también a cómo obtenerlos de quienes los tienen.

—Quizá debería instruirnos.

—Esos hombres no son más que señuelos. Mientras ustedes dos los miraban en el aeropuerto yo buscaba a quien realmente han asignado seguirnos.

—Pero estos tipos…

—Sin duda eran hombres de Duvalier, doctor, pero no saben nada respecto al sello, quien nos busque será alguien diferente, no un sabueso. Cuando salimos del aeropuerto pensaban rastrearnos, colocaron un dispositivo en nuestro equipaje.

—¿Qué dice?

—En este momento deben estar siguiendo a un par de rusos que venían en nuestro avión.

Kennedy rio abiertamente:

—Mama Candau, no deja usted de sorprenderme.

—Es hora de que empecemos a buscar, pero en Cuba no será fácil escondernos, aunque de momento los hayamos perdido, sé que nos volveremos a encontrar con esos hombres y entonces será necesario hacer cosas para las que no sé si están preparados.

—¿A qué se refiere? —Preguntó Daniels intrigado por el tono de la mujer.

—Esta búsqueda no será sencilla, es posible que tengamos que hacer cosas de la que nunca nos pensamos capaces…

—¿Habla usted de matar?

—De buscar soluciones permanentes, doctor Daniels.

—No mataré a nadie, esto ya parece demasiado.

—¿Qué hay de usted padre Kennedy?

—Mama Candau, matar a alguien se sale completamente de lo que como cristiano…

—Quizá es hora de que no se vea como tal, sino como un soldado en una lucha donde contra quienes peleamos no dudarían en matarlo.

—No me gusta el giro que ha dado esto —dijo Daniels mirando a Kennedy.

—A ninguno de nosotros nos gusta, pero tampoco quiero dejar esto de lado por temor.

—Padre, le sangra la nariz —dijo el doctor que veía como un hilo de sangre salía por las ventanillas del apéndice del sacerdote.

—No es nada —dijo tomando un pañuelo y colocándoselo en la nariz. Debe ser el calor y la emoción que hemos vivido.

—Padre, ¿qué hay de la lesión que me dijo había sufrido? —preguntó Daniels una vez que mama Candau se retirara para hacer unas llamadas desde el lobby.

—¿Qué hay con ella?

—Dijo usted que lo había atendido un psiquiatra, pero no dijo nada respecto a una cirujía.

—Las cosas de pronto se arreglaron.

—¿Así nada más? ¿Una especie de milagro?

—Nos esperan —dijo mama Candau que había tardado mucho menos en regresar de lo que esperaban.

—Bien, es hora de que empecemos y creo mama Candau que usted es la llamada a guiarnos.

—Solo podré hacerlo hasta contactarnos con el hombre de que les hablé en la Catedral de La Habana.

—El hombre sellado.

—Luego todo será más complicado y estaremos los tres en las mismas condiciones, salvo que ya estoy vieja y es poco lo que podré hacer adentrándome en la selva o siendo perseguida por estos hombres.

—¿Cree que debamos adentrarnos en la selva? —Preguntó Daniels.

—No creo que el sello esté en un sitio público por así decirlo o siquiera al alcance de los Castro, de ser así ya estos se hubieran hecho con él y todo estaría perdido.

—Pongámonos en camino, no quiero desperdiciar ni un día aquí —dijo Sebastian decidido.

—Bien mama, llévenos con ese hombre.

Capítulo LVII

La Habana, Cuba, 1972

Mama Candau los condujo hasta la catedral de La Habana, una verdadera joya arquitectónica enclavada en la parte antigua de la ciudad. Su estilo barroco con dos campanarios y varias capillas en el interior, adornadas con obras de pintores y escultores europeos daban cuenta de un ferviente pasado católico. Sebastian seguía receloso sin detenerse a admirar el arte de aquel lugar, constantemente volvía la mirada para cerciorarse de que no estaban siendo seguidos por los hombres de Duvalier. Al decir de la vieja, quien tuviera la misión de seguirlos y anticiparse en la obtención de aquella reliquia no sería tan fácil de identificar como los hombres que habían visto en el aeropuerto. La plaza frente a la catedral estaba llena de cubanos y turistas en su mayoría de la europa del este, ataviados con ropa blanca y sombreros de ala ancha que disfrutaban del sol del caribe mientras en sus países natales el invierno hacía estragos con más de veinte centímetros de nieve y las carreteras cubiertas por una capa de hielo resbaladiza que obligaba a rociar con sal constantemente.

—Mama —dijo Kennedy mientras admiraba una escultura de Antonio Solá y unos frescos de Perovani— aún no nos dice con quien nos veremos aquí.

—Su nombre es José Ramón de la Trinidad y del Sagrado Corazón, todos en Cuba le llaman JR. Es una especie de misionero.

—¿Un religioso?

—Ahora todo lo contrario.

—Creo no comprender.

—J.R abjuró de la iglesia luego de descubrir una intriga que involucraba a poderosos cardenales españoles. Fue perseguido por los católicos, al punto que muchos de los cultivos de olivos que le convertían en una especie de zar del aceite fueron incautados y pasaron a manos del Estado. Hace muchos años se vino a refugiar a esta isla, donde como comprenderá, la iglesia no tiene mayores influencias con los comunistas en el poder.

—¿Y cuál es su historia con el sello?

—Sus padres habían visitado Haití y Cuba donde tuvieron contacto con los nativos, entre ellos mis padres. JR estaba aún muy chico y sus padres obtaron por sellarlo, lo que al parecer creó una especie de conflicto en el niño que al crecer sintió la necesidad de abrazar a la iglesia para quitarse de encima el karma que sus padres le habían dejado al hacerlo miembro de aquella hermandad a una edad en la que no tenía uso de razón para comprender los misterios que implicaba.

—¿Y llegó alto en la iglesia?

—Mucho, fue un purpurado y en alguna ocasión se llegó a mencionar como posible Papa a la muerte de Pio XII.

—Pero Juan XXIII le ganó la partida.

—Su condición de sellado salió a la luz pública de manera muy conveniente para los intereses de los cardenales involucrados, se publicó en algunos medios que una especie de antipapa quería gobernar a lo católicos.

—Eso debe haber sepultado todas sus aspiraciones y de paso debe haber odiado a sus padres.

—El sello no suele traer buena suerte a quienes se les impone.

—¿Y cuál es su historia, mama Candau? Apenas si sé algo de usted.

—Mi nombre es Francisca y mi apellido no es realmente Candau, pero eso poco importa, desde hace muchos años me llaman mama Candau.

—Sé que tiene un nieto, pero ¿Qué hay de sus hijos?

—Mi hijo y su mujer murieron en un accidente cuando Nomoko apenas tenía unas semanas de nacido.

—¿Un accidente?

—Sé hacia donde va, padre Kennedy y prefiero no atormentarme con la posibilidad de que todo se haya debido al sello, ya sea por una especie de maldición o por la avaricia de la gente, muchos que se han cruzado en nuestro camino han querido hacernos daño, pero ahora no tiene caso mortificarse.

—Hace usted bien.

—Es algo que debe usted considerar antes de involucrarse más en la búsqueda. El sello no suele traer buena suerte, al menos no para aquellos que desean el bien. Para otros pareciera allanarles el camino.

—¿Conoce a otros sellados?

—Por supuesto.

—Alguien que yo conozca.

—Doc.

—¿La Mano de los Muertos?

—Así es, ya le había dicho que cuando una persona ha sido poseída por un demonio, la aplicación del sello solo hará que toda la inmundicia que ha recogido se quede dentro sin posibilidades de salir, por eso no puedo sellar a Nomoko o a Jean y tampoco usted debería intentar hacerlo con Amanda Strout.

Other books

Flinx in Flux by Alan Dean Foster
The Idea of Him by Holly Peterson
In the Dead of the Night by Spear, Terry
The Zombie Chasers by John Kloepfer
Ghouls by Edward Lee
Texas Bride by Carol Finch
3 Service for Two by Kate Kingsbury