El cadáver imposible (14 page)

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Authors: José Pablo Feinmann

BOOK: El cadáver imposible
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Sus libros han sido traducidos al francés, italiano y la alemán, y sus guiones han sido filmados por Adolfo Aristarain (
Últimos días de la víctima
), Juan Carlos Desanzo (
En retirada
), Marcos Zurinaga (
Tango Bar
), Héctor Olivera (
Play murder for me
) y Eduardo De Gregorio (
Cuerpos perdidos
). Su último guión fue el de la película
Eva Perón
, estrenada en 1997. Es asiduo colaborador del diario Página/12 de Buenos Aires.

Notas

[1]
Reconozco la casi ingenuidad de esta metáfora, pero no negará usted su fuerza expresionista. Destaco, asimismo, que la presente es la primera nota a pie de página de este texto. Recurriré a ellas siempre que lo considere necesario. Arbitrios de la creación.
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[2]
No dejará usted de observar las brillantes ideas que me permito mantener cautivas. ¿Lujos de una imaginación desbordante?
<<

[3]
Samuel Goldwyn solía decir: «Quiero una película que empiece con un terremoto y vaya llegando a un clímax». No es menos lo que me he propuesto ofrecerle, de modo que no pierda la confianza que -no lo dudo- he conseguido despertar en usted. El terremoto ya lo hemos tenido: fue la gran escena inicial desquiciadora. De aquí en más mi pericia narrativa deberá conducir la historia hacia lo que Goldwyn exigía de las buenas historias. Es decir, que fueran llegando a un clímax. Tan seguro estoy de conseguirlo que he de jurarle lo siguiente: la
última
escena de esta narración será aún más desmesurada, más
loca
, que la primera. Ya lo verá.
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[4]
¿Lo he sorprendido? ¿Tolera usted mi ambición? Mi confianza en el poder de este relato es mayor a medida que se lo narro. A esta altura, no sólo creo que será parte de su prestigiosa antología, sino que una productora cinematográfica comprará los derechos para hacer un filme. Ya lo verá.
<<

[5]
No subrayaré más «amplio patio». Deberá usted recordar que, de aquí en adelante, aun cuando escriba solamente «patio» habrá que comprender que el patio es amplio. Para siempre, amplio.
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[6]
Supongo que alguien más, aparte de García Márquez, digo, tiene derecho a usar el adjetivo
alborotado
. He recurrido a él con total deliberación. Luego le diré por qué.
<<

[7]
En este caso, la versión cinematográfica deberá utilizar sin ninguna duda, a la misma actriz.
<<

[8]
Esta pesadilla, lo sé, le recordará la del filme
Carrie
(1976), de Brian De Palma, con Sissy Spacek, basado en una novela del gran maestro Stephen King, de quien, poco o mucho, ya hablaremos. De una vez y para siempre (tan para siempre como murieron Felisberto López y Sara Fernández y como mueren todos los que mueren en este relato, o no todos, según se verá) le aclararé algo: este relato está urdido por sus influencias, tramado por ellas. Es una ficción que se alimenta de ficciones, pues, según se lo he confesado, escribo para mentirle. Y le diré más: la maravillosa originalidad de este relato radica en la maravillosa estructuración de sus influencias. En cuanto a
Carrie
, más allá del símil con la secuencia de la pesadilla, importa señalar lo siguiente: una actriz como Sissy Spacek (quiero decir: tal como era Sissy Spacek cuando filmó esa película) sería la adecuada para interpretar a la pequeña Ana en la versión cinematográfica. No lo olvidemos. ¿Tolera usted mi vanidad?
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[9]
Casi escribo: “en Ana”. Pero “en Ana” se lee enAna”. Y nuestra pequeña es pequeña, peor no enana.
<<

[10]
No sé si lo ha notado usted. Sea como fuere, se lo digo: he dejado de subrayar eso que, al inicio de este relato, denominé adjetivos de dudoso gusto. La razón es, para mí, contundente: no los hay. Entre el minimalismo y el folletín, se desliza mi prosa. Toda cortedad es deliberada y precisa. Todo exceso también.
<<

[11]
Se lo pregunto otra vez: ¿tolera usted mi vanidad?
<<

[12]
¿No era esto un cuento? ¿No le estaba, yo, narrando un cuento para figurar en su antología de cuentos policiales argentinos?

Ya no es así.

Mi relato se ha transformado en una novela.

¿Por qué? Vea, no perdamos tiempo. Ya llevo escritas demasiadas páginas como para que tal cosa merezca una explicación. El salto de la cantidad a la cualidad, ¿recuerda? Sé que la dialéctica no está de moda, pero no siempre es desdeñable. Si uno escribe menos de cincuenta páginas, tiene un cuento. Si escribe más, una novela.

A veces, en temas tan arduos, conviene tomar un atajo. Y yo tengo apuro.
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[13]
Glosando lo que cierto director de cine dijo sobre, precisamente, el cine, le diré: las telenovelas son la vida sin las partes tediosas.
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[14]
A medida que se suman las páginas y las peripecias se fortalece mi certeza de estar narrándole una novela y no un cuento. ¿Dónde, pues, ha quedado mi ambición de ser incluido en su prestigiosa antología de cuentos policial es argentinos? Se lo diré: ya no tengo esa ambición. Tengo otras. Brevemente: no me interesa su antología. No quiero compartir espacios con nadie. Quiero un libro para mí solo. Un libro para mi novela. ¿Está claro?
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[15]
Leo sobre la palabra
complot
en un diccionario español. Dice: confabulación, conjura, trama.

Leo sobre la palabra
plot
en un diccionario inglés. Dice: esquema o plan, conspiración, trama.

Mi plot es un complot.

Me he conjurado contra usted. Mi literatura es una conspiración. Si escribo para que usted me lea es porque quiero someterlo. Deslumbrado con mi ingenio. Obligado, en suma, a publicar mi novela. Hecho que usted realizará entre el placer y la vanidad (la suya esta vez, no la mía) de haber descubierto a un auténtico escritor. Y yo habré triunfado.
<<

[16]
¿Qué lectura tiene todo esto? Me obsesiona, se lo juro, la idea de encontrarle a este relato un sentido trascendente.

¿Lo tiene? Busquemos.

¿Qué significa el descuartizamiento de Elsa Castelli? ¿Expresa la desagregación del Saber en el final del siglo XX? ¿Expresa el desmembramiento de las repúblicas soviéticas? ¿Expresa la exaltación de lo fragmentario en el pensamiento posmoderno? ¿Expresa la muerte de las ideologías, la muerte de la totalidad?

Hegel decía: lo verdadero es el todo.

Las reclusas dicen: lo verdadero es lo fragmentario. Y descuartizan a Elsa Castelli.

Por ahí, creo, va la cosa. Píenselo.
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[17]
Ya hemos acordado que este relato no es un cuento, sino una novela. Se nos presenta, aquí, la siguiente cuestión: si el cuento que encaré al comienzo de estas páginas estaba destinado a una antología de cuentos policiales, ¿se ha transformado (al transformarse en una novela) en una novela policial?

Para formularlo claramente: ¿es mi novela una novela policial? Sí y no.

Mi novela es un ejercicio de cruce de géneros. Es una novela policial. Una novela de cárcel de mujeres. Una novela de crímenes. Una telenovela. Una novela de terror. Una novela gótica. Una novela para niños. Y, muy especialmente, para niñas. Porque es una novela de muñecas.
<<

[18]
No le miento en mi ficción. Quizá toda ella es una mentira. Pero, internamente, la lógica del universo que he construido es inflexible.

Cuando le narré cómo las conjuradas recogían los pedazos de Elsa Castelli para arrojarlos al horno, escribí: «Prolijamente, también, recogen los pedazos de Elsa Castelli: una pierna, otra, un brazo, otro, un pie, otro, una mano, la cabeza». No escribí: «una mano, otra». Y si no lo escribí fue porque ya, ahí, le informé lo que ahora descubre Heriberto Ryan: las conjuradas han olvidado una mano de Elsa Castelli sobre la mesa.
<<

[19]
Con razón esta vez, se preguntará usted: ¿por qué esta insistencia (ya es la tercera) en mencionar los vientos de la pampa?

Ha llegado, creo, el momento de decírselo.

Sé que mi novela será traducida. Por ejemplo: al inglés, al francés, al alemán y a otras lenguas. ¿Cómo no ofrecer, entonces, algo de color local?

De aquí el haber recurrido (dos veces) a la palabra alborotar. ¡Le ha ido tan bien con ella a García Márquez! De aquí la floración de cadáveres. Sospecho (y esto lo sabrá usted mejor que yo) que afuera esperan de nosotros tropicalismo, exuberancia.

En una palabra: excesos. Cerdos que vuelan o cadáveres. Cauteloso, pregunto: ¿es así?

Yo, por las dudas, ofrezco cadáveres.

¿Serán interpretados como una metáfora de nuestras terribles dictaduras?

Vuelvo, aquí, a mi tema obsesivo: ¿cuál es la lectura trascendente de este relato? A veces, sumido en una angustia breve pero tenaz, pienso: no la tiene.

¿Qué piensa usted?
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[20]
Habrá observado que tres diálogos de Carmen empiezan con el adversativo «pero». No se preocupe. Dos hubieran sido un descuido.

Tres son un estilo.
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[21]
Ya que estamos en esto -en
Psicosis
y en la estética del cuchillo-le regalo el siguiente y breve, brevísimo argumento. Se titula El novio que entró al cine. Y es así:

Ángela y Marcos viven en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Son novios. Ella tiene diecinueve y él tiene veinticuatro años.

Algún día, no muy lejano, se casarán.

Cierta noche deciden ir al cine. Pero Ángela no acude a la cita. Huye del pueblo. Viaja a la Capital Federal. Quiere cambiar su vida. Quiere algo mejor. No quiere pasar el resto de sus días en ese pequeño pueblo.

Quince años más tarde, regresa. Es una mujer triste y sombría. Ha fracasado. Pero, ahora, aquí está. Viene en busca del amor perdido. Del novio al que dejó esperando esa noche en la puerta de un cine.

Le dicen que Marcos vive en un caserón solitario, en las afueras del pueblo. Ángela va en su búsqueda. Es de noche cuando llega a una casa semiderruida. Entra. Ve una luz. Se acerca. En el baño, frente a un espejo, Marcos se afeita con una navaja.

-Mi amor -dice Ángela-, soy yo. Ángela. Volví. Marcos no la mira. Continúa afeitándose.

-Soy yo, mi amor -insiste Ángela. Volví. Te quiero. Nunca me perdoné

haberte abandonado frente a la puerta de ese cine.

-No me quedé frente a la puerta del cine -dice Marcos, sin dejar de afeitarse. Entré. Entré en el cine, Ángela. Y vi una película maravillosa. Una película que cambió mi vida.

-¿Cuál? -pregunta Ángela.

-
Psicosis
-dice Marcos.

Y con un certero navajazo le abre de parte a parte la garganta. Ángela, ensangrentada, se derrumba y muere.

Marcos enjuaga la navaja. La sangre se desliza por el sumidero negro y profundo del lavabo. Y luego, sereno, inmutable, él, Marcos, continúa afeitándose.
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[22]
¿No es admirable la precisión con que Ana realiza su macabra tarea? Si no, analicemos: cuando Carmen tomó el brazo de Rosario, éste aún tenía la mano. Ahora ninguno de los dos la tiene. ¿Qué debemos deducir de esto? Muy simple: que Ana quería los brazos, sólo los brazos y no las manos de Rosario, razón por la que, luego de ultimar a Carmen, seguramente las amputó.

Insisto en mi obsesión: ¿qué lectura trascendente tiene todo este horror? ¿Estoy escribiendo algo más que una historia de muñecas y crímenes atroces, algo más que una historia de restos humanos?
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[23]
He aquí, no lo niegue, un texto trascendente. ¿Me acerco a mi deseo de plasmar una novela que no sólo sea un divertimento, sino que se abra a lecturas varias, ya metafísicas, psicológicas o políticas? ¿Y si pongo este texto como acápite? ¿Lo imagina usted? El lector abre el libro, lee el nombre del autor, el título, da vuelta la página y lee: «Cuando el terror se desata, los que callan son tan culpables como los que matan». ¿No es maravilloso?
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[24]
Recuerdo un filme en el que la maravillosa Isabelle Adjani hacía pis al aire libre, frente a una casa, creo, blanca, a pleno día, bajo un sol seco, duro. No imagina usted la sensualidad primitiva de la escena. Por eso le hago hacer pis a Natalia. No quiero privarme de semejante recurso.
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[25]
Ah, señor Editor, cuántas ideas surgen de mi relato. Imagine esta historia: un personaje se siente amenazado y se encierra en una habitación o en un baño. Otro personaje, al que no vemos, intenta desde afuera convencerlo de que salga. Aquí, le dice, sólo estoy yo. Pero el personaje encerrado no sabe si el asesino es o no es quien lo invita a salir. Así, entre el temor del personaje de adentro y la seducción del personaje de afuera se teje la historia. ¿Saldrá el personaje de adentro? ¿Es el asesino el personaje de afuera?

Le regalo esta historia. Encárguesela a alguno de los «prestigiosos escritores» que convocó para su antología. Aunque lo dudo, quizá pueda escribirla con cierta corrección.
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[26]
A esta altura del relato, sólo algo ha crecido tanto como mi confianza en él: mi desconfianza en usted. ¿Puede un escritor confiar en un Editor? Y más aún: ¿puede un escritor como yo, destinado a la gloria pero todavía desconocido, confiar en un Editor como usted, rodeado de escritores tan ávidos de buenas historias como incapaces para imaginarias?

¿Y si usted me traiciona? ¿Y si le entrega esta historia a uno de los escritores de su «prestigiosa antología» y le pide que se la escriba sin, por ejemplo, mis adjetivos y mis adverbios, tan abundantes como geniales?

No lo haga. Ya es tarde. He redactado una síntesis argumental y la he registrado en la Dirección Nacional del Derecho de Autor. Me dieron un Certificado de Depósito Legal. Es solamente un papel, pero tiene un número impreso con un sello inapelable: 274282. Es el número de mi historia. Como verá, no soy tonto.

Hasta tal punto soy un escritor original.
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