Read El Caso De Las Trompetas Celestiales Online
Authors: Michael Burt
Tags: #Intriga, misterio, policial
—En ello estaba pensando —dije—. Es una situación demasiado vulgar para repetirla.
—Exactamente. Y temo haber procedido en la misma forma que cualquier personaje de novela policíaca —dijo Adam—. No era que imaginara, desde luego, hallar un crimen sangriento, ni siquiera hombres enmascarados que robaban la vajilla familiar. Lo que pensé, en realidad, es que el viejo había bajado otra vez para intensificar sus investigaciones sobre las hazañas de Alejandro el Calderero, sobre quien predicará el próximo domingo; o bien que nuestra casquivana Andrea estaba celebrando, quizás, una cita nocturna con uno de sus amantes. Era un poco arriesgado hacerlo en esta casa, naturalmente, pero nunca es posible predecir nada sobre muchachas de esa clase. Sea lo que fuere, no quería hacer notar mi presencia. A pesar de ello, pensando en la posibilidad de que hubiesen dejado la luz encendida por casualidad, aunque hubiera jurado que yo mismo la había apagado antes de retirarme a dormir, decidí echar una ojeada. La puerta estaba apenas entreabierta, y no me había puesto zapatillas, así que fue muy fácil.
—No puedo soportarlo —dije, desesperado—. ¡Habla, hombre!
—Era Andrea, en efecto, pero estaba sola. Estaba en pijama y llevaba una bata de seda roja. Y si no me hubiera sorprendido tanto lo que estaba haciendo, me habría marchado inmediatamente. En verdad, Roger, era muy extraño.
—¿En qué sentido?
—Trataré de describirlo con el mayor cuidado posible. Estaba sentada en una silla de respaldo recto, con el rostro hacia una dirección aproximadamente perpendicular a mi propia posición. En otros términos, la veía de perfil, el perfil izquierdo. Frente a ella, a dos o tres pies de distancia, había una mesa pequeña con un florero de bronce en forma de copa, que habitualmente se encuentra sobre la chimenea, con cenicero plano, también de bronce, colocado sobre la abertura a manera de tapa. Sobre otra silla, medio a la izquierda y frente a ella, estaba este manojo de papeles, abiertos a medias, y apoyado contra algo a fin de poder ser leídos desde donde ella estaba sentada. En realidad, estaba leyendo, pero no en voz alta. Veía moverse sus labios, pero no oía sonido alguno. ¡Ah! Y al principio tenía un libro muy pesado en la mano, apoyado contra su pecho, pero con las páginas abiertas mirando en la dirección opuesta, como si lo estuviera sosteniendo para que lo leyese otra persona…
Una vez más sentí que la piel se me ponía como carne de gallina en la parte superior de la espina dorsal, y una sensación de cosquilleo en la nuca.
—¿Así? —pregunté rápidamente, tomando un ejemplar del
Times
doblado en dos y sosteniéndolo delante de mis ojos, asiéndolo del borde inferior, en la forma en que lo hace el subdiácono al sostener los Evangelios durante el servicio religioso.
—Exactamente —repuso Adam sin vacilar—. Las manos están mal colocadas. Andrea formaba una especie de triángulo con las manos, con el vértice hacia abajo, con sus pulgares e índices, algo así —tomando el diario de mis manos hizo una demostración.
—Sigue —dije.
—Bueno, esa fase duró sólo unos pocos segundos. Entonces dejó el libro en el suelo, a sus pies. Te diré de paso que, evidentemente, estaba ensayando algo y representando varios papeles a un tiempo, si entiendes qué quiero decir. Daba la impresión de que en realidad alguien tomaría el libro de sus manos. A continuación hizo una reverencia a esta persona imaginaria, antes de depositar el libro en el suelo. Luego volvió otra página de esta cantidad de papeles sobre la silla y leyó unos instantes, y luego levantó el cenicero y el florero de la mesa, el cenicero con la derecha y el florero con la izquierda, y los sostuvo delante de sí en una actitud… digamos, ritual o de ceremonia. No sé si me explico. Siguió leyendo otro rato, después de lo cual colocó nuevamente el cenicero sobre la boca del florero, que tenía aún en su mano izquierda, y entonces levantó del suelo algo que no había visto yo hasta entonces, una especie de bastón largo o cayado, con una punta de hierro en su extremo. Sostuvo este bastón en sentido diagonal delante de sí, y luego, con gran sorpresa de mi parte, comenzó a besarlo lentamente, una docena de veces —en realidad yo conté once, pero quizás se me haya escapado una—. A continuación enderezó el cayado delante de sí, sosteniéndolo entre las rodillas para que no cayese al suelo, y tomó nuevamente el cenicero en su mano derecha, conservando el florero en la izquierda…
Adam se interrumpió con una mueca de malestar.
—En este punto decidí volver a acostarme —prosiguió—. Ahora quisiera no haberlo hecho, pero en aquel momento era evidentemente lo que correspondía. No me preguntes qué pensé. Con sinceridad, no lo sé. No puedo decir por qué, pero la única idea que tenía en la cabeza en aquel momento era que cuanto más pronto me retirase, mejor sería. Así, pues, volví a mi habitación… Pero no había estado mucho tiempo acostado cuando sentí que algo llamaba abajo nuevamente. Sentí que debía ir a ver que hacía Andrea ahora. Lo que había visto no tenía ningún sentido para mí, y en verdad comencé a preguntarme si no lo habría soñado creyendo estar despierto, De todos modos, estaba seguro de que no podría dormirme de nuevo hasta satisfacer mi curiosidad. En vista de ello, al poco rato de haber subido, es decir, a los veinte o treinta minutos, bajé de puntillas las escaleras una vez más. Sufrí una verdadera impresión al comprobar que había realmente una luz en la biblioteca, lo cual me demostró que, después de todo, no había soñado. —¿Y estaba Andrea todavía dedicada a su… ritual? —No, en aquel momento había terminado, aparentemente, y estaba poniendo todo en orden. Cuando miré la primera vez estaba colocando nuevamente los objetos sobre la chimenea, y luego volvió a su sitio las mesas y las sillas. Pero lo importante es que en último término tomó el manojo de papeles que había estado leyendo, éste que tengo aquí, y los escondió detrás de un libro en uno de los estantes más apartados de la biblioteca. Como ves, observé cuidadosamente su posición. Por último, como lo único que faltaba guardar era el cayado, que según sabía yo estaba siempre en el vestíbulo, me volví y corrí arriba antes de que ella me sorprendiese. Llegué a mi habitación sin tropiezos, y pocos minutos más tarde la oí subir sigilosamente y dirigirse a su habitación. Estoy seguro de que no sospechó nada.
—¡
Bon
! ¿Y luego bajaste y robaste la clave?
—Sí. Aproximadamente una hora más tarde, cuando tuve la seguridad de que Andrea dormía. Aquí la tengo, Traté de descifrar su contenido en la cama, pero no logré comprender más que una u otra palabra aislada. En su mayor parte está en latín, con breves pasajes en griego. No está a mi alcance, pero quizás tú puedas descifrarlo. Gruñí con cierta incertidumbre, mientras tomaba los papeles. Entre otras cosas, me pregunté dónde había aprendido lenguas clásicas Andrea, y entonces recordé que, en efecto, había estado en Oxford unos años atrás, aunque tenía idea de que no había llegado a graduarse. No era el tipo de muchacha que uno hubiera imaginado leyendo en griego y en latín, pero las apariencias son notoriamente engañosas. Con todo… Como mi sagaz lector, había llegado yo a ciertas conclusiones respecto a los documentos que me entregó ahora Adam Wycherley, pero mi primera ojeada demostró que mis conjeturas habían sido en cierto modo erróneas. El manojo consistía en una veintena, aproximadamente, de páginas de papel muy delgado, en cuarto, escritas a máquina en rojo y negro, pero con algunas interpolaciones manuscritas en caracteres griegos, para las cuales se había utilizado tinta de color pardusco y oxidado. Las hojas estaban aseguradas con un
clip
y habían sido dobladas muchas veces. La página superior contenía sólo el título, que rezaba lo siguiente:
LIBER DCLXVI
Arcanum Arcanorum Quod Continet Nondum
Revelandum Ipsis Regibus Supremis O. T. O.
Grimorium Sanctissimum Quod Baphomet Xo…
Suo Fecit:
MISSAM IN HONOREM DOMINI MAXIMI INGENTIS
NEFANDI INEFFABILIS SACRATISSIMI SECRETISSIMI
RITUS CELEBRANDI
A pesar de mi fingida modestia, mi latín no es del todo malo para un lego en la materia, si bien debo limitar esta afirmación diciendo, como dijera el hombre Joad, que todo depende de lo que se entienda por latín. El latín clásico, y especialmente en verso, me ofrece tantas dificultades como cuando estaba en la escuela; pero frente a las encarnaciones posteriores de dicho idioma, latín vulgar o latín eclesiástico, o como el lector prefiera, me siento mucho más seguro, quizás porque para esas épocas había perdido su virginal exigencia y se había convertido en algo a la vez menos puro y más humano. Así, mientras aún hoy tendría que marchar a tientas, lleno de impaciencia, entre Cicerón y Tácito, me siento muy familiarizado con los autores y con la liturgia de mi propia religión, y soy capaz de analizar una encíclica papal sin más de uno u otro tropiezo… El extraño documento que me trajera Adam me reveló una buena parte de sus secretos a la primera inspección apresurada. Lo que significaba un obstáculo eran las interpolaciones en griego, pues siempre he tenido dificultades, y más, aún, antipatía, frente a esa lengua.
Tanto por el título como por las páginas que seguían, se trataba evidentemente de un ordinario de la misa, pero no podía establecerse aún a qué secta o religión pertenecía. Todo lo que podía decir es que era un material sumamente extraño. Las rúbricas, escritas en color rojo, describían un ritual totalmente desconocido para raí, y que parecían tener una relación muy distante con la misa cristiana. Luego, los términos en negro de la liturgia misma parecían tener como base una doctrina en extremo esotérica, la cual apenas podía descifrar. Desde un principio tuve la honradez de reconocer que estaba fuera de mi capacidad interpretar este ritual con un grado aceptable de exactitud. Era, pues, un asunto para un teólogo avezado, como el Padre Prior del monasterio o bien tío Odo. Indudablemente, era un documento de gran importancia, que quizás encerraba la clave de muchas de las cosas que nos tenían tan perplejos. Pero al mismo tiempo era innegable que Adam había incurrido en considerable riesgo al retirarlo de su escondite, y que convenía volverlo a su lugar a la mayor brevedad posible, antes de que Andrea descubriese la falta. Reflexioné que ello no era muy factible, puesto que nunca se arriesgaría a buscarlo durante el día, cuando era habitual para su padre estar en la habitación. A pesar de ello, no había tiempo que perder.
Así se lo dije a Adam, y él convino en que tenía razón. Era evidente que debíamos copiar el Ritual y devolver el original a su escondite lo más pronto posible. Pregunté a Adam si sabía escribir a máquina.
—Más o menos, con lentitud, pero sin errores. Escribo con dos dedos solamente.
—Es suficiente —dije—. Tengo dos máquinas de escribir, una Remington y una Underwood portátil. Puedes elegir la que prefieras, y dividiremos el manuscrito entre los dos. Si nos apresuramos, quizá terminemos la copia a la hora del almuerzo. Deja espacios libres para insertar los términos en griego…
Adam eligió la portátil y comenzamos a trabajar.
—¿Qué piensas tú, Roger? —me preguntó al entregarle yo el papel para escribir.
—Sólo Dios lo sabe —repuse vacilando—. ¿Has logrado descifrar el título?
—No del todo. Sólo una palabra aquí y allá. Quisiera que me lo tradujeses.
—Bueno —dije—. En términos generales y aproximados, dice algo así: Libro 666, que contiene el secreto de los secretos, que no ha de revelarse todavía ni siquiera a los Reyes Supremos del O. T. O., que no sé a lo que se refiere. El muy sagrado Grimorium… —no puedo traducir esa palabra, pero tiene una relación sospechosa con ese término siniestro Grimoire, el libro de la Misa Negra— que Baphomet —y sigue el símbolo Xo, que aparentemente indica el décimo grado— hiciera con su propio M… No tengo la menor idea del significado de los puntos suspensivos, pero yo diría que podrían referirse a manu, o sea, «de su puño y letra». Pero no estoy seguro.
—Sigue.
—Bien; el resto dice, aproximadamente:
Rito de la Celebración de la Misa en honor al Señor Supremo, Altísimo, Inmencionable, Indescriptible, Sagrado y Secreto
, o palabras al efecto. Algunos de esos adjetivos no son fácilmente traducibles a primera vista. Es sumamente extraño, Adam. ¿Y has observado esta curiosa especie de Credo que aparece al principio de la Misa propiamente dicha? Si tienes algunas nociones de doctrina cristiana, creo que lo hallarás… pues bien, bastante sugestivo.
—Temo no saber mucho —dijo Adam—. Quiero decir que, desde luego, conozco el Credo, y conocía el de Nicena…
—Bastará con ellos. Compáralos con éste. ¿Dónde diablos está? ¡Ah, aquí está! El latín es un poco oscuro en partes, y mi versión será, seguramente, peor aún, pero esto te dará una idea aproximada:
Creo en un Señor muy secreto e inefable, y en un Padre de la Vida, Misterio de los Misterios, siendo su nombre CAOS, y en un Aire, que alimenta todo lo que respira;
Creo en Una, Madre de todos nosotros, y en un Vientre en el cual son engendrados y descansarán todos los hombres, Misterio de los Misterios, siendo su nombre BABILONIA;
Creo en la Serpiente y en el León, Misterio de los Misterios, siendo su nombre Baphomet;
Creo en Una Iglesia de Conocimiento, de Luz, de Amor, de Libertad, la palabra de cuya ley es OEAHMA;
Creo en la Comunión de los Santos;
por cuanto la carne y el vino se transmutan en nosotros diariamente en sustancia espiritual, creo en el Milagro de la Misa;
confieso un Bautismo de Sabiduría por el cual logramos el Milagro de la Encarnación;
Y confieso que mi vida es una, individual y eterna, como era, es y será.
Amén.
—Es lo más que he podido hacer, por ahora, Adam —dije—. No sé si tiene algún significado para ti. A mí no me dice mucho, pero de todos modos, ¡
no me gusta nada
!
—¡Qué serie de disparates! —dijo Adam—. Me refiero a todo esto sobre Babilonia, y Baphomet, y demás. ¡Yo siempre había supuesto que Baphomet era una cabra, o algo semejante!
—No sabría decirte exactamente qué era, o qué es; sólo sé que en una época se acusó a los Templarios de adorarlo con ritos secretos e indescriptibles —dije con gran seriedad—. En cuanto a «nuestra Señora Babilonia»… —di unos pasos hacia un estante de la biblioteca, tomé la Biblia y refresqué mi memoria—. Escucha, Adam: