El Caso De Las Trompetas Celestiales (31 page)

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Authors: Michael Burt

Tags: #Intriga, misterio, policial

BOOK: El Caso De Las Trompetas Celestiales
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Y vi a una Mujer sentada sobre una Bestia de color escarlata, llena de nombres de blasfemia, con siete cabezas y diez cuernos. Y la Mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada con oro y piedras preciosas y perlas, y tenía en la mano una copa de oro, llena de la abominación e inmundicia de sus fornicaciones.

Y sobre su frente había un nombre escrito: Misterio, Babilonia la Grande, Madre de las Fornicaciones y Abominaciones de la Tierra. Y vi a la Mujer ebria con la sangre de los Santos y con la sangre de los Mártires…

—Es un hermoso cuadro, como puedes apreciar —añadí—. Quiero decir, Adam, que si este dulce ser es el tipo de persona que aparece en este Credo, junto con Baphomet y el Señor secreto e inefable cuyo nombre es Caos… pues… ¡dudo que el Reverendo Gilchrist aprobara esta liturgia como material de lectura para su hija mayor!

Adam se enjugó la frente.

—No necesitas comentarlo —murmuró—. Y, ¿qué significa esa palabra griega, donde dice algo referente a la Iglesia del Conocimiento, cuya Palabra de la Ley es no sé qué?…

—¡Dios sabe! Mi griego es pésimo, y no tengo un diccionario.

A pesar de ello, busqué rápidamente en dos o tres diccionarios de idioma toda palabra que sugiriese alguna relación derivativa de la palabra griega
thelema
, y poco después descubrí la palabra «telemite» definida como «libertino». No daba el diccionario en cuestión etimología alguna, pero era razonable suponer que, orientándose retrospectivamente, sería fácil llegar a un sustantivo griego,
thelema
, cuyo significado indicase, presumiblemente, algo relacionado con libertad, licencia —en su sentido más ignominioso— o libertinaje. Y en ese momento recordé una frase que aparecía regularmente, a manera de estribillo, a través de esta siniestra «misa», una frase cuya traducción aproximada era «
Haz lo que quieras» será la totalidad de la Ley
. Esta generosa y reiterada exhortación a obedecer a los dictados de la voluntad individual armonizaba muy bien con mi propia interpretación provisional de
thelema
.

No era éste un concepto muy cristiano, según reflexioné mientras me dedicaba a la tarea de copiar mi parte del Ritual. Pero la verdad es que toda esta extraña liturgia apestaba a algo que decididamente no era cristiano y que al mismo tiempo desafiaba todo análisis o definición. No era, según yo esperara, una simple parodia directa o antípoda de la Misa cristiana —el tipo de blasfemia asociado con el Satanismo, que generalmente se conoce como Misa Negra, en el cual el Credo se convierte en el
non credo
e inmencionables blasfemias reemplazan a los objetos de adoración—. No. Era algo mucho más profundo, más sutil, más significativo, menos obvio, más esotérico, más misterioso. Tal vez fuese, asimismo, más antiguo que la Misa del Diablo. En espíritu, era tan viejo como el pecado mismo. Más aún, más viejo que el simple pecado humano.

No conocer otra Ley que la propia voluntad, ¿qué es ello sino la Indisciplina Suprema, el Pecado de Rebeldía por el cual Lucifer y su ejército fueron lanzados como el rayo del Cielo?… Sin embargo, ésta era la Ley —
toda la Ley
— de la «Iglesia» cuya liturgia lo declaraba.

Tampoco me gustaban los últimos dos o tres artículos de aquel Credo, por ejemplo, aquel ambiguo pasaje sobre la transmutación de la carne y el vino en sustancia espiritual, o la afirmación de que mediante el Bautismo de Sabiduría, fuera lo que fuese,
nosotros
logramos el Milagro de la Encarnación. Comprobé, además, que en toda esta «misa» no se mencionaba ni una sola vez el nombre de Dios, e instintivamente sentía que no sería muy difícil hallar otro nombre para aquel «Señor secreto e inefable» en cuyo honor se ofrecía el sacrificio…

La verdad es que todo el contenido hedía a maldad, a una maldad misteriosa, oscura, indudablemente, sin nada de aquellas ruidosas blasfemias o abominaciones de la Misa Negra; pero de algún modo todo aquí era más insidioso y significativo por esa misma razón. Había algo esotérico y sucio, infernal, sulfuroso, en todo el asunto. A pesar de mis limitaciones como traductor,
intuía
que todo el espíritu de este ritual era pervertido y corruptor, sugerente del Infierno en todas sus partes.

La liturgia se dividía en ocho secciones o partes, cuyos títulos proporcionaban un bosquejo conciso pero completo del curso y orden de la «misa». Las dos primeras eran totalmente separadas, y se referían, respectivamente, al arreglo y muebles del «templo» y a los participantes en el rito. Contrariamente a todos los antecedentes cristianos genuinos, lo segundo incluía, además a un Sacerdote, un Diácono, un Acólito y un Turibulario, una Sacerdotisa, que debía ser
joven, hermosa y virgen, o por lo menos solemnemente consagrada al servicio de la Gran Orden
. Tampoco sugería el arreglo del «templo» nada que recordase ningún rito cristiano, pues exigía, no solamente un Altar Mayor con un Super Altar arriba, ambos ocultos por un gran velo, sino además un pequeño altar negro de forma cuadrada, colocado a cierta distancia de los otros, una fuente circular y una tumba vertical.

Los capítulos restantes llevaban los títulos siguientes:

III. El Rito del Introito.

IV. El Rito del Rasgado del Velo.

V. El Oficio de las Once Colectas.

VI. La Consagración de los Elementos.

VII. El Oficio de los Secretos.

VIII. El Matrimonio Místico y Consumación de los Elementos.

Adam y yo nos habíamos repartido el manuscrito, y durante un rato no se oyó otro ruido que el golpear de nuestras máquinas de escribir. Creo que Adam comprendía muy poco de lo que estaba copiando, y por consiguiente, a pesar de no escribir con tanta rapidez como yo, que me jacto de utilizar cuatro dedos, lograba mantenerse casi a la par conmigo, pues yo, en cambio, me detenía constantemente en el intento de interpretar lo que estaba escribiendo. Era un material que fascinaba, en el sentido exacto y más siniestro del término, y mil pensamientos y teorías pasaban con velocidad por mi cerebro. Además eludía un análisis apresurado, pues tan pronto como comenzaba a suponer que había percibido una tendencia reconocible por el ritual, éste se desviaba, o bien dicha tendencia desaparecía totalmente. Aun durante esta segunda lectura no había mucho concreto para examinar.

En contraste con la Misa Negra propiamente dicha, no había, al parecer, nada abiertamente obsceno, ni impropio, siquiera. En un punto, es verdad, había cierto indicio de que era inminente un pasaje de este tipo, pues durante la parte inicial del Rito del Rasgado del Velo, las indicaciones decían que la Sacerdotisa Virgen, entronizada en el Super Altar, debía despojarse totalmente de su única vestimenta, una túnica blanca, y de su cinturón escarlata. Pero según parecía, debía hacer esto detrás del Gran Velo, y se indicaba que debía estar vestida otra vez antes de que el Sacerdote rasgase por fin el Velo con la Lanza Sagrada. En cambio, las indicaciones que seguían inmediatamente a este apocalipsis provocaron una asociación tan instantánea en mi mente, que me detuve para dar a Adam su esencia:

La Sacerdotisa está sentada con la Patena, que contiene las Tortas de Luz en su mano derecha, y la Copa en la izquierda. El Sacerdote presenta la Lanza, que ella besa once veces. A continuación la sostiene contra su pecho mientras el sacerdote, cayendo a sus pies, besa sus rodillas… El Sacerdote permanece en adoración de esta manera mientras el Diácono entona el Oficio de las Once Colectas.

Adam lanzó un silbido, y sus ojos azules adquirieron una expresión perpleja.

—¡De modo que era eso! —dijo con tono pensativo—. Era evidente, desde luego, que Andrea estaba ensayando algo, estudiando su papel, por así decir. Tenía yo razón acerca de los once besos, ya ves tú. Y el cayado debía representar la Lanza, cualquiera que sea el sentido que ésta tenga. Y el florero y el cenicero… Todo concuerda, ¡Dios mío! ¿Qué infiernos significa esto? ¿Qué está sucediendo aquí?

Le miré pensativamente un instante, y luego llegué a una decisión. Después de todo, hay momentos en que el fin justifica los medios, decididamente, y a mi juicio aquél era uno de ellos, aun cuando los medios significasen romper el secreto que me impusieran.

—Creo, Adam —dije lentamente—, que harías muy bien en hablar a solas con Carmel lo más pronto posible, y preguntarle sin rodeos cuál fue, con exactitud, el motivo de su disputa con Andrea hace algún tiempo, no la que puedan haber sostenido acerca de tu persona, sino otra, relacionada con ese individuo Drinkwater. Escucha. Yo te dije que había visto a Carmel ayer. También la vi anteayer, en realidad, cuando vino a visitarme aquí, por su propia iniciativa. Vino a verme porque estaba profundamente preocupada por algo y necesitaba mi consejo. Sé que no lo tomarás a mal, Adam. Me imagino que si tú hubieras estado aquí, no habría recurrido a mí, pero no sabía que tú ibas a venir y no se le ocurrió otra persona más indicada que yo.

Adam movió la cabeza con gesto de impaciencia.

—No tiene importancia, por supuesto —dijo—. Pero ¿qué ocurre, Roger? No me ha dicho nada. ¿No querrás insinuar que se ha mezclado en… cosas de este tipo? —anadió, señalando el Ritual junto a su máquina de escribir.

—No, nada de eso —repuse firmemente—. Quítate de inmediato esto de la cabeza. No estoy muy seguro del significado de este enigma, pero te apuesto a que Carmel no lo tocaría ni con una vara de gran longitud. Todo lo que sé es lo siguiente: hace algún tiempo Carmel y Andrea tuvieron una de sus disputas, esta vez porque el amigo de Andrea, Drinkwater, había pretendido que ella, Carmel, hiciese algo contra sus deseos. De qué se trataba, con exactitud, no lo sé. Sea lo que fuere, Carmel se negó categóricamente, y la disputa se produjo porque Andrea siguió insistiendo en que cambiase de idea. Como digo, Carmel no me contó exactamente qué quería Drinkwater que hiciera, y por mi parte no quise presionarla. Pero la lectura de estos papeles ha hecho que me pregunte…

—Sigue —dijo Adam.

Yo me acaricié la barba.

—Quizás me equivoque —dije—, pero ¿no lo encuentras muy sugestivo? Primero, Drinkwater intenta convencerla de que haga algo que ella se niega a mencionar siquiera, pero que no era, según me asegura, lo que evidentemente pensamos todos en primer término. A continuación descubres por casualidad a Andrea, quien apoyaba la solicitud de Drinkwater, estudiando en secreto el papel de Sacerdotisa en este repugnante ritual. Por último, según lo especificado en las indicaciones sobre los requisitos esenciales de la Sacerdotisa… —a continuación leí mi traducción provisional del pasaje mencionado con anterioridad—. Carmel los habría cumplido mucho mejor que Andrea. Comprendes qué quiero decir… Naturalmente, éstas son simples conjeturas…

—¡Qué bajeza! —dijo Adam con violencia—. ¡Si Carmel confirma esto, iré directamente a Bollington y le retorceré el pescuezo a ese maldito Drinkwater!

—Te acompañaré de buena gana —dije—. Pero no perdamos la serenidad tan pronto. Se trata de un asunto muy complicado, y deberás enterarte de mucho más antes de formarte una opinión adecuada. Entretanto, terminemos estas copias…

Pero no habíamos terminado aún cuando oímos pasos en la casa. Poco después se abrió la puerta y entró Barbary, y con ella, Carmel.

Hubo, como es natural, un instante de sorpresa por ambos lados, pues las muchachas estaban tan poco preparadas para la escena de industria en mi despacho como Adam y yo para la inesperada llegada de Barbary acompañada por Carmel. Para evitar explicaciones extensas, actué con rapidez y decisión. Me dirigí directamente a Carmel, le confesé con brevedad que me había visto obligado a violar sus confidencias hasta cierto punto, y le pedí que contara todo a Adam. Sentí gran alivio cuando ella accedió de inmediato.

—Es exactamente lo que Barbary me estaba pidiendo que hiciera —admitió—. Esperaba encontrarle aquí…

—¡Muy bien! Bueno, la casa es vuestra, si queréis, encontraréis dos sillones muy cómodos debajo del árbol de «sequoia», en el jardín —dije—. Cuéntele todo lo que me dijo a mí, y algo más, si es posible. Quiero que le diga con exactitud qué pretendía Drinkwater de usted, el motivo de su riña con Andrea.

—Pues eso es lo que he estado contando a Barbary —dijo Carmel, con los ojos muy abiertos—. Por lo menos, todo lo que sé del asunto. No puedo darles muchos detalles, porque no me los llegaron a dar.

—Dígale, pues, lo que sepa, mientras Barbary me lo cuenta a mí. Recuerde: Adam no sabe nada, salvo lo que yo le he dicho, de modo que en definitiva ahorraremos tiempo si nos organizamos en subcomisiones y luego nos reunimos de nuevo para discutir todo el asunto en términos de igualdad…

Nos separamos las dos parejas y cambiamos mutuamente nuestros datos. Barbary halló su misión inesperadamente simplificada por el hecho de que, entretanto, había llegado a mis manos el texto completo de la misteriosa liturgia. En efecto, mi conjetura era correcta, y el origen de la disputa entre Carmel y su hermana y Drinkwater había sido la negativa de aquélla a considerar siquiera su participación en un ritual exótico y de apariencias misteriosas, cuya naturaleza exacta nunca le revelaron, pero en el cual se proponía que participara en una función casi sacerdotal. A raíz de haber juzgado mal su carácter y su susceptibilidad a la tentación, habían intentado sobornarla con promesas de una especie de emancipación mística de los lazos impuestos por la conciencia humana normal, así como su iniciación en un nuevo mundo de dicha secreta bajo la égida de lo que, según sospecho yo, equivalía muy aproximadamente a ese
thelema
cuya interpretación exacta había estado tratando de determinar. Otra de mis sospechas era asimismo correcta; la razón por la cual Carmel, en lugar de su hermana mucho más hermosa, hubiese sido considerada como merecedora de la entronización en el super altar como Sacerdotisa Virgen. Era extraño que los propulsores del plan hubiesen juzgado el carácter de Carmel con tanta equivocación como para creer que respondería a semejantes proposiciones, sobre todo si recordamos que Andrea estaba, según aparecía, tan enteramente convencida de su debilidad como su amante. Quizás convenga recordar asimismo que Andrea y Carmel eran, después de todo, sólo medio hermanas y que, de cualquier manera, Carmel no era el tipo de muchacha que se jacta abiertamente de sus virtudes morales.

Entretanto Barbary se instaló en la máquina de escribir de Adam y nuestro trabajo comenzó a avanzar rápidamente. Barbary es mejor mecanógrafa que yo, pues sabe utilizar no menos de seis dedos frente a los cuatro que sé yo, y hasta ha demostrado, en ocasiones determinadas, saber recurrir al pulgar para mover el espaciador, hazaña que despierta mi más ferviente admiración y envidia. Muy pronto quedó terminado el trabajo, y al final sólo faltaba por copiar las palabras griegas a mano. Me ocupé de ello mientras Barbary iba a preparar un poco de café.

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