Read El Caso De Las Trompetas Celestiales Online
Authors: Michael Burt
Tags: #Intriga, misterio, policial
—¿McUik? —no pude resistir la tentación de hacer un chiste a expensas de la declarada xenofobia de mi tío—.
¿No querrás decir que estás colaborando con un maldito escocés para la defensa de la bendita tierra de Sussex? —dije.
Sir Piers rió ásperamente en medio de la oscuridad.
—Debemos usar las armas que tenemos —repuso—. Los salvajes son a menudo buenos soldados. Cuando se trata de luchar, las divisiones de los Lowlands o Highlands no vacilan mucho. Yo diría que el ruego secreto de todo general británico es contar con una buena proporción de tropas escocesas bajo su mando…
Avanzamos en silencio sobre las mesetas. La oscuridad aumentaba por momentos, a medida que se aproximaban las nubes tormentosas, pero todavía veíamos lo suficiente como para mantener el rumbo correcto. En cuanto a mí se refería, estaba tratando de reflexionar acerca de las supuestas actividades de Drinkwater, y de ver cómo, si ello era verdad, era posible armonizar estas actividades con las de carácter más oculto que nos habían preocupado hasta ahora. ¿Habría en realidad alguna coherencia en el hecho de que Drinkwater se dedicase simultáneamente a la hechicería y al espionaje, a la magia negra y a la traición, a los ritos gnósticos y al mantenimiento de una estación de radio secreta, en una alianza simultánea con Arcontes y con Hitler? Bueno, aun en 1939 no faltaba quienes identificaban sin vacilar a Hitler con el Diablo encarnado, y mucho más lo suponían poseído por el demonio.
Durante unos centenares de yardas no me fue posible hallar ninguna razón específica por la cual Drinkwater no pudiera ser al mismo tiempo un cultivador de las artes mágicas y un agente secreto del Tercer Reich. Ni siquiera sus encarnaciones anteriores como Boileau y Bevilacqua tenían por qué desvirtuar semejante hipótesis. En verdad se me ocurrió inmediatamente que tanto en Francia como en Italia los misteriosos vuelos de brujas habían tenido lugar a poca distancia de sus respectivas zonas fronterizas, lo cual podía o no significar algo. Contra esta teoría, no estaba enterado de ningún rumor local que indicase que Drinkwater se dedicaba a otras actividades que sirviesen para apoyar el supuesto espionaje. Su aislada vivienda no estaba cerca de ninguna instalación defensiva, y nunca había oído mencionar que tuviese el hábito de visitar zonas más estratégicas. Luego surgía la cuestión de si aún Alemania era capaz de desarrollar sus actividades de espionaje con tanta abundancia de medios como para permitir a un hombre en edad militar, como Drinkwater, estar instalado en Sussex durante un período tan considerable antes de la fecha calculada para la invasión, y sin otras obligaciones que instalar el equipo necesario para el funcionamiento de una estación de radio clandestina en un momento no especificado del futuro lejano. Lo menos que podía afirmar es que era aparentemente antieconómico. Pero por otra parte…
De pronto me detuve bruscamente, en el instante en que advertí la falacia. Mis compañeros se detuvieron a su vez, volviendo rostros interrogantes hacia mí.
—¿Dónde debemos reunirnos con este individuo McUik? —pregunté a mi tío.
—A una milla de aquí. Tengo una cita con él.
—¿Por qué?
—Quiero hablar con él. Entretanto, ¿qué conocimientos tienes tú acerca de la radio inalámbrica en sus aspectos técnicos, tío Piers?
—No me hables de eso —repuso Sir Piers—. Siempre muevo el botón que no es. ¿Por qué?
—Tampoco yo conozco mucho el tema —admití—. Pero por lo menos tengo algunas nociones de los principios elementales. Tú dices que Drinkwater ha estado enviando algún tipo de ondas de radio, por medio de un transmisor intermitente, o lo que sea. Lo que yo sé es que no es posible enviar ningún tipo de mensaje por radio sin fuerza, fuerza eléctrica, quiero decir. Y esto es exactamente lo que no tiene Drinkwater.
—¿Qué?
—Por supuesto que no la tiene. No hay ninguna fuente de electricidad a varias millas de estas aldeas apartadas. La única iluminación que se ve en esta región es la de velas y lámparas de aceite.
—Te diré que hay plantas llamadas privadas —dijo Thrupp—. Son bastante corrientes en los distritos rurales. Máquinas a petróleo, con dínamos o comoquiera que se llamen.
—Estoy completamente seguro de que Drinkwater no la tiene —dije—. Recuerdo que Carmel me dijo ayer mismo que una de las deficiencias de Oíd Pest House es la falta de buena iluminación, Además, ¿dónde está su antena? No es posible transmitir desde aquí hasta Alemania sin contar con una poderosa antena de uno u otro tipo…
—Nadie ha dicho que esté transmitiendo a Alemania —me corrigió Sir Piers—. Si McUik está en lo cierto, lo único que haría esta estación sería guiar a una escuadrilla aérea invasora durante las últimas millas de su trayecto. No sería necesaria mucha fuerza eléctrica para esto.
—Pero necesitas algo —insistí—. Y…
—¡Calla! Sigamos y veamos a McUik —gruñó mi tío—. Seguramente ya lo tiene todo resuelto. No falta mucho…
Seguimos caminando. Habían comenzado a caer grandes gotas aisladas de lluvia cálida, y en la cargada atmósfera retumbaban ya truenos cercanos. Calculé que nuestro barroso destino serla llegar a Pest House casi a la vez que la tormenta.
A continuación me asaltó otro pensamiento. Tirando de la manga a Thrupp, le atraje a un lado.
—Quisiera saber si McUik estuvo aquí la noche en cuestión. La noche que mataron a Puella y Andrea salió a pasear con su escoba. En ese caso…
Vi el brillo de la dentadura de mi amigo cuando éste sonrió en la oscuridad.
—Es lo que yo me estaba preguntando, Roger —dijo—. Decididamente, uno diría que… Sin embargo, si hubiera visto algo, un hombre en su situación, un suboficial de rango superior, habría informado al respecto, con seguridad. Si ha estado viviendo en Merrington, debe haber oído hablar de la investigación. Naturalmente, está realizando un trabajo secreto, y no querrá atraer la atención hacia su persona, pero por lo menos podría habérselo dicho a Sir Piers.
—Rootham está a cinco o seis millas de distancia de aquí, de modo que no es probable que haya visto caer a Puella —comenté—. Pero si Andrea y las otras brujas estuvieron en Pest House esa noche, y si McUik la estaba vigilando… —un trueno terminó mi frase.
Un momento más tarde comenzó a llover copiosamente. Mascullando imprecaciones, levantamos los cuellos de nuestros impermeables y seguimos avanzando mientras los rugidos y resplandores de la artillería celestial nos rodeaban gradualmente. No había ningún refugio visible, aun en el caso de que hubiésemos tenido intenciones de hacer un alto. La visibilidad era muy mala, y nuestra navegación se realizaba, principalmente, merced a la iluminación de los relámpagos.
Al cabo de un rato, cuando estábamos ya empapados, uno de estos relámpagos nos reveló una visión fugaz de una figura humana delante de nosotros. Era una mujer, a juzgar por lo que alcancé a ver de ella, ya que había distinguido los contornos de su cuerpo, pues llevaba muy adherida su falda empapada. Estaba a un centenar de yardas de distancia, aproximadamente, agazapada al pie de un promontorio, en una pequeña depresión, y al parecer no había advertido que nos acercábamos. Una vez más mi subconsciente comenzó a actuar con rapidez, e intuí, más bien que supe, que no sólo era esta figura la muchacha «amiga» de tío Piers, que viera el día anterior, en Burting Clump, y acerca de la cual le hiciera comentarios jocosos cuando la sorprendí persiguiéndole, sino que la depresión en que estaba ahora era la misma desde la cual había observado a Sir Piers en la anterior ocasión.
Comencé a susurrar una advertencia, pero aparentemente mi tío también la había visto, pues se detuvo, se volvió hacia nosotros, y dijo:
—Allí está McUik. Quédense aquí hasta que yo silbe. Me espera a mí, pero no al resto de ustedes… —dicho esto, se alejó solo.
¿McUik? Hubiera jurado haber visto una falda, a pesar de lo fugaz de mi visión… Y luego, al mismo tiempo que Thrupp, sobre quien cayó la revelación del misterio en el mismo instante que a mí, exclamé, sorprendido:
—¡No puedo creerlo! ¡El gaitero!…
En efecto, era el gaitero, según lo comprobamos cuando el suave silbido de tío Piers nos autorizó a acercarnos. Un relámpago oportuno nos reveló la figura de un joven bien parecido y delgado, con el torso cubierto por una prenda mitad jersey de pescador y mitad blusa de mujer, y de la cintura a las rodillas por una falda a cuadros de colores chillones, en la cual predominaban los colores amarillos, azul y rojo. Sobre la maleza, junto a él, había un estuche de cuero, muy semejante a los aparatos de radio portátiles, y tenía las orejas cubiertas por un par de auriculares. Como nosotros, estaba empapado por la lluvia.
—He estado interrogando a McUik acerca de la fuente de energía de Drinkwater —dijo Sir Piers bruscamente, luego de presentar al gaitero—. ¿Cuál es su teoría, sargento?
—Esta pregunta se me ocurrió tan pronto como localicé el punto de origen del transmisor, señor —a pesar de su nombre absurdo y foráneo, el escocés hablaba un inglés excelente, con un acento que sugería su paso por una escuela aristocrática—. Tiene razón, desde luego, señor. Tiene que tener alguna fuente de energía, pero si bien he estado bastante cerca del lugar en varias oportunidades, no he visto ni un mástil ni tampoco ninguna otra clase de antena, ni tampoco he oído el ruido de un motor en funcionamiento. Además, la casa está alumbrada, según parece, con lámparas de aceite. Es muy curioso, señor.
—
Camouflage
—dijo Sir Piers sin vacilar—. Si el hombre tiene intención de hacer funcionar una estación de radio cuando se produzca la invasión, lo último que hará será divulgar el hecho de que tiene energía eléctrica. Probablemente tiene la instalación oculta en el sótano. Las lámparas de aceite son su mejor coartada, pero ahora.
Había algo aceptable en lo que decía mi tío. Pero…
—No veo cómo es posible instalar un gran equipo de energía eléctrica en el sótano sin que la gente se entere de ello —observó Adam—. La firma que lo instaló tendría que estar enterada, y los vecinos no podrían mantenerse ignorantes del hecho. Por último, sería muy sospechoso para todos que, teniendo un equipo eléctrico, no lo utilizase para la iluminación.
—No es necesario que el equipo sea muy grande, señor —dijo McUik—, y si conoce algo acerca de los aspectos técnicos, no necesita haber recurrido a una firma para su instalación. Podría haber pedido las partes por separado, en distintas oportunidades y a distintos distribuidores, recogerlas con su automóvil en distintas estaciones de ferrocarril y, por último, armar todo el equipo gradualmente.
—Ni siquiera hay necesidad de todo eso —dijo tío Piers de pronto—. Podrían haberlas traído desde Alemania en aeroplano, dejándolas caer por medio de paracaídas durante la noche. Recordemos, por ejemplo, aquel aeroplano que oyó Carmel la otra noche. ¿Por qué diablos anduvo merodeando durante media hora o más, si no estaba empeñado en alguna fechoría?
—Probablemente era un aeroplano extranjero —murmuró Thrupp—. Pero…
—Si se refiere al aeroplano que voló por aquí hace tres noches, señor, puedo decirle que no se acercó a Bollington —intervino McUik—. Yo lo oí, desde luego, y me pregunté qué estaría haciendo, pero volaba muy al oeste de este punto. Estoy completamente seguro de que aquí no descargaron nada, señor.
—Volveremos a referirnos a esa noche dentro de un instante —dijo Thrupp—. Entretanto, ¿está usted completamente seguro de que las «ondas» que ha oído provienen de Pest House? ¿Tiene tanta exactitud su equipo detector?
—Señor —dijo McUik, y en esta sola palabra reveló su lugar de origen por primera vez—, ningún detector del mundo es ciento por ciento infalible, y con mucho más fundamento podemos decir esto del hombre que lo utiliza; si ésta fuera una zona muy edificada, no hablaría con tanta certeza. Pero ¿cuál es la alternativa en las inmediaciones? Pest House es la única casa de Bollington donde sería posible instalar un transmisor. Las otras son simplemente chozas de pastores y casas de dos habitaciones.
—¿Cuándo las captó por primera vez? —preguntó Adam.
—La misma noche en que oí el avión, señor. En realidad, al principio me pregunté… —McUik vaciló.
—¿Si el transmisor pudo haber guiado al aeroplano hasta aquí? —dijo Thrupp—. Bien. ¿Cuáles son las posibilidades? Es una idea plausible, siempre que exista tal estación clandestina.
—Ya lo sé, señor. Pero existen ciertas dificultades. El aeroplano apareció sólo una hora después de la última emisión del transmisor, y desapareció mucho antes de iniciarse la segunda emisión. Mientras el aeroplano estuvo volando sobre los Downs no se produjo ninguna emisión.
—Cuéntenos acerca de estas dos emisiones —le instó Thrupp—. ¿A qué hora se produjeron, y cuánto tiempo duraron?
El sargento reflexionó largamente antes de responder.
—No sabría decir a qué hora empezaron, señor, porque lo descubrí en forma casual cuando estaba buscando aquella escala de frecuencias. Las capté por primera vez unos minutos después de las diez y media, y se prolongaron por espacio de treinta y cinco minutos, aproximadamente. Luego cesaron. Yo estaba bien al oeste cuando las recogí por primera vez, y no había descubierto con exactitud el punto de origen cuando las perdí de nuevo. Pero conocía la dirección general, y cuando la seguí llegué muy cerca de Pest House. Para entonces, estaba seguro de que habían cesado por esa noche, pero por las dudas me quedé un rato en las inmediaciones. Así fue como, a las tres de la madrugada, aproximadamente, en momentos en que me disponía a renunciar a la espera por esa noche, la capté nuevamente: la misma frecuencia, la misma dirección. Por desgracia, me había desplazado mucho hacia el sur, y ahora estaba a cierta distancia de la casa. Cambié de rumbo y me aproximé nuevamente, pero cuando uno está en movimiento no es posible localizar las ondas con tanta exactitud. Es necesario detenerse y arreglar la antena telescópica, y cuando llegué lo suficientemente cerca de Pest House, las emisiones habían cesado. Me quedé allí hasta cerca de las cinco, pero no logré captar nada más.
—¿Cuánto tiempo duró la segunda emisión? —preguntó Thrupp.
—Aproximadamente lo mismo que la primera, señor. De treinta y cinco a cuarenta minutos. La única diferencia es que, mientras la primera se desvaneció, por así decir, gradualmente, la segunda se interrumpió de forma brusca.
—¡Ah! —Thrupp estaba absorbido por sus pensamientos. Me pregunté qué estaría pasando por su mente. No podía haberle pasado inadvertido, como tampoco a mí, que las horas de estas misteriosas «emisiones» coincidían de manera sorprendente con las horas en que, según las manifestaciones de Carmel, habían tenido lugar los vuelos de brujas. Y la segunda emisión
se había interrumpido bruscamente
… Las conjeturas más grotescas aparecían y desaparecían en mi mente, mientras la lluvia azotaba mi cuerpo empapado y los truenos rugían y estallaban sobre nuestras cabezas.