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Authors: Michael Burt

Tags: #Intriga, misterio, policial

El Caso De Las Trompetas Celestiales (18 page)

BOOK: El Caso De Las Trompetas Celestiales
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—Me vendría muy bien una taza de café —dijo Thrupp, mirando la deliciosa figura de Andrea, cada vez más distante—. He desayunado poco después de las siete, y el vacío comienza a hacerse sentir. ¿Hay algún lugar en el pueblo…?

—Lo hay, pero no iremos allí —dije, poniendo el vehículo en marcha—. Hay un lugar terrible manejado por dos solteronas de edad madura que al parecer creen hacernos un gran favor vendiéndonos agua sucia tibia a seis peniques la taza. Vamos a casa, donde Barbary se ocupará de nosotros.

Avanzamos a gran velocidad, como una gacela mecánica, tan pronto como mi fiel coche se dispuso a comportarse debidamente. Atravesamos la plaza, dejando atrás al bárbaro gaitero con su algarabía infernal, y doblamos por Hill Barn Lane, para seguir el camino más corto a casa.

Pero apenas habíamos doblado la esquina cuando Thrupp levantó una mano y dijo:

—¡Para!

Le obedecí; y, antes de que pudiese pedirle una explicación, había bajado del automóvil. Me ordenó bruscamente que me quedase donde estaba, y caminó con rapidez por el camino que veníamos. Cuando miré por la ventanilla trasera le vi llegar a la esquina y mirar con un interés absorto el escaparate donde Mr. Penn, nuestro tendero más importante; había hecho un despliegue repugnante de ropas para niños de corta edad. Miró una o dos veces en dirección a la plaza, y pocos minutos más tarde volvió.

—Uno de estos días escribiré una pequeña monografía a la manera de Sherlock Holmes denominada «El instinto como factor en la tarea del detective» —dijo sonriendo, mientras me indicaba que reanudara la marcha—.

Es extraño. No tenía ningún fundamento para imaginar nada por el estilo, pero a pesar de ello estaba seguro de que si regresaba hasta la esquina vería a Miss Gilchrist en la cabina telefónica fuera de la oficina de correos. Tenía que asegurarme. ¿Has sacado algún resultado en la central telefónica?

Le conté lo que había descubierto. Con un gesto de «probación, Thrupp anotó el número y el nombre que le dicté.

—¿Y qué puedes decirme acerca de ese tal Drinkwater? —preguntó en el momento en que nos metíamos por Abbot's Walk.

Fruncí el ceño y me acaricié la barba con una mano. —Otro día, si no tienes inconveniente —le dije—. Es un tema algo complejo, y quisiera ordenar mis ideas. Debo advertirte, no obstante, que sé muy poco de él.

Thrupp gruñó.

—Antes de pasar a ese tema quiero que me hagas otro favor, Roger. Tan pronto como lleguemos, llama por teléfono a tu amiguita de la central y pregúntale si ha habido otra llamada a Bollington dos dentro de los últimos minutos.

Un minuto más tarde estaba cumpliendo sus instrucciones. Sue se mostró un poco circunspecta, pero confirmó las sospechas de Thrupp sin vacilar mucho. Se había producido esa llamada, esta vez no desde la Vicaría, sino desde la cabina pública. Sue quería saber qué tenía ello de raro.

—Nada. De todos modos, algo me tenía intrigado.

—Escucha, mi querido Thrupp —dije, cuando Barbary nos dejó solos con nuestras tazas de café—. No es la primera vez en la historia de nuestras vidas que tú y yo nos hemos complicado en una serie de hechos que no tienen la claridad cristalina que sería de desear. Yo no tengo ningún reparo en que ocurra una vez más, y además conozco las reglas del juego. Sé que no debo hablar fuera de turno ni formular preguntas indiscretas, y deberás admitir que, generalmente, respeto dichas reglas. Lo que quisiera saber, empero, es qué despertó tu interés por las llamadas telefónicas de Andrea Gilchrist. Tú no sabes nada sobre ella, y el solo hecho de que haya podido identificar a la Stretton no la convierte automáticamente en sospechosa. Pero antes de que la hubiese identificado, ¿qué te hizo recelar cuando fue a atender el teléfono? Reconozco que tenías razón, y que mintió cuando dijo que había sonado el teléfono. Pero dado el ruido descomunal que hacía el vicario con su arenga sobre Alejandro el Calderero, yo no habría podido comparar mi capacidad auditiva con la suya.

Los ojos castaños de Thrupp brillaron detrás de sus gafas con una expresión de inocencia ofendida.

Simple curiosidad, querido Roger. Eso, o bien un simple azar, o quizás mi instinto, si lo prefieres. Francamente, no sé qué fue. Tal vez deseaba tan sólo poner a prueba su veracidad como testigo, lo cual es un hábito desagradable que adquirimos en nuestra profesión. Te diré que ya había llegado a ciertas conclusiones sobre ella mientras tú paseabas por el jardín. Para empezar, no es el tipo de muchacha que uno espera encontrar llevando la casa paterna en una vicaría rural. No diré que exista alguna razón teórica para que la hija de un párroco no sea elegante y hermosa. La naturaleza es caprichosa. Pero… bueno, no tenía el aroma que yo esperaba en mi calidad de sabueso, eso es todo. Además, descubrí que no era del todo sincera. Me dijo lo menos dos mentiras, mentiras pequeñas, es verdad, sobre cosas acerca de las cuales, dentro de lo que puedo apreciar, no es necesario mentir. No tiene importancia cuáles fueron esas pequeñas mentiras. La verdad es, Roger, que hay gente en este mundo que parece que miente por principio, o bien por hábito, quizás, cuando no hay ninguna razón que les impida decir la verdad. La mitad de los delincuentes menores de Londres lo hacen, aun cuando no tengan nada que ocultar. Las mentiras de Miss Gilchrist entraban dentro de esta categoría. Eran triviales e innecesarias, pero han contribuido en buena parte a destruir mi confianza en ella. Así, pues, cuando mencionó la llamada telefónica, se me ocurrió ponerla a prueba, especialmente porque aquélla era su segunda tentativa de alejarse de mí con un pretexto que yo consideraba falso. Lo intentó una vez, mientras tú estabas en el jardín: quería buscar un pañuelo, y tenía uno escondido en la palma de la mano, como le hice notar con bastante poca caballerosidad.

—De todos modos era una prueba al azar —observé.

—En efecto. Dicho sea de paso, ¿estás dispuesto a hablarme de ese Drinkwater?

—¿Podrías concederme hasta esta noche? —supliqué. Por un motivo u otro, consideraba que debía diferir mi exposición hasta después de haber visto a Carmel nuevamente.

Thrupp no contestó en seguida; fumó unos instantes en silencio, y por fin dijo:

—Roger, tú me ocultas algo. ¿No es verdad?

—Sí —repuse sin vacilar—. Perdóname, Robert. Quisiera no tener que ocultártelo.

No me reprochó mi reticencia ni se ofendió, sino que preguntó, simplemente:

—¿Cuánto tiempo deberá durar tu reserva?

—A menos que ocurra algo imprevisto —dije—, te lo contaré todo esta noche, incluso los datos que tengo acerca de Drinkwater. Te advierto, empero, que todo lo que sé no significa mucho. Si fuera importante, te lo" diría ahora sin preocuparme por las consecuencias. Sinceramente, no creo que estés perdiendo mucho.

—Es posible que no. Pero siempre será una ayuda. Muy bien, pues. Te daré de plazo hasta la hora de la cena, esta noche. Entretanto, necesito una lección de geografía. Durante la última media hora me han dado dos direcciones en lugares de los cuales nunca he oído hablar. ¿Dónde está Bollington? ¿Y, más importante aún, dónde está Hagham?

—¿Es en Hagham donde vivía Mrs. Stretton? —pregunté, revolviendo mi cajón en busca de un mapa. Había perdido buena parte de la conversación de Thrupp con Andrea, fuera del depósito de cadáveres, y la deducción era obvia.

—Sí —Thrupp se acarició el mentón y sonrió—. Supongo que la gente vería una coincidencia en el hecho de que una mujer de quien se sospecha que es bruja viva en Hagham, o sea en la aldea de las brujas, literalmente. Entiendo que tal es la derivación del nombre Hagham.

—Probablemente —por fin hallé un mapa local y lo extendí sobre mi escritorio—. Por lo visto, las casas se extienden hasta sectores bastante apartados —señalé—. Rootham, como tú sabes, no está precisamente sobre una carretera principal que conduzca a ninguna parte; pero Bollington y Hagham están muchísimo más distantes, en comparación. En realidad, son aldeas situadas en el Interior de las mesetas, a millas de distancia de cualquier centro de población. Y también a millas de distancia entre sí. Mira. Aquí está Merrington y aquí Rootham, que ya conoces. Hagham se encuentra unas cuatro millas más lejos, siguiendo la misma dirección, aproximadamente sudoeste desde aquí, al sudsudoeste de Rootham. Bollington está aquí, casi al sudeste de Merrington y a seis o siete millas de distancia, en medio de las mesetas. Casi al este de Rootham, y al este, con cierta desviación, hacia el norte de Hagham.

—Muy bien. Gracias, Roger. Me guardaré este mapa, si me lo permites. Lo que es desagradable, pero evidente, en que la única forma de llegar a Hagham y a Bollinglon es a pie.

—El aire es perfecto, el tiempo precioso, y el césped deliciosamente mullido —le consolé riendo—. Hallarás que el paseo es un verdadero placer, y una vez que estés en las mesetas, las distancias carecerán de importancia. Es un hecho notable.

—Puesto que tienes tanto entusiasmo, tendré sumo placer en gozar de tu compañía —fue su sarcástico comentario—. ¿O tienes, por una curiosa coincidencia, un compromiso previo?

Tu intuición es increíble, mi querido Holmes —contesté en tono de broma—. Pero con mi mapa y mi bendición es casi imposible que yerres el camino. Te diré que podemos hacer —añadí, con una súbita inspiración—.

Te llevaré hasta Burting Clump y me aseguraré de que has comprendido bien las indicaciones, y luego no podrás equivocarte. Irás a Hagham primero, ¿no?

—En efecto. Debo estar allí esta tarde sin falta. ¿Qué hora es?

Eran casi las doce y media.

—No tendré mucho tiempo para hacer nada antes del almuerzo —murmuró Thrupp—. A menos que… sí, es une buena idea. ¿Crees que podríamos ir al convento ahora, Roger? ¿Tenemos probabilidades de conversar con el Padre Prior?

Reflexioné un momento.

—En circunstancias normales, diría que sí, pero con mi tío Odo, que acostumbra a merodear por el convento, no estoy tan seguro de ello. Llamaré por teléfono al Padre Prior, si quieres. Pero entiendo que querrás entrevistar al Padre Pío.

—En segundo término, sí. Pero preferiría ver antes al Padre Prior. Por lo menos tengo la seguridad de que está cuerdo; por lo menos lo estaba hace un año, cuando estuve aquí trabajando en el caso de Bryony Hurst. Supongo que soy un tonto al preocuparme por la visión del Padre Pío, o la pesadilla, o lo que fuese; pero esta maldita conciencia mía me acosa hasta que he desechado totalmente cada posibilidad…

Me dirigí al teléfono y pedí el número del convento. Cuando al cabo de algún rato de demora respondieron a mi llamada, la voz no era la del Padre Prior. Se dio a conocer como la del Hermano Esteban, un anciano hermano lego cuyas funciones, según sabía yo, eran de tipo administrativo. Cuando me di a conocer y pregunté si sería posible hablar con el Padre Prior, el hermano lego respondió negativamente, expresando gran sentimiento.

—Hemos tenido una tragedia aquí hace poco rato —explicó el hermano Esteban—, y lamento decirle que el Padre Prior no puede venir en este momento.

—¿Una tragedia? —repetí perplejo.

—El pobre Padre Pío —fue la grave respuesta—.
No
estaba bien desde hacía uno o dos días, y esta mañana temprano tuvo un ataque, o un síncope. Ha muerto hace diez minutos. Que descanse en paz.

—¡Amén! —dije conmovido—. Pero… ¡es terrible! Era un hombre tan excepcional…

—Había cumplido ochenta y cuatro años la semana pasada, Mr. Poynings, y hasta hace cuarenta y ocho horas estaba tan sano y rozagante como un joven. No… no sé si usted ha oído decir… quizás se lo haya contado Su Ilustrísima… lo que ocurrió anteanoche…

—Sí. Me lo ha contado mi tío. Un hecho fantástico…

—Fantástico o no, le ha causado la muerte —declaró el hermano Esteban—. Era un hombre de edad, y no se recobró de la impresión…

PARTE III

EN BURTING CLUMP

«Muéstrate como la flor inocente. Pero sé

la serpiente bajo ella.»

MACBETH.

1

Mi reacción inmediata frente a la tragedia de la muerte del Padre Pío, aparte del aspecto puramente humano y personal, fue de sentimiento de que la muerte hubiese eliminado a la única persona cuyo testimonio independiente y enteramente digno de confianza habría tendido a corroborar la extraña historia que me relatara Carmel Gilchrist. No debe inferirse de esto que a la sazón yo hubiera aceptado el testimonio de Carmel sin ninguna reserva. Dicho testimonio era en conjunto demasiado fantástico para aceptarlo en su totalidad, y todavía abrigaba una convicción íntima de que todo tenía que tener una explicación oculta en algún punto. A pesar de ello, estimaba a Carmel y la compadecía lo suficiente como para desear que sus afirmaciones no fuesen totalmente desvirtuadas; y el apoyo del Padre Pío habría sido de la mayor eficacia en este sentido. Es verdad que había en el convenio una cantidad de testigos que podían dar testimonio sobre la visión del anciano monje, pero no era lo mismo. Deseaba además que Thrupp hubiese tenido oportunidad de conocer personalmente al Padre Pío a fin de medir por sí mismo el grado de fe que merecían sus afirmaciones.

Con gran sorpresa, en cambio, comprobé que la muerte del Padre Pío había producido en Thrupp mismo mucho más efecto que el que yo esperaba. Estaba a una distancia enorme aún de considerar en serio el asunto, pero por lo menos parecía sumamente impresionado por el hecho de que la experiencia sufrida por el anciano, cualquiera que fuese su naturaleza, hubiera sido tan vivida como para acelerar su fin. Yo había esperado a medias que la muerte acaecida en el convento tuviera el efecto de hacer que Thrupp olvidase totalmente el episodio, y un deseaba que ocurriera semejante cosa, por cuanto debía contarle aún la historia de Carmel. Pero, como digo, mostraba ahora menos disposición a ignorar todo el incidente, que antes de morir el Padre Pío.

Barbary, Thrupp y yo almorzamos solos, pues tío Piers había emprendido una expedición solitaria que duraría todo el día, y tío Odo había telefoneado para anunciar que permanecería en el convento de momento. En mitad de la comida, llamaron por teléfono a Thrupp para anunciarle que sus colaboradores habían llegado a Merrington y que en este instante estaban fortificándose en la Doncella Verde, donde esperaban instrucciones. Habían traído un automóvil, lo cual me liberaba de la tarea de actuar como chófer de Thrupp, aunque, a decir verdad, había utilizado mis servicios bastante poco hasta entonces. Significaba asimismo que no tardaría en perder mi puesto como su Watson, lo cual me habría resentido mucho más de no mediar mi compromiso con Carmel esa tarde. Con todo, no era posible realizar dos funciones a la vez ni estar en dos sitios al mismo tiempo, y puesto que era vital ver a Carmel, debía agradecer de cualquier manera el hecho de que la llegada de refuerzos asegurase mi independencia de la compañía de Thrupp, a la hora de la cita.

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