Read El Caso De Las Trompetas Celestiales Online
Authors: Michael Burt
Tags: #Intriga, misterio, policial
Fue un acto de cortesía que aprecié sobre manera dije—. En el momento en que se produjo, tuvo un efecto profundo sobre mis nervios ya exacerbados. Pero ¿qué se ha hecho desde entonces acerca de las trompetas? —Una vez que se estableció que era cierto que faltaba y que ni papá ni Slogger las habían guardado por razones tácticas, era evidente que había que acudir a la Policía, y han estado moviéndose como abejas desde entonces. El Superintendente de Steyning está a cargo de la investigación, y ha estado interrogando a todo el mundo, sin el menor resultado, dentro de lo que puedo juzgar. Bloody Ben y Sir John decidieron pasar la noche aquí y ver qué ocurría, y la única persona que no estaba demasiado agitada era mi padre. A propósito, apuesto a que el obispo está deseando en este momento que se le hubiese ocurrido partir a Bramber ayer, en lugar de quedarse hasta esta mañana.
Yo sonreía socarronamente.
—¿Se refiere a… Grimalkin?
—Sí —Carmel rió maliciosamente—. ¡Roger, cuánto desearía haberlo visto! Debió ser maravilloso. Usted lo vio, ¿no?
—Sí. Fue un espectáculo reconfortante, pero al mismo tiempo algo aterrador. No sabría decir si esa gata es una hija de Satanás en el sentido literal, pero indudablemente lo es en el figurado. ¡Alá! ¡Qué bestia salvaje!
—¿No es verdad que es terrible? Sinceramente, y dejando a un lado las bromas, uno no puede por menos de preguntarse muchas cosas, Roger —dijo Carmel frunciendo el ceño—. ¿Qué verá Andrea en ese animal, a menos que sea algo como lo que usted…
—¿Cuánto tiempo hace que la tiene Andrea, y de dónde la ha sacado?
—Estaba perdida. Apareció
de pronto aquí
… aproximadamente durante el otoño pasado, o bien a finales del verano. Todo concuerda muy bien, como ve. De pronto apareció no sabemos de dónde, y Andrea la recogió inmediatamente. Hasta permitió que durmiera con ella desde un principio, hasta que yo me rebelé y papá se impuso. Desde entonces, Grimalkin me detesta, aunque nunca me ha atacado abiertamente —de pronto Carmel se interrumpió—. ¡Mire! ¿Qué es eso?
Seguí la dirección que señalaba, algo hacia la izquierda. Aunque bien protegidos a la vista de extraños, no estábamos muy lejos del borde sur del bosquecillo, y a través de la hilera de árboles podíamos ver buena parte del panorama de abajo hacia el sur y sudeste. A un millar de yardas de distancia, aproximadamente, la figura de un hombre muy alto caminaba en nuestra dirección con pasos largos y ágiles. No se distinguía su rostro a aquella distancia, pero con una mirada reconocí el cuerpo ágil y los movimientos atléticos del Mariscal de Campo Sir Piers Poynings, O. M., G. C. B., etc.
Carmel le identificó, a su vez.
—Es su tío, ¿no? —preguntó rápidamente—. El más delgado, que conocí ayer. Roger, me voy. Saldré por el camino de atrás, de modo que el bosquecillo quede entre nosotros.
—Pero ¿por qué? —le pregunté, deteniéndola—. ¡No va a comerla!
—No, pero imaginará cosas, Roger. Primero me encontró en su despacho ayer por la mañana, y ahora, sosteniendo una cita secreta con usted en las mesetas. No está bien, mi buen amigo. A mí no me preocupa nada, pero… ¡Roger, allá viene otra persona!
Miré nuevamente en la dirección señalada, y en efecto, vi una segunda figura recortada contra el cielo azul grisáceo. Al parecer, esta vez se trataba de una mujer, una mujer joven y de figura esbelta, con una falda corta de colores vivos. Caminaba bastante atrás de Sir Piers y algo liada el este de él. Cuando la vi por primera vez, lo estaba siguiendo, evidentemente, pero luego se detuvo de pronto y se acostó sobre el césped.
Casi inmediatamente comprendí el porqué. Hasta aquel momento la extensión de planicie por la cual estuviera caminando mi tío había mantenido oculta a la muchacha, pero en cambio ahora los puso a la vista recíproca. Es verdad que no había motivo aparente para ocultarse en Corma tan dramática, a menos que estuviese espiando a Sir Piers, o bien que tuviese algún motivo secreto para desear que su presencia no fuese descubierta. Y mi primera impresión fue que la muchacha le seguía deliberada mente y en forma bastante experta.
Con amistoso gesto, Carmel apretó mi brazo y corrió a su caballo, y tan intrigado estaba yo por lo que estaba viendo que no se me ocurrió detenerla más. Casi subconscientemente oí poco después el ruido metálico de las bridas y el rumor de hojas secas y de ramas, cuando Carmel montó y se alejó.
Sir Piers venía hacia mí a cuatro millas por hora, sin mirar a derecha ni a izquierda. La muchacha permaneció inmóvil en el suelo. En verdad, si no la hubiera visto acostarse, no habría advertido su presencia, pues lo único que alcanzaba a ver ahora era una diminuta mancha de color contra el verde de la maleza. Mi tío, entretanto, citaba cada vez más lejos de ella, pero todavía no había señales de que la persecución se hubiese reanudado. Aun cuando tío Piers comenzó a descender por una depresión más bien profunda, a seiscientas o setecientas yardas de distancia de donde yo estaba, cuyo fondo era invisible tanto desde mi posición como de la de la mujer, ésta no hizo ningún movimiento para seguirle.
Me dije que probablemente había interpretado mal la situación. En realidad no había ninguna evidencia de que la muchacha estuviese vigilando a mi tío, y el solo hecho de que se hubiese tendido en el suelo en el preciso instante en que él saliera de la depresión desde la cual su seguidora era invisible, bien podía ser una simple coincidencia. Después de todo en aquella primavera de 1939, Inglaterra era todavía un país relativamente libre, y nuestras mesetas eran accesibles a cualquiera que quisiera utilizarlas. Con un encogimiento de hombros mental decidí que seguramente no había nada significativo en lo que acababa de observar.
A pesar de ello, no salí, como podría haberlo hecho en otras circunstancias, de la protección del bosquecillo a fin de ir al encuentro de mi tío. Hasta jugué con la idea de seguir oculto y dejarlo pasar sin revelar mi presencia en las inmediaciones, posiblemente para satisfacer mi curiosidad sobre si la muchacha le seguiría o no, o bien con alguna idea vaga de llevar a la práctica la política propuesta por Carmel de mantener secreta nuestra entrevista. En cuanto se refiere a las convenciones y normas sociales, las mujeres tienen una mentalidad más sutil que los hombres. Nunca se me habría ocurrido que mi tío pudiese ver nada sospechoso en que yo conversase con Carmel durante dos días seguidos, y si bien nuestra asociación era enteramente inocente desde todo punto de vista, advertí ahora que existía la posibilidad de una mala interpretación por parte de quienes nos viesen. Para protección de Carmel, así como la mía propia, entendía que era necesario precaverse contra esta eventualidad, pero la dificultad residía en que si revelaba ahora mi presencia y regresaba a casa en compañía de mi tío, no tardaríamos en ver a Carmel cabalgando en una dirección que denotaría claramente de dónde había partido. Para evitar esto debía ocultarme, o bien entretener a mi tío Piers el tiempo suficiente como para dar tiempo a Carmel de alejarse totalmente.
Permanecí, pues, inmóvil muy junto a los árboles, esperando que se aproximase, pero sus ojos me vieron cuando estaba aún a doscientas yardas de distancia. Con una actitud característica en él, no me saludó con la mano ni hizo ningún otro signo de haberme reconocido, sino que se acercó hasta llegar al bosquecillo, con una expresión intrigada en su rostro atezado.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí, muchacho? —ladró amistosamente al aproximarse—. No esperaba verte en este lugar, Roger. ¿Qué estás haciendo en la cumbre de las mesetas, escondiéndote como un maldito botón de cuello?
—Estaba tomando un poco de aire puro —repuse con la mayor displicencia posible—. Se pasa muy bien aquí arriba, ¿no es verdad? Te he visto hace un rato, en realidad, pero no he salido a tu encuentro porque aparentemente tenías ya una admiradora que te seguía, y quería ver qué hacía.
Si esperé despertar la sorpresa de mi tío con este comentario, estaba condenado a un desengaño. Las moscas tienen muy pocas probabilidades de introducirse en la boca del Mariscal de Campo Sir Piers Poynings, como lo han descubierto con dolor los enemigos de este país. Su única reacción fue mirarme fijamente por debajo de sus hirsutas cejas, mientras encendía su eterno cigarro, y decir:
—¿Qué está haciendo en este momento, eh?
—Acostada boca abajo, observándote sin dejarse ver —dije, desviando la vista para estudiar la situación—. ¡No, no, ahora se ha ido! —corregí un segundo más tarde—. No me explico… estaba allí hace un instante, y ahora ha desaparecido. Seguramente regresó por el mismo camino. Juraría que no ha avanzado.
Sir Piers no se tomó el trabajo de volver la cabeza.
—¡No te preocupes! —ordenó bruscamente, arrojando lejos el fósforo—. Ven, vamos a casa. Quiero tomar mi té.
Pensando en Carmel, no tenía prisa por obedecer.
—¿Sabías, pues, que te seguía? —pregunté sin necesidad.
—¿Por quién diablos me tomas? —repuso él desdeñosamente. Luego se puso tieso de pronto y preguntó—: Y hablando de muchachas, ¿quién diablos es tu admiradora?
—¿Admiradora? —repetí, sumamente sorprendido.
Era totalmente imposible que hubiese visto la sigilosa partida de Carmel, a menos que tuviese ojos como rayos X, capaces de ver a través de una barrera de árboles de veinte yardas de espesor.
—No me digas que has empezado a usar lápiz para los labios, como un condenado afeminado —dijo riendo, señalando al mismo tiempo varias colillas en el suelo. Todas eran de la misma marca que fumo yo, pero dos o tres de ellas tenían rastros evidentes de pintura de color rojo—. Además, ha venido ha caballo —agregó Sir Piers un instante después, señalando un montón de estiércol fresco a cierta distancia—. ¡Aire fresco! ¡No lo digas otra vez!
Yo reí, pero no quise discutir el asunto.
—Vine hasta aquí con Thrupp y sus hombres para mostrarles el camino a Hagham —expliqué—. Luego, como no tenía nada que hacer, me quedé un rato. Por casualidad pasó por aquí una muchacha del pueblo y se detuvo a charlar un rato.
Voilà tout
! Así que si tratas de envenenar la imaginación de Barbary contra mí, te desnucaré con tu propio bastón de mariscal, eso siempre que Barbary no lo haga primero con un rodillo de amasar.
Sir Piers gruñó y abrió la marcha a través del bosquecillo en dirección al límite norte. Yo avanzaba tan lentamente como podía, pero inevitablemente salimos de la arboleda y comenzamos a deslizamos por el mismo sendero tortuoso por el cual ascendiera dos horas atrás. Con gran alivio de mi parte, Carmel había desaparecido ya de nuestra vista, seguramente por el camino de yeso algo más al este, pues el sendero que seguíamos no era apropiado para un caballo sensato. Mi tío iba delante, y durante los intervalos entre cada esfuerzo por conservar el equilibrio, no dejaban de maravillarme su agilidad y su destreza. No en vano había luchado a lo largo de gran parte de la frontera noroeste en sus años mozos, y sus musculosas piernas no habían perdido su agilidad.
Una vez en la ancha pendiente cubierta de pasto, en lo alto de la cantera de yeso, se detuvo y esperó que yo le alcanzara.
—¿Qué sabes acerca de Bollington? —me dijo de pronto—. Es un lugar extraño para una aldea, ¿no crees tú? En los confines del mundo, por así decir. No tiene ninguna explicación.
Si bien su pregunta me intrigó, traté de disimularlo.
—Podrías preguntar lo mismo sobre varias de estas poblaciones —contemporicé—. Hagham, por ejemplo, y North South Stoke, en dirección a Arundel. Bollington es un buen nombre sajón, de modo que me imagino que no es de fundación reciente. Supongo que en sus orígenes era un pequeño grupo de chozas de pastores muy juntas las unas a las otras por razones de seguridad, pero naturalmente Bollington es más conocido que Hagham o las aldeas de Stoke debido a la presencia de Pest House. En verdad, en una época fue un refugio para las víctimas de la peste, una especie de hospital de aislamiento en medio de las mesetas a fin de mantener el contagio de la plaga lo más lejos posible de los centros poblados.
—Lo sabía —dijo tío Piers—. Y ahora la han restaurado como residencia privada.
—Sí, bastante. La casa era una ruina cuando yo era muchacho, pero poco después de la guerra pasada una escocesa excéntrica llamada Gillespie, quien como la mayoría de los miembros de su raza, no podía soportar más los rigores del clima natal, la compró y la restauró. En realidad, la reconstruyó casi totalmente. A pesar de su pasado, el lugar era completamente sano para entonces, y supongo que para quien le gusta vivir alejado del resto del mundo tiene una situación magnífica. Sea como fuere, Mrs. Gillespie gastó mucho dinero en la propiedad y vivió en ella hasta su muerte, hace cinco años. Luego estuvo desocupada un tiempo, hasta que el año pasado la compró un hombre llamado Drinkwater, quien vive allí actualmente. Es todo lo que sé, en realidad.
A continuación, en el deseo de ocultar mi interés bajo un velo de superficialidad, añadí:
—Diré, de paso, que es de esperar que el señor Drinkwater haya recibido su nombre como legítima herencia de su padre, y que no tenga una relación significativa con la situación presente.
—¿Qué quieres decir?
—Me refiero a que el problema del agua es el más importante en estas aldeas apartadas. No llega hasta ellas el agua corriente de la compañía, como tampoco luz eléctrica ni gas. Ese es el problema. Es necesario usar lámparas de aceite o velas, y el agua debe bombearse desde millas abajo. Por eso espero que el actual propietario de Pest House no haga honor a su nombre demasiado literalmente, bebiendo agua con exageración.
—¿Qué clase de individuo es? —el tono de tío Piers era despreocupado.
—Hazme otra pregunta —repuse con igual despreocupación—. Lo he visto una o dos veces, y no me gustó lo suficiente para desear conocerle mejor. Es un hombre educado, aparentemente en buena posición. Algunos dicen que es escritor, aunque nunca he oído hablar de sus escritos ni de que tenga nada que ver con el famoso Drinkwater, de piadosa memoria.
—¿Edad?
—Tampoco puedo contestarte. Es extraño, pero no es fácil determinarlo. Es uno de esos hombres que podría tener cualquier edad, entre los treinta y los cincuenta años. Es como si no tuviera ninguna edad. No es posible imaginar que alguna vez haya sido joven, pero seguramente nunca demostrará la edad que tiene. Tiene un tipo más bien latino, y posiblemente es bastante mujeriego, por no decir más… ¿Por qué este interés, tío Piers?