El Caso De Las Trompetas Celestiales (25 page)

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Authors: Michael Burt

Tags: #Intriga, misterio, policial

BOOK: El Caso De Las Trompetas Celestiales
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—¿Es imposible? —murmuré obstinadamente.

—¿Crees que no?

—No sabría decir.

—No seas retorcido, Roger. Dime con franqueza qué piensas en realidad de todo esto, y trata de no hacerte el gracioso, para variar. Es un asunto muy serio.

—No me lo digas a mí —declaré gravemente—. Mira, amigo Thrupp. Con franqueza, cuando Carmel me contó todo esto ayer, creí que estaba loca, y sin embargo no es cierto en absoluto, porque estaba evidentemente en su sano juicio y hablaba con la mayor seriedad y cordura. Lo que quiero decir es que no habría atribuido tanta importancia a su historia si se hubiese tratado de un elemento único. La habría atribuido, a pesar de lo que ella afirmaba, a ilusiones ópticas o a un estado patológico o a una alucinación psíquica, o como quiera que lo llamen los entendidos. Pero considerada en conjunto con lo que viera el Padre Pío y con lo que tú hallaste en Rootham, pues… bien, ¿qué diablos puede pensar uno?

—Exactamente, Roger. Es el efecto acumulado de los tres episodios lo que cuenta tanto. Y sin embargo… ¡qué demonios! Tú no crees en serio que la gente pueda recorrer los aires montada en una escoba de jardín, ¿no?

Me limité a encogerme de hombros, gesto singularmente inútil en las circunstancias. Como Thrupp, estaba preocupado. Tampoco obtenía mucho consuelo de la reflexión de que, oficialmente, el dolor de cabeza le tocaría a él, y no a mí.

—Con toda sinceridad —dije al cabo de una pausa— no me siento capacitado como para darte ninguna opinión sobre ese punto. No soy más que un pobre e insignificante profano en esta materia, y éste es un caso para un especialista experimentado. Reconozco que creo en el Diablo, lo cual la mayoría de la gente considera una superstición y una actitud reaccionaria hoy en día. Sé, además, y tú también lo sabes, que aún hoy se adora al Diablo todos los días, como lo ilustra el caso de Bryony Hurt del año pasado. Pero cuando se trata de todos los ornamentos y ritos, entre los que conocemos como hechicería, estoy en terreno totalmente desconocido. He leído una cantidad de libros sobre hechicería y demonología y magia, y como verás, hay una selección bastante completa en ese anaquel cerrado detrás tuyo. Pero nunca he tenido valor suficiente como para preguntarme con exactitud hasta qué grado puedo creer en todo ello. Siempre me he conformado con repetir el lugar común de que «no hay humo sin que haya fuego», dejando las cosas en ese punto.

—Lo mismo me pasa a mí —dijo Thrupp—. La dificultad es, ¿dónde debemos buscar el especialista experimentado?

—Tío Odo —repuse, llenando nuevamente mi vaso—. En cierto sentido, es un profesional donde nosotros somos tan sólo aficionados, y aficionados a regañadientes, además. Todo sacerdote es hasta cierto punto un especialista en cosas sobrenaturales, y tío Odo lo es más que un sacerdote corriente, no porque sea arzobispo, ni mucho menos, sino porque además es tres veces doctor, doctor en derecho canónico, en filosofía y en teología. No sé cuál de estos tres temas incluye la hechicería, pero podría apostar que aparece en uno de ellos. Sea como fuere, sería mucho más competente que tú o yo para determinar las posibilidades de un caso como éste.

—¡Mmmm! —Thrupp se acarició la mandíbula con aire pensativo.

—Lo que es más, quizás te interese saber que tío Odo, como tú, pasó lo menos la mitad de anoche apostado junto a la ventana de su dormitorio, cuando debía estar durmiendo. De ello podrás sacar la deducción que prefieras, pero si sigues mi consejo, recurrirás a él. Es un viejo muy sabio, con un cerebro de primera calidad, y no tienes por qué temer que te abrume con una serie de supersticiones papistas, ni nada semejante. De todos los hombres que he tratado, es el más capaz de trazar una línea definida entre la fe y la simple credulidad.

—Verdaderamente, tengo esa impresión de él —dijo Thrupp con un gesto de asentimiento—. Muy bien, Roger. De cualquier manera, no hay mal alguno en ello. Tal vez quieras ir tú a pedirle que nos conceda media hora…

Y así sucedió que pocos minutos más tarde el Muy Reverendo Odo se incorporó a la reunión. Ocupó su lugar en el sofá entre Thrupp y yo, aceptó una copa y un cigarrillo, y anunció que era, por lo menos en sentido figurado, todo oídos.

Thrupp dijo:

—Si no tienes inconveniente en ello, Roger, creo que yo relataré la historia esta vez. Ello servirá para el doble fin de permitirte controlar mi comprensión correcta de los hechos y de proporcionar a Su Ilustrísima un bosquejo objetivo de la situación hasta la fecha. Corrígeme inmediatamente si digo algo inexacto, ¿quieres?

Como creo haber mencionado ya, Thrupp tiene el inapreciable don de una mentalidad analítica y ordenada y la facultad de resumir una situación con un mínimo de palabras, pero sin omitir ningún punto esencial, al mismo tiempo. Sean cuales fueren sus sentimientos privados, puede confiarse en él en el sentido de que resuma las cosas con equidad e imparcialidad. Nunca le vi emplear los dones anotados con mayor ventaja que en esta oportunidad. Con instinto infalible e implacable exactitud, desgarró los órganos esenciales de la historia de Carmel, sirviéndolos en una fuente sencilla, sin otros adornos que los hechos estrictamente pertinentes. Y realizó esta hazaña en menos de la cuarta parte del tiempo empleado con anterioridad por mí.

El Muy Reverendo Odo no hizo ningún esfuerzo por ocultar su interés, el cual creció perceptiblemente tan pronto como resultó evidente que nuestras revelaciones tenían una estrecha relación con las del Padre Pío. Su rostro registró sorpresa, una sorpresa que a veces llegaba a la consternación, pero nada que indicase incredulidad.

—Desde luego, apreciaría sobremanera todo comentario que Su Ilustrísima considerara de valor acerca de esta historia —añadió Thrupp cuando hubo terminado—. Pero más aún que los comentarios, lo que agradecería en realidad sería su
opinión
escueta y sincera sobre si estos hechos son o no físicamente posibles. Me refiero a volar cabalgando sobre escobas. Mi propia razón me dice que no, como es natural. Decididamente, no tendría el descaro suficiente como para formular esta pregunta a mis propios colegas o amigos. Me creerían completamente loco…

Tío Odo dejó de jugar con su crucifijo pectoral, se levantó del sofá y paseó lentamente por la habitación antes de responder. Luego, se detuvo, apoyó el hombro contra el marco de uno de los ventanales abiertos y dijo en voz baja:

—Es un problema difícil, y temo resultar un pobre junco quebradizo en lugar del pilar de fortaleza que me suponen ustedes. A pesar de ello, haré todo lo posible, y primero les daré la opinión que solicitan, aunque francamente sea escueta y sincera. El problema es demasiado complejo para aceptar una respuesta afirmativa o negativa simplemente, y por entero sin reservas. Decir que no, sería virtualmente una herejía, mientras que decir que sí podría dar lugar a graves interpretaciones. Le ruego que no crea que estoy tratando de dar rodeos al asunto ni de rehuirlo. Nada de ello. Le diré lo que yo creo, dentro de un instante, pero tengo el deber de advertirle de antemano que no sabrá mucho más que ahora cuando me haya oído.

—Pensándolo mejor —dijo Thrupp—, quizás sería mejor que yo formulara de nuevo mi pregunta, con el objeto de ocuparnos de cada aspecto en su orden correspondiente, lo cual no ocurre tal vez con mi pregunta inicial. ¿Podría usted darme una respuesta más categórica si sólo le preguntase si cree o no cree en hechicería?

—¡Ah, esto es mucho mejor! —tío Odo se frotó las manos—. Sí, mi estimado Mr. Thrupp, decididamente creo en la hechicería, y ni siquiera pondré limitaciones a esta afirmación agregando «en la hechicería científica o intelectualizada», o bien que todo depende de lo que se entienda por hechicería. Lo único que deseo que observe es que yo no acepto necesariamente como verdad todas las innumerables leyendas e historias que han surgido en torno al tema. En cambio, creo con firme decisión que lo que se conoce como hechicería ha sido puesto en práctica desde el nacimiento de la historia hasta el presente, y pienso que seguirá siéndolo hasta el fin del mundo.

—¿Aun cuando la hechicería sea en apariencia contraria a la razón? —preguntó Thrupp.

—Pero ¿acaso es contraria a la razón? —replicó suavemente el Arzobispo—. No quiero hilar tan fino, pero yo habría dicho no, digo que la creencia en la hechicería está
dictada
por la razón más bien que es contraria a ella. Hablo, como es natural, desde el punto de vista cristiano, y cuando digo cristiano no me refiero exclusivamente al punto de vista católico. Si usted no es cristiano, si usted es uno de esos racionalistas modernos o agnósticos que forman una proporción tan elevada de la humanidad de hoy en día, en ese caso, comprendo perfectamente que todo aquello relacionado con la hechicería o con lo sobrenatural debe ser rechazado en forma evidente como «contrario a la razón». Por otra parte, no veo cómo usted puede afirmar que es cristiano, o aun creer en Dios, si no acepta elementos tan importantes como el satanismo, la demonología y la hechicería.

—Comprendo —dijo Thrupp no con mucha veracidad, según sospecho.

—Trataré de expresarlo como un encadenamiento lógico y sencillo —prosiguió el Muy Reverendo Odo—. Comencemos con el hecho fundamental de que yo creo en Dios y en la Sagrada Palabra de Dios. Ahora bien, no puedo creer en Dios y en su Sagrada Palabra sin creer en el Diablo. ¿Por qué? ¡Por una docena de razones excelentes, de las cuales la principal es que el Hijo de Dios, la Segunda Persona de esa sagrada e indivisible Trinidad que constituye a Dios, creía en el Diablo, predicó acerca de él, nos advirtió contra él, y hasta entró en conflicto abierto con él! En consecuencia, si Cristo creía en el Diablo, y yo creo en Cristo, es razonable que yo deba creer en el Diablo, o de lo contrario ser culpable de herejía. Negar la existencia del Diablo es lo mismo que afirmar que Dios no sabe de qué está hablando, y que yo sé mucho más que El. ¿Hay fallas en este razonamiento?

—No veo ninguna —dijo Thrupp gravemente.

—Muy bien. Llevemos nuestros razonamientos una o dos etapas más lejos. ¿
Quién
es el Diablo? ¿
Qué
es? ¿
Cómo
adquirió existencia? ¿
Cuál
es su propósito? ¿
Qué
poder posee para cumplir ese propósito? Para responder a estas preguntas en términos convincentes, citando fuentes autorizadas, serían necesarios meses en lugar de minutos, además de un conocimiento extensísimo de las más diversas ramas de la literatura, gran parte de la cuales no están al alcance de la calle. Aparte de los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, tendrían que estudiar ustedes el Talmud y una cantidad de obras apócrifas y apocalípticas tales como
los Libros de Enos, Los Testamentos de los Doce Patriarcas
, y así sucesivamente, para no mencionar las obras de los Padres Apostólicos, Clemente, Policarpo, Bernabás, Justino el Mártir, Teófilo de Antioquía, Ireneo, Tertuliano y muchos otros. Pese a ello —prosiguió tío Odo, guiñando imperceptiblemente un ojo—, no invocaré los argumentos de los primitivos Padres de la Iglesia, en el sentido de saber de qué hablan estos autores, porque, aunque ello parezca escandaloso, todos ellos se encuentran bajo la grave sospecha de haber sido… ¡católicos romanos!

Es de justicia señalar que Thrupp levantó los ojos con una sonrisa tan amplia como la mía.

—¡No puedo creerlo! —murmuró con tono de exagerado horror.

Tío Odo rió abiertamente.

—Nos arreglamos, pues, sin ellos —dijo—, y nos conformaremos con los libros canónicos, es decir, «respetables», como la Biblia, cuya autenticidad es admitida por las principales denominaciones. Existen literalmente docenas de pasajes que podría citarles, pero tomaremos uno o dos por el momento. Recordemos aquel episodio en el Evangelio de San Lucas en que los Setenta y dos discípulos regresan de su primera misión proselitista y dicen: «Señor, hasta los demonios se someten a nosotros en Tu nombre», a lo cual Cristo responde: «
Vi a Satanás caer como un rayo desde el cielo
». Relacionaremos ahora esto con el pasaje apocalíptico que todo el mundo conoce:

«Y hubo una gran batalla en el Cielo. Miguel y sus ángeles lucharon con el Dragón, y el Dragón luchó con seis ángeles; y no predominaron, ni tampoco se halló más su lugar en el Cielo.

»Y el gran Dragón fue expulsado, aquella vieja Serpiente llamada Diablo y Satanás, que seduce a todo el mundo. Y fue lanzado a la tierra, y sus ángeles con él…

»¡Ay de la Tierra y del Mar, pues el Diablo se encuentra entre vosotros, lleno de inmensa ira…!»

… y así sucesivamente. ¿Es necesario que continúe? Naturalmente, San Juan era un místico, y los exégetas nos advierten que sólo debemos aceptar su versión de la caída inicial de Satanás en el sentido que los teólogos llaman «acomodado». Pero tomado conjuntamente con las propias palabras de Cristo, «
Vi a Satanás caer como un rayo desde el cielo
», no hay aparentemente lugar a dudas. Sea como fuere, esa es la respuesta ortodoxa a la pregunta «
Quién
es el Diablo», y asimismo nos revela
qué
es. Es un ángel caído, o, según algunos, un arcángel, lo cual significa que es un
espíritu creado
. Fue creado por Dios pero por soberbia se rebeló contra Dios, trató de usurpar la omnipotencia única de Dios como «Creador del Cielo y de la Tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles», se negó a servir a Dios, aspiró a la independencia como fuente de su propio poder y su propio destino, como fuerza motora de su propio ser. Y, desde luego, no lo consiguió.

Su Ilustrísima hizo una pausa para beber un sorbo.

—No podía conseguirlo —prosiguió luego—, como él mismo, Lucifer, lo habría podido apreciar de no haber estado cegado por su propio orgullo. Cayó, y como alguien lo expresara en términos muy aptos, «cortemos el alambre, y la corriente cesará». Esto es lo que sucedió a Satanás. Pero aunque «caído», sigue siendo espíritu puro, con todos los dones, inteligencia y facultades propias de un espíritu. Si bien sufrió un cambio de situación, como podríamos decir, no ha sufrido un cambio de naturaleza. De Lucifer, Ángel de la Luz, se ha transformado en el Príncipe de las Tinieblas, pero sus poderes espirituales se mantienen inalterables. Por ello debemos tomarlo tan seriamente; por ello mi Iglesia lo toma tan seriamente. Los ángeles, quizás
a fortiori
los arcángeles, participan hasta cierto punto de los poderes del Creador, lo cual les proporciona una enorme ventaja sobre nosotros, los simples mortales y Satanás, caído y condenado, sigue siendo un ángel. En resumen, es en muchos aspectos un Poder que no conviene menoscabar.

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