—No creerás que iban a mandarte un memorándum. En cualquier caso, lo importante es que está muerto.
—¿Cómo puede estar tan seguro de que no sigue con vida y le está acechando en este mismo momento? —inquirió Donner.
—Porque está muerto.
—Pero ya le he dicho que la mujer ha desaparecido.
—Constantemente está desapareciendo gente Incluso en los países civilizados.
—¿Civilizados? —preguntó incrédulo Donne—. Esa mujer trabaja como médico en la capital de la nación negra más avanzada del mundo.
—Ni aunque fuera cirujano del rey de Zululandia me importaría un cuerno. Hardin está muerto.
—¿Y pretende ignorar también el hecho de que un velero Nautor
Swan
fue robado en el golfo de Guinea, cerca de Nigeria?
—Junto con otras dos docenas de yates de lujo. Hay más piratas en el delta del Níger que los que ha habido nunca en el mar de la China.
—Pero ése es su tipo de barco.
—¿Robaría usted acaso un desvencijado botecito si pudiera hacerse con uno de ésos?
—¿Quiere que Hardin le hunda?
—Una serie de absurdas coincidencias no hundirá al
Leviathan
.
—Pero ya son demasiadas coincidencias —insistió Donner—. Y no todas son absurdas. Un barco como el suyo ha sido robado. Su cuerpo nunca fue hallado. Su mujer ha desaparecido.
—Intrigas políticas —replicó Ogilvy.
—Ella no se interesa por la política.
—Entonces huyó con un amante.
—Vivía sola. No tenía amantes.
—¿Una mujer joven como ella, sola? Tonterías.
—Ajaratu Akanke amaba a Hardin de una forma que usted y yo no podremos llegar a comprender nunca. Su decisión de conquistarle era tan firme como la determinación de él de hundir este buque.
—Era es precisamente la palabra adecuada. Hardin ha muerto.
—Pero suponiendo que no sea así, debemos considerar la posibilidad, reconozco que remota, de que robara otra pieza de artillería y…
—¡Memeces!
—Capitán, no soy la única persona que opina que su buque necesita protección. Su compañía es del mismo parecer, igual que su compañía aseguradora, Lloyd's de Londres.
—Usted intenta acumular una serie de coincidencias sobre una imposibilidad.
—Cabe la posibilidad de que consiguiera nadar hasta una plataforma de perforación —sugirió tímidamente Bruce—. Había algunas situadas a menos de una milla de allí.
—¡Totalmente improbable!
—Pero ¿y si lo consiguió? —preguntó Donner—. Y después consiguió que lo llevara un laúd. El golfo está lleno de ellos. El monzón estaba a punto de cambiar de dirección. Un laúd podría haberle transportado hasta el África oriental.
—¡Imposible! —tronó Ogilvy.
Su boca se endureció como si fuera un pico de pájaro y sus dedos empezaron a acariciar nerviosamente la correa de cuero de sus prismáticos.
—Hardin está muerto. ¿No vio las serpientes que nadaban en las aguas del golfo?
—Muy pocas serpientes debieron quedarse a presenciar el paso de su convoy.
—Una sola habría sido suficiente para matarle.
Ogilvy se volvió enfadado hacia el capitán de la compañía.
—Prefiero que me cuelguen antes de permitir que el
Leviathan
viaje con un helicóptero armado sobre la cubierta simplemente porque tú o la compañía o incluso la Lloyd's estáis preocupados por una jovencita negra que no regresó a su casa a la hora esperada.
Miró a Bruce con ojos furibundos.
Donner volvió a escudriñar el horizonte con sus prismáticos.
El sol, una nítida bola roja muy baja sobre un cielo sin nubes, proyectaba un recto haz de rayos rojos sobre las aguas cada vez más oscura hasta tocar el casco del
Leviathan
. La cálida brisa tropical alborotó los espesos cabellos blancos de Ogilvy. El capitán se lustró la insignia que lucia en el hombro izquierdo, giró la cabeza e inspeccionó el resultado.
Empezó a sonar el teléfono del ala del puente. El capitán Ogilvy contestó la llamada y luego le tendió el auricular a Donner, que había recibido varias llamadas radiotelefónicas desde su llegada a bordo. El israelí se alejó de ellos hasta donde se lo permitió el cordón y escuchó con los ojos fijos en el mar.
Ogilvy le observó un instante y luego se volvió hada Bruce.
—Por mucho que lo intento no puedo recordarlo —comentó casualmente—. ¿Tú estabas a bordo de uno de los buques del convoy esa noche?
—No. Estaba esperando en el Pozo Número Uno.
—Oh, sí. Qué tonto soy… Pues debo confesar que te perdiste todo un espectáculo. Yo estaba aquí mismo, en el ala de babor, naturalmente, sin quitar el ojo a la escolta de moros. Fue un magnífico espectáculo, Bruce. La clase de cosa que un hombre de tu edad jamás ha tenido ocasión de presenciar, puesto que no hiciste la guerra. Absolutamente majestuoso. ¿Sabías que incluso sacaron una fragata para escoltar al
Leviathan
?
Bruce asintió con la cabeza. Ya había escuchado muchas veces el relato de Ogilvy.
—Y nos ofrecieron una protección aérea que podría haber enorgullecido a la RAF. Debo reconocer que los iraníes desplegaron unas fuerzas decentes. Y en breve plazo, una vez conseguí meterlos en cintura.
—Fue toda una noche —reconoció Bruce.
—Realmente creo que deberíais desembarcar en Monrovia.
—Lo sé, Cedric Parece una locura, pero Donner nos presionó…
—No te preocupes —le interrumpió calmadamente Ogilvy—. Ahora mismo pienso cantarle cuatro verdades a tu señor Donner.
Donner colgó el auricular y una sonrisa preocupada cruzó brevemente sus labios. Parecía haber envejecido desde que Bruce le había conocido en el golfo y sus modales parecían haber perdido una leve pero significativa fracción de su desenvoltura.
—Capitán —dijo implorante—, me acaban de comunicar que la muchacha todavía no ha aparecido. Nuevamente debo suplicarle que por favor considere la remota, pero potencialmente catastrófica, posibilidad de que Hardin siga con vida y esté acechando al
Leviathan
.
—Concedido —dijo James Bruce haciendo acopio de valor.
La comedia había ido ya demasiado lejos. Al fin y al cabo él tenia una responsabilidad que cumplir ante la compañía y el buque, así como ante la tripulación. Ogilvy estaba jugando con sus vidas.
—Cedric, mucho me temo que voy a tener que insistir esta vez. Por favor, ordena a tu oficial de radio que haga venir ese helicóptero.
Con gran alivio, observó que Ogilvy no manifestaba ninguna de las habituales señales de que se avecinaba una explosión y cuando le respondió, lo hizo con voz tan calmada que por un instante Bruce no advirtió que había pasado por alto su observación para dirigirse a Donner.
—¿Si he entendido bien, usted trabaja para el gobierno de Israel?
—Sí —respondió Donner, haciendo frente a los ojos del capitán con una mirada preocupada.
—Y su Servicio Secreto descubrió el plan de Hardin el pasado verano.
—Sí.
—Y usted recibió el encargo de comunicar esa información a los propietarios del
Leviathan
.
—Su versión es correcta en lo esencial, señor.
—¿Y también a los sauditas y a los iraníes?
—A todas las personas a quienes pudiera interesar.
—¿Conocía usted a Hardin?
Donner resistió la mirada de Ogilvy sin pestañear.
—No.
—¿Y qué ha sucedido desde entonces?
—Exactamente lo que le he dicho antes. Dimos por supuesto que Hardin había muerto, hasta que hace poco tuvimos noticia de la desaparición de la doctora Akanke…
—No. Me refiero a qué ha estado haciendo usted.
Donner pareció incómodo con la pregunta.
—Han ocurrido una serie de cosas…
—Usted se ha retirado —dijo Ogilvy sin miramientos.
—¿Se me nota?
—Se le nota —Ogilvy sonrió—. No demasiado, pero a mi edad no puedo evitar fijarme en esas cosas. ¿Tiene algún
hobby
?
—Me dedico a la fotografía.
Bruce aguardó pacientemente. Comprendió adonde intentaba ir a parar Ogilvy. Sería preferible dejar que se desfogara primero.
—Pero ¿no preferiría volver a trabajar para su gobierno? —insistió Ogilvy.
Donner hizo un gesto afirmativo casi imperceptible al tiempo que respondía:
—No tengo esa posibilidad.
Ogilvy volvió a sonreír.
—Eso era hasta hace poco.
—¿Qué pretende insinuar? —preguntó Donner.
—Ha vuelto a poner a todo el mundo en pie de guerra por este asunto de Hardin. Y aquí está, realizando otra vez su antiguo trabajo.
El capitán rió entre dientes.
—¿Y en qué consiste ese trabajo?
Repitió con sorna sus propias palabras.
—¿El «trabajo para su gobierno»? Usted y sus fuentes de información y sus datos confidenciales y sus mensajes radiados y sus contactos con Lloyd's… usted es un sucio espía. Un sucio espía desahuciado, para ser más exactos. ¿No comprendes lo que está haciendo, Bruce? Su presencia aquí es innecesaria.
Bruce desvió la mirada, embarazado por los dos hombres. El transparente ardid de Ogilvy estaba condenado al fracaso. Los hechos eran los hechos y por mucho que ridiculizara a Donner no conseguiría modificar el hecho de que el buque podía hallarse en peligro. Ésa era una decisión que competía a la compañía y Bruce estaba determinado a tomarla.
—Lo despidieron por algún condenado motivo —cacareó Ogilvy—. Pero mientras siga gritando que viene el lobo —o más bien «que viene Hardin»— podrá volver a tener trabajo. La verdad es que no se lo reprocho, amigo, pero no estoy dispuesto a hacer piruetas con el
Leviathan
simplemente para que usted no pierda su empleo.
Donner le devolvió la cruel sonrisa, pero una vena le palpitaba en la sien.
Ogilvy volvió a reír con una gruesa y ahogada carcajada.
—No crea que no le agradezco los servicios prestados, señor Donner. Fue muy útil saber que Hardin acechaba al
Leviathan
.
James Bruce aprovechó la oportunidad para recuperar rápidamente la iniciativa.
—Los problemas del señor Donner no vienen ahora al caso, Cedric. Esto es una orden directa. La compañía te ordena que lleves protección a bordo del
Leviathan
. ¡Llama a ese helicóptero ahora mismo!
Se preguntó si de verdad había gritado o si sólo había sonado así en sus oídos.
Ahora una vena había empezado a palpitar también en la sien de Ogilvy. El rostro del capitán se tiñó de rojo. Cogió el teléfono.
—Sala de radio.
Buscó los ojos de Bruce con la mirada. Le pasó el teléfono.
—Si insistes, capitán Bruce, será mejor que hagas venir dos helicópteros… y que tengas un buen viaje alrededor del Cabo, capitán Bruce.
Acercó el teléfono todavía más al oído de Bruce. Éste escuchó la voz del oficial de radio contestando la llamada.
—Vamos, Cedric, aguarda un instante.
—¡Está decidido!
Su voz explotó como un pistoletazo.
Bruce observó la distante proa, moviendo la boca sin saber qué decir. Pues, ¿quién excepto Dios, u Ogilvy, sabía en realidad qué estaba ocurriendo allí abajo?
—Está bien, Cedric, tú ganas.
Ogilvy colgó el auricular. Se alisó el galón que lucía en el hombro, volvió a mirarlo una vez más y luego se dirigió locuazmente a Bruce.
—Hardin estuvo a punto de conseguir su propósito, lo reconozco. Como Dios muy bien sabe, ese cohete pasó a menos de diez metros del
Leviathan
.
Cogió a Bruce por el brazo y se lo llevó al otro extremo del ala, más cerca del mar que bullía muy abajo junto a la rápida popa. Donner les siguió, con el rostro convertido en una máscara.
—Aquí todavía pueden verse las marcas frescas de la pintura —anunció Ogilvy.
Señaló un punto donde una juntura entre la vieja pintura y la nueva, más brillante, interrumpía la pulida superficie de la barandilla metálica. Donner le observó acariciar preocupado el grueso de pintura con sus largos dedos arrugados mientras hablaba.
—El impacto me derribó sobre la cubierta —explicó Ogilvy, recitando un relato frecuentemente repetido, según decían sus oficiales—. Estuve combatiendo las llamas con extintores de mano hasta que llegó el contramaestre con una cuadrilla de bomberos. Se me chamuscaron las cejas. Si te fijas podrás ver que todavía están ligeramente más cortas.
El capitán hizo una pausa, exactamente en el mismo punto en que debía de haberla hecho ya centenares de veces, y añadió con una solemnidad que daba pie a muchas bromas en el salón de oficiales cuando él no podía escucharles:
—Alguien velaba por el bienestar de los buenos hombres del
Leviathan
.
Diez metros, pensó Donner por esa pequeñísima distancia se había salvado Ogilvy de que todas sus suposiciones sobre Hardin quedaran totalmente refutadas.
—Teniendo en cuenta que disparó desde un bote de goma, Hardin demostró ser muy ingenioso, cuando menos.
—O sumamente afortunado, diría yo, Donner —replicó prontamente Ogilvy—. Sumamente afortunado.
—Pero también muy decidido, ¿no cree?
La mano de Ogilvy se cerró sobre la barandilla, cubriendo el parche de pintura. Se quedó mirando fijamente al vacío durante un largo rato y Donner deseó no haber dicho nada; provocarle sólo podía estropear todavía más las cosas. Los ojos del viejo capitán bullían de indignación. Él ya había codificado su relato, había ritualizado lo ocurrido y había catalogado los hechos. Hardin había actuado como un insensato. Hardin había tenido suerte. Hardin estaba muerto.
Donner observó la ajada mano que tapaba el remiendo de pintura como si quisiera ocultarla Se preguntó si Ogilvy repetiría tal vez su relato tan a menudo porque lo ocurrido le había asustado. Se apresuró a volver la cabeza a fin de evitar que el capitán pudiera descubrir la sonrisa que acababa de poner en sus labios un extraño pensamiento.
¿Habría obtenido finalmente Hardin una venganza póstuma? ¿Temblaba Ogilvy en sus peores momentos temeroso de que el decidido espíritu de Hardin pudiera emerger del mar una noche con un cuchillo entre los dientes? ¿Era ése el motivo de que se negara a tener en cuenta la nueva información? La sonrisa de Donner se desvaneció. ¿O bien Ogilvy tenía razón? ¿Se estaba aferrando acaso él a insignificantes indicios, dispuesto a creer cualquier cosa con tal de volver a entrar en acción?
—¡Afortunado! —masculló Ogilv—. Yo había vaticinado cada uno de sus movimientos. Fue un golpe de suerte que consiguiera atravesar el cerco.