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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

El cerebro supremo de Marte (18 page)

BOOK: El cerebro supremo de Marte
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—¡Gor Hajus! —exclamó el primero que le reconoció.

—Si, soy Gor Hajus —contestó el asesino—. Prepárate para reunirte con tus antepasados.

Y cayó sobre ellos volteando como un molino, mientras yo me ponía a su derecha y Hovan Du y Dar Tarus a su izquierda.

Fue un combate interesantísimo, pero creo que hubiéramos salido de él bastante mal, abrumados por el número, a no recordar yo que los monos nos esperaban al otro lado de la puerta. Me hice camino hacia ella y la abrí de par en par, viendo en el exterior una docena de grandes bestias atraídas por el ruido de la lucha. Grité a mis compañeros que se resguardaran detrás de la puerta y, cuando los monos entraron como un torrente, señalé a los guerreros de Toonol.

Creo que los gigantescos animales no tendrían opción a distinguir entre amigos y enemigos, pero los toonolianos se volvieron contra ellos, mientras nosotros inclinábamos las espadas y nos manteníamos inmóviles. Cuando todos los monos hubieron penetrado en el patio, nos deslizamos hacia la selva y buscamos nuestro navío aéreo. Durante algún tiempo oímos los gruñidos de las bestias y los gritos y maldiciones de los hombres; luego nuestra embarcación nos alejó de la carnicería.

En cuanto estuvimos a salvo, les quité las mordazas a Xaxa y Sag Or; inmediatamente me arrepentí de ello, pues jamás me han tratado en mi vida de un modo tan desconsiderado, abrumándome de insultos tan terribles y soeces como los que salieron de los arrugados labios de la Jeddara; sólo cuando me vió decidido a amordazarla de nuevo cesó de arrojar sapos y culebras por la boca.

Mis planes, perfectamente madurados ya, exigían mi vuelta a Fundal, pues no podía salir para Duhor, con Valla Dia, sin combustible y alimentos que sólo Fundal podía proporcionarme, ya que el miedo de Vobis Kan hacia Gor Hajus había armado contra nosotros a todo Toonol. Emprendimos, por lo tanto, la vuelta a Fundal, tan subrepticiamente como habíamos venido, pues no entraba en mis cálculos que nos cogieran antes de llegar al palacio de Xaxa.

De nuevo, nos detuvimos durante el día en la misma isla que a la venida nos había servido de refugio, y al anochecer partimos para cubrir la última etapa hasta Fundal. Nada nos indicó que nos hubieran perseguido, aunque esto podía explicarse por la gran extensión de los pantanos deshabitados y la ruta desviada hacia el Sur, que seguimos casi al ras de tierra.

Al acercarnos a Fundal, volví a amordazar a Xaxa y a Sag Or, vendándoles además la cabeza a fin de que nadie les reconociera. Llegamos hasta los hangares regios sin ser descubiertos, y Hovan Du y Valla Dia, que tenían instrucciones concretas, nos ataron a Gor Hajus y a mi entrapajándonos la cabeza, pues habíamos visto las siluetas de la guardia imperial en la plataforma del palacio. Si esta plataforma hubiera estado desierta, nuestros amigos no nos hubieran atado. Al acercarnos, uno de los guerreros nos dio el alto:

—¿Qué nave es ésa?

—La aeronave regia de la Jeddara de Fundal —contestó Dar Tarus—, que vuelve con Xaxa y Sag Or.

Los guerreros cuchichearon entre si mientras descendíamos, y debo confesar que estaba un poco nervioso por el resultado de nuestra estratagema. Por fin nos permitieron desembarcar, y al ver a Valla Dia la saludaron a la manera barsoomiana, mientras ella, con la dignidad de una emperatriz, ponía el pie en la plataforma.

—Llevad a los prisioneros a mis habitaciones —ordenó.

Con ayuda de Hovan Du y Dar Tarus, los guerreros nos transportaron a los cuatro amordazados por la rampa en espiral hasta las habitaciones de la Jeddara. Una multitud de esclavos se desparramó por el palacio, y con velocidad increíble debió correr la noticia de la vuelta de Xaxa, porque casi inmediatamente comenzaron a anunciarse los altos funcionarios de la corte; pero Valla Dia manifestó que, por el momento, no quería ver a nadie. Luego despidio a los esclavos y, por indicación mía, Dar Tarus recorrió las habitaciones en busca de un escondite seguro para mí, Gor Hajus y los dos prisioneros. Pronto nos encontramos en una pequeña habitación que comunicaba con la cámara regia, donde el asesino y yo nos vimos libres de ataduras, y Xaxa y Sag Or quedaron encerrados. La puerta, muy pesada, quedaba cubierta y completamente oculta por grandes cortinajes. Ordené a Hovan Du, el cual, como todos nosotros, llevaba los correajes fundalianos, que montara la guardia delante de las cortinas y no permitiera entrar más que a los miembros de nuestra cuadrilla, y Gor Hajus y yo nos instalamos detrás de ellas, en las que practicamos unos pequeños orificios que nos permitían ver todo lo que ocurría en la cámara, pues me interesaba mucho la seguridad de Valla Dia mientras desempeñaba el papel de Xaxa, ya que no ignoraba el odio que a ésta profesaban los fundalianos, por lo que siempre era de temer un asesinato.

Valla Dia ordenó a los esclavos que llamaran a los oficiales de la corte y, apenas se abrieron las puertas, penetraron una veintena de nobles. No parecía que respiraran muy a gusto, y creo que todos estaban recordando el episodio del templo, cuando abandonaron a su jeddara, empujándola brutalmente a los pies del Gran Tur. Pero Valla Dia les devolvió pronto la tranquilidad.

—Os he reunido para que oigáis la palabra de Tur. He pasado con Tur tres días y tres noches. Grande es su cólera contra el pueblo de Fundal. He aquí lo que dice por mi boca: esta noche, después de cenar, todos los nobles y los sacerdotes, todos los comandantes y los
dwars
de la guardia, y todos los altos funcionarios que haya en el palacio, acudirán al templo, y allí el pueblo de Fundal oirá la palabra y la ley de Tur. Todos los que la cumplan vivirán, y todos los que la inflijan morirán, y ¡ay de aquel que, habiendo sido llamado, no esté en el templo esta noche! Yo, Xaxa, Jeddara de Fundal, he dicho. ¡Salid!

Todos salieron de muy buena gana, y entonces Valla Dia llamó al
odwar
de la guardia, ordenándole que, desde una hora antes de la cena, no consintiera la permanencia de ningún ser viviente en el palacio desde el nivel del templo hasta las terrazas, ni permitiera que nadie pasara al templo o a los pies de Tur, excepto los que en aquel momento se encontraban en las habitaciones de la Jeddara; todo ello, naturalmente, bajo pena de muerte.

Por dos veces repitió sus instrucciones, y el
odwar
comprendio, creo que estremeciéndose ligeramente, pues Xaxa inspiraba un miedo cerval a todo el mundo. Luego Valla Dia despidio a los esclavos y nos quedamos solos.

CAPÍTULO XIV

John Carter

Media hora antes de la cena transportamos a Xaxa y a Sag Or por la rampa y les colocamos sobre el pedestal del Gran Tur en el templo. Gor Hajus y yo ocupamos nuestro sitio en la plataforma superior, detrás de
los ojos
del ídolo. Valla Dia, Dar Tarus y Hovan Du permanecieron en la cámara regia. Nuestro plan estaba perfectamente definido. La nave aérea quedó en la terraza dispuesto a lanzarse a la atmósfera si nuestros proyectos se estrellaban, y teníamos la seguridad de no encontrar alma viviente desde el Gran Tur hasta la aeronave.

La hora se acercaba. Desde nuestro escondite en el interior del ídolo, oímos cómo se abrían las puertas y vimos el gran corredor brillantemente iluminado. No había más que dos sacerdotes, que se quedaron en la puerta nerviosos y vacilante; por fin, uno de ellos reunió el suficiente valor para entrar y encendio las luces del templo. Ya envalentonados, los dos avanzaron y se arrodillaron ante el altar del Gran Tur. Cuando se levantaron y miraron el rostro del ídolo no pude resistir la tentación de hacer girar
los ojos
colosales hasta que después de recorrer todo el templo volvieron a quedarse fijos en los sacerdotes; pero no hablé, y creo que el efecto del silencio absoluto fue más impresionante que lo hubieran sido las palabras. Los dos sacerdotes cayeron al suelo y allí quedaron temblando, gimiendo y suplicando a Tur que tuviera piedad de ellos, y no se levantaron hasta que vinieron los primeros sacerdotes.

El templo se llenó rápidamente, y pude comprobar que se había dado a la orden de Tur la importancia que merecía. Llegaron como la última vez, pero en mayor número, formando la calle y mirando alternativamente a la puerta y al dios. Mientras esperaba el momento de representar mi papel, dejé vagar los ojos de Tur a través de la asamblea, con objeto de que fueran preparando su ánimo para lo que iba a seguir. Como los sacerdotes, todos cayeron de rodillas, y así permanecieron hasta que los clarines anunciaron la venida de la Jeddara. Instantáneamente se pusieron en pie. Las grandes puertas giraron, apareció el tapiz colosal y, cuando los esclavos lo hubieron extendido, se dejó ver la vanguardia de la regia comitiva. El espectáculo fue espléndido: primero avanzó la doble hilera de nobles, seguida de la carroza arrastrada por los
banths
soportando la litera donde se reclinaba Valla Dia. Detrás caminaba Dar Tarus, pero toda la asamblea creyó que contemplaba a Xaxa y a su favorito Sag Or. Hovan Du marchaba al lado de Dar Tarus, y cerraban la comitiva los cincuenta muchachos y las cincuenta jóvenes.

La carroza se detuvo ante el altar, Valla Dia descendió y dobló una rodilla, y las voces que cantaban las alabanzas de Xaxa se apagaron cuando la hermosa criatura extendió los brazos hacia el Gran Tur y contempló su rostro.

—¡Estamos dispuestos, dios y señor nuestro! —gritó—. ¡Habla! ¡Esperamos la palabra de Tur!

La muchedumbre lanzó un gemido, que terminó en sollozo. Me pareció que todo marchaba a pedir de boca y que el asunto se terminaría felizmente. Coloqué el tubo acústico delante de mis labios.

—¡Yo soy Tur! —grité con voz de trueno, que hizo estremecer al pueblo—. Voy a hablar a los hombres de Fundal. Como interpretéis mis palabras, así prosperaréis o moriréis. Los pecados de mi pueblo serán expiados por los dos que más han pecado.

Hice que los ojos del ídolo se pasearan por la multitud, y luego se detuvieron en Valla Dia.

—Xaxa, ¿estás dispuesta a expiar tus pecados y los pecados de tu pueblo?

—¡Tu deseo es ley, amo y señor! —contestó Valla Dia.

—Sag Or —continué—, has prevaricado. ¿Estás dispuesto a sufrir el castigo?

—Estoy dispuesto —respondió Dar Tarus.

—He aquí mi voluntad: Xaxa y Sag Or devolverán a aquellos a quienes se los robaron los cuerpos hermosos de que ahora disfrutan, y aquel a quien Sag Or robó el suyo será proclamado Jeddak de Fundal y Gran Sacerdote de Tur, y aquella de quien Xaxa tomó el cuerpo será devuelta con todo esplendor a su país natal. Tur ha hablado. Aquel que no esté conforme con la palabra de Tur hable ahora o nunca.

Nadie hizo la menor objeción, como yo suponía. Dudo que algún dios haya tenido ante si una multitud más dominada y castigada.

—¡Apagad las luces!

Un sacerdote, trémulo, se apresuró a obedecer. Gor Hajus descendio hasta la base del ídolo y cortó las cuerdas que sujetaban los pies y las manos de Xaxa y Sag Or. Valla Dia y Dar Tarus trabajaron bien, porque al poco tiempo oí un silbido muy bajo, la señal convenida para cuando Gor Hajus hubiera terminado, y cuando ante mi mandato volvieron a encenderse las luces, Xaxa y Sag Or estaban en el lugar que antes habían ocupado Valla Dia y Dar Tarus, que se habían evaporado. El efecto que esta transformación produjo en el pueblo no es para describirlo. Xaxa y Sag Or no tenían restos de cuerdas ni mordazas, nada que indicara que habían sido llevados allí por la fuerza: nadie había a su lado de quien pudiera sospecharse. La ilusión era perfecta, era un acto de omnipotencia que hacía vacilar la razón. Pero aún no estaba todo.

—Habéis oído como Xaxa renunciaba al trono —dije— y cómo Sag Or se sometía a la ley de Tur.

—¡No he renunciado al trono! —chilló Xaxa—. Todo esto es un...

—¡Silencio! —rugí—. ¡Preparaos para recibir a Dar Tarus, el nuevo Jeddak de Fundal!

Volví los ojos hacia la gran puerta y la multitud me imitó. En el centro de ella estaba Dar Tarus, con las magníficas vestiduras de Hora San, el antiguo jeddak y gran sacerdote muerto, a cuyo esqueleto habíamos despojado de sus atavíos una hora antes. No comprendo cómo, en el corto tiempo durante el que permanecieron apagadas las luces pudo, Dar Tarus caracterizarse tan completamente, pero el efecto era fantástico. Al avanzar con digna lentitud por el tapiz blanco, azul y oro, parecía el prototipo de jeddaks. Xaxa se volvió hacia él ahogándose en rabia.

—¡Impostor! —chilló—. ¡Cogedle! ¡Matadle!

Y corrió a su encuentro como si quisiera matarle con sus manos, pues habíamos tenido buen cuidado de que no se quedara con armas.

—¡Quitadle de en medio! —ordenó Dar Tarus con voz tranquila.

Xaxa cayó al suelo babeando espuma. Durante un momento se retorció lanzando alaridos, y luego quedó inmóvil, muerta por un ataque de apoplejía. Cuando Sag Or la vió yacente y comprendio que había pasado a mejor vida y ya nadie le protegería de los odios que había sembrado durante su temporada de favorito, se quedó lívido y cayó de rodillas a los pies de Dar Tarus.

—¡Dijiste que me protegerías! —balbuceó.

—Nadie te hará daño —dijo Dar Tarus—. Vete en paz.

Luego volvió su mirada al rostro del Gran Tur.

—¿Cuál es tu voluntad, dios y señor mío? Dar Tarus, tu humilde esclavo, espera tus órdenes.

Dejé que reinara un silencio impresionante antes de contestar.

—Que los sacerdotes de Tur y los
dwars
de la guardia vayan a la ciudad y divulguen la buena nueva de que Tur sonríe de nuevo a Fundal, y de que ésta tiene un nuevo jeddak que disfruta del favor de Tur. Que los nobles vayan a las habitaciones que fueron de Xaxa y honren a Valla Dia, cuyo cuerpo perfecto habitó la Jeddara, y que hagan los preparativos necesarios para conducirla con gran pompa a Duhor, su ciudad natal. Qué se busque a dos hombres que han servido a Tur con lealtad, y que todo fundalano les otorgue hospitalidad y respeto; estos hombres son Gor Hajus de Toonol y Vad Varo de Jasoom. ¡Marchad! Y cuando haya salido el último, apagad las luces del templo. ¡Tur ha hablado!

Valla Dia se encontraba ya en las habitaciones de la antigua Jeddara, y cuando las luces se apagaron y Gor Hajus y yo nos unimos a ella, no tuvo paciencia para oír el relato de nuestra artimaña, y cuando yo la aseguré que todo había marchado como sobre ruedas, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Has realizado lo imposible, amo y señor mío —murmuró—, y ahora puedo volver a ver las colinas de Duhor y las torres de mi ciudad natal. ¡Ah, Vad Varo! Nunca soñé que la vida pudiera ofrecerme perspectivas tan felices. Te debo mucho más que la existencia.

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