El ciclo de Tschai (39 page)

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Authors: Jack Vance

BOOK: El ciclo de Tschai
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—Como deseéis —dijo Helsse condescendientemente—. Enviaré al chófer a buscarle. —Habló por la rejilla.

—Si los arreglos ya han sido hechos con anterioridad —murmuró Anacho—, el acallar las sospechas de una persona ingenua es algo tan fácil como engañoso.

Helsse asintió juiciosamente.

—Creo poder apagar vuestras ansiedades. Un momento más tarde, el anciano se acercó al carruaje.

—Subid, por favor —dijo Helsse. El anciano metió su cabeza de blanca cabellera por la portezuela.

—Mi tiempo es valioso; ¿qué deseáis de mí?

—Un asunto que os beneficiará.

—Beneficio, ¿eh? Al menos puedo escuchar. —Entró en el carruaje y se sentó con un gruñido confortable. El aire adquirió un olor a pomada especiada y ligeramente rancia. Helsse se puso en pie ante él. Con una mirada de soslayo a Reith, dijo:

—Nuestro arreglo queda anulado. Prescinde de las instrucciones que recibiste de mí.

—¿Arreglo? ¿Instrucciones? ¿De qué estás hablando? Me confundes con otro. Yo soy Zarfo Detwiler. Helsse hizo un gesto desenvuelto.

—Eres a quien buscamos. Queremos que nos traduzcas un documento Wankh, la guía a un tesoro oculto. Tradúcelo correctamente, y compartirás el botín.

—No, no, nada de eso. —Zarfo Detwiler agitó un negro dedo—. Compartiré el botín con placer; pero además quiero cien sequins, y ninguna recriminación si lo que traduzco no os satisface.

—Ninguna recriminación, de acuerdo. ¿Pero cien sequins para posiblemente nada? Ridículo. Mira: cinco sequins, y puedes comer todas las golosinas que quieras de esas espléndidas y caras muestras que tienes aquí.

—Eso último pienso hacerlo igualmente; ¿acaso no soy tu invitado? —Zarfo Detwiler se metió un puñado de golosinas en la boca—. Debes pensar que soy bobalicón para ofrecer cinco sequins. Solamente tres personas en Settra son capaces de decir cuál es la parte de arriba y cuál la de abajo en un ideograma Wankh. Y solamente yo puedo leer su significado, en virtud de los treinta años que he pasado en los talleres mecánicos de Ao Hidis.

El regateo prosiguió; Zarfo Detwiler aceptó finalmente cincuenta sequins y una participación de un diez por ciento del supuesto botín. Helsse hizo una seña a Reith, que extrajo los documentos.

Zarfo Detwiler tomó los papeles, entrecerró los ojos, frunció el ceño, se pasó los dedos por su blanca melena. Alzó la vista y dijo en tono grave:

—Os iluminaré acerca de las comunicaciones Wankh sin cobraros nada por ello. Los Wankh son una gente peculiar, totalmente única. Su cerebro trabaja a pulsos. Ven a pulsos, y piensan en pulsos. Su habla brota a pulsos, un carillón de muchas vibraciones que lleva en sí el significado de una frase. Cada ideograma es el equivalente de uno de esos carillones, lo cual quiere decir que es una unidad completa de significado. Por esta razón, leer el Wankh es tanto un asunto de adivinación como de lógica; uno debe enunciar todo un significado con cada ideograma. Ni siquiera los Hombres-Wankh aciertan siempre en ese significado. Veamos ahora este asunto que tenéis aquí... dejadme ver. Este primer carillón... hummm. ¿Observáis esta distorsión? Normalmente significa una equivalencia, una identidad. Un cuadrado con esta textura y con el sombreado a la derecha significa a veces «verdad» o «percepción verificada» o «situación» o quizá «la actual condición del cosmos». Esas marcas... no sé. Este sombreado de aquí... creo que se trata de una persona hablando. Puesto que está al fondo, está sintonizado en los acordes bajos, por lo que parece que... sí, este signo de aquí indica volición positiva. Esas otras marcas... hummm. Sí, son organizadoras, que especifican el orden y énfasis de los demás elementos. No puedo comprenderlas; solamente puedo conjeturar el sentido total. Algo así como: «Deseo informar de que las condiciones son idénticas o no se ha producido ningún cambio» o «Una persona está ansiosa por especificar que el cosmos es estable». Algo así. ¿Estáis seguros de que esta información se refiere a un tesoro?

—Así nos fue vendida.

—Humm. —Zarfo tironeó de su larga y negra nariz—. Dejadme ver. Este segundo símbolo: ¿observáis esa sombra y ese asomo de un ángulo? Lo primero es «visión»; lo segundo «negación». No puedo leer los organizadores, pero puede que signifiquen «ceguera» o «invisibilidad»...

Zarfo prosiguió con sus elucubraciones, meditando sobre cada ideograma, señalando ocasionalmente un fragmento de significado pero reconociendo en su mayor parte su fracaso, y mostrándose más y más nervioso.

—Habéis sido engañados —dijo finalmente—. Estoy seguro de que no hay aquí ninguna mención de dinero ni tesoro. Parece decir, por todo lo que puedo deducir: «Deseo afirmar que las condiciones son las mismas.» Algo acerca de unos deseos, o esperanzas, o voliciones particulares. «Pronto veré al hombre dominante, el líder de nuestro grupo.» Algo desconocido. «El líder no es de ninguna ayuda» o quizá «se mantiene aparte». «El líder cambia lentamente, o se metamorfosea, en el enemigo.» O quizá «El líder cambia lentamente para convertirse en algo parecido al enemigo.» Un cambio de algún tipo... no puedo comprenderlo. «Solicito más dinero.» Algo acerca de la aparición de un recién llegado o un extranjero «de la mayor importancia». Y eso es todo.

Reith creyó captar una casi imperceptible relajación en la actitud de Helsse.

—Eso no nos ilumina mucho —dijo secamente el Yao—. Bien, has hecho todo lo que has podido. Aquí tienes tus veinte sequins.

—¡Veinte sequins! —rugió Zarfo Detwiler—. ¡El precio pactado fue cincuenta! ¿Cómo voy a poder comprarme mi pequeña pradera si soy engañado constantemente?

—Oh, muy bien; si prefieres mostrarte cicatero...

—¡Cicatero, por supuesto! La próxima vez leed vosotros mismos el mensaje.

—Hubiera podido hacerlo, teniendo en cuenta la ayuda que nos has prestado.

—Fuisteis engañados. Eso no es la guía a ningún tesoro.

—Aparentemente no. Bien, buenos días. Reith siguió a Zarfo cuando éste se alejó del carruaje. Volvió un momento la vista a Helsse.

—Me quedaré aquí; quiero hablar un par de palabras con este caballero.

Helsse no se mostró muy complacido.

—Tenemos que discutir otro asunto. Es necesario que el Señor del Jade Azul reciba información.

—Esta tarde tendré una respuesta definitiva para ti. Helsse asintió secamente.

—Como queráis.

El carruaje partió, dejando a Reith y al Lokhar de pie en medio de la calle.

—¿Hay alguna taberna cerca? Quizá podamos charlar un poco mientras bebemos algo.

—Soy un Lokhar —gruñó el anciano de piel negra—. No pudro mi cerebro y vacío mis bolsillos con alcohol; no antes del mediodía, al menos. De todos modos puedes invitarme a una hermosa salchicha de Zam o a una loncha de buen queso.

—Encantado.

Zarfo lo condujo a un local donde servían comidas; los dos hombres llevaron sus consumiciones a una mesa en la calle.

—Me siento sorprendido por tu habilidad para leer ideogramas —dijo Reith—. ¿Dónde aprendiste?

—En Ao Hidis. Trabajé como matricero con un viejo Lokhar que era un auténtico genio. Me enseñó a reconocer unos cuantos carillones, y me mostró dónde las sombras equivalían a la intensidad vibratoria, dónde la sonoridad igualaba a la forma, dónde los distintos componentes del acorde encajaban con la textura y la gradación. Tanto los carillones como los ideogramas son regulares y racionales, una vez has sintonizado el ojo y el oído. Pero la sincronización es difícil. —Zarfo dio un gran mordisco a su salchicha—. Es innecesario decir que los Hombres-Wankh desaniman tales aprendizajes; si sospechan que un Lokhar está estudiando, es despedido. Oh, son una gente muy hábil. Guardan celosamente su papel como intercesores entre los Wankh y el mundo de los hombres. Una gente astuta. Sus mujeres son extrañamente hermosas, como perlas negras, pero crueles y frías, y en absoluto propensas a las frivolidades.

—¿Pagan bien los Wankh?

—Como todo el mundo, tan poco como les es posible. Pero nos vemos obligados a hacer concesiones. Si los costes del trabajo suben, entonces tomarán esclavos, o entrenarán a Negros y Púrpuras, los unos o los otros. Entonces perderemos nuestros empleos y quizá también nuestra libertad. Así que trabajamos con ellos sin quejarnos demasiado, y buscamos empleos más provechosos en otro lugar una vez somos expertos.

—Es muy probable —dijo Reith— que el Yao Helsse, el del vestido gris y verde que ha iniciado el trato contigo, te pregunte de qué hemos hablado. Puede que incluso te ofrezca dinero.

Zarfo dio otro mordisco a su salchicha.

—Naturalmente le diré todo lo que quiera saber, si me paga lo suficiente.

—En ese caso —dijo Reith— nuestra conversación deberá limitarse a trivialidades, lo cual no reportará ningún provecho a ninguno de los dos.

Zarfo masticó pensativamente.

—¿Cuánto es el provecho que tienes en mente?

—Prefiero no especificar, puesto que entonces te limitarás a pedirle más a Helsse, o intentarás conseguir lo mismo de ambos.

Zarfo suspiró desanimado.

—Tienes una triste opinión de los Lokhar. Nuestra palabra es nuestro vínculo; una vez cerramos un trato, no lo deshacemos.

El regateo prosiguió, sobre unas bases más o menos cordiales, hasta que Zarfo aceptó la suma de veinte sequins para guardar la intimidad de la conversación tan segura como el escondite de su dinero, y Reith pagó la suma.

—Volvamos por un momento al mensaje Wankh —dijo Reith—. Había referencias a un «líder». ¿Había también indicios o pistas que permitieran identificarle?

Zarfo frunció los labios.

—Una nota grave indicando un alto linaje; otro marchamo honorífico que puede significar algo así como «una persona de excelente condición» o «de vuestra misma imagen» o «de vuestra clase». Es muy difícil. Un Wankh que lea el ideograma comprenderá un carillón, que estimulará en él una imagen visual completa en sus detalles esenciales. Un Wankh recibirá una imagen mental de la persona, pero para alguien como yo tan sólo hay siluetas. No puedo decirte más.

—¿Trabajas en Settra?

—Sí. Un hombre de mi edad y pobre como yo: ¿no es una lástima? Pero estoy cerca de mi meta, y luego... de vuelta a Smargash, en Lokhara, donde podré comprarme un trozo de pradera, una esposa joven, un sillón confortable junto al hogar.

—¿Trabajabas en los talleres espaciales en Ao Hidis?

—Sí, por supuesto; fui transferido de los talleres de herramientas a los talleres de construcción, donde reparaba e instalaba purificadores de aire.

—Supongo que los mecánicos Lokhar deben ser muy hábiles.

—Oh, claro.

—¿Algunos mecánicos están especializados en la instalación de, digamos, controles e instrumentos?

—Naturalmente. Y en otros oficios más complejos también.

—¿Han emigrado algunos de esos mecánicos a Settra? Zarfo clavó en Reith una mirada calculadora.

—¿Cuánto vale para ti esa información?

—Controla tu avaricia —dijo Reith—. Hoy no habrá más dinero. Otra salchicha, si quieres.

—Quizá más tarde. Ahora, volviendo a los mecánicos: en Smargash haz docenas, centenares, retirados después de toda una vida de trabajo.

—¿Pueden sentirse tentados a unirse a una aventura peligrosa?

—Sin duda, si el peligro es escaso y el beneficio alto. ¿Qué te propones?

Reith echó por la borda la prudencia.

—Supon que alguien quisiera confiscar una espacio-nave Wankh y volar con ella hacia un destino no especificado: ¿cuántos especialistas se necesitarían, y cuánto costaría contratarlos?

Zarfo, con gran alivio de Reith, no lo miró asombrado o desconcertado. Masticó por unos momentos el último trozo de su salchicha. Luego eructó y dijo:

—Supongo que me estás preguntando si una cosa así es realizable. A menudo ha sido discutida para pasar el rato, y de hecho las naves no están muy custodiadas. El proyecto es realizable. ¿Pero por qué puedes desear una espacionave? Yo no tengo ningún interés en visitar a los Dirdir en Sibol o en comprobar la infinitud del universo.

—No puedo hablar del destino.

—Bien, entonces, ¿cuánto dinero ofreces?

—Mis planes aún no han progresado hasta ese estadio. ¿Qué consideras tú adecuado?

—¿Por arriesgar la vida y la libertad? Yo no me movería por menos de cincuenta mil sequins. Reith se puso en pie.

—Tú tienes tus cincuenta sequins; yo tengo mi información. Confío en ti para guardar mi secreto. Zarfo siguió sentado, reclinado en su asiento.

—Espera, no tan aprisa. Después de todo, soy viejo, y mi vida no vale tampoco tanto. ¿Treinta mil? ¿Veinte? ¿Diez?

—La cifra empieza a parecer asequible. ¿Cuánta tripulación necesitaríamos?

—Cuatro o cinco más, posiblemente seis. ¿Planeas un viaje largo?

—Tan pronto como estemos en el espacio revelaré nuestro destino. Diez mil sequins es tan sólo un pago preliminar. Aquellos que vengan conmigo regresarán con riquezas más allá de todos sus sueños.

Zarfo se puso en pie.

—¿Cuándo tienes intención de irte?

—Tan pronto como sea posible. Otro asunto: Settra está llena de espías; es importante que no llamemos la atención.

Zarfo dejó escapar una seca risa.

—Y así esta mañana me habéis abordado con un enorme carruaje que vale miles de sequins. Ahora mismo hay un hombre que nos está observando.

—Ya he reparado en él. Pero me parece demasiado obvio para tratarse de un espía. Bien, ¿dónde volvemos a encontrarnos, y cuándo?

—Mañana, cuando suene la media mañana, en la tienda de Upas, el comerciante de especias del Mercado. Asegúrate de no ser seguido... Ese tipo de ahí tiene aspecto de ser un asesino, por el estilo de sus ropas.

En aquel momento el hombre se acercó a su mesa.

—¿Eres Adam Reith?

—Sí.

—Lamento informarte que la Compañía de Seguridad y Asesinatos ha aceptado un contrato a tu nombre: la Muerte de los Doce Toques. Ahora administraré la primera inoculación. ¿Tendrás la amabilidad de descubrir tu brazo? Es tan sólo un pinchazo con este aguijón.

Reith retrocedió un par de pasos.

—Ni lo sueñes.

—¡Lárgate! —dijo Zarfo Detwiler al asesino—. Este hombre vale para mí diez mil sequins vivo; muerto, nada.

El asesino ignoró a Zarfo. Dirigiéndose a Reith, dijo:

—Por favor, no hagas una exhibición indigna. El proceso se verá retrasado y resultará más doloroso para todos nosotros. De modo que...

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