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Authors: César Mallorquí

El Círculo de Jericó (50 page)

BOOK: El Círculo de Jericó
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La niña se apartó de mis brazos y me contempló con profundo pesar. Grandes lagrimones recorrían sus pálidas mejillas.

—La señora Kádár —dijo con un hilo de voz—. Acaba de morir...

Sentí que el corazón me daba un vuelco.

—¿Cómo lo sabes? —logré preguntar.

—Ella ha venido aquí y me lo ha dicho. —Claudia sorbió por la nariz—. Y ahora está muy triste, porque dice que el círculo se ha roto...

—No ha sido real —objeté—. Estabas durmiendo y...

—¿Por qué no me lo dijiste? —me interrumpió. Ahora ya no lloraba; me miraba con seriedad y reproche—. Tú sabías que iba a morir.

Me sentí confuso. Desde que volvimos de vacaciones no habíamos vuelto a hablar de lo ocurrido en el cráter. A decir verdad, suponía que Claudia se había olvidado de todo aquello, igual que me ocurrió a mí. Pero ahora, de repente, los sucesos del verano parecían imponerse a nuestra vida cotidiana.

Sí, ¿por qué no había dicho nada sobre la enfermedad de madame Kádár...?

—Porque no deseaba preocuparte —musité—. Porque te quiero muchísimo y sabía que la muerte de esa anciana te iba a entristecer.

Claudia asintió seriamente y se limpió las lágrimas con una manga del pijama. Luego se inclinó hacia mí y me dio un fuerte beso en la mejilla.

—Yo también te quiero —me dijo al oído. Luego se apartó y me miró fijamente. Una sonrisa, quizá demasiado adulta, se formó en sus labios—. Pero tienes razón, papá, esto no es real. Estamos soñando. Ahora voy a apagar la luz y tú volverás a la cama para seguir durmiendo.

Y Claudia extendió el brazo, apretó el interruptor y el dormitorio volvió a sumirse en la oscuridad. Y yo me levanté, y salí del cuarto de mi hija, y me metí en la cama.

Y, con el cerebro absolutamente en blanco, cerré los ojos y me quedé instantáneamente dormido.

Al día siguiente, por la mañana, desperté con la vivida impresión de que algo había ocurrido durante la noche. Susana ya se había levantado y estaba en el cuarto de baño, duchándose. Me senté en la cama e intenté hacer memoria. No conseguía recordar si se trataba de un sueño o...

Súbitamente, evoqué la extraña luminosidad filtrándose por debajo de la puerta, los sollozos de mi hija, la conversación que mantuvimos en su dormitorio...

Me levanté y corrí en busca de Claudia. La encontré en la cocina, desayunando un tazón de leche con cereales.

—¿Qué pasó anoche? —pregunté, sin preámbulo alguno. La niña me miró extrañada. —¿Anoche? Nada...

—Habías tenido una pesadilla —insistí—, llorabas y fui a tu cuarto... ¿No te acuerdas?

Claudia se encogió de hombros.

—Pues... no. —Sonrió alegremente y siguió desayunando. De modo que todo había sido un sueño, ¿no? Podía descansar tranquilo, porque aquel episodio nocturno nunca tuvo lugar, y jamás hubo una luz fantasmal, ni nadie tuvo nunca premoniciones de muerte...

Entonces, ¿por qué recibí, cuatro días después, una carta del padre Silveira notificándonos que María Kádár había fallecido el treinta de noviembre a las cuatro y veinte de la madrugada? A la misma hora de la misma noche del mismo día en que yo soñé que mi hija había soñado con la muerte de una anciana húngara.

¿O aquello no fue un sueño...?

Porque, más tarde, pensé que todas las piezas de aquel nebuloso rompecabezas podrían encajar mejor si se contemplaban los hechos desde una perspectiva distinta.

Nuestro encuentro en el cráter había sido premeditado, sí.

Pero no era conmigo con quien deseaban encontrarse, sino con Claudia.

Aquella jornada en la casa del volcán, la tormenta, el aislamiento, todo había sido un pretexto para que el círculo se reuniera con mi hija. Y las historias, aquellas historias que yo había convertido en un libro, no eran para mí, sino para ella.

¿Por qué?

¿Qué interés podría tener un grupo de adultos en conocer a una niña de diez años?

Mantener estable la realidad, ¿no es cierto? El círculo existía para eso. Un círculo que debía constar, inexorablemente, de siete personas...

Pero madame Kádár había muerto, el círculo estaba roto... En tal caso, ahora necesitaban encontrar un nuevo miembro para restaurar el círculo.

Alguien con las habilidades necesarias... Mi hija Claudia, por ejemplo.

Oh, sí... Ya sé que esto suena paranoico. Claudia es una niña normal y comente, y todo lo que ocurrió en la casa del cráter fue que un grupo de excéntricos nos contaron un puñado de historias inverosímiles...

Lo sé, lo sé... Éste es el mundo real, y el Diablo no se materializa en los ordenadores, y los gitanos no son omniscientes, y no hay tribus amazónicas que puedan mover las estrellas, ni casas encantadas cuyas puertas den al infinito. Miro a mi alrededor y compruebo que todo está en orden, que las cosas son sólidas y cotidianas. Somos una familia normal, la vida nos trata bien, no hay problemas.

No obstante, cada noche me acuesto pensando que quizá a la mañana siguiente encuentre vacío el cuarto de mi hija.

Porque temo que Claudia, mi niña, mi bebé, descubra un día sus alas, y se aleje de mí volando alto, muy alto, mucho más allá de lo que yo pueda alcanzar.

Sobre el autor

Nota previa:

En contra de lo que es habitual en
NOVA CIENCIA FICCIÓN
, esta «reseña biográfica» no ha sido redactada por el editor, quien, reconociéndose incapaz de superar lo aquí escrito por el autor, no desea privar al lector del característico humor de César Mallorquí. Se incluye más información sobre el autor y su obra en la presentación de este libro.

César Mallorquí nació en 1953 en Barcelona, pero un año más tarde su familia se trasladó a Madrid, ciudad en la que desde entonces reside.

Cursó estudios de periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, aunque fue mucho antes, en 1969, cuando publicó su primera narración (en el número 122 de
Algo
. En 1970 comenzó a publicar relatos y artículos en la legendaria revista de humor
La Codorniz
. Desde entonces, y a lo largo de diez años, trabajó como guionista de radio para la cadena SER y como colaborador en diversas publicaciones periódicas
[1]
.

En 1981, después de trece meses de permanencia forzosa en las Fuerzas Armadas, abandonó el periodismo para dedicarse a la publicidad
[2]
. Durante once años trabajó como creativo publicitario, suponiendo este lapso de tiempo un período de absoluta inactividad literaria
[3]
.

En 1991, tras abandonar el mundo de las agencias para dirigir el Curso de Creatividad Publicitaria del IADE (Universidad Alfonso X el Sabio), retornó a la escritura, ganando el premio Aznar de ese año con su relato
El mensaje perdido
.

Desde entonces, Mallorquí ha obtenido, además del Aznar, los premios Alberto Magno (Universidad del País Vasco) de 1992 y 1993, el Premio Domingo Santos de la Hispacón de Gijón y ha sido finalista al UPC durante dos años consecutivos (1992 y 1993).

Sus relatos han aparecido fundamentalmente en
Cyber Fantasy
y
Bem
; en esas revistas, además de en
Pórtico
, ha publicado diversos artículos sobre literatura fantástica y CE. En 1993,
Quaderns UPCF
publicó su novela corta
La vara de hierro
, donde se continúa la historia de Gedeón Montoya, el gitano protagonista de
El mensaje perdido
.

César Mallorquí está casado y tiene dos hijos de corta edad. Actualmente trabaja como guionista de TV y está escribiendo una novela de tema medieval.

[1]
En aras de la sinceridad, debo reconocer que en 1979 escribí y publiqué una novela,
Araciel
, de no muy grata memoria. Se trataba de un encargo y yo era muy joven... mejor dejarlo así.

[2]
En realidad, antes de vestirme de uniforme trabajé durante unos meses como relaciones públicas de un bar. Este dato no es relevante, pero me gusta airearlo para demostrar que soy como uno de esos escritores que, antes de ganarse la vida con el procesador de textos, se han dedicado a toda suerte de oficios extravagantes, desde la pornografía
hard core
hasta la teneduría de fincas, pasando por el crimen organizado.

[3]
Salvo que aceptemos que la redacción publicitaria sea, un género literario (cosa que yo rechazo contundentemente). En cualquier caso, en mi trabajo como creativo publicitario he hecho cosas tan exóticas como escribir textos que más tarde irían firmados por el rey Juan Carlos y su padre.

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