Authors: Katherine Neville
Nació en Braunau am Inn, una ciudad cuyo nombre refleja también la palabra
braun,
marrón. Las tropas de asalto que lo llevaron al poder se denominaban «camisas pardas»; las oficinas del Partido Nacionalsocialista se encontraban en la Casa Marrón de Munich. Y además estaba el doctor Wernher von Braun, encargado de la fabricación de un cohete secreto, llevada a cabo por esclavos en cuevas subterráneas en las montañas Harz, muy cerca de Brocken. El Führer llamó a ese lugar Dora, que significa al igual que Pandora, «regalo.»
Los nombres y las palabras eran importantes para Afortunado. Palabras como «providencia», «sino» y «destino» aparecen docenas de veces en las páginas de
Mein Kampf,
como cuando afirma que «hoy parece providencial que el destino eligiera Braunau am Inn como mi ciudad natal». El Inn es uno de los cuatro ríos que nacen cerca de un punto elevado de los Alpes suizos y que forman una cruz que se extiende por el mapa de Europa para desembocar en cuatro mares. El Inn es el último afluente del Danubio cuando abandona Alemania y cruza Austria, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Rumania y Bulgaria, y desemboca por fin en el mar Negro. En el norte, el brazo de la cruz está formado por el Rin, que recorre Alemania y Holanda y desemboca en el mar del Norte. El Ródano fluye hacia el este y el sur a través de Francia y llega al Mediterráneo. El Ticino se une al Po en Italia y desemboca en el Adriático. Cuatro ríos, cuatro direcciones.
La división de un espacio en cuatro partes, como los cuatro ríosdel Edén, o cruzar dos líneas y que sus extremos terminen en ángulo recto era también un signo antiguo de poder enorme denominado Cruz de los Magos. En sánscrito, el nombre era
svastika,
uno de los primeros símbolos de la humanidad. Describe cuatro elementos (tierra, aire, fuego y agua) y un quinto elemento oculto en el centro, el eje polar, el gozne sobre el que el mundo gira y a cuyo alrededor se mueven las osas celestiales.
En el lugar donde nacen esos cuatro ríos, se encuentra el Pequeño San Bernardo, el paso que los romanos denominaban Alpi Graie, el
alp
griego, considerado el camino que tomó Hércules en su regreso a Grecia y la ruta que siguió Aníbal para llegar a Italia . Antes de la época de César existía en ese lugar un templo dedicado a Júpiter y a finales del siglo pasado, una comunidad utópica que posee
cierta importancia en mi historia. El eje más importante de los pueblos germanos, conectado geománticamente con ese mismo punto, era el Irminsul, que se situaba en el bosque sagrado en Externsteine, una piedra que sobresale por encima del bosque de Teutoburgo, en Westfalia. Marcaba el lugar sagrado donde las tribus teutonas hicieron retroceder a los romanos en el año 9 d.C, lo que obligó a Roma a abandonar su provincia norteña de Germania. Cuando Carlomagno venció a los sajones en el 772, lo primero que hizo fue destruir este famoso pilar junto con su arboleda sagrada, porque comprendió que el Irminsul significaba mucho más que una fecha importante en la historia teutona: la tradición popular afirmaba que desde los albores del tiempo, en ese lugar se había levantado un pilar.
Irmins Saule,
“
el sendero de Hermann ” era el nexo que conectaba el cielo y la tierra. El dios nórdico Hermann y sus variaciones Ir, Tyr, Tiu o Ziu, no era otro que el dios guerrero del cielo, Zeus. Su piedra, el Irminsul, estaba tallada con la forma de la runa Tyr, la forma nórdica mas antigua de la esvástica:
Guido von List, el mismo ocultista vienes que a principios de siglo, durante un ataque de ceguera, redescubrió el significado perdido de las runas, también había fundado veinte años antes la Sociedad Iduna, un grupo esotérico llamado así en honor de la diosa teutona Idún, que lleva las manzanas mágicas de la inmortalidad. Al igual que el Idas romano, que dio nombre a los idus o punto medio de un mes, Idún era la diosa del eterno retorno. La raíz sánscrita constituía también una de las dos grandes fuerzas, ida y píngala, que formaban el sendero serpenteante de la transformación.
En plena Primera Guerra Mundial, Guido von List anunció su última y más poderosa profecía, inspirada en la
Edda,
las famosas sagas islandesas que relatan la batalla final del mundo en los últimos días. En la leyenda, todos los guerreros que mueren en la llanura de Ida «renovación brillante» vuelven a nacer de inmediato en cuanto son asesinados. List predijo que quienes muriesen en el campo de batalla por los ideales contenidos en las runas participarían en el eterno retorno: los que cayeran en la Primera Guerra Mundial, la guerra que había de acabar con todas las guerras, se reencarnarían de inmediato, al igual que los soldados de la llanura mitológica de Ida.
Los recién renacidos se unirían para formar una fuerza que alcanzaría su máximo poder cuando la mayoría de ellos cumpliera dieciocho años. Esta fuerza despertaría el espíritu dormido de
der Starke von Oben
(«el fuerte de las alturas»), que invocaría a los antiguos dioses teutones y cambiaría el mundo. Un examen astrológico reveló que ese espíritu se manifestaría hacia finales de 1932 y desataría el poder de las runas, que había permanecido dormido durante dos mil años, desde la época de la conquista romana.
Cuando Adolf Hitíer llegó a la cancillería de Alemania, el 30 de enero de 1933, ordenó de inmediato la reconstrucción y la consagración de la Irminsul destruida por Carlomagno. En la cercana Paderborn, Hímmler remodeló el castillo de Wewelsburg para la Orden de los Caballeros Teutónicos. Cuando Hitler ordenó a su arquitecto, Albert Speer, que copiara en los terrenos de Nuremberg el diseño del templo de Zeus en Pérgamo, en la costa turca, el Instituto Alemán de Zahoríes no se limitó a rastrear la zona para localizar las principales fuerzas terrestres, sino que determinó a partir de las interpretaciones arquitectónicas que la estructura del templo de cuatrocientos metros donde iba a colocarse el podio de Hitler no estaría bien situado para controlar todos los poderes geománticos. De modo que el emplazamiento del edificio se trasladó unos centenares de metros de distancia hacia el oeste, lo que obligó a drenar un lago y desviar una vía férrea.
Sobre el estadio, Hitler mandó colocar una enorme águila con las alas abiertas con la forma de la runa Tyr para simbolizar a la vez el
Weibaarin,
el águila hembra consorte de Zeus, y la
Weberin,
la tejedora o hilandera del destino del mundo en los últimos días. Hitler contó a Speer que esta imagen le había sido revelada en un sueño que tuvo tras haber quedado ciego (muy a la imagen de List) debido al gas mostaza, mientras luchaba en el Frente Occidental durante la Primera Guerra Mundial. Esos dos elementos, el águila y la araña, el vuelo
y
el tejido, las fuerzas del cielo y la cueva, se combinaban en un único espíritu heráldico que un día serviría de sol y luna para guiar su Orden Santa.
El 9 de noviembre de 1918, la noticia de que el kaiser Guillermo II había abdicado y que el nuevo Gobierno socialista había hecho un llamamiento a la paz desencadenó un segundo sueño profético de Afortunado: Wotan acudiría para guiarlo a él y a Alemania hacia la grandeza. Escribió este poema:
Muchas veces acudo en noches amargas al roble de Wotan en elclaro
e invoco a los poderes oscuros para que tejan una unión,
esos poderes rúnicos que la luna crea con su embrujo de hechicera;
y todos aquéllos forjados con la luz del día son derrotados por su
fórmula mágica...
Hitler solía afirmar que consideraba Berlín como la sede de su nueva orden religiosa y Munich, como su corazón.
Pero esa noche, en las tinieblas de su mente, vio que desde tiempos inmemoriales Nuremberg había sido el centro espiritual, el alma del pueblo alemán, la montaña donde dormía el dios Wotan. Albert Speer bautizó a su creación en la plaza de armas de Nuremberg como Catedral de la Luz, lo que se adecuaba a alguien que deseaba representarse a sí mismo simbólicamente como
der Starke von Oben,
el eje entre el cíelo y la tierra, la puerta que conectaba pasado y futuro.
La palabra operante en el Partido Nacionalsocialista era «nacionalista». Los nazis estaban interesados en encontrar las raíces de la genealogía aria, la geomántica, los misterios y lo oculto. Buscaron en pozos» manantiales y cementerios antiguos, y documentaron el legado conservado en las piedras erigidas por toda Europa. Enviaron expediciones secretas a las montañas Pamir y a los Pirineos, donde revolvieron las cuevas en busca de documentos perdidos, sellados en ánforas de arcilla durante miles de años, que pudieran revelar la verdad de su linaje sagrado y sabiduría perdida.
Se creía que había mucha información cifrada de forma secreta en las epopeyas nacionales de los países nórdicos y se dedicaron a interpretarlas. Muchas pistas señalaban en dirección a la historia de la guerra de Troya. En las famosas sagas islandesas del siglo XIII, la
Eddaprosaica
y la
Heimskringla,
Odín era el rey de la antigua Tyrland, llamada así en honor del dios nórdico Tyr, un reino conocido también con el nombre de Troya. Se cree que la saga
Ragnarok,
el Crepúsculo de los dioses, en la que Richard Wagner basó su ópera
Die Götter-dámmerung,
es una descripción de ese largo y devastador conflicto, con Odín como rey Príamo.
Gracias a su boda con la sibila troyana, Odín obtuvo el regalo de la profecía y predijo la destrucción de Troya; también vio que después le esperaba un futuro glorioso en el norte. Odín partió en peregrinación por las tierras nórdicas junto con su familia, muchos troyanos y gran cantidad de valiosos tesoros. Dondequiera que se detenían en esta migración, los habitantes locales los consideraban más como dioses que como hombres; Odín y sus hijos recibieron todas las tierras que quisieron, porque llevaron con ellos el regalo de cosechas abundantes y, según se creía, controlaban el clima.
Odín nombró a sus tres primeros hijos reyes de Sajonia, Franconia y Westfalia; en Jutlandia (Schleswig-Holstein y Dinamarca) proclamó rey a su cuarto hijo, y en Sviythiod (Suecia), al quinto; un sexto se convirtió en rey de Noruega. En cada lugar donde se establecieron, enterraron uno de los tesoros sagrados que habían llevado con ellos desde Troya, la espada de Hércules o la lanza de Aquiles, por ejemplo, como la base para proteger sus reinos y para formar el eje geomántico que los conectaba: la estrella de seis puntas de la runa Hagal.
Odín, hechicero de enormes poderes y sabiduría equiparable a la de Salomón, desafió más adelante al dios Wotan. La esposa de Odín, la sibila, una profetisa procedente de Marpessos, a los pies del monte Ida en la actual Turquía, pertenecía a una larga línea de mujeres que registraban la historia de los reyes troyanos y profetizaban el futuro de sus descendientes: sus escritos se denominaban también oráculos sibilinos.
Después de la guerra de Troya, se redactaron dos copias de estos oráculos sibilinos y se trasladaron por motivos de segundad a la colonia griega de Eritras, en la costa turca, y a las cuevas de Cumas, al norte de Ñapóles. Más adelante, en el año 600 a.C, la última descendiente de las sibilas troyanas llevó los libros de Cumas a Roma y los ofreció al rey romano Tarquino. El monarca los conservó en un refugio bien custodiado, donde permanecían aún durante la época imperial porque esos documentos eran de gran valor no sólo para los descendientes teutones de Wotan, sino también para los romanos: Rómulo y Remo, los fundadores de Roma, eran descendientes de Eneas, el héroe troyano del poema épico de Virgilio, la
Eneida.
Cuando Virgilio murió, el emperador Augusto situó su tumba junto a la carretera de Napóles a Cumas, donde Eneas había descendido a las regiones infernales. La cultura romana disfrutó de un «Reich de mil años» desde su fundación en el año 753 a.C. hasta su conversión al cristianismo bajo el reinado de Constantino, quien en el 330 d.C. trasladó nuevamente la capital imperial a la región de Troya. Una segunda fase duró hasta la conquista de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453, mil años después de la caída del Imperio Romano Occidental frente a los germanos. De modo que desde el punto de vista mitológico esas dos culturas, la teutona y la romana pueden considerarse como dos ramas de la misma vid: descendientes ambas de Troya.
Los germanos se consideraban a sí mismos los hijos «legítimamente elegidos», cuyo antepasado Wotan no sólo era un héroe como Eneas sino también un líder de sangre real y un dios. No aceptaban la teoría de que la cultura había llegado al norte pagano de manos de Carlomagno y de los francos carolingios, usurpadores que se arrastraron a Roma para besar el anillo pontificio y ser coronados emperadores del Sacro Imperio Romano.