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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (82 page)

BOOK: El círculo mágico
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Resultaba sorprendente pero, a medida que cada evento salía de nuestra caja de Pandora de revelaciones, era como si se oyera su eco en la actualidad en algún punto del planeta. Sabíamos que nos estábamos acercando a la transformación que esperábamos.

Los soviéticos se habían retirado de Afganistán en febrero. Además, otros países con muros, ya fueran políticos o físicos, empezaron a verse sacudidos por movimientos y llamamientos democráticos que avanzaban en torrentes, como agua que buscara su nivel natural, su centro de simetría.

El mes de junio, en la plaza de Tian'anmen en China, el país famoso por tener una muralla que se ve desde el espacio exterior, había estallado una protesta social. A pesar de que los tanques hicieron acto de presencia, la levadura ya había empezado a fermentar. Después, el nueve de noviembre que habíamos estado esperando, la fecha que Wolfgang había definido como un punto de inflexión para Napoleón, De Gaulle, el kaiser Guillermo y Adolf Hitler, recibimos una noticia asombrosa de Laf y Bambi desde Viena a través de nuestro appaloosa expreso: el muro de Berlín, que había separado simbólicamente el Este del Oeste durante más de veinticinco años, había caído de un día para otro. La ola gigantesca se había desatado por fin; avanzaba y nadie podría detenerla.

Pero no fue hasta finales de diciembre, casi en el nonagésimo aniversario del nacimiento de tío Laf en la provincia de Natal, en Sudáfrica, que logré el gran avance que Sam y yo andábamos buscando.

Trabajaba en el texto de un rollo largo de un lino muy frágil y antiguo, escrito en griego, que acababa de sacar de uno de los tubos de plexiglás de Sam. Estaba segura de que no lo había visto antes. Pero mientras tecleaba las palabras en el ordenador, me resultó familiar.

—¿Recuerdas un documento de Zoé que tradujimos hará unos dos meses? Hablaba de una voz que llamaba a través de las aguas desde las islas de Paxos a un capitán egipcio que estaba cerca de Palodes. Le anunciaba que el gran dios Pan había muerto. —Miré a Sam, que trabajaba en su ordenador al otro lado de la habitación, sentado con las piernas cruzadas y con Jason echado cabeza abajo en su regazo, en un nirvana gatuno.

—Sí, Tiberio ordenó llevar al capitán a Capri para interrogarlo —respondió Sam—. El nombre del capitán era Tammuz que, casualmente, era el dios que moría en los antiguos misterios. Y anunció la muerte de Pan la misma semana en que murió Jesús. ¿Qué has averiguado?

—No estoy segura —respondí, sin dejar de teclear—. Pero a partir del griego que he ido captando estos últimos meses al ver cómo traducía el ordenador, me parece que esta carta contiene algún tipo de clave sobre cómo encajan las cosas entre sí a un nivel más profundo. Por desgracia, está roto y falta una parte. Pero no hay duda de que una mujer se lo escribió a un hombre. Y me da la impresión de que esa mujer es una gran conocida nuestra.

—¿Me lo lees en voz alta? —sugirió Sam y, señalando al gato que roncaba en su regazo, añadió—: Detesto molestar a alguien sumido en una profunda contemplación

De modo que leí.

Monte Perdido, Pirineos, Galia romana

Querido José:

Siguiendo tu consejo, mi hermano Lázaro y yo hemos colocado la caja de alabastro, el cáliz y otros objetos que el Maestro tocó en sus últimos días en un lugar oculto en el interior de la montaña, donde esperamos que permanecerán a salvo hasta que sean necesarios. He preparado una lista e instrucciones para encontrarlos que te remitiré por separado.

En tu última carta decías que, como has alcanzado una avanzada edad, podrías reunirte pronto con el Maestro. Me preguntabas si yo, como la única auténtica iniciada del Maestro, estaría dispuesta a contarte mi punto de vista sobre lo que sucedió en esa última cena que celebró con sus discípulos, y cómo se relacionaría con las descripciones anteriores que te envié, escritas por otras personas presentes en ella.

Resulta imposible plasmar en palabras lo que sólo puede adivinarse a través de la experiencia, como lo que se logra mediante el proceso de iniciación, pero lo haré lo mejor que pueda.

Siempre creí que, en todo lo que dijo o hizo, el Maestro se expresaba en niveles duales, aunque realizaba una clara distinción entre ambos. Los denominaré los niveles de enseñanza y de iniciación. En la enseñanza, le gustaba usar la alegoría y la parábola para aportar un ejemplo de lo que deseaba comunicar. Pero bajo esa parábola se ocultaba siempre el segundo nivel, el nivel del símbolo que, en mi opinión, el Maestro sólo utilizaba en el contexto de la iniciación.

El Maestro me contó que un solo símbolo, elegido de esta forma, puede tocar muchos niveles en la mente del discípulo. Cuando alguien experimenta una imagen concreta de ese modo, su significado más profundo actúa en él a un nivel primario, casi físico.

De alguna forma, el Maestro era como uno de esos magos orientales con los que estudió, siempre en el sendero, buscando, rastreando, persiguiendo su estrella particular que lo había de conducir a una noche de misterio infinito. En ese sentido, se observaba cómo esparcía pistas sin cesar en ese sendero, en su búsqueda personal, para que el iniciado las recogiera y lo siguiera por el camino. Incluso ahora que han transcurrido tantos años desde que nos dejó, siento el mismo escalofrío al recordar su tono de voz que la primera vez que me dijo: «Deja tus cosas y sigúeme.» Ahora comprendo que quería que lo interpretara en los dos niveles, que tenía que seguirlo no sólo a él, sino también su ejemplo en aprender a hacer las preguntas adecuadas.

Las preguntas del Maestro en esa última noche me parecieron, como siempre, mucho más importantes que sus respuestas. Afirmó a los demás que yo sabría cómo contestar su pregunta sobre el significado de la Sulamita, la amante de Salomón en El Cantar de los Cantares. Después, el Maestro ofreció su propia respuesta: «La Sulamita representa la sabiduría.» ¿Pero recuerdas que al principio mencionó que era un problema intrincado, como un «nudo»? Ya había utilizado una vez esa palabra para preguntarte qué era «inmutable e imperecedero», lo que sugiere que su respuesta en ambos casos era solamente parcial.

El Maestro consideraba que el iniciado debe esforzarse siempre en desentrañar la respuesta completa por sí mismo. En este caso, me veo capaz de sugerir la respuesta completa que tenía él en mente. La raíz griega de la palabra nudo es
gna,
saber, de la que se deriva
gnosis,
o sabiduría oculta. Existen palabras en muchos idiomas que proceden de esa raíz, pero todas ellas poseen significados que sugieren formas de adquirir ese conocimiento oculto.

Al identificar a la Sulamita con el lucero del alba, el Maestro volvió a dirigir nuestra atención hacia esos misterios. En el poema, la amada de Salomón es negra y bella: representa la materia oscura, la virgen negra de las antiguas creencias, o la piedra negra que cae del cielo.

Los tres discípulos elegidos por el maestro en su círculo más íntimo eran Simón Pedro, Santiago y Juan Zebedeo, que querían sentarse a su lado cuando llegara el reino. Pero de modo muy significativo y simbólico a mi entender, justo antes de su muerte les asignó, en cambio, misiones individuales en tres lugares muy concretos de la tierra: Santiago en Brigantium, Juan en Éfeso y Pedro en Roma. El primero es el hogar de la diosa celta Brígida; el segundo, el de la Artemisa griega o, en latín, Diana. Y Roma es el hogar de la primera Gran Madre frigia, la piedra negra transportada desde Anatolia central, que ahora se conserva en la colina palatina. Si se unen las iniciales de esas tres ciudades se forma la expresión BER, el acrónimo de esa diosa, bajo la forma de oso.

Estos tres lugares de la tierra representan tres caras de una diosa anterior, una diosa representada por la Sulamita en el poema.

Así que la pregunta del Maestro sobre la identidad auténtica de la mujer morena de El Cantar de los Cantares nos conduce directamente al centro de su mensaje: que ese poema era una fórmula de iniciación que debían seguir sólo quienes estaban decididos a emprender la Gran Tarea. El matrimonio entre el rey blanco del manzanar y la virgen morena del viñedo representa la unión entre lo divino y lo carnal, que yace en el mismo centro de los misterios. Cuando terminé de leer y levanté la vista, Sam, todavía con Jason en el regazo, me sonreía con ironía.

—Ése fue uno de los que traduje antes de que Wolfgang se llevara las copias de mis manuscritos —me contó—. Si significa lo que da a entender, daría al traste con las ideas de los que insisten en las viejas teorías del celibato, pero me resultaría difícil de creer. ¿Y por qué dices que se relaciona con la «voz a través de las aguas» o con la muerte del gran dios Pan?

—Puede que se trate de lo que conecta todos los manuscritos de Pandora entre sí —le dije—. Lo que nos indica esta carta, creo, es que la iniciación, cualquier iniciación, requiere algún tipo de muerte. La muerte respecto al mundo, la muerte del ego, la muerte de un «yo anterior». No olvides que los dioses que intercambiaban posiciones todos los años en Delfos eran Apolo, el rey de la manzana, y Dioniso, el dios del viñedo, los mismos oficios que los protagonistas de El Cantar de los Cantares. Del mismo modo, el nacimiento y el bautismo de un nuevo eón, de un mundo feliz, precisa la muerte de la anterior forma de pensar, del anterior sistema de creencias, incluso la muerte de los anteriores dioses.

—De modo que el nudo es otro modo de mirar la trama y la urdimbre —comentó Sam.

Entonces se me ocurrió otra idea y recuperé en pantalla uno de los documentos de tío Laf que había traducido poco antes.

—¿Recuerdas todo eso de los templarios de San Bernardo y el templo de Salomón? ¿A que no adivinas qué emblema figuraba en su bandera según este documento? La calavera y los huesos cruzados, el mismo que el del escuadrón principal de la muerte de la SS de Heinrich Himmler. Pero en este documento no significa muerte, sino vida.

—¿Y eso?

—En el panteón griego hay dos personajes importantes que aparecen una y otra vez en estos manuscritos —le indiqué—. Atenea y Dioniso. ¿Qué tienen en común?

—Atenea era diosa del Estado —dijo Sam—. También de la familia, el hogar y el telar, por lo tanto, del orden. Que recibe el nombre de
cosmos
en griego. Mientras que Dioniso era el señor del caos. Sus fiestas paganas, que tienen su continuación en algunas cristianas, como el carnaval, eran como una autorización para beber y para los actos disipados y alocados. Están conectados con la antigua cosmogonía, donde el cosmos suele nacer del caos.

—He encontrado otra conexión, en la forma en que ambos nacieron —apunté—. La madre embarazada de Dioniso, Sémele, fue fulminada por el padre de éste, Zeus, cuando se le apareció en forma de rayo. Zeus cogió a su hijo aún no nacido de entre las cenizas de su madre y se lo cosió a su propia carne. Más adelante, Dioniso nacería del muslo de Zeus. Por ese motivo se decía que había nacido dos veces y se le llamaba dios de la doble puerta...

—Y Zeus se tragó a Atenea que después nació de su frente —terminó Sam—. De modo que siempre podía leerle el pensamiento. Ya lo entiendo. Uno nació del cráneo y el otro del muslo del padre. La calavera y los huesos cruzados, dos tipos de creación o generación, la espiritual y la profana, que sólo unidas son completas o sagradas, ¿es eso?

Me acordé de las palabras de san Bernardo en sus comentarios de El Cantar de los Cantares: «El amor divino se consigue a partir del amor carnal.»

—Estoy segura de lo que indica esta historia sobre los misterios —informé a Sam—. El mensaje es sin duda que no hay muerte sin sexo.

—¿Perdona, cómo dices? —preguntó Sam.

—Las bacterias no mueren, se dividen —le aclaré—. Los clones mantienen el mismo material de forma mimeográfica. Los seres humanos son los únicos animales que conocen y prevén la muerte. Es la base de cualquier religión y de todas las experiencias religiosas. No sólo el espíritu, sino la relación entre la vida y la muerte, el espíritu y la materia.

—Nuestro sistema nervioso posee dos ramas que unen la conciencia a las emociones y componen el denominado sistema craneo-sacro. Conectan el encéfalo con el sacro —corroboró Sam—. En muchos idiomas esa calavera y los huesos cruzados, donde la rótula se conecta con el fémur, se asocian con propiedades generativas poderosas, en palabras como «genio» y
genoux.
Existen muchos indicios, físicos y lingüísticos, para la famosa expresión de Pitágoras: tal arriba, tal abajo.

—Ésa era la función de Dioniso en la mitología: conectar lo sagrado con lo profano —afirmé—. El único modo de lograrlo era hibridar. Arrancar a las mujeres del telar, del hogar y de la casa para que subieran a la montaña y bailaran y retozaran con jóvenes pastores. Dioniso destruyó su ciudad natal, Tebas, no una sino dos veces. O mejor dicho, se destruyeron ellos mismos.

—Una vez fue debido al incesto —dijo Sam—. Edipo había matado a su padre, se había coronado rey en su lugar y se había casado con su propia madre. Si pienso en nuestra familia, comprendo lo que dices. ¿Pero qué hay de la segunda vez?

—Fue cuando el joven rey de Tebas, Penteo, se negó a dejar que las mujeres, incluida su propia madre, tomaran parte en la celebración de los misterios de Dioniso en lo alto de la montaña —le expliqué—. Penteo afirmaba que el señor de la danza no era un dios verdadero, ni tampoco hijo de Zeus. De hecho, quería que las mujeres permanecieran en sus casas por la noche para que los propietarios de tierras tuvieran la seguridad de que sus descendientes y herederos no eran hijos de sátiros ni de pastores.

—¿Qué le sucedió al joven rey de Tebas? —quiso saber Sam.

—Su madre se volvió loca —respondí—. Cometió canibalismo sobre su propio hijo.

—Eso es bastante espeluznante —soltó Sam. Luego, añadió con una sonrisa irónica—: Lo que quieres decir es que Dioniso, el dios de la era entrante, nos trae la tan esperada respuesta a la pregunta de Freud: «¿Qué quieren las mujeres?» Lo que quieres es una noche libre de vez en cuando para irte por la montaña y bailar, emborracharte y retozar con jóvenes pastores, ¿es eso?

—Hombre, pues no iría mal para desatascar esas líneas de sangre tan coaguladas —acepté—. Nadie parece haber sugerido nunca a tipos como Hitler o Wolfgang la idea de que la hibridación confiere fortaleza. Me parece que un poco de polen de pastor respondería también a la pregunta de Zoé: «¿Qué provoca que crean que no pueden hacer eso?» En mi opinión es como lo que me dijiste acerca del amor y las mentiras. Si se lo haces a otra persona, te lo haces a ti mismo.

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