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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (38 page)

BOOK: El círculo mágico
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Bien sur.
Te perdono en parte, querida mía, por haberme presentado a la bella y generosa Bambita. Creo que me he enamorado, y eso que no se parece en nada a la vaquera que siempre imaginé que acabaría robándome el corazón —dijo con una sonrisa, mientras dejaba los esquís en su rejilla y colgaba los bastones por el asa.

—Pero yo diría que tío Lafcadio y ella forman pareja —indiqué— Y viven en Viena, lo que queda bastante lejos.

—Ningún problema —comentó Olivier—. Los días de esquí de tu tío se han acabado, aunque los de tocar no. Estoy dispuesto a seguir a esa mujer por las laderas como un esclavo el resto de mi vida, sólo para ver cómo practica el
wedeln,
¿sabes? Y ahora que has hecho tan buenas migas con su hermano, puede que venga a visitarnos pronto.

Bajé para calentar algo de burdeos y sumergirle unas cuantas bolsas de
Glühwein
de mi provisión permanente para preparar mi versión simplificada de vino caliente sazonado. Mientras miraba el brebaje que se calentaba, me vino a la cabeza algo que casi se me había olvidado.

Crucé el amplio y frío salón hacia la pared de libros y hojeé el volumen que contenía la H de la manoseada
Encyclopaedia Britannica
hasta que encontré la entrada que buscaba. Me sorprendió ver que había existido una persona real llamada Kaspar Hauser. Su historia era de lo más extravagante:

HAUSER, KASPAR

Joven famoso por las circunstancias que rodearon su vida, de un misterio aparentemente inexplicable. Apareció vestido con atuendo campesino en las calles de Nuremberg el 26 de mayo de 1828, con aire indefenso y perplejo...

Le encontraron dos cartas encima: una de un trabajador pobre, que afirmaba que había recibido al chico en custodia en octubre de 1812, que tal como había acordado le había enseñado a leer y escribir y lo había educado en el cristianismo, pero que hasta la fecha establecida para renunciar a la custodia lo había mantenido recluido [y otra carta] de su madre en que afirmaba que el chico había nacido el 30 de abril de 1812, que se llamaba Kaspar y que su padre, un oficial de caballería del 6.° regimiento de Nuremberg, estaba muerto.

[El joven] mostraba repugnancia a todos los alimentos salvo el pan y el agua, parecía ignorar todos los objetos externos y escribía su nombre, Kaspar Hauser.

El artículo proseguía y explicaba que Kaspar Hauser atrajo la atención de la comunidad científica internacional cuando se supo que había crecido en una jaula y que no se podía localizar ni a su familia ni al trabajador que lo había criado. En esa época, surgió un gran ínteres científico en toda Alemania por cuestiones como los «niños de la naturaleza» criados por animales salvajes, así como por el «sonambulismo, el magnetismo animal y teorías similares de lo oculto y extraño». Un maestro local acogió a Hauser en su casa, en Nuremberg, pero:

El 17 de octubre de 1829 se descubrió que había recibido una herida en la frente que, según él mismo afirmaba, le había infligido un hombre con la cara tiznada.

El científico británico lord Stanhope acudió a ver al chico y, debido a su interés, lo trasladó al hogar de un juez en Ansbach, donde podría estudiarlo más de cerca. El público olvidó su caso hasta que el 14 de diciembre de 1833, un desconocido abordó a Kaspar Hauser y le hirió de gravedad en el lado izquierdo del tórax. El joven murió al cabo de tres o cuatro días.

Al parecer, se escribieron muchos libros sobre Kaspar Hauser en los ciento cincuenta años subsiguientes, con conjeturas descabelladas que sostenían desde que había sido asesinado por el propio lord Stanhope hasta que Kaspar Hauser era un heredero legítimo al trono de Alemania. La enciclopedia insinuaba que toda la historia era un «engaño» y descartaba los hechos históricos por constituir «en cualquier caso una total confusión».

Pero mi confusión la había creado Wolfgang K. Hauser, que era de Nuremberg como su tocayo, al darme la impresión errónea de que su segundo nombre estaba relacionado con los Reyes Magos de la Biblia, sin mencionar un personaje histórico lo bastante conocido como para merecer una entrada en la
Encyclopaedia Britannica.
En cuanto a una mayor conexión con un muchacho que había sido educado como si fuera un animal, ¿acaso la traducción de Wolfgang no era «el que corre con los lobos»?

Eché un vistazo al otro lado de la habitación y vi a Jason, que estaba olisqueando las maletas que yo había dejado al lado de la puerta. Al ver dos maletas Jason sabía que yo estaría fuera más de un fin de semana, de modo que temí que se orinara de forma flagrante en ellas, como había hecho en anteriores ocasiones cuando sospechaba que no vendría conmigo.

—Ni se te ocurra —le advertí. Lo levanté del suelo, quité el
Glühwein
burbujeante del fuego y corrí escaleras arriba hasta la cocina cálida de Olivier—: Será mejor que vigiles a mi compañero de piso mientras esté fuera —le indiqué—. Me parece que me está cogiendo rencor porque me voy, y ya sabes lo que eso significa.

—Se puede quedar aquí conmigo —sugirió Olivier, mientras untaba una puntita de tostada con
mousse
y se la daba a Jason—. Así gastaré menos en calefacción abajo. ¿Y qué me dices del correo? ¿Te dará tiempo mañana a pedir que te lo retengan, o prefieres que yo...? ¿Qué pasa?

¡Por todos los diablos, sabía que se me olvidaba algo! Abrí la boca para meter el trocito de tostada que había dejado a medio camino y lo mastiqué para tener la boca ocupada. Vertí el vino humeante en las tazas y di un gran trago mientras mi cerebro rizaba el rizo tratando de resolver con rapidez ese desastre.

—No pasa nada —dije por fin a Olivier—. Me he acordado de que tengo que poner una cosa en la maleta, eso es todo. Pero mañana tendré tiempo de solucionarlo, y de pedir que me retengan el correo, y de pasarme por la oficina también.

Gracias a la misericordia de los cielos era cierto: la oficina de correos abría a las nueve y no tenía que estar en el aeropuerto para embarcar hasta las nueve y media. Pero podía haber sido de otro modo, en cuyo caso, me habría visto en serios aprietos, después de haberse acumulado el correo durante dos semanas mientras yo me dedicaba a corretear por la Unión Soviética. ¿Se puede saber en qué estaría pensando?

Cuando terminé de comer y bajé al sótano, me maldije a mí misma de todas las maneras posibles por haber tenido la presencia de ánimo de poner un despertador y un pijama en el equipaje y casi olvidar lo que podía matarnos a Sam y a mí. ¿De qué servía tener una memoria fotográfica para las banalidades si luego lo importante se me iba de la cabeza?

A la mañana siguiente llegué a la oficina a las ocho y media, con las maletas y el pasaporte en el maletero del coche. Esta vez aparqué en el extremo opuesto del edificio y entré por los controles para empleados del complejo. No tenía la intención de volverme a quedar a la intemperie sin el abrigo, ahora que estaba a punto de partir hacia la Unión Soviética. Pero cuando llegué a las primeras puertas y coloqué la tarjeta en el monitor, no se oyó el clic que indicaba que el guarda de seguridad de la entrada, al otro lado del edificio, había abierto las puertas siguientes. Me estaba congelando. Me di la vuelta para mirar hacia el objetivo de la cámara y grité: «¿Hay alguien?» Se suponía que tenía que haber guardias de servicio todo el día.

Oí un ruido de fondo y la voz de Bella sonó por el intercomunicador.

—No te veo bien para identificarte con la tarjeta —me informó altanera en tono oficial—. Tendrás que mirar a la cámara: ya conoces las normas.

—Por lo que más quieras, Bella, ya sabes quién soy —protesté—. ¡Hace muchísimo frío!

—Ponte en posición y manten la tarjeta delante del monitor para que pueda completar la identificación, o no entras —insistió.

La muy cerda. Me contorsioné para «adoptar la pose». Sin duda, Bella era una de los que habían oído que la semana anterior había estado esquiando con Wolfgang Hauser en Jackson Hole y ahora se desquitaba demorándome ahí. Tardó un buen rato en identificar a alguien a quien veía todos los días. Cuando por fin oí el clic de la puerta, la abrí de golpe. Pero, mientras la cruzaba, sonreí a la cámara y levanté el dedo corazón frente al objetivo. Oí que Bella tomaba aire con fuerza y balbuceaba histérica detrás de mí hasta que las puertas de cristal apagaron su voz.

Sabía que no podría hacer gran cosa. Los encargados de la segundad de las instalaciones no podían abandonar su puesto hasta que terminaban el turno. Si le tocaba ahora, no saldría hasta las diez de la mañana, cuando yo ya estaría en el avión.

Me dirigí
a
mi oficina y comprobé los mensajes en el correo electrónico.

Tal y como me esperaba, había uno de Sam (Empresa Gran Osa) seguido de un número de teléfono con un prefijo de Idaho, es probable que en algún punto entre Sun Valley y la reserva de Lapwai. Lo memoricé, lo borré del ordenador y me disponía a ir a ver al Tanque para despedirme cuando asomó la cabeza con expresión de asombro.

—Behn, acabo de recibir una llamada de seguridad pidiendo que te lleve a la oficina del director de inmediato —me comentó—. Me sorprende verte aquí. ¿No tienes que marcharte con Wolf Hauser en el vuelo de las diez? El director afirma que has cometido algún tipo de infracción. ¿Me podrías explicar de qué va todo esto?

—Pues... sí, ahora voy de camino al aeropuerto —expliqué con una terrible sensación—. Sólo he venido para despedirme de usted.

Maldita Bella, ¿pretendía empapelarme? Sabía lo que significaba una infracción de seguridad en un complejo nuclear. Podía llevar horas completar la revisión inicial. La palabra de un guarda de seguridad era la ley. Si su acusación prosperaba, me podían suspender del trabajo. ¿Pero qué me estaba pasando? ¿Por qué no lo había dejado correr y había cruzado el control sin darle mayor importancia? ¿Por qué le había tenido que hacer ese gesto?

Mientras el Tanque me acompañaba a la oficina del director de seguridad, yo pensaba cómo demonios, aun en el caso de que saliera de ésta con tiempo suficiente para coger el avión, iba a llegar a la oficina de correos para que me retuvieran la correspondencia. Me pregunté si sería posible someterme a un trasplante de cerebro o que me suministraran un complemento hormonal que redujera la agresividad femenina. Me pregunté si podía dejarme caer al suelo y simular que estaba sufriendo un ataque.

Cuando entramos, Peterson Flange, el director de seguridad, estaba sentado ante su escritorio. Como nunca había visto a Peterson Flange sin estar sentado a su escritorio, a veces dudaba de que tuviera piernas.

—Controladora Behn, esta mañana he recibido una acusación contra usted por una infracción muy grave de seguridad —empezó a abroncarme el director.

El Tanque arqueó las cejas al mirarme, sorprendido sin duda de que hubiera podido incurrir en una infracción grave si sólo había estado en el edificio unos instantes. Yo me hacía la misma pregunta: había suspendido un nuevo test de inteligencia.

—Behn tiene que salir esta misma mañana para un proyecto muy importante —informó el Tanque a Flange, mientras consultaba el reloj —Su avión sale en menos de una hora. Espero que no sea tan grave como sugieres.

—La guarda de seguridad que ha informado de la infracción ha sido relevada de su cargo y se reunirá con nosotros enseguida "—dijo Flange.

Y entonces, Bella entró como una exhalación.

—Me mandaste a la mierda —gritó, mientras movía una de sus uñas pintadas de color malva delante de mis narices en cuanto me vio.

—Ni más ni menos que lo que haces tú ahora —le indiqué—. Sólo que puede que yo usara otro dedo.

—¿Pero qué dice esta mujer? —preguntó el Tanque señalando a Bella. Había adoptado esa voz de «no me busques las cosquillas» a la vez que fulminaba con la mirada al director de seguridad.

Pero yo sabía que estaba en un buen lío. Aunque el Tanque era el director de todo el complejo nuclear, el personal de seguridad dependía directamente de la sección de Seguridad Nacional del FBI. Peterson Flange podía anular las decisiones del Tanque y detenerme en seco si decidía proseguir con ese asunto, lo que indignaría al Tanque conmigo porque tendría que sermonearme y rellenar informes y muchas otras tonterías. Tenía que pensar rápido.

—Controladora Behn —dijo Peterson Flange—, la guarda de seguridad la acusa de haberle realizado un gesto obsceno y amenazador a través de la cámara de seguridad en los controles de entrada cuando ella, en cumplimiento de su deber, sólo trataba de identificarla con la tarjeta.

—Lo tengo grabado —me espetó Bella—, de modo que no te molestes en negarlo.

Su actitud me sacó de quicio. Me volví hacia Peterson Flange y le pregunté con amabilidad:

—¿Y puede decirme qué amenaza exacta interpretó su guarda de seguridad con ese gesto?

Se me quedó mirando asombrado y se puso de pie de golpe. Vaya, pues sí que tenía piernas.

—¡La seguridad es el aspecto de mayor importancia en este complejo, controladora Behn! —bramó—. ¡No es una cuestión fútil!

Procuraba recordar qué quería decir fútil, si era algo serio o algo banal, cuando el Tanque interrumpió esa conversación tan interesante.

—¿Qué es lo que le hiciste, Behn? —me preguntó.

—La mandé a tomar por el saco a través de la cámara de seguridad, señor, porque no me dejaba pasar por el control —expliqué—. Me estaba tocando las narices y tenía miedo de que si tardábamos mucho más tiempo, igual perdía el avión.

—¡Que le estaba tocando las na...! —A Peterson Flange le estaba dando un soponcio y se derrumbó de nuevo en la silla. Así que quizas era sólo que el asiento estaba provisto de muelles.

Pastor Dart me observaba cubriéndose la boca con la mano. Si no lo conociera tan bien, habría jurado que se reía. Por último la situación se calmó y el Tanque tomó las riendas.

—En mi opinión —anunció con su mejor voz de «no me fastidies o te voy a jorobar»—, la controladora Behn merece un aviso verbal, nada más. A nivel privado me parece pertinente mencionar que acaba de sufrir una pérdida familiar y que, en cuanto regresó del entierro, se enteró de que debía partir en una semana para una misión importante al extranjero en colaboración con el doctor Hauser, nuestro enlace con la OIEA. Me rogó que la excusara de la misión pero yo...

Se detuvo porque Bella se había abalanzado sobre el escritorio del director y le estaba gritando en plena cara.

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