Sin volverse, Corso empujó la verja para salir a la calle. Cada paso parecía alejarlo mucho de lo que dejaba a la espalda, del mismo modo que si desanduviera, a la inversa y en sólo unos segundos, un largo camino que hubiese tardado excesivo tiempo en recorrer.
Se detuvo en medio de la plaza, deslumbrado, envuelto en la atmósfera luminosa de aquel sol que lo cegaba. La chica seguía dentro del coche, y el cazador de libros se estremeció con un júbilo egoísta, profundo, al comprobar que no se había desvanecido con los restos de la noche. Entonces la vio sonreír llena de ternura, increíblemente joven y bella, con su pelo de muchacho, la piel atezada, los ojos tranquilos fijos en él, esperando. Y toda la claridad dorada, perfecta, que reflejaba el verde líquido de sus ojos, la luz ante la que retrocedían los ángulos oscuros de la ciudad antigua, las siluetas de los campanarios y los arcos ojivales de la plaza, parecía irradiar de aquella sonrisa cuando Corso caminó a su encuentro. Lo hizo mirando al suelo, resignado, dispuesto a despedirse de su propia sombra. Pero no tenía sombra bajo los pies.
Atrás, en la casa custodiada por cuatro gárgolas bajo el alero, Varo Borja ya no gritaba. O tal vez lo hacía desde algún lugar oscuro, demasiado lejano para que el sonido llegara hasta la calle.
Nunc scio
: ahora sé. Corso se preguntó si los hermanos Ceniza habrían usado resina o madera para infiltrar la ilustración perdida —el capricho de un niño, la barbarie de un coleccionista— en el número Uno. Aunque el recordar sus manos pálidas y hábiles, se inclinó por lo segundo: grabado en madera, reproducido sin duda a partir de la
Bibliografía
de Mateu. Por eso a Varo Borja no le cuadraban las cuentas: en los tres ejemplares, la última lámina era falsa.
Ceniza sculpsit
. Por amor al arte.
Reía entre dientes, como un lobo cruel, cuando inclinó la cabeza para encender el último cigarrillo. Los libros gastan ese tipo de bromas, se dijo. Y cada cual tiene el diablo que merece.
La Navata. Abril 1993.
ARTURO PÉREZ-REVERTE
(Cartagena, 1951)
combina de modo desconcertante los mundos del periodismo de accción y la literatura. Como reportero de guerra en prensa, radio y televisión, ha vivido la mayor parte de los conflictos internacionales de los últimos veinte años.
La tabla de Flandes
(1990) —traducida ya en una docena de países— consolidó una trayectoria iniciada con
El húsar
(1986) y
El maestro de esgrima
(1988).
El club Dumas
descarta el azar en su éxito como novelista y confirma una brillante carrera literaria.