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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

El consejo de hierro (67 page)

BOOK: El consejo de hierro
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Sí, nos hemos enterado
. Aunque las versiones diferían.

Al pasar por aquellas aldeas fantasma los entretenían con sexo y cocina de Nueva Crobuzón.

—¿Para qué habéis venido? ¿No os habéis enterado? ¿Os habéis enterado? Ya no existe el Colectivo. Solo sus restos, algunos terroristas en la Perrera, unas pocas calles aquí y allá.

—Eso no es lo que yo he oído, yo he oído que todavía está allí y sigue luchando.

—¿Venís para ayudar, para luchar por el Colectivo? Yo no volvería. Eso es una puta guerra.

—Yo volvería. ¿Puedo ir? ¿Puedo ir con vosotros?

Algunos de los que habían huido a los páramos para vivir como vagabundos —algunos de los jóvenes— se unieron al tren perpetuo para volver a Nueva Crobuzón, pocas semanas después de su marcha.

—¡Habladnos del Consejo de Hierro! —insistían, y sus nuevos compatriotas les contaban sus historias.

Había rumores sobre nuevos brujos, con poderes únicos.

—¿Habéis oído hablar —oyó Cutter— del hombre-gólem, Low?

—¿Qué? —dijo, acercándose al refugiado.

—El hombre-gólem, Low, ha fabricado un ejército de hombres. Los hace de arcilla en su sótano, y está preparándose para tomar la ciudad. Lo han visto en las afueras de Nueva Crobuzón, en las estaciones del tren, en los apartaderos, junto a las vías. Tiene planes.

Cuanto más se acercaban, más recientes eran los refugiados.

—Todo ha terminado —dijo uno—. Ya no existe el Colectivo. Ojalá no fuera así.

Aquella noche, Cutter buscó a Drogon y descubrió que el susurrero había desaparecido. Recorrió el tren de un lado a otro, envió mensajes y mensajeros, pero no encontró nada.

Era posible que el susurrero hubiera salido a cabalgar, de caza, en una misión propia, pero de repente Cutter tuvo la seguridad de que Drogon había desaparecido. De que ya habían llegado lo bastante cerca de Nueva Crobuzón, de que el nómada había tenido suficiente, de que sus aventuras con el Consejo de Hierro habían terminado.

¿
Y ya está
? Menuda decepción, menudo final más triste. ¿
Era eso lo único que querías, Drogon? ¿Ni siquiera has sentido la tentación de despedirte
?

Cutter se preparó para marcharse. Ya no tardaría mucho. Sentía un vacío por dentro, un pesar preventivo. Se preguntó dónde y cómo les haría frente la milicia para destruir al Consejo. Los rehechos, sus familias y sus camaradas, los consejeros, todos sabían lo que iba a ocurrir. Sus canciones de trabajo se volvieron marciales. Engrasaron las armas. Las forjas levantadas junto a las vías y las de los vagones empezaron a escupir armas. Los focos de cristal y bronce del chamanismo militar. Montones de lanzas y otras armas occidentales.

—La gente se unirá a nosotros, seremos un ejército, entraremos. Cambiaremos las cosas —Cutter se encogía al escuchar los sueños—. Traemos la historia con nosotros.

Había un goteo de gente por la tierra, de camino a cualquier parte, sin más planes que alejarse de la carnicería de Nueva Crobuzón.

La tierra seguía vacía. No había más que algunas huertas medio abandonadas, algunos sotos de frutales de climas templados. Hubo un momento de transición. Estaban en los páramos, en tierras peligrosas, y entonces, con brusquedad, en un extraño anticlímax, se encontraron en una tierra domesticada. Sabían que estaban acercándose.

Los niveladores y exploradores regresaron.

—Allí. Justo allí. —Al otro lado de unas ondulaciones salpicadas de rocas—. Las viejas vías. Hasta Empalme, en las ciénagas. Y luego a Nueva Crobuzón.

A dos días. Cada momento que pasaba, Cutter esperaba que un contingente de tropas de Nueva Crobuzón saliera de los túneles y escondrijos de roca de aquella húmeda región, pero nunca ocurrió. ¿Cuánto tiempo iba a quedarse? Había intentado disuadirlos. ¿Utilizaría el espejo una última vez?

—Han visto a Low el golemista. Está en las colinas, está protegiéndonos. Está junto a las viejas vías.

¿
Ah, sí? ¿De veras
? Cutter estaba amargado. Se sentía muy solo. ¿
Dónde estás, Judah
? Nosabía qué hacer.

En pequeños números, algunos consejeros —los más viejos, sobre todo, la primera generación, los que recordaban las factorías de castigo— se marcharon. No muchos, pero sí los suficientes como para hacerse sentir. Se iban a las colinas a buscar madera o comida y nunca regresaban. Sus camaradas, sus hermanas, sacudían la cabeza con desprecio y preocupación. No todos eran inmunes al miedo, algunos eran incapaces de ignorarlo o no querían hacerlo.

Decidiré cuando vea las antiguas vías
, se dijo Cutter, pero entonces empezó a trabajar con los peones tendiendo las vías entre sedimentos y pilares de basalto, y por las «V» que los niveladores habían abierto en la tierra blanda y removida, y allí, allí, mojados, brillantes, negros pero relucientes, aparecieron los rieles. Tenían más de veinte años. Una curva que se alejaba, cerrada por la perspectiva, serpenteando por la geografía. El camino de metal. Las traviesas estaban combadas por el abandono pero todavía mantenían los rieles en su sitio.

Los consejeros prorrumpieron en aclamaciones que sonaron agudas en el aire húmedo y frío, pero que se prolongaron durante largo rato. Los peones agitaron sus herramientas. Los rehechos gesticularon con sus incompletos miembros. El camino a Nueva Crobuzón. El viejo camino. Abandonado cuando el colapso financiero y la acumulación de las mercancías en los almacenes había puesto fin al periodo de prosperidad de la FT. Los habían dejado sobre la tierra cambiante: en algunos puntos se veían interrupciones en el firme, y los raíles estaban combados o enterrados. Era el hogar de una fauna salvaje.

Los carroñeros se habían llevado parte del metal. El Consejo tendría que usar parte de sus reservas. El Consejo de Hierro había recorrido antes aquel camino, antes de nacer, cuando no era más que un tren. La humedad de las rocas, el oscuro y reluciente camino. Cutter se lo quedó mirando. ¿Y qué? ¿Qué estaba ocurriendo en la ciudad? ¿Estaba luchando todavía el Colectivo? ¿Cómo iba a escapar?

Judah, bastardo, ¿dónde estás?

Los remachadores clavaron los raíles y, con golpes cuidados y medidos de los mazos, fueron haciendo curvas, dibujaron delicadamente un giro, para que las vías que llegaban desde el oeste fueran virando gradualmente por la grieta abierta para el tren hasta llegar a acoplarse con el firme de la antigua.

Esto es todo una coda
, pensó Cutter.
Todo esto está ocurriendo después de la historia
.

El Colectivo estaba cayendo o había caído ya, y lo único que quedaba era aquella floración de violencia.
Lo evitaremos, lo cambiaremos
, pensó Cutter con triste desdén, adoptando la voz de un consejero.

El momento más grande de la historia de Nueva Crobuzón. Abortado por la guerra y por el fin de la guerra, que, los dioses me ayuden, ha sido obra mía, obra nuestra. ¿Pero qué podíamos hacer? ¿Dejar que cayera la ciudad
? El Colectivo hubiese caído de todos modos, se decía, pero no estaba seguro. Dibujaba figuras en la tierra, trenes de perfil, hombres y mujeres corriendo, alejándose o acercándose de algo o acercándose a algo.
Puede que el Colectivo esté simplemente escondiéndose. Puede que toda la ciudad esté esperando. Quizá debería quedarme
. Sabía que era mentira.

Ahora había guardias en la extensa ciudad ferroviaria, por miedo a la milicia y a los bandidos. La mayoría de los criminales que llegaban, librehechos y enteros, venían a unirse al Consejo. Llegaban todos los días, preguntando si tenían que hacer alguna demostración, dar alguna prueba de su valor. Los consejeros les daban la bienvenida, aunque algunos rezongaban hablando de espías. En aquellos últimos días había demasiado caos como para preocuparse. Cutter veía gente nueva por todas partes, adornada con su tentativo entusiasmo. Una vez, con un sobresalto, vio a un hombre de espaldas, adherido al cuello de un caballo.

Al regresar aquella noche, mientras una bandada de pichones de las rocas, sobresaltada, levantaba el vuelo, Cutter escuchó una voz. Junto a su oído.

Sube aquí. Tengo que decirte algo. En silencio. Por favor. En silencio
.

—¿Drogon? —Nada salvo el estúpido cloqueo de los pájaros—. ¿Drogon? —Solo el crujido de las piedrecillas.

No era una orden sino una petición. El susurrero podría haberle obligado, pero solo se lo había pedido.

Drogon estaba esperándolo en las oscuras colinas junto a las que pasaba la vía.

—Creí que te habías ido —dijo Cutter—. ¿Dónde estabas?

Drogon estaba en compañía de un viejo de pelo cano. Llevaba un arma, aunque no apuntaba a ningún sitio.

—¿Este? —dijo el viejo, y Drogon asintió.

—¿Quién es este? —dijo Cutter. El viejo tenía las manos a la espalda. Llevaba un chaleco pasado de moda. Debía de superar los ochenta años, era alto y miraba a Cutter con severidad y amabilidad al mismo tiempo.

—¿Quién es este, Drogon? ¿Quién coño eres tú?

—Escucha, amigo…

Silencio
, dijo perentoriamente la voz de Drogon en su oído. El viejo estaba hablando.

—Estoy aquí para decirte lo que está pasando. Esto es obra del cielo, y no me parecía bien que te quedases sin saberlo. Te diré la verdad, hijo: ni sentía ni siento el menor interés en ti. —Hablaba con una cadencia camarina—. He venido a ver el tren. Llevo mucho tiempo esperando para verlo, y he venido en la oscuridad. Pero tu amigo —señaló a Drogon— insistió en que debíamos hablar. Dijo que te gustaría oír esto.

Ladeó la cabeza. Cutter miró el arma que Drogon llevaba en la mano.

—He aquí lo que pasa. Soy Wrightby.

»Sí, ya veo que me conoces, que sabes quién soy. Confieso que resulta gratificante. Sí, así es. —Cutter respiraba entrecortadamente.
Jodermalditasea
. ¿Era posible? Miró el arma de Drogon.

Las manos quietas
. Una orden susurrada. Cutter se enderezó tan deprisa que le crujió la columna. Los miembros se le pusieron rígidos.
Quieto
, dijo Drogon.

Jabber…
Cutter había olvidado cómo era recibir sus órdenes. Se estremeció y trató de doblar los dedos.

—Soy Weather Wrightby y estoy aquí para darte las gracias. Por todo lo que has hecho. ¿Lo sabes? ¿Sabes lo que has hecho? Has cruzado el mundo. Has cruzado el mundo, algo que lleva siendo necesario desde que tengo uso de memoria, y que tú has hecho.

»Yo mismo lo intenté más de una vez, ya lo sabes. Con mis hombres. Hicimos lo que pudimos. Cruzamos las montañas, las colinas onduladas. El humorroca. Todos los terrenos. Ya lo sabes. Lo intentamos, morimos, tuvimos que retroceder. Devorados, asesinados, vencidos por el frío. Una y otra vez, lo intenté. Hasta que fui demasiado viejo como para seguir intentándolo.

»Todo esto —levantó el brazo—, todo este camino de metal desde Nueva Crobuzón a las ciénagas, al cañón, a Mar de Telaraña, a Myrshock, era algo importante. Pero no era mi objetivo. En realidad no. No era mi sueño. Eso ya lo sabes.

»No: esa otra idea, la de un camino de hierro tendido de un mar a otro, esa era la mía. El continente abierto. De Nueva Crobuzón al oeste. Esa era mi idea. Eso es historia. Por eso he estado luchando, esperando. Ya lo sabes, ¿no? Todos vosotros lo sabéis. Lo sabéis.

»No voy a fingir que no me hayáis hecho enfadar. Lo hicisteis, por supuesto que sí, me hicisteis enfurecer cuando os llevasteis mi tren. Pero entonces vi lo que estabais haciendo… Una obra sagrada. Mucho más de lo que os correspondía. Y aunque no fue fácil para mí el reconocerlo, nunca me hubiese interpuesto en el camino de algo así. —Weather Wrightby estaba radiante; sus ojos humedecidos brillaban con pasión—. Tenía que venir a verte. Tenía que decírtelo. Por lo que has hecho, por lo que hiciste. Te saludo.

Cutter se estremeció como un animal en una jaula, humillado por las técnicas del susurrero. Hizo acopio de fuerzas, se movió y volvió a escuchar,
guarda silencio
en el fondo de su oído. Las palabras parecían resonar en sus propios huesos.
Dioses, joder, maldición
. El aire estaba totalmente en calma. Desde la base de la ladera les llegaba un castañeteo metálico.

—Y entonces desaparecisteis, perdidos en el oeste, ¿y quién sabía dónde? Todo había terminado, pero yo sabía que volvería a saber de vosotros y entonces, sí, ocurrió. —Weather Wrightby sonrió—. Aún caído en desgracia, fracasado, tengo mis propias redes, tengo mis planes. Tengo amigos en el Parlamento que quieren que salga adelante. Oigo cosas. Así que cuando os encontraron, cuando uno de sus exploradores o mercaderes cruzó aquel mar, y se enteró de que existía la ciudad del tren y envió la noticia y ellos mandaron exploradores y os encontraron, cuando todo esto ocurrió, yo me enteré. Y cuando enviaron a sus hombres a por vuestras cabezas, so pretexto de la guerra, también me enteré.

»¿Qué podía hacer? ¿Qué podía hacer salvo venir a vuestro encuentro? Conocéis la ruta. Conocéis el camino para cruzar el continente. ¿Lo sabías? ¿Sabías lo que es eso? Un conocimiento sagrado. No iba a permitir que lo enterraran. Fuisteis lo más deprisa posible, por lugares que yo hubiese evitado, os adentrasteis en las afueras de la Torsión, pero sea como sea, es vuestro camino. Tenía que saberlo.

»Así que hice que la noticia le llegara a vuestro mayor paladín en la ciudad, uno que estaba allí cuando nació vuestro Consejo. ¿Pensabas que no se sabía? —Sacudió la cabeza con elegante deleite—. ¿Que no sabíamos quién podía tener una idea del destino del Consejo? Por supuesto que lo sabíamos. Hace mucho tiempo que sabemos quién era su hombre en la ciudad. Soborné a un amigo suyo, hace mucho tiempo, para mantener un vínculo con él. Hice que le llegara la noticia para que viniera a buscaros. Sabíamos que podría hacerlo. Y nosotros podríamos venir y ayudarlo. A encontrar al Consejo, a ayudarlo a regresar. Mi susurrero.

Drogon era un empleado. Un agente de seguridad de la FT. Cutter sintió un nudo en el estómago.

—Está cerca de aquí, ¿sabes? Eso dicen. Vuestro paladín, Low. Lo han visto. Está como perdido ahora que el Colectivo casi ha desaparecido. Lo han visto merodeando entre las vías. Esperando el fin. Ya tenemos lo que necesitábamos.

»Vinimos a ayudar y a descubrir el camino. Lo hemos descubierto entero. Drogon, mi hombre. Un buen hombre. No podíamos permitir que os interrumpieran. Teníamos que detenerlos. Tan cerca, tan cerca de casa… No podía dejar que os detuvieran tan cerca de la ciudad. Queríamos que volvierais.

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