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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

El consejo de hierro (66 page)

BOOK: El consejo de hierro
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—Jodeos jodeos —decía uno de ellos entre los restos destrozados de su casco reflexivo. Había miedo en su voz, pero sobre todo, rabia—. Jodeos, nos obligasteis a cruzar la puta mancha, cobardes, ¿creíais que eso nos detendría? Perdimos la mitad de los nuestros, pero somos los mejores, joder, podemos seguiros al último rincón del mundo, y ahora conocemos el camino, lo hemos encontrado, y puede que hayáis tenido suerte con esta mierda, estos putos fuegos artificiales y el cabrón del susurrero. Pero ahora conocemos el camino. —Le pegaron un tiro.

Mataron a todos los milicianos supervivientes. Enterraron a sus propios muertos donde pudieron, excepto a uno, una mujer rehecha que se había hecho famosa por haber mediado durante la Idiocia, mucho tiempo atrás. Se decidió por votación enterrarla en el cementerio rodante del tren, el furgón abierto que albergaba los cuerpos de los consejeros más importantes. Dejaron allí a los milicianos para que se pudrieran, y algunos de ellos profanaron los cuerpos.

Cuando el sol volvió a alzarse sobre el tren, decorado ahora con el rastro carbonizado de los yags, Cutter se reunió con Ann-Hari y los líderes del Consejo. Estaban exhaustos. Drogon, Rahul y Cañas Gruesas estaban con ellos. Cutter entró tambaleándose, luchando con su propio agotamiento. Se agarró a Drogon y al rehecho que lo había ayudado a llegar.

—La última vez escapamos de la milicia —dijo Cañas Gruesas—. Esta vez les hemos vencido. Hemos acabado con ellos. —Parte de su entusiasmo invadió al propio Cutter, a pesar de que era consciente de todas las contingencias que habían hecho posible aquella victoria.

—Sí. Así es.

—Lo hemos hecho. Vosotros… La luz… Todos nosotros.

—Sí, es cierto, sí. Lo hemos hecho.

—Nos quedamos rezagados, eso es todo —dijo Rahul. Drogon lo confirmó con un susurro—. Nos perdimos. Salimos de aquel túnel… bueno, de aquel callejón, lo que fuese, en el centro de la ciudad. Tardamos un buen rato en descubrir dónde estábamos. Pero aquella noche estaban pasando muchas cosas. No supimos nada de vosotros. No sabíamos si habías conseguido detener al hombre de Tesh o no. No teníamos ni idea. Lo conseguisteis, ¿verdad?

»Tardamos algún tiempo en regresar al Colectivo, pero la verdad es que había tantos cráteres y agujeros que se podía entrar andando. Cuando descubrimos que te habías ido… No, no te culpo, nada de eso, hermana, no podías saber que íbamos a volver… Cuando lo descubrimos, decidimos regresar.

»Así que nos sacaron de incógnito, y luego el viejo Drogon, aquí presente, desapareció durante dos días y regresó con sus camaradas.

No somos muchos
, dijo Drogon a Cutter,
Nos mantenemos en contacto. Sé dónde encontrarlos. Y me deben algunos favores
.

—¿Y ahora dónde están?

—La mayoría se ha marchado. Algunos de ellos lo harán mañana. Estos hombres son nómadas, Cutter. Dadles las gracias, y algo de dinero si os sobra. Es todo lo que quieren.

—Sabíamos que la milicia os seguía —dijo Rahul—. Cabalgamos deprisa.

—Salisteis de la nada.

—Salimos de los caminos. Drogon los conoce. Viajamos muy rápido. Nunca he visto caballos como los de estos hombres. ¿Dónde está el monje? Hablando de caminos secretos. Qurabin. Oh, no… Dioses. ¿Y Ori? ¿Él también…? ¿Ori? Dioses, dioses. Y…

—Elsie.

—Oh dioses. No. Oh dioses.

—No creí que pudierais conseguirlo —dijo Cutter a los consejeros—. Lo admito. Me equivoqué. Me alegro. Pero no es suficiente. Os diré por qué no ha venido Judah… Está preparando algo. En el Colectivo. Pero es demasiado tarde, joder. Demasiado tarde. Está tratando de hacer todo lo posible.

»Escuchadme.

»El Colectivo ha caído. Cerrad la boca, no, escuchad… El Colectivo fue… un sueño, pero se ha acabado. Ha fracasado. Si no están muertos, lo estarán dentro de pocos días. ¿Lo entendéis? Días.

»Para cuando el Consejo llegue a las proximidades de la ciudad…, el Colectivo estará muerto. Nueva Crobuzón estará bajo la ley marcial. ¿Y entonces qué? Mataron a Stem-Fulcher y no sirvió de nada: el sistema no se deja vencer. No me miréis como sí a mí me gustara más que a vosotros. Y cuando os presentéis allí, diciendo «hola, somos la inspiración, aquí estamos», ya sabéis lo que pasará. Ya sabéis lo que os estará esperando.

»Hasta el último miliciano y la última miliciana de Nueva Crobuzón. Todas las putas máquinas de guerra, todos los karcistas, los taumaturgos, los constructos, los espías y los traidores. Os matarán a la vista de la ciudad, y entonces la esperanza que sois…, que aún seguís siendo, morirá con vosotros.

»Escuchadme. Volveré a transmitiros el mensaje de Judah.

»Tenéis que dar la vuelta. El Consejo de Hierro tiene que dar la vuelta. O abandonar el tren. Si vais a Nueva Crobuzón, será un suicidio. Moriréis. Os destruirán. Y será el fin. No es una alternativa aceptable. El Consejo de Hierro tiene que dar la vuelta.

32

—Os destruirán —dijo—. ¿Es que queréis morir? —dijo—. Os debéis al mundo, os necesitamos.

Por supuesto, no se dejaron convencer. Siguieron adelante, avanzando por la tierra ondulada, dejando tras de si la costra de su batalla. Cutter reaccionó con horror al ver que no harían lo que les decía, pero no esperaba otra cosa. Presentó su caso y los consejeros de hierro le respondieron de diferentes formas.

Algunos con una especie de estúpido triunfalismo que hizo enfurecer.

—¡Ya hemos vencido a Nueva Crobuzón una vez, volveremos a hacerlo! —por ejemplo. Cutter los miró sin comprender, porque se daba cuenta de que sabían que lo que estaban diciendo no era verdad, que las cosas no serían así. Lo sabían.

Otros con más reflexión. Estos le hicieron pensar.

—¿Qué seríamos? —dijo Cañas Gruesas. El cacto se hizo un corte sobre la piel de la parte interior del brazo, dibujando una forma de serpiente con un colmillo de animal—. ¿Qué seríamos entonces, bandidos? Somos hombres libres de la república que hemos creado nosotros mismos. ¿Quieres que renuncie a eso, que me convierta en un sanguinario vagabundo de las tierras salvajes? Prefiero morir luchando, Cutter.

—Tenemos una responsabilidad —dijo Ann-Hari. Cutter siempre se sentía intranquilo en su presencia. Su fervor lo enervaba: le hacía sentirse cansado e inseguro, como si temiera que ella pudiera ganarlo para su causa en contra de su propia voluntad. Sabía que estaba celoso: nadie había tenido tanta influencia sobre Judah Low como Ann-Hari.

»Eramos un sueño —dijo—. El sueño del pueblo. Todo ha conducido a esto, todo ha conducido hasta aquí, tenemos que estar aquí. Esto es lo que somos. La historia nos empuja.

¿
Qué significa eso
?, pensó él. ¿
Qué estás diciendo
?

—Es hora de seguir adelante. Pase lo que pase. Tenemos que regresar, ¿no te das cuenta? —Esto fue todo lo que dijo.

Los amigos del susurrero, sus camaradas jinetes, desaparecieron en sus caballos rehechos y enteros, convertidos en nubes de polvo que se alejaban hacia el este y el sur. Drogon se quedó. Cutter no sabía muy bien por qué.

—¿Qué quieres que hagan? Tú has estado en la ciudad… Sabes que si vamos allí nos matarán.

Puede que los maten
. Drogon se encogió de hombros.
Ya saben lo que está pasando. ¿Quién soy yo para detenerlos? Ahora ya no pueden detenerse. Te subes a una vía y eso acaba siendo lo que haces. Tienen que seguir
.

Esto no tiene nada que ver con la lógica de los argumentos
, pensó Cutter. Estaba horrorizado por lo que se le antojaba un delirio colectivo.
Si lo discutiéramos, perderían… Pero a pesar de que lo saben, siguen adelante… Porque al ir contra los hechos, los cambian
. Era una metodología de decisión totalmente diferente a la suya, y que nunca sería capaz de adoptar. ¿Era racional? No lo sabía.

El Consejo de Hierro avanzaba por un paisaje hecho de niebla. Los escarpes y lomas, las arboledas, parecían aglomeraciones momentáneas de agua y aire, parecían emanar del vapor al acercarse el tren perpetuo y disiparse de nuevo tras su marcha.

Se movían por un escenario que bruscamente les resultaba familiar, que despertaba viejos recuerdos. Aquella era tierra de Nueva Crobuzón. Los lúganos volaban entre húmedos matorrales de acerola. Aquel era un invierno de Nueva Crobuzón. Estaban a pocas semanas de allí.

—Una vez tuvimos un hombre, hace años y años —le contó Ann-Hari a Cutter—. Cuando nos visitó la Tejedora, antes del consejo, y nos contaba secretos. Se volvió loco para poder hablar solo de la araña. Era como un profeta. Pero luego se volvió aburrido, y luego ni siquiera eso, nada. Ya ni siquiera lo oíamos, ¿sabes? Cuando hablaba, no oímos nada.

»Tú eres igual. «Volved, volved». —Sonrió—. Ya no te oímos, hombre.

Tengo una misión
, pensó Cutter.
He fracasado
. Saber que su amante se lo esperaba no contribuyó a aliviar su tristeza.

Se convirtió en un fantasma. Lo respetaban: era uno de los que había cruzado el mundo para salvar al Consejo de Hierro. Pero ahora su disidencia, su insistencia en que el Consejo iba a morir, se trataba con educado desinterés.
Soy un fantasma
.

Podría haberse marchado. Podría haber cogido un caballo de los establos y haberse alejado. Habría encontrado las colinas, las vías desiertas, el bosque Turbio, habría llegado a Nueva Crobuzón. No pudo.
Ahora estoy aquí
, era lo único que podía pensar. Se marcharía cuando tuviera que hacerlo.

Había visto los mapas. El Consejo marcharía hacia el este dejando un rastro formado por los agujeros de los remaches y los restos de la grava apelmazada, reciclando el camino de hierro, hasta alcanzar los restos de la vieja vía, decenas de kilómetros al sur de Nueva Crobuzón. Allí se acoplaría a lo que quedara de ellas, seguiría adelante, y en cuestión de poco tiempo se aproximaría a la ciudad.

Cutter se marcharía cuando tuviera que hacerlo. Pero aún no.

—Somos una esperanza —dijo Ann-Hari.

Puede que tenga razón. El tren llegará, lo que quede del Colectivo se levantará y el gobierno caerá.

En aquellos páramos húmedos no eran los únicos habitantes. Había casitas, pequeñas edificaciones de madera construidas en las colinas, una cada pocos días, unos pocos acres de tierra inclinada y rocosa, rastrillada a la sombra de las colinas. Frutales, tubérculos, rebaños de ovejas de color tierra. Los granjeros de las colinas y las familias de misántropos acudían a verlos pues el Consejo tardaba horas en pasar. Lo miraban, pálidos como la leche por culpa de su endogamia, sumidos en la más profunda incomprensión por aquella enorme presencia. Algunas veces traían mercancías para intercambiar.

Debía de haber algunas aldeas donde comerciaran normalmente, pero el Consejo no pasó cerca de ninguna de ellas. La noticia de su presencia —del tren renegado que llegaba desde el oeste, escoltado por un ejército de rehechos y sus hijos, todos ellos orgullosos— cruzó el húmedo país por las veredas de los rumores.

La noticia llegará a Nueva Crobuzón. Puede que vengan a buscarnos.

—¿Os habéis enterado? —les preguntó una granjera sin dientes. Le compraron jamón curado con manzanas con el dinero que tenían (arcanos doblones del oeste) y un recuerdo del tren (le dieron un engranaje grasiento, que ella recibió con la misma reverencia que si fuese un libro sagrado)—. Había oído hablar de vosotros. ¿Os habéis enterado? —Les ofreció pasó por su miserable propiedad, insistiendo en que tendieran la vía por el centro de su campo—. Será como si lo araseis para mí —dijo—. ¿Os habéis enterado? Dicen que hay problemas en Nueva Crobuzón.

Eso podría significar que el Colectivo ha caído. Podría significar que está ganando. Podría significar cualquier cosa.

Las noticias sobre los problemas se multiplicaban a medida que avanzaban hacia el este.

—La guerra ha terminado —les dijo un hombre.

Su chamizo se había convertido en estación, su porche en el andén. Sus vecinos más próximos habían recorrido kilómetros desde las granjas de las tierras bajas para estar con él cuando pasara el Consejo de Hierro. Sus campos eran un apartadero lleno de hombres y mujeres. Los granjeros y la gente de los páramos lo contemplaban con torvo placer.

—La guerra ha terminado. Me lo han dicho. Estaban en guerra con Tesh, ¿no? Bueno, pues ha terminado y hemos ganado. —¿
Hemos? Tú nunca has puesto un pie en Nueva Crobuzón, hombre. Nunca has estado a menos de ciento cincuenta kilómetros de allí
—. Han hecho algo, no sé el qué, y han ganado, y ahora Tesh quiere la paz. ¿Que si sé qué? ¿El qué? ¿Qué es un colectivo?

Nueva Crobuzón había hecho algo. La historia se repetía una y otra vez. Una misión secreta, decían algunos, un asesinato. Algo había sido detenido y la vida había cambiado, los teshi habían sido contenidos, obligados a entablar negociaciones o a rendirse. ¿
Algo ha frustrado los planes de Tesh
?, pensó Cutter con amargura.
Tonterías
. Y ese triunfo, al parecer, había reforzado al Parlamento y al Alcalde, y había minado los apoyos del Colectivo. No podía sentir amargura por esto. No podía ni pensarlo.

—¿Los huelguistas? Han acabado con ellos. El gobierno los ha aplastado.

Por las tierras bajas, embarradas por las lluvias, llegó una diáspora de refugiados de la ciudad. Vinieron y se instalaron en las pequeñas aldeas por las que pasaba el Consejo de Hierro. Repoblaron los pueblos desiertos que encontraron, los residuos del antiguo viaje del tren. A veces, al salir de unas colinas, el Consejo se encontraba con una laboriosa multitud, y seguía tendiendo sus vías por los viejos caminos ya allanados, siguiendo las carreteras principales. Los nuevos habitantes salían de lo que había sido la cantina, una iglesia, un burdel, y se quedaban mirando al Consejo mientras, con el paso de las horas (un poco más rápido cada día), las cuadrillas iban colocando las traviesas y los rieles sobre las viejas sendas de caballos y se alejaban por los caminos que antaño siguieran las diligencias y traineras.

—¿Os habéis enterado? —Oyeron las mismas historias docenas de veces. Seguro que también había refugiados de los barrios del Parlamento, pero nadie lo reconocía: todo el mundo era un colectivista y estaba huyendo de la milicia. ¿
Seguro que no eres un sucio chaquetero
?, pensaba Cutter con cinismo. ¿
Seguro que eres un disidente como aseguras
?

—¿Os habéis enterado? ¿De que la guerra ha terminado, de que hemos machacado a Tesh, y de que fue cuando machacamos a Tesh cuando el Alcalde recuperó el control y todo se calmó y el Colectivo se vino abajo?

BOOK: El consejo de hierro
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