El corazón de Tramórea

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Authors: Javier Negrete

BOOK: El corazón de Tramórea
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Quedan pocos días para que las tres lunas entren en conjunción y el dios loco Tubilok abra las puertas del infernal Prates, lo que provocará la aniquilación de Tramórea. Kratos y Derguín tratan de evitarlo, cabalgando por separado hacia la misteriosa Tártara, la ciudad prohibida del este que flota sobre el abismo.

Mientras tanto, Tarimán vuelve a forjar, mil años después, una espada de poder. Ariel intenta burlar las acechanzas del nigromante Ulma Tor y devolverle Zemal a Derguín, y los magos Kalagorinôr tratan de ayudar a los humanos en su desesperada carrera contra el calendario y los dioses. Salvo Mikhon Tiq que, conocedor del terrible secreto de su propio origen, parece haberse convertido en aliado de Tubilok.

Todas las piezas están colocadas en el tablero para una última partida. Para algunos, el premio es la supervivencia y la posesión de Tramórea. Para otros, el dominio absoluto de toda la realidad. El destino de universos enteros depende de la batalla final, que se librará bajo las rojas llamas del Prates, en el corazón de Tramórea.

E
L
C
ORAZÓN DE
T
RAMOREA

Autor: Javier Negrete

diseño de la portada, Opalworks, 2011

Primera edición en libro electrónico (epub): septiembre de 2011

ISBN: 978-84-450-7842-6 (epub)

Javier Negrete

E
L
C
ORAZÓN DE
T
RAMOREA

(Tramórea - 4)

ePUB v1.3

geromar
11.12.11

A mi madre, Matilde Medina, que me inculcó el amor por
la lectura, la fantasía, la ciencia ficción y los cómics.

De todas esas semillas nació la saga de Tramórea.

Gracias por eso y por todo lo demás.

NOTA PREVIA

Aunque entre los hechos narrados en
El espíritu del mago
y
El sueño de los dioses
apenas transcurren unos días, cinco años separan su publicación. Muchos lectores me comentan que habrían agradecido que el tercer volumen empezara con un resumen de lo acontecido en los dos primeros. Tal vez tarde, pero he decidido incluir esa sinopsis aquí, en
El corazón de Tramórea
. Los lectores que se acuerden mejor de la trama pueden saltársela o leerla en diagonal. Recomiendo que en cualquier caso no se pierdan la última página del resumen. (Y les recuerdo también que al final del libro hay un glosario y un índice de personajes.)

En realidad, prefiero no ser yo quien recapitule sobre lo ocurrido hasta ahora. Le cedo la palabra a un viejo amigo.

M
e llamo Kratos. Kratos May.

Desde ayer no hemos hecho otra cosa que cabalgar sobre los mismos caballos que hace poco combatieron contra nosotros en la Roca de Sangre. Aunque hombres y animales están agotados y hemos dejado a muchos en el camino, seguimos adelante.

Galopamos hacia el este, siempre hacia el este. Ayer vimos cómo las nevadas cumbres de Atagaira crecían poco a poco ante nuestros ojos. Más allá de ellas, si es que logramos atravesarlas por los túneles cuyo secreto guardan celosamente las Atagairas, nos espera lo desconocido.

¿Cómo es posible que setecientos locos convocados por un excéntrico mago cabalguemos hacia un destino que ignoramos, para guerrear contra los mismos dioses a los que hemos adorado durante toda nuestra vida?

¿Cómo hemos llegado a esto?

Pienso en ello, porque tampoco tengo otra cosa que hacer mientras miro hacia el frente entre las orejas de mi yegua, que cabalgo hoy por segunda vez tras haber montado en mis otros dos caballos de refresco.

Todo empezó hace tres años, con la muerte de mi señor Hairón, dueño de la Espada de Fuego y general en jefe de la Horda Roja. Aunque nunca llegó a esclarecerse, sé que Hairón murió envenenado. Quien dio la orden fue uno de los capitanes de la Horda,
tah
Aperión, que ambicionaba convertirse en nuevo Zemalnit.

Yo vivía tranquilo en Mígranz, como capitán de la Horda Roja, con una joven concubina llamada Shayre. A veces, cuando veía a Hairón desenvainar la Espada de Fuego, me imaginaba que algún día me convertiría en Zemalnit. ¿Qué maestro de la espada no habría fantaseado con esa idea?

Y entonces Hairón murió y
Zemal
quedó sin dueño. Los monjes Pinakles aparecieron para llevársela y nos dijeron: «Revelaremos su paradero en el templo de Tarimán en Koras el día primero del mes de Kamaldanil». Sólo los Tahedoranes, los grandes maestros de la espada con siete o más marcas, podíamos luchar por ella.

Así empezó la carrera por la Espada de Fuego. Aperión no estaba dispuesto a competir limpiamente. Nunca había sido rival para mí con la espada, pero me aventajaba en falta de escrúpulos. Asesinó vilmente a mi concubina y delante de su cabeza cortada pretendió que yo le jurara fidelidad.

No lo hice. Entré en Urtahitéi, la tercera aceleración que sólo yo, como maestro del noveno grado, tenía derecho a conocer, y huí abriéndome paso con mi espada
Krima
. Aunque no pude matar a Aperión, juré que lo haría tarde o temprano.

Si otros poderes no hubieran participado en el certamen por la Espada de Fuego, habría cabalgado directamente a Koras para conocer su paradero. Sin embargo, una voz del pasado me reclamó. Yatom, el brujo Kalagorinor que me había salvado de un corueco años atrás, me envió un mensaje. «Debes adiestrar a un joven guerrero para que se convierta en el próximo Zemalnit. El destino de los reinos depende de ello.»

Él tenía derecho a exigir mis servicios, así que me dirigí al bosque de Corocín, donde me enteré de que Yatom había muerto y entregado su syfrõn –sea eso lo que sea– a un joven Ritión llamado Mikhon Tiq. Mas no me puse a sus órdenes, sino a las de Linar, otro brujo Kalagorinor; un tipo tuerto, de dos metros de estatura y rostro impenetrable. Acompañado por Mikha y Linar viajé a Zirna, en la frontera oeste de Ritión, y allí conocí a Derguín Gorión. Desde entonces, para bien o para mal, nuestros destinos se unieron.

Derguín poseía seis marcas de maestría. Algo que muy pocos hombres pueden alcanzar, pero que no bastaba para convertirse en candidato a la Espada de Fuego. Necesitaba la séptima. Durante nuestro viaje a Koras, lo adiestré para que recuperara su técnica y se pusiera en forma. Mientras tanto, en mi corazón cobijaba la esperanza de que, llegado el momento, Linar se decidiera por mí para convertirme en Zemalnit.

En el viaje a Koras, asistimos a un extraño ritual y salvamos de morir sacrificada a una joven de extraordinaria belleza llamada Tríane. Ella se encaprichó de Derguín, pero poco después desapareció sin más. O eso creíamos entonces.

Fue también durante esas jornadas cuando Linar nos habló sobre el pasado remoto de Tramórea. Según su relato, los dioses no eran los benefactores de la humanidad, sino sus enemigos mortales. Uno de ellos, el dios loco Tubilok, dormía encerrado en una prisión de roca fundida, pero estaba a punto de despertar y traer el caos y la destrucción.

«Mas no le será tan fácil», añadió Linar. «Pues para eso estamos los Kalagorinôr. Somos los que esperan a los dioses.»

No creí en aquel relato. Me negué a aceptar que las divinidades a las que mis padres me habían enseñado a adorar fueran en realidad demonios crueles y sedientos de sangre. No descubrí que estaba equivocado hasta hace unos días. Pero no debo anticipar acontecimientos.

Antes de llegar a Koras, Linar y Mikhon Tiq se separaron de nosotros. Ya en la capital, Derguín se presentó a la prueba. Fue una encerrona. Según las normas, debía enfrentarse a Ibtahanes del quinto grado, pero sus rivales tenían seis marcas, como él. Aun así Derguín, de quien yo había dudado hasta entonces, demostró ser un
natural
, un talento de la espada de los que sólo se encuentra uno por generación. Venció a sus tres enemigos, se convirtió en
tah
Derguín y ganó el derecho a llevar el puñal de diente de sable y el brazalete con siete marcas rojas de maestría.

Sé que muchos me consideran el mayor Tahedorán de Tramórea. Todo lo he conseguido con sudor y trabajo, aunque no me faltan talento ni fuerzas para el noble arte del acero. Cuando empuño una espada no temo a nadie. No obstante, he de reconocer que tengo reparos a enfrentarme a dos rivales.

Todavía no he cruzado mi hoja con la de Togul Barok. No creo que su Tahedo supere al mío, pero sus ojos de doble pupila revelan que por sus venas corre la sangre de los dioses. De nada me serviría atravesar su cuerpo de parte a parte si sus heridas se cierran por arte de magia.

El otro rival es Derguín. Cuando lo entrené aún no se hallaba a mi altura; empero, en algunos combates de adiestramiento su genialidad me sorprendió. Por aquel entonces habría perdido contra él dos de cada diez duelos. Sin embargo, Derguín es muy joven. Él sólo puede mejorar, mientras que yo sé que mi decadencia es inevitable.

Llegó el 1 de Kamaldanil del año 999, y acudimos al templo de Tarimán, el dios que había forjado la Espada de Fuego. Éstos éramos los candidatos dispuestos a luchar por
Zemal
: mi viejo amigo Krust de Narak, el aborrecible Aperión, el príncipe Togul Barok, Derguín y yo. También había una mujer del pueblo guerrero de las Atagairas: Tylse, hija de la reina Tanaquil. Y un Aifolu, Darnil, hijo de Ulisha, el general que mandaba la horda de fanáticos conocida como «el Martal». En aquel momento tan sólo sospechábamos las atrocidades que estaban cometiendo los Aifolu en nombre de su dios sanguinario y oscuro.

Siete Tahedoranes.
La Jauka de la Buena Suerte
, como la denominó con ironía Krust, pues sabía que aquella septena sólo habría de traer buena fortuna a uno de nosotros. La espada, según se nos reveló, se hallaba en la isla de Arak, en el mar Ignoto.

En el certamen no sólo se competía con espadas. Togul Barok recibió la ayuda de un hechicero llamado Ulma Tor. Cuando intenté enfrentarme a él, sentí cómo mi cuerpo se volvía pesado como una losa de granito, y desde el suelo le vi partir en dos la hoja de mi espada
Krima
. Ulma Tor nos entregó a la Atagaira y a mí a los hombres del príncipe, que nos encerraron en la fortaleza de Grios, no muy lejos de la Sierra Virgen. Allí se encontraban ya prisioneros Krust, Aperión y el candidato Aifolu.

Derguín había logrado escapar, aunque quedó tan conmocionado por el ataque de un corueco que perdió la memoria. Para colmo, una banda de forajidos lo asaltó cuando cruzaba un puente, y cayó al río atravesado por varias flechas.

Tríane, la misteriosa joven a la que habíamos salvado, recogió a Derguín y curó sus heridas en Gurgdar, una cueva en la que el tiempo transcurría a un ritmo distinto que en el exterior. Tríane también le dio a Derguín mi espada
Krima
, milagrosamente reforjada: cuando volví a tenerla en mis manos, reconocí sus líneas de templado, junto con una nueva marca en su espiga.

Una T. Igual que en
Brauna
, la espada de Derguín. Nunca lo hemos dicho en voz alta, pero los dos sospechamos qué significa esa T.

De nuevo los dioses usándonos como peones. Mas si el divino herrero había reforjado mi espada, ¿qué podía hacer yo sino agradecerlo?

Además, Tríane le entregó a Derguín un fabuloso unicornio cuyo cuerno sólo se veía bajo la luz de las tres lunas en conjunción. Cabalgando a lomos de
Riamar
, Derguín podría haber continuado su camino sabiendo que cinco de sus adversarios estaban fuera de combate; pero decidió desviarse de su camino para venir a rescatarnos. Disfrazado de músico ambulante se coló en el castillo de Grios y se las arregló para entregarme mi espada durante un banquete en que nuestros enemigos pretendían envenenarnos.

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