El corazón de Tramórea (104 page)

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Authors: Javier Negrete

BOOK: El corazón de Tramórea
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La materia programable se acabará haciendo realidad, y quizá más temprano que tarde. Hay otra idea en esta novela que es algo más descabellada. Se trata de los portales Sefil, basados en los vértices de los sólidos perfectos. «Sefil» es una evolución tramoreana, muchos siglos después, del nombre del creador de este concepto: Charles Sheffield, novelista que inventó el enlace Mattin en su cuento «Marconi,
Mattin
, Maxwell», publicado en el volumen
Vectors
(1979). Como la idea es suya, y ya que la utilicé como una especie de tren de alta velocidad para llevar a mis personajes a la otra punta de Tramórea, quería rendirle homenaje con este nombre, y de paso agradecerle, a título póstumo, cuánto me hizo disfrutar con novelas como
La telaraña entre los mundos
y
Entre los latidos de la noche
.

Hay algunos homenajes más en la novela. El Bulevar Ralfa, esa acera que flota en el aire, se debe al cuento «Bulevar Alfa Ralfa», un relato que me impactó de niño por su extrañeza. El autor, Cordwainer Smith, tiene su propio edificio en la ciudad de Tártara. Por supuesto, los buenos lovecraftianos reconocerán el nombre de Tíndalos por el cuento «Los perros de Tíndalos», de Frank Belknap Long.

Las Moiras, esa presencia triple que todo lo domina, aparecían ya en
Alejandro Magno y las águilas de Roma
. Mientras la escribía procuré ponerme un poco al día en cosmología, y leí, entre otros libros,
Warped Passages
de la física Lisa Randall, gracias al cual me familiaricé con el concepto de las Branas y del
Bulk
, algo así como «Bulto» en español. Nombre que me parecía poco sugerente, por lo que lo pasé al griego como Onkos, el espacio de once dimensiones que contiene todos los universos.

De otras ideas que aparecen en
El corazón de Tramórea
no tengo constancia, lo cual no quiere decir que otros autores que no conozco puedan haberlas desarrollado por una especie de «evolución convergente» (título de uno de los escasos cuentos que he escrito). Por ejemplo, los Arcaontes. Cuando pensaba en Tramórea como un planeta artificial, muy al principio de la serie, me preocupaba que estuviera muerto geológicamente, así que se me ocurrió este mecanismo para «remover» el suelo y renovar el relieve, a modo de lombrices gigantes.

Las aceleraciones, de alguna manera, ya las había utilizado en
La mirada de las Furias
. No aparecían en la primera versión de
La Espada de Fuego
, pero decidí introducirlas en la que se publicó en 2003 para convertir a los Tahedoranes en una especie de superhéroes, ya que siempre he sido muy aficionado a los cómics de Marvel y DC. (Y sí: los dioses de Tramórea son superhéroes o supervillanos, según queramos verlos). La fórmula que descubre Ahri se la debo a mi amigo, compañero y hermano David Moreno, profesor de Matemáticas en el Gabriel y Galán, a quien se le ocurrió esa combinación entre números primos y decimales de pi. Por supuesto, la idea de acelerar el organismo o conseguir que el tiempo exterior se ralentice ha sido usada muchas veces en libros, películas e incluso videojuegos, pero para el desarrollo concreto de esta idea, con la Mixtura, los nanos y la prueba del Espíritu del Hierro no me basé en nada que hubiese leído.

Tras esta parte que ha sido más bien de «explicaciones», paso de nuevo a los agradecimientos. Los hermanos Pérez Pascual, David y Fran, han sido casi los primeros lectores de
El corazón de Tramórea
, y me han hecho reparar en bastantes errores. Además, a David le agradezco la reparación del teclado que estoy usando ahora mismo, del que se han borrado ya seis o siete letras, pero que es el más cómodo que conozco y del que han salido cientos de miles de palabras. ¡Un abrazo para estos dos fenómenos! Y también para Samuel, mi ex alumno, que me ha ayudado con otros libros y que espero disfrute con el remate de la serie.

Le doy las gracias a Carlos Guitart por haber resucitado los foros de http://tramorea.com, que he tenido muy abandonados por escribir, pero que pienso atender desde ahora. También a todos los que participan en esos foros, en especial los moderadores Takelu, Umli y Aliermim, y los fieles como Spartan George.

A los administradores de páginas como Sedice, Fantasymundo o Cyberdark, que siempre han apoyado esta saga. Hay muchos nombres, pero me vienen a la cabeza el Señor Lobo y el escritor David Mateo, buen amante de la fantasía y el terror.

A Jorge Iván Argiz, mi presentador ya oficial en la Semana Negra de Gijón, que espero repita con estas novelas. ¡Dos de golpe, Jorge! A toda la organización de la Semana Negra, en la que tanto me divierto y aprendo con muchos otros escritores.

A Christophe Josse, mi traductor al francés, que no sólo mejora mis textos sino que repara en errores que a mí se me escapan. Y a Pierre Michaut, editor de l’Atalante, por su fe en la saga de Tramórea.

Gracias, como siempre, a mi hermano Jose, por sus ideas, su apoyo constante y sus magníficos vídeos de promoción, acompañados por bandas sonoras de lo más inspiradoras. Me ha ayudado tanto y tantas veces que no es extraño que al final hayamos publicado juntos un libro,
Los héroes de Kalanum
.

A mi hija Lydia, por su paciencia con mis ausencias mentales y físicas, y también por animarme como una tramoreana más (aunque de vez en cuando me amenazaba con represalias cuando sospechaba que estaba a punto de cargarme a algún personaje que le caía bien).

A mi mujer, Marimar, que ha tenido que soportar mis cambiantes estados de ánimo, y recoger mis pedacitos todos los días y volverlos a pegar. Por supuesto, ha sido la primera que ha ido leyendo el desenlace de esta saga, tanto
El sueño de los dioses
como
El corazón de Tramórea
. Sin sus comentarios, sus correcciones y sus ánimos no habría podido escribir estos dos libros (ni casi ningún otro de los anteriores, añado), que le pertenecen en buena medida.

Gracias a todos los seguidores de esta saga. Durante años he oído a menudo la pregunta «¿Para cuándo el tercer libro?». Supongo que muchos lectores pensaríais que iba a ser una de esas series que iba a quedar inconclusa, pero no ha sido así. Y en buena parte gracias a vosotros. Ojalá os haya hecho disfrutar, e incluso sufrir un poco a ratos.

A los maestros de los que he aprendido. Son muchos, pero ahora me vienen a la cabeza los siguientes: Tolkien, por su ambición de crear un mundo completo; Lovecraft, por su inquietante terror cósmico; Dan Simmons, por su audacia temática y sus grandiosos escenarios; George R. Martin, por su habilidad tratando las emociones humanas; Ana María Matute, por la grandeza shakesperiana de su rey Gudú; Philip K. Dick, por sacudir mi concepto de la realidad; Jack Vance, por su derroche de imaginación y el colorido de su estilo; Alejandro Núñez Alonso, autor de novela histórica pero un maestro para mí en cualquier género; Richard Adams, por la épica y la humanidad de un libro protagonizado por conejos,
La colina de Watership
; John Irving, por su talento para trenzar historias dentro de las historias.

Es la hora de despedirme. Adiós a Linar, que cuidará de Tramórea a partir de ahora (con permiso de Taniar, que anda suelta por ahí). También a Mikhon Tiq, cuyo futuro es una incógnita (¿y el de quién no?). A Ariel y a Darkos, por cuyos jóvenes ojos pude ver Tramórea de otro modo. A Baoyim, a Kybes, a Aidé. Por supuesto, adiós al bueno de Tarimán. También a los «malos», que a veces lo eran más y a veces menos, como Tubilok, Ulma Tor o Togul Barok. Y, por supuesto, al Mazo, cuyo supuesto asesinato casi me cuesta a mí la vida. Y a todos los demás, Ritiones, Ainari, Aifolu, inhumanos, coruecos, Invictos, Atagairas y Noctívagos.

Sobre todo, adiós a Derguín y a Kratos, maestros de la espada, amigos y rivales.

Siento haberos hecho tantas faenas, pero espero que las recompensas finales hayan merecido la pena.

Puede parecer extraño que me despida de mis propios personajes. Terminar una novela siempre deja un hueco enorme, una depresión postparto de la que uno tarda en recuperarse. En esta ocasión han sido cuatro novelas, más de dos mil páginas en las que he convivido con todos estos habitantes de Tramórea que al final se convirtieron en presencias más reales que el mundo que me rodeaba. Así que espero que los lectores me disculpen por esta pequeña debilidad sentimental.

Para terminar. En esta novela los sueños han sido muy importantes, tanto para mis personajes como para mí. Hubo escenas que soñé realmente, como la huida de Linar y Mikha de los pantanos de Purk, o el viaje de Togul Barok con la Tribu por los subterráneos de Tramórea.

Así que me despido recordando que la advertencia con la que empezaba
La Espada de Fuego
:

S
OÑAR ES
P
ERJUDICIAL PARA LA
S
ALUD Y LA
C
ORDURA

(I
NCLUSO LAS DE LOS
D
EMÁS)

A
UNQUE
P
AREZCA
C
RUEL
, H
AY QUE
R
ENUNCIAR A LOS
S
UEÑOS

en realidad siempre fue mentira, y así lo acabó demostrando Derguín Gorión.

Como dirían los latinos, si os gustó,

Plaudite, amici, comoedia finita est
.

NOTAS

1
. En realidad, el término en que pensaba Teanagari no era «apogeo», sino un sinónimo. Por razones de su geografía, el propio concepto de «apogeo» no podía existir en Agarta.

2
. Todos los países límitrofes con Atagaira se consideran Tierras Salvajes. Las Atagairas de Agarta opinan, o fingen opinar, que los demás pueblos se comportan como animales y no conocen estructuras de gobierno. Desde su punto de vista, denominar a esos países con los nombres que se dan a sí mismos, como Lorrem o Tagantu, sería tanto como reconocer que sus habitantes son humanos.

Por ese mismo motivo utilizan a los varones de su raza como intérpretes para comunicarse con esos pueblos. Consideran que utilizar ellas mismas las lenguas de los «animales» es rebajarse, y permitir que unos salvajes semihumanos aprendan el excelso idioma de Atagaira resulta impensable.

Para las Atagairas, su lenguaje es sagrado. No permiten, so pena de severos castigos, que nadie cambie la forma de escribir, pronunciar o expresarse. Por eso su idioma no ha evolucionado apenas en más de mil años.

3
. En el texto original en papel todas las ã son
, pero por motivos técnicos ese carácter no es leído por los ebook y ha sido sustituido por ã.

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