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Authors: Patricia Nell Warren

Tags: #Romántico, #Erótico

El corredor de fondo (45 page)

BOOK: El corredor de fondo
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—¿Steve sigue en California?

—Sí —dije—, si no le hubiese dicho que viniera aquí esta noche.

Vince se echó a reír.

—Aún no me creo que estén filmando
Violación
. Si me hubieran ofrecido a mí ese guión hace dos años, habría dicho que sí.

—Habrías estado cojonudo en el papel de virgen —le dije, tratando de recuperar nuestras bromas de los viejos tiempos.

—Billy sí que hubiera interpretado bien el papel —dijo Vince. Yo estaba a punto de romper la botella de Seven Up. John intentó ayudarme.

—Steve todavía no se ha acostado con el Ángel —intervino—, pero está en ello.

—¿Ah, sí? —dijo Vince, que no quería desviar la conversación hacia otros temas.

—El chico no habla —prosiguió John—, pero por lo menos ahora permite que Steve le coja la mano y lo bese. Steve le da metadona y espera conseguir que se desenganche del todo. Además, el Ángel ha crecido bastante y es asombrosamente guapo.

—Billy era asombrosamente guapo —dijo Vince. Empezaba a estar un poco borracho. El niño se movía con una fuerza sorprendente sobre el regazo de Betsy.

—Ese niño—dijo Vince— será un velocista. ¿Ya sabes cómo se entrena a un velocista, Harlan?

Cogí al niño, lo senté sobre mis rodillas y jugué con él a caballito hasta que sonrió y empezó a hacer muecas.

—Bueno —respondí—, no me importaría que acabara siendo un atleta. Pero lo que más me importa es que sea libre, libre para elegir la forma en que quiere vivir y libre para vivir de esa forma, pese a quien pese.

Vince contemplaba el fuego con tristeza. Uno de sus pies descansaba sobre el guardafuegos de latón y, a la luz anaranjada de la chimenea, el humo de su cigarrillo ascendía formando un espiral blanquecino.

—¿Sabéis algo de Jack? —preguntó.

—¿Sabes que se ha casado? —dije.

—No —Vince se volvió hacia mí, con una mirada dolida, y luego se concentró de nuevo en el fuego.

—Enseña biología en Illinois. Le han concedido una subvención para una investigación de campo sobre pájaros salvajes. Se casó con una alumna suya, una chica llamada Eileen Meriwether, que también lo ayuda en su trabajo. Parece una joven bastante agradable. Están esperando su primer hijo.

—Así que por fin es feliz —dijo Vince, con un ligero tono de amargura.

—Se lo ve muy tranquilo. Y vuelve a correr.

De repente, Vince parecía muy deprimido.

—Bueno, supongo que eso era de esperar. ¿En pista?

—No. Larga distancia, carreras en carretera. Creo que le encanta perderse por esos campos inmensos. Lo está haciendo muy bien. De hecho, acaba de conseguir una nueva marca personal en el maratón: 2 horas 27". Todavía lo entreno yo, pero lo importante es que vuelve a disfrutar del atletismo. Hasta ha conseguido que Eileen empiece a correr…

—¿La gente le causa problemas? —a pesar de su dolor, Vince seguía mostrándose protector con Jacques.

—No, no muchos. Ya sabes, las carreras en carretera… Es otra historia, la gente es más liberal. Diría que incluso hasta en la pista… Algo ha cambiado, a causa de los sentimientos de culpabilidad que tenía todo el mundo… —iba a resultar imposible no hablar de Billy.

Noté una asfixiante y espantosa frialdad dentro de mí—. Bueno, el caso es que tenemos unos cuantos corredores abiertamente gay. La misma gente de siempre va murmurando por ahí, pero en general no se meten con ellos.

Un silencio pesado y melancólico cayó sobre la habitación, y John intentó romperlo.

—Harlan es muy modesto, Vince. No te ha dicho que él también corre.

Vince sonrió con tristeza.

—¿Quieres decir que vuelves a
competir
?

Yo me reí un poco. Estaba jugando con el niño: lo miraba y gruñía, como si fuera un animal muy fiero, y él se reía, encantado.

—La AAU tiene una nueva norma: ahora hay pruebas de veteranos, para que los profesionales como yo podamos participar con los amateurs en las competiciones. Tienes delante de ti a un atleta cuarentón que va a dar mucha guerra —Vince dejó caer la cabeza hacia atrás y se echó a reír, de nuevo con aquella risa triste—. No te rías —le dije—, tengo un tiempo de 4'5" en la milla. Cuando estaba en la universidad, tenía un tiempo de 4'4". Es increíble que a mi edad todavía sea tan rápido…

De repente, Vince se inclinó hacia delante y se cubrió la cara con las manos, pero enseguida las apartó y dejó que su mirada se detuviera de nuevo en la chimenea.

—Yo tuve la culpa de todo —dijo.

—¿Qué quieres decir? —le pregunté.

—Cuando estábamos en Oregón… Yo siempre estaba cachondo y no se me ocurrió nada mejor que quitarle el cinturón a Jacques en el vestuario. Si no lo hubiera hecho, nosotros tres nos hubiéramos ido distanciando, Billy estaría vivo y tú seguirías aquí y llevarías una vida muy tranquila.

Me puse en pie.

—¿Quieres dejar de hablar de eso?

—Yo maté a Billy —dijo Vince—. Por el amor de Dios, ojalá esa bala me hubiera reventado la cabeza a mí, para que vosotros dos pudierais seguir juntos.

Empecé a desmoronarme.

—Hay muchos culpables, pero… ¿acaso podemos hablar de culpa? Yo también soy culpable, pero… ¿qué significa ser culpable? Si yo no me hubiera saltado mi norma de no acostarme con atletas, tal vez Billy aún estaría vivo, pero en aquel momento la elección era muy sencilla. ¿Por qué tenía que pasarme el resto de mi vida sin haber amado jamás a un ser humano? ¿Es eso ser culpable?

Desvié la mirada hacia el fuego. Uno de los troncos, grande y ennegrecido, descansaba sobre un lecho de brasas al rojo vivo, rodeado de llamas. De repente, me pareció un torso humano: el torso de Billy en el crematorio. Aparté la mirada. Vince se puso en pie y se acercó a mí. En silencio, me cogió el brazo y me lo apretó con fuerza, hasta que al fin dijo:

—Lo siento. Será mejor que me calle.

Betsy estaba junto a la puerta de la cocina, secándose las manos en el delantal. Nos había oído y en su mirada había una gran tristeza. John, que había bajado la vista, tenía al niño en brazos: su delicada cabecita descansaba apoyada en la corbata de John. Gracias a Dios, el sonido del timbre interrumpió la escena. Joe y Marian estaban en la puerta, sonrientes y cubiertos de nieve.

—Vaya, ya tenemos más de diez centímetros de nieve —dijo Joe. Por sus expresiones, supe que probablemente se habían dado cuenta de que acabábamos de protagonizar una dolorosa discusión, pero todos nos esforzamos por crear un clima agradable y sociable.

Betsy acostó al niño y entre todos preparamos la mesa. Betsy encendió las velas, yo bendije la mesa y nos sentamos. John trinchó el pavo hábilmente y cada uno llenó su plato de puré de patatas, salsa de arándanos, espárragos y relleno del pavo. Supongo que aquella reunión parecía una escena sacada de Norman Rockwell
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. En el fondo, no era más que otra reunión familiar y yo seguía solo.

Nos quedamos despiertos hasta tarde, hablando en voz baja para no despertar al niño. Finalmente, a eso de la una, Joe, Marian y John se pusieron en pie. John se quedaba a pasar la noche con ellos. Yo le había dicho a Vince que podía quedarse con nosotros, por lo que ahora no podía decirle que se fuera con ellos, por mucho que su presencia me entristeciera. Betsy bostezó.

—Yo me voy a la cama —dijo—. Vosotros quedaos charlando, si os apetece —besó a Vince en la mejilla y se fue a su habitación. Vince seguía sentado en el sillón, bebiendo whisky. Estaba casi completamente borracho. Puse otro tronco en la chimenea y me senté en la otra butaca.

—Así que habitaciones separadas, ¿eh? —dijo.

—Supongo que no se te ha ocurrido pensar que nos acostamos juntos —repliqué, algo ofendido.

—Lo siento —dijo—, no hago más que meter la pata. Es que no me acostumbro a la idea de que estéis viviendo juntos.

—Fue una decisión muy difícil. Billy y yo —era imposible no mencionar su nombre— planeamos lo de la inseminación sin pensar en todos los aspectos humanos. Creo que fuimos un poco ingenuos. Cuando nació el niño, Betsy estaba loca por él. Es una madre maravillosa, así que pensé que separarlos afectaría emocionalmente a John. Además, yo vivía solo y no podía cuidarlo durante el día. Tampoco quería que creciera con niñeras…

—Lo que necesitabas era una Frances —dijo Vince, con una sonrisa de borracho.

—Bueno, como ya debes de saber, a mí no me van las drags —respondí, de nuevo un poco ofendido. Betsy y yo nos llevamos bastante bien, así que pensamos que lo mejor para el niño era que ella viniese a vivir conmigo.

Vince se reía, con aquella risa provocadora de los viejos tiempos.

—Todo Nueva York se ha quedado boquiabierto, Harlan Brown se ha vuelto
hetero
, tíos…

—Oye, yo jamás tocaría a Betsy y, si lo hiciera, seguro que ella me pegaría un tiro. En esta casa hay menos sexo que en un monasterio, lo cual no deja de preocuparme. John y Frances mantenían relaciones sexuales, se amaban, y seguramente Billy lo percibía, incluso cuando era muy pequeño… No dejo de pensar en que… Jamás podré querer a nadie como quise a Billy, pero supongo que sería bueno tener a alguien a quien querer, de una u otra forma…

—¿Te acuestas con alguien?

—Bueno, cuando estoy cachondo me voy a Nueva York a echar un polvo rápido, como hacía antes.

—¿Y qué hace Betsy cuando está cachonda?

—Pues no lo sé. De momento, no parece que el sexo le interese mucho, pero supongo que se le pasará y algún día se presentará aquí con una amante.

—Eso sí que será nuevo —dijo Vince—. Un nuevo modelo de familia.

—No deja de tener gracia —dije— que ahora haya vuelto al punto de partida. Betsy me ha enseñado mucho sobre la estima y la entrega que pueden ofrecer las mujeres. Cuando me propuso tener el niño, me dejó sin palabras. Sin embargo, la estima y la entrega de las mujeres empiezan donde las nuestras terminan. No se parecen en nada.

Vince se había inclinado hacia delante: tenía las manos unidas, entre las rodillas, y contemplaba el tronco que ardía sobre el lecho de brasas.

—Cuando Billy murió, descubrí de repente que ya no era bisexual. No sé, quizá fue el odio y el rencor que sentía hacia todo lo que tuviera que ver con los heterosexuales, tal vez sólo fue mi deseo de identificarme más con Billy, pero ya no quiero saber nada de mujeres. Ahora pertenezco a ese tres por ciento de gays a ultranza.

—Mira —le dije—, tienes que entender que me resulta muy doloroso hablar de todo esto.

Vince negó con la cabeza y cerró los ojos.

—Tú y yo vamos a hablar de Billy y vamos a decir todo lo que hay que decir.

Me puse en pie, dispuesto a marcharme, pero Vince también se puso en pie y me cogió del brazo.

—Siempre quisiste saber si nos habíamos acostado juntos, ¿verdad?

Me quedé inmóvil, atormentado, sin saber qué decir.

—Vince, por favor —respondí al fin. Mi voz ronca resonó en el silencio de la habitación.

Vince me agarraba el brazo con tanta fuerza que me hacía daño y me miraba directamente a los ojos.

—Yo también lo quería —dijo—. Os quería a los dos. En el fondo, siempre he sentido algo por ti y me preguntaba si Billy y tú romperíais algún día. Y sé que tú también sentías algo por mí, porque no eres tan puro como Billy.

Cerré los ojos.

—Será mejor que hablemos de todo eso —prosiguió Vince—. Necesito hablarte de Billy y de mí. Sé que él no te contó gran cosa, porque temía que te pusieras celoso.

Volví a sentarme en la butaca, aturdido y tembloroso. Vince se sentó en la alfombra, frente al fuego. Levantó una rodilla y la rodeó con los brazos. La melena, negra como el carbón, le caía desordenada sobre los hombros y el reflejo de las llamas bailaba en sus ojos.

—Cuando Billy y yo nos conocimos, en 1970 —dijo al fin—, me sentía muy solo. Participaba en competiciones, ocultando siempre mi terrible secreto y pensando que era el único gay en el mundo del atletismo. Y entonces, en una reunión escolar por invitación, conocí a aquel chico tan guapo y tan ambiguo. Me machacó en la pista, pero después de la carrera empezamos a hablar y a mí me pareció que era gay. No sé, tuve la sensación de que lo era. Lo invité a cenar, para poder estar a solas con él. Cuando estábamos en el coche, fingí que se me caía el nitrito de amilo y me dije, bueno, si no es gay, no sabrá qué es eso. Y, efectivamente, él recogió el popper del suelo y me lo devolvió, con aquella sonrisita suya que lo delataba. No me lo podía creer y entonces pensé, bien, tío, éste y yo vamos a ser amantes. Habrá dos gays en las competiciones de esta categoría, nos vamos a burlar del establishment del mundo del deporte… Cenamos juntos y nos pasamos la noche hablando. Yo estaba alucinado de haber encontrado a alguien que asumiera con tanta tranquilidad lo que a mí me atormentaba continuamente… Así que empecé a tirarle los tejos, le dije, oye Billy, me gustas, eres increíble, qué te parece si tú y yo… Y Billy me dijo, Vince, tú también me gustas, pero el caso es que ahora estoy con otra persona, estoy enamorado de él. Y yo le dije, bueno, no tiene por qué enterarse, además, Billy, nos lo debemos, somos compañeros en el atletismo… No sé qué otras gilipolleces le dije —de repente, Vince giró la cabeza y me miró—. ¿Quieres saber qué me dijo él? —apoyó la cabeza en la rodilla, riendo y llorando a la vez—. Me dijo: «Yo sólo me acuesto con alguien si estoy enamorado».

La casa estaba en silencio. Lo único que se oía era el crujido del fuego y el golpeteo suave de la nieve en los cristales de las ventanas. Algo empezó a resquebrajarse dentro de mí, pero lo primero que brotó fue una carcajada: me imaginé a Vince, el ardiente semental Escorpión, estrellándose contra Billy, el Virgo inflexible, y aquello me pareció divertido. Vince tenía la misma gracia que Billy a la hora de contar las cosas. Y, de repente, Billy estaba de nuevo frente a mí, vivo y real.

Vince contemplaba nuevamente el fuego y seguía hablando.

—Decidí entonces…, ya sabes cómo soy, Harlan, que por lo que a mí respecta amantes los hay a patadas, pero amigos como Billy hay uno entre un millón. Lo importante es que yo ya no me sentía solo. Después de aquella reunión, fui a ver a Billy y a su padre a San Francisco. Y una noche se nos fue un poco la cabeza, entramos en una casa de tatuajes y nos tatuamos nuestros signos solares. En aquel momento, tomamos la decisión de enfrentarnos a nuestro destino con valentía…

Me cubrí la cara con las manos y empecé a emitir unos ruidos extraños, como si fuera un animal. ¿Esto es llorar?, pensé. Sí, sin duda, puesto que las lágrimas me ardían en los ojos. Vince se arrodilló, me rodeó con los brazos y se quedó junto a mí, abrazándome en silencio. Me agarré a su chaqueta con ambas manos y lloré en su hombro, mientras él me besaba el pelo, me acariciaba la cabeza y me apretaba contra su pecho. Los espasmos de mi cuerpo eran tan violentos que tuve la sensación de que los músculos estaban a punto de desprenderse de los huesos. Si aquello era llorar, pensé, me alegraba de no haber sufrido otros ataques de llanto a lo largo de mi vida.

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