El corredor de fondo
es casi sin ninguna duda la más famosa, aclamada y exitosa historia de amor gay de todos los tiempos. Surgida tras el encuentro de Patricia Nell Warren con un atleta gay, la autora ha sabido captar la complejidad y tortuosidad de las relaciones homosexuales, enfrentadas y obstaculizadas por una sociedad poco dada a conceder un cuestionamiento o ruptura de sus estructuras.
Harlam Brown, estricto entrenador de atletismo, y Billy Sive, atleta gay, serán los dos protagonistas y héroes de esta historia, que deben llevar a cabo su particular carrera contra los prejuicios y la incomprensión de los que les rodean, para poder no sólo llevar a cabo su amor sino también la participación en los Juegos Olímpicos de 1976. Traducida a nueve lenguas y con más de diez millones de ejemplares vendidos,
El corredor…
trasciende el simple fenómeno de masas para convertirse en todo un ejercicio de vindicación a través de la prosa.
Patricia Nell Warren
El corredor de fondo
ePUB v1.0
Polifemo724.07.12
Título original:
The Front Runner
Patricia Nell Warren, 1974.
Editor original: Polifemo7 (v1.0)
ePub base v2.0
Dedicado a todos los atletas que han luchado por los derechos humanos en el mundo del deporte, y al joven corredor gay
—al que conocí en una fiesta— que me proporcionó
la idea de escribir este libro
P.N.W.
Patricia Nell Warren, que cuenta con veinte millones de lectores, tal vez no necesite introducción. Sin embargo, quizá sea apropiado incluir aquí algunos comentarios para todos aquellos que se hayan acercado a la comunidad gay mucho después de que se publicara la novela de esta escritora que ha marcado un hito.
Hace veinte años, cuando leí
The Front Runner
—tenía veinte años entonces—, no existía motivo alguno para creer que su autora y yo llegaríamos un día a formar parte de la misma empresa editorial. No existía motivo alguno para pensar que ella despertaría mi conciencia personal por lo que respecta a la Madre Tierra y suscitaría mi indignación ante la discriminación que sufren las mujeres en la sociedad y también en el seno de nuestra comunidad gay. De la misma forma, tampoco existía motivo alguno para pensar que se convertiría en mi guía y mentora en esta ardua y estimulante aventura que es el mundo literario. Hace veinte años, como Harlan Brown, yo era un entrenador conservador y homófobo que ocultaba un oscuro secreto. Igual que tantos otros jóvenes gays que palpaban la oscuridad en busca de un interruptor que iluminara el interior de su armario, leí absolutamente fascinado su novela sobre la historia de amor sincero entre un entrenador de atletismo y un atleta que se preparaba para los Juegos Olímpicos. Y lloré, no por la tragedia que sufren esos dos iconos literarios gays, sino por los ideales y principios que ambos representan. Esos mismos ideales que, hasta el día de hoy, tanto la sociedad como nosotros mismos negamos a los hombres y mujeres homosexuales. Hace veinte años,
The Front Runner
se convirtió en un éxito de ventas aplaudido internacionalmente, recibió los elogios más distinguidos, ganó un prestigioso premio literario gay y cautivó los corazones de hombres y mujeres homosexuales de todo el mundo.
No hace mucho, pasé todo un fin de semana leyendo los cientos de cartas que le han enviado sus lectores a lo largo de todos estos años. Son cartas llenas de afecto, llenas de admiración por su valentía al escribir lo que nadie había dicho jamás sobre los gays: Patricia Nell Warren escribió que somos merecedores de respeto y amor, y que tenemos orgullo. Conserva todas las cartas, escrupulosamente ordenadas por mes y año, y anota en cada una la fecha de su respuesta.
Cuando acompaño a Patricia Nell Warren en sus poco frecuentes giras literarias, escucho los testimonios sinceros de sus lectores. «Ya sé que ha oído esta historia miles de veces», le dicen muy a menudo con lágrimas en los ojos, «pero su libro cambió mi vida.»
«No he oído
su
historia», contesta ella humildemente. «Por favor, cuéntemela.» Cada experiencia es única e irrepetible, profundamente personal, pero el miedo y los prejuicios son los hilos comunes que tejen ese intrincado tapiz formado por sus lectores. Es una tela hecha de sufrimiento y soledad. Sin embargo, gracias a la luz que aportan sus libros, el resultado es siempre un diseño de incomparable belleza y gran resistencia.
Veinte años después, se han publicado numerosas ediciones de
The Front Runner
, se han vendido aproximadamente diez millones de copias y se ha traducido a siete idiomas. Tiene el dudoso mérito de ser, quizás, la más famosa de las películas jamás filmadas. En estos momentos, se está preparando una producción teatral.
Veinte años después, esta mediofondista pionera en la corriente de la toma de conciencia sigue siendo una de las novelas gays más vendidas y muchos la consideran la mejor novela sobre amor gay jamás escrita. Veinte años después, algunos de aquellos primeros lectores se han convertido por propio derecho en héroes y heroínas homosexuales a quienes a menudo encontramos en nuestros viajes promocionales. Me sigue emocionando ver a los pilares de la comunidad gay, a destacadas figuras literarias y a famosos activistas surgir entre la multitud, estrechar cálidamente la mano de Patricia Nell Warren y declarar, en ese tono ferviente que me resulta tan familiar: «Su libro cambió mi vida». Veinte años después,
The Front Runner
es mucho más que un hito o un indicativo kilométrico en el largo y tortuoso camino hacia el progreso de hombres y mujeres homosexuales. Se ha convertido en un símbolo de nuestra capacidad colectiva e individual para edificar nuestra comunidad y para vencer a nuestros ignorantes y malvados adversarios. Veinte años después, han surgido nuevos enemigos que sustituyen a los que ya habíamos derrotado, detractores recientes que están decididos a enviarnos de vuelta a nuestro armario de opresión.
The Front. Runner
, sin embargo, sigue ahí, junto a una nueva generación de lectores que encuentran en esta historia memorable la misma fuerza y la misma valentía que yo y otros muchos encontramos.
Patricia Nell Warren ha escrito la historia de amor gay más ejemplar de todos los tiempos y ha llevado la luz a las vidas de millones de hombres y mujeres homosexuales a quienes hicieron creer que no eran dignos de amarse a sí mismos ni de amar a otros. Nos ha ayudado a creer que podemos adelantar a nuestros rivales en la carrera de la intolerancia y abrazarlos efusivamente en la meta. Nos ha ayudado a creer que todos y cada uno de nosotros podemos partir como favoritos en la lucha por la igualdad social y vencer en los grandes Juegos Olímpicos de la Humanidad.
Felicidades, mí querida amiga, y, de parte de millones de lectores de todo el mundo, gracias por tu extraordinaria obra literaria y, concretamente, por esta inolvidable novela.
En el vigésimo aniversario de
The Front Runner
, nuestros hermanos y hermanas caídos ceden la antorcha de la aceptación y el entendimiento a aquellos que la llevarán hasta el nuevo siglo y, esperamos, hasta un mundo más progresista.
Tyler St. Mark
Wildcat Press
En la primavera de 1994, mi amigo Gene tenía 38 años y llevaba desde los 30 luchando contra los síntomas activos del sida. De repente, decidió que se había cansado de estar enfermo.
Fuimos a comer juntos por última vez, en su destartalado Cadillac descapotable de color azul cielo, y estuvimos sentados durante horas en su café favorito de Sunset Boulevard. De allí pasamos a sentarnos en su cama del hospital: yo le daba masajes en los pies y le ayudaba a desenredar los tubos de suero. Por último, volvió a su casa, puesto que allí quería morir, y se rodeó de sus amigos para pasar entre risas y charlas sus últimas tardes. Su habitación estaba prácticamente vacía, porque había regalado todas sus posesiones: no quedaba nada más que la luz del sol, la música de su radiocasete y su ánimo, más y más fuerte a medida que su cuerpo se marchitaba. Reflexionaba a fondo sobre su vida y la pesaba tal y como hemos visto representado en el arte funerario del antiguo Egipto: el corazón humano descansaba en uno de los platillos de aquella formidable balanza que sostenía la diosa Maat
[1]
, en perfecto equilibrio con Su única pluma, símbolo de las leyes de la Vida.
A Gene aún le quedaban unas cuantas cosas por decir respecto a la lectura de mi novela
The Front Runner
. Ya me había contado que tenía 17 años cuando la leyó por primera vez y que había visto reflejada su propia naturaleza en mi historia de dos hombres que luchan por encontrar la dignidad más elevada en el amor que sienten el uno por el otro. Iba más o menos por la mitad del libro cuando, una noche, Gene decidió actuar por primera vez según aquella nueva visión de sí mismo. Después, sin embargo, creyó que lo habían tratado con demasiada brusquedad y aquel adolescente, solo en la habitación de un motel, se pasó el resto de la noche llorando. Entre ataque y ataque de llanto, Gene terminó de leer el libro. A la mañana siguiente, se tranquilizó y abandonó el motel, dispuesto a luchar por aquella visión de sí mismo.
Mientras escuchaba a mi amigo, me descubrí a mí misma analizando la forma en que mi karma afectaba a mis lectores. En esta era electrónica que vivimos, cuando la impresión en tinta es una técnica supuestamente obsoleta, una sencilla novela es aún capaz de provocar un tremendo impacto. En los veinte años que hace que se publicó este libro, millones de personas que hablan siete idiomas distintos han leído
The Front Runner
. Gays y lesbianas me cuentan, en persona o por carta, lo mucho que les ayudó esta novela a aceptar su naturaleza homosexual.
Gene se había convertido en un modelo internacionalmente admirado: atlético, más de metro ochenta de estatura y tan atractivo que, al entrar en una habitación llena de hombres, provocaba un silencio reverencial. Gene no era, sin embargo, ningún tontorrón con la cabeza hueca. Era un teórico
queer
[2]
y un escritor con un archivo lleno de poemas y ensayos sin publicar.
Y ahora, en su rostro demacrado, sus ojos hundidos seguían desprendiendo una misteriosa belleza tras sus largas pestañas. Era el chico ideal para un póster de la Muerte. Era, también, mi hijo kármico, que había vuelto a casa para contarme su largo viaje y morir en mis brazos. A pesar de todo, no se auto compadecía. Durante aquellas últimas tardes, compartimos todas y cada una de sus reflexiones. Me entregó sus escritos no publicados, me pidió que lo recordara en mi obra, especialmente para los más jóvenes, y yo empecé a ver de qué forma su vida había afectado el equilibrio de la mía en la balanza de la diosa Maat en mi responsabilidad hacia él, hacia todos los seres humanos y hacia el planeta en el que vivo.
Es una pregunta que asusta: ¿de qué forma afecta a los demás lo que hacemos? A veces, se trata de algo imprevisto: un excursionista enciende un fuego para entrar en calor y las llamas provocan un incendio forestal que destruye medio municipio y medio centenar de hogares. A menudo, sin embargo, nuestros actos son deliberados: un predicador fundamentalista sabe que su discurso exaltado provocará una reacción en cadena como resultado de la cual un chico gay o una chica lesbiana recibirán una paliza en el pasillo de cualquier escuela.