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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Desfiladero de la Absolucion (109 page)

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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Sabía que se estaba muriendo. Todas las cosas tenían su lugar de descanso y después de todos estos siglos, todos estos años luz, todos los cambios, comenzaba a pensar que había encontrado su destino final. Reconoció que ya lo sabía incluso antes de ver la estructura de sujeción, quizás incluso antes de haberse destripado a sí mismo para salvar a los congelados que transportaba desde Ararat y Yellowstone. Quizás lo había sabido desde que salió del espacio interestelar en este lugar de milagro y peregrinaje, hacía nueve años. Había experimentado un gran agotamiento desde que fue despertado de su sueño en el océano de Ararat. Estaba de mal humor y en estado de alerta por todos los recién llegados y por la urgente necesidad de evacuar el planeta. Como Clavain, meditando a solas en su isla, lo único que él verdaderamente quería era descanso y soledad y ser liberado de su carga de pecados sin solución. Como nada de eso había sucedido, pensó que se contentaría con quedarse en aquella bahía, oxidándose a lo largo de la historia, convirtiéndose en parte de la geografía, sin atormentarse asimismo, finalmente perdiéndose en un vuelo de ensueño sin preocupaciones.

Notó cómo la Guardia de la Catedral entraba en su cuerpo. Su violento avance al principio no era peor que alfileres o agujas, pero gradualmente se volvía cada vez más desagradable, como una intensa y feroz indigestión que a su vez se convirtió en una punzante agonía. No podía adivinar su número, si eran cien o mil. No podía adivinar qué armas usaban contra él, ni los destrozos que dejaban a su paso. Quemaban sus terminaciones nerviosas y cegaban sus ojos. Dejaban un rastro de entumecimiento tras ellos. La ausencia de dolor por donde habían pasado, la ausencia de cualquier sensación, era lo peor de todo. Estaban recuperando la maquinaria muerta de la nave del poder de su infección viviente. En lo que se había convertido había sido un buen sueño que ahora estaba llegando a su fin.

Cuando ya no estuviera, cuando lo hubieran limpiado, lo esencial permanecería. Incluso si los motores fallaban al cesar su mente de controlarlos, los adventistas encontrarían la forma de encenderlos de nuevo. Encontrarían la forma de que su cadáver funcionase para ellos, convirtiéndolo en una convulsionante parodia de la vida. Colocar a Hela en sincronización con Haldora no era tarea de unos pocos días. Sería más bien como la construcción de una catedral. Harían que su cuerpo funcionase hasta que el trabajo estuviera hecho y entonces, quizás lo consagrarían o santificarían.

La Guardia se adentraba cada vez más. El entumecimiento que iban dejando a su paso ya no se limitaba a las estrechas y serpenteantes rutas que habían seguido, sino que se ampliaba hasta consumir distritos completos de su anatomía. Había experimentado una sensación similar de ausencia cuando dejó a los congelados en órbita, pero aquellas heridas habían sido autoinfligidas y no habían provocado más daños en su cuerpo de los absolutamente necesarios. Ahora, el daño era indiscriminado, y la ausencia de sensaciones era aún más terrorífica. Dentro de muy poco, de unas pocas horas, quizás, la sensación de vacío se lo habría tragado todo. Él ya no existiría entonces, dejando únicamente tras de sí los procesos autónomos.

Pero aún había tiempo para actuar. Se estaba quedando ciego, pero su propio cuerpo formaba ahora el diminuto y brillante núcleo de su esfera de consciencia. Incluso mientras reposaba apoyado en la estructura de sujeción seguía recibiendo datos de los robots que había colocado alrededor de Hela. Sabía todo lo que sucedía en el planeta gracias a las imágenes sintetizadas y ampliadas del mosaico impresionista de las cámaras.

Y en su panza, a la que aún no había llegado la Guardia de la Catedral, aún conservaba tres armas hipométricas. Eran objetos extremadamente delicados. Ya había sido bastante difícil usarlas bajo circunstancias normales de propulsión y aún lo sería más estando tumbado sobre un costado. Nadie podía adivinar cómo la maquinaria giratoria podría reaccionar si la accionase ahora, ni cuánto tiempo funcionaría antes de hacerse añicos a sí misma y a todo lo que la rodeaba. Pero él pensaba que quizás funcionasen al menos una vez. Lo único que necesitaba era un objetivo, una oportunidad para cambiar las cosas.

Su visión de Hela cobró un sentido diferente. Con un esfuerzo de su voluntad, se concentró en los datos que incluían imágenes de la catedral desde distintos ángulos y elevaciones. Durante un momento, el esfuerzo por reunir estas imágenes borrosas, débiles y multiespectrales en una sola figura tridimensional, fue tan absorbente que se olvidó de la Guardia de la Catedral y de lo que le estaban haciendo. Entonces, en su imaginación, con la forzada claridad de una visión, vio la
Lady Morwenna
. Sintió la cambiante relación espacial con la catedral, como si una tensa cadena las uniera a ambas. Sabía a qué distancia y en qué dirección estaba. En lo alto de la plana superficie de una torre había unas diminutas figuras moviéndose como figuritas de un reloj de cuco.

Habían llegado a la plataforma de aterrizaje de la
Lady Morwenna
. Dos naves les aguardaban allí; el vehículo en el que habían llegado los ultras y la pequeña nave roja que Rashmika reconoció como perteneciente al inspector general. Ambas naves estaban salpicadas por los chamuscados agujeros de impactos a bocajarro. Dándoles el tiempo necesario, pensó Rashmika, las naves podrían repararse a sí mismas al menos lo suficiente como para abandonar al catedral. Pero si de algo carecían era precisamente de tiempo.

Grelier tenía la jeringa apretada con fuerza contra la capa externa de su traje. No sabía si la aguja sería capaz de penetrar esa capa y el traje hasta llegar a su piel, pero prefería no arriesgarse. Había oído hablar del DEUS-X y sabía lo que podía llegar a hacer. Quizás hubiera cura y los efectos del virus disminuyesen con el tiempo cuando su cuerpo comenzase a desarrollar una respuesta inmune. Pero si todo el mundo coincidía en algo acerca de los virus doctrinales, era en que una vez entraban en la sangre, nunca volvías a ser el mismo de antes.

—Mirad —dijo Grelier con la alegría de alguien que señalase un bonito paisaje—, aún se pueden ver las ráfagas de los escapes. —Dirigió la atención de Rashmika hacia un huso de luz, como una autopista en el cielo—. Puedes decir lo que quieras del deán, pero cuando traza un plan, se ciñe a él. Es una pena que no me lo quisiese contar antes.

—Si yo fuese usted me preocuparía más de nuestra nave —dijo Rashmika—. Está lo suficientemente cerca como para causarles problemas, incluso ahora. ¿Seguro que se siente a salvo, inspector general?

—No intentarán nada —dijo Quaiche—. No se arriesgarán a hacerte daño, por eso te vienes con nosotros.

Al contrario que Grelier y Rashmika, el deán no llevaba ningún traje de vacío. Seguía viajando en su diván móvil, pero ahora le habían colocado una campana transparente que cubría la parte superior del diván, proporcionándole los servicios de soporte vital necesarios. Oían su voz a través de los altavoces de sus cascos. Sonaba tan débil y crepitante como siempre.

—Todos no cabemos en mi nave —dijo Grelier— y os aseguro que no pienso montarme en su lanzadera. No sabemos qué clase de trampas puede haber a bordo.

—Está bien —dijo Quaiche—, ya había pensado en eso.

Una fuerte luz iluminó sus caras. A pesar de que Grelier la tenía bien sujeta, Aura pudo mirar a su alrededor. Una tercera nave que no había visto nunca antes les esperaba en un lado de la rampa. Era alargada y delgada, como una flecha. Se sostenía de pie, manteniendo el equilibrio con una única ráfaga de propulsión. ¿De dónde había salido? Rashmika estaba casi segura de que se habría dado cuenta si otra nave se hubiese acercado a la catedral desde cualquier dirección.

—Ha estado aquí todo el tiempo —dijo Quaiche, como si leyese sus pensamiento—, oculta en la arquitectura bajo nuestros pies. Siempre supe que la necesitaría algún día. —Rashmika advirtió en ese momento que el deán tenía algo en el regazo: una especie de control remoto. Las huesudas puntas de sus dedos se paseaban sobre el mando, como los de un espiritista sobre una tabla de
ouija
.

—¿Es tu nave? —preguntó Rashmika.

—¡Es la
Dominatrix
! —exclamó Grelier, como si eso significase algo para ella—. La nave que lo trajo a Hela en un principio. La que le rescató cuando se metió en líos por meter la nariz donde no le llaman.

—Sí, tiene una larga historia —dijo Quaiche—. Pero bueno, subamos a bordo. No tenemos tiempo para quedarnos aquí admirándola. Le dije a Haken que estaríamos en la estructura de sujeción en media hora. Quiero estar allí cuando los guardias confirmen que han tomado la nave.

—Nunca controlarás la
Infinito
—dijo Rashmika.

Una puerta se abrió en un lado de la nave de Quaiche, alineada exactamente con la rampa. Quaiche dirigió su diván hacia ella, con la evidente intención de ser el primero en subir a bordo de su nave privada. Rashmika sintió un escalofrío de desconfianza. ¿Pensaba marcharse sin ellos? A estas alturas, cualquier cosa era posible. Todo eso de tenerla a bordo como escudo humano podía ser mentira. Como él mismo había dicho en la buhardilla: era el fin de una era y el comienzo de otra. Ya no se podía contar ni con las viejas lealtades, y probablemente tampoco con la racionalidad.

—Espéranos —dijo Grelier.

—Por supuesto que os espero. ¿Quién si no iba a mantenerme con vida?

La nave viró alejándose de la plataforma de aterrizaje, dejando un hueco de un metro de ancho. Rashmika vio los dedos de Quaiche deslizarse con gran velocidad por la superficie del mando. Los reactores de estabilidad de la nave titubearon en distintas direcciones escupiendo llamaradas de fuego de ribetes morados durante una fracción de segundo.

Glaur llegó al taller de reparación. Era la gruta de las maravillas de las herramientas para la huida, todas ellas brillantes y limpias, perfectamente ordenadas. Podría abrirse camino cortando cualquier cosa con el equipo que tenía allí. El único problema sería transportar lo que eligiera por la escalera de caracol hasta la verja cerrada. También necesitaría espacio para usarlo con seguridad, sin hacerse daño a sí mismo, algo que no era tan sencillo teniendo en cuenta lo estrecha que era la escalera de caracol. Evaluó las herramientas. A pesar de las restricciones, aún tenía varias posibilidades adecuadas. Únicamente le llevaría algo de tiempo, eso era todo. Sus manos enguantadas vacilaron de una herramienta a otra. Tenía que elegir la correcta, si había algo que no deseaba tener que hacer de nuevo era bajar las escaleras hasta aquí, y menos llevando el traje de vacío.

Miró a su espalda, a la sala de la Fuerza Motriz. Ahora que asumía la opción de abrirse paso a la fuerza, se dio cuenta de que no tendría que volver a subir las escaleras. Su objetivo era salir de la
Lady Morwenna
de la forma más rápida posible. No tenía posesiones que merecieran ser salvadas, no tenía ningún ser querido que debiera encontrar y rescatar, y en realidad, ahora que lo pensaba, había muy pocas probabilidades de encontrar un vehículo en el garaje. Se abriría paso aquí y ahora.

Glaur reunió todas las herramientas que necesitaría y caminó hacia uno de los paneles transparentes encastrados en el suelo. El camino seguía deslizándose allá abajo, a casi veinte metros; pero incluso eso era una idea más aceptable que volver a subir hasta el siguiente piso y abrirse paso por allí. Podía cortar el cristal y las rejillas fácilmente, lo único que necesitaba era la forma de descender hasta el suelo.

Regresó al taller y encontró una bobina de cable. Probablemente hubiera alguna cuerda por ahí, pero no tenía tiempo para buscarla. El cable le serviría igual. Tampoco necesitaba que fuese muy resistente, teniendo en cuenta la gravedad de Hela.

De vuelta junto a la ventana del suelo, Glaur buscó la máquina pesada más cercana. Ahí estaba: el pilar de apoyo de una de las pasarelas, firmemente atornillado al suelo. Tenía cable de sobra para llegar hasta allí. Anudó el cable alrededor del pilar y regresó al panel de cristal. Una punta del cable tenía un oportuno bucle. Se desabrochó el cinturón de su traje, pasó el bucle del cable por él y luego se lo volvió a abrochar.

Estimó que le cable lo descolgaría hasta unos tres o cuatro metros del suelo. La crudeza del sistema ofendía la sensibilidad de ingeniero de Glaur, pero no quería pasar ni un minuto más de lo imprescindible a bordo de esa catedral maldita.

Se cerró la visera del casco y se aseguró de que el aire circulaba correctamente. Luego se sentó en el suelo con el panel de cristal entre sus piernas y encendió el cortavídrios. Glaur hundió la cegadora punta del rayo en el cristal y casi de inmediato vio el frío chorro de gas atravesar el cristal. Muy pronto sentiría el vendaval que provocaría todo el aire de la sala escapándose por allí. Los cierres de emergencia aislarían el resto de la catedral, pero cualquiera que quedara aún a bordo estaría ya viviendo en tiempo prestado. Era posible, reflexionó Glaur, que fuese el último a bordo de la
Lady Morwenna
. La idea lo emocionó. Nunca había esperado que el destino le deparase algo tan importante en su vida. Siguió cortando, pensando en las batallitas que contaría.

49

La Guardia de la Catedral se había hecho con el control de un distrito completo de la
Nostalgia por el Infinito
. Los cuerpos de los ultras muertos yacían a su alrededor, humeantes por los impactos de sus armas. Había uno o dos guardias de la catedral, pero las víctimas de la tripulación de la nave los superaban en número con creces.

Los guardias se abrieron paso entre los muertos, apartándolos con la punta roja de sus armas y rifles láser. La luz provenía de los candelabros de las paredes de los pasillos que arrojaban un solemne halo ocre sobre los caídos. Fijándose bien, las víctimas no se parecían mucho a la imagen habitual de los ultras. La mayoría no mostraba mejoras. Las autopsias quizás revelaran implantes internos, pero no había signos de la extravagante ostentación de miembros mecánicos asociada normalmente con las tripulaciones ultra. La mayoría de esta gente, de hecho, parecía ser humana de base, igual que los propios miembros de la Guardia de la Catedral. La única diferencia era que entre los muertos había una cantidad poco habitual de cerdos. Los guardias empujaban y pinchaban a los cerdos con especial interés, ya que no se veían muchos en Hela. ¿Pero qué harían luchando junto a estos humanos y con el mismo uniforme? Era otro misterio que añadirían a la colección, otro problema del que otra persona se ocuparía.

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