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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Desfiladero de la Absolucion (107 page)

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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Volvió a mirar a la catedral. Debía de ser de la
Lady Morwenna
.

—Hazlo —dijo Escorpio.

La señal de radio, según le dijo el traje, se repetía. Era una corta transmisión cíclica pregrabada. El formato era de audio y holográfico.

—Déjame verlo —dijo, menos seguro ahora de que tuviera algo que ver con la catedral.

Una figura apareció en el hielo a una docena de metros de él. No era nadie a quien esperase ver, de hecho, ni siquiera lo reconocía. El hombre no vestía con traje espacial y tenía la extraña y asimétrica anatomía de alguien que había pasado la mayor parte de su existencia en gravedad cero. Tenía miembros implantados y su rostro parecía la superficie de un planeta, tras un pequeño intercambio nuclear. Es un ultra, pensó Escorpio. Pero tras pensárselo un momento, decidió que el hombre probablemente no era un ultra en absoluto, sino un miembro de otra facción humana menos sociable: los skyjacks.

—No podías haberlo dejado en paz, ¿verdad? —dijo el hombre—. No podías soportarlo, no podías tolerar la existencia de algo tan bello y a la vez tan enigmático. Tenías que saber qué era. Tenías que comprobar cuáles eran sus límites. Mi adorado puente. Mi precioso y delicado puente. Lo hice para ti, lo puse aquí como un regalo. Pero no era suficiente para ti, ¿verdad? Tenías que ponerlo a prueba. Tenías que destruirlo.

¡Joder, tenías que derribarlo!

Escorpio caminó a través del holograma.

—Lo siento —dijo—, no me interesa.

—Era un objeto bello —dijo el hombre—. Era una puta preciosidad.

—Pero se interponía en mi camino —dijo Escorpio.

Nadie más pudo ver el informe al que Quaiche estaba accediendo desde la pantalla privada en su diván. Pero Rashmika observó el movimiento de sus labios y su ceño fruncido al releer la información, como si se hubiese equivocado la primera vez.

—¿Qué es? —preguntó Grelier.

—El puente —contestó Quaiche—, parece que ya no está. Grelier se acercó al diván.

—Tiene que ser un error.

—Parece que no, inspector general. El cable de inductancia que usamos para orientarnos en caso de emergencia está claramente cortado.

—Entonces puede que alguien lo haya cortado.

—Tendré imágenes de la superficie en un momento y lo comprobaremos. Todos se volvieron hacia la pantalla que había estado mostrando el descenso de la
Nostalgia por el Infinito
. La imagen tembló con colores fantasmales y luego se estabilizó en un paisaje familiar captado por una cámara estática que debía estar montada en la pared de la propia falla de Ginnungagap.

El deán tenía razón: ya no había ningún puente. Lo único que quedaba eran los extremos del arco, dos fragmentos cargados de fiorituras y volutas de azúcar y escarcha que sobresalían a cada lado del acantilado, como sugiriendo el resto del puente en un proceso de elegante extrapolación matemática. Pero la mayoría del arco simplemente no estaba allí. Tampoco había ni rastro de escombros en el fondo. En su imaginación, Rashmika había visto el puente desplomarse una y otra vez desde que supo que iban a cruzarlo. Pero siempre lo había visto desmoronarse en una avalancha de esquirlas y fragmentos, formando un brillante pedregal de joyas que en sí mismo era una maravilla: un bosque encantado de cristal en el que uno podía perderse.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el deán. Rashmika se dirigió a él.

—¿Acaso importa? No está, lo está viendo con sus propios ojos. Ahora es imposible cruzar, no hay motivos para continuar.

—¿No me estabas escuchando, niña? —preguntó el deán—. La catedral no se detiene. La catedral no puede detenerse.

Khouri se levantó, seguida de Vasko.

—No podemos quedarnos a bordo ni un minuto más y Aura vendrá con nosotros.

Rashmika negó con la cabeza. Aún no se había acostumbrado a que la llamasen por ese nombre.

—Yo no me voy sin lo que he venido a buscar.

—Tiene razón —dijo una nueva voz, débil y metálica.

Nadie dijo nada. No fue al intrusión de una nueva voz lo que les sobresaltó, sino el obvio punto de origen. Como uno solo, todos se giraron para mirar al sarcófago. Aparentemente no había cambiado nada en él: seguía siendo exactamente el mismo objeto melancólico de color gris plata cubierto por detallados dibujos y con las ampollas de las burdas soldaduras.

—Tiene razón —continuó la voz—. Debemos irnos ahora, Quaiche. Tienes la nave que tanto ansiabas. Tienes los medios para ralentizar Hela. Ahora deja que nos marchemos. No tenemos ninguna repercusión en tus planes.

—Nunca antes habías hablado excepto cuando estaba solo —dijo Quaiche.

—Hemos hablado con la chica cuando no quisiste oírnos. Con ella era más fácil. Podíamos ver directamente su mente, ¿verdad, Rashmika?

—Preferiría que me llamases Aura ahora —dijo con valentía.

—Aura entonces. Eso no cambia nada, ¿no? Has hecho todo este camino para encontrarnos y por fin lo has hecho. No hay nada que impida al deán entregarnos a vosotros.

Grelier negó con la cabeza, como si fuera él la única víctima de una broma pesada.

—El sarcófago está hablando. El sarcófago está hablando y vosotros estáis ahí parados como si esto pasase todos los días.

—En mi caso —dijo Quaiche—, sí que pasa todos los días.

—¿Estas son las sombras? —preguntó Grelier.

—Un enviado de las sombras —dijo el sarcófago—. No merece la pena que nos detengamos en la diferencia. Ahora, por favor, debemos salir de la
Lady Morwenna
inmediatamente.

—Tú te quedas aquí —dijo Quaiche.

—No —dijo Rashmika—. Deán, entréguenos el sarcófago. A usted no le interesa, pero lo significa todo para nosotros. Las sombras van a ayudarnos a sobrevivir a los inhibidores y ese sarcófago es nuestra única línea directa de comunicación con ellas.

—Si significan tanto para vosotros, enviad otra sonda a Haldora.

—No sabemos si funcionará por segunda vez. Lo que pasó la primera vez pudo ser un golpe de suerte. No podemos apostarlo todo a la remota posibilidad de que pase de nuevo.

—Escúchala —dijo con apremio el sarcófago—. Tiene razón. Somos el único medio garantizado de contacto con las sombras. Debéis protegernos si deseáis nuestra ayuda.

—¿Y cuál es el precio de esa ayuda? —preguntó Quaiche.

—Nada comparado con el precio de la extinción. Solo deseamos que nos permitáis cruzar a vuestra parte del volumen. ¿Es eso pedir demasiado? ¿Es un coste tan grande?

Rashmika se dirigió al resto, sintiendo como si hubiese sido designada testigo de las sombras.

—Pueden cruzar siempre y cuando el sintetizador de materia esté en funcionamiento. Es una máquina en el corazón del receptor de Haldora. Las convertirá en cuerpos y sus mentes podrán cruzar el volumen para habitarlos.

—Máquinas de nuevo —dijo Vasko—. Huimos de un grupo y ahora estamos negociando con otro.

—Es necesario —dijo Rashmika—. Y ellas son máquinas únicamente porque no tienen otra elección, después de todo lo que han tenido que sufrir. —Recordó en hipnóticas imágenes las visiones de la vida en el universo de las sombras: las galaxias enteras teñidas por la merodeante plaga verde, los soles como faroles de color esmeralda—. Antes eran muy parecidas a nosotros —añadió—. Más de lo que creemos.

—Son demonios —dijo Quaiche—. No son personas en absoluto, ni siquiera máquinas.

—¿Demonios? —dijo Grelier condescendientemente.

—Han sido enviados para probar mi fe. Para minar mi creencia en el milagro. Para contaminar mi mente con fantasías de otros universos. Para hacerme dudar de que las desapariciones son la palabra de Dios. Para hacerme vacilar en la hora de mi mayor prueba. No es una coincidencia. Cuando mis planes para Hela se acercaban a su culminación, los demonios incrementaron sus burlas hacia mí.

—Tenían miedo de que los destruyera —dijo Rashmika—. El error que cometieron fue intentar negociar como si fuera un individuo racional. Si hubieran fingido ser demonios o ángeles, les habría ido mejor. —Se inclinó hacia el deán hasta que pudo oler su aliento, rancio y avinagrado como una bodega abandonada—. Puede que para usted, deán, sean demonios, no lo negaré, pero no lo son para nosotros.

—Son demonios —repitió—, y por eso no puedo permitir que os los llevéis. Tendría que haber tenido el valor de destruirlos hace muchos años.

—Por favor —pidió Rashmika.

De nuevo, algo sonó en el diván. Quaiche frunció los labios y miró al cielo en éxtasis o por miedo.

—Ya está —dijo—. La nave está en la estructura de sujeción. Ya tengo lo que quería.

La pantalla les mostró todo. La
Nostalgia por el Infinito
reposaba tumbada en la zanja que Quaiche había preparado para ella, como una atrapada criatura marina de proporciones monstruosas y míticas. Los cierres y apoyos del soporte sujetaban a la nave por cientos de puntos, adaptados a sus irregularidades y fiorituras arquitectónicas. Los daños que la nave se había provocado a sí misma durante su descenso (la pérdida del casco alrededor de la mitad y la mutilación de muchas partes internas) eran ahora obvios, y por un momento Quaiche se preguntó si su trofeo estaría demasiado débil para cumplir con sus necesidades. Pero las dudas se desvanecieron inmediatamente: la nave había resistido las tensiones del acercamiento a la estructura y el procedimiento final y brutal del acoplamiento hasta detenerse por completo en el soporte. La maquinaria de los arneses había sido diseñada para amortiguar el impacto de la masa en movimiento, pero el instante mismo de la colisión había hecho saltar todas las alarmas. Aun así, el arnés aguantó, al menos lo suficiente, y la nave también. La abrazadora lumínica no se había roto la espalda, no habían salido despedidos sus motores. Había sobrevivido a la parte más complicada de su viaje, y ninguna otra cosa que pudiera pedirle ahora significaría tanto riesgo como su captura. Todo había salido como había planeado.

Quaiche pidió a su público que se acercase más.

—Mirad esto. Observad cómo la cola de la nave está siendo elevada para alejar el escape de la superficie de Hela. Un ángulo mínimo, pero sin embargo crítico.

—En cuanto los motores se enciendan —dijo Vasko— arrancará todas las sujeciones.

Quaiche negó con la cabeza.

—No, no lo hará. No te creas que he elegido un punto en el mapa al azar. Esta es una región extremadamente estable. La propia estructura está anclada en lo más profundo de la corteza de Hela. No se moverá, confía en mí: después de todos los esfuerzos por los que he pasado para hacerme con esta nave, ¿de verdad crees que me olvidaría de la geología?

Otra vez sonó algo en el diván. Quaiche se acercó un comunicador a los labios y susurró algo a su contacto en la zanja.

—Ya está elevada —dijo—. No hay ningún motivo para que no encienda motores, ¿señor Malinin?

Vasko habló por su comunicador. Preguntó por Escorpio, pero le respondió otro de los notables.

—Solicito que la nave encienda motores —dijo Vasko.

Pero incluso antes de que terminara la frase, vio las luces de los motores. Dos ráfagas moradas con los bordes blancos salieron despedidas de los motores combinados, cegando la cámara con su resplandor. La nave tiró de los arneses hacia delante, en un último y débil esfuerzo de la criatura marina por liberarse. Pero la estructura se flexionó, absorbiendo el impacto de la activación de los motores y la nave gradualmente volvió a su posición inicial. Los motores funcionaban de forma limpia y estable.

—Mirad —dijo Grelier, señalando hacia una de las ventanas de la buhardilla—, se ve desde aquí.

Los fogonazos de escape eran como dos arañazos blancos sobre el horizonte como dos reflectantes. Un instante después, sintieron un temblor que recorrió toda la
Lady Morwenna
. Quaiche le hizo un gesto a Grelier señalando hacia sus ojos.

—Quítame esta monstruosidad de la cara, ya no la necesito.

—¿La sujeción de los párpados?

—Quítamela, con cuidado.

Grelier hizo lo que le pedía, retirando con mucho cuidado el marco metálico de su paciente.

—Los párpados tardarán algún tiempo en volver a su sitio —le dijo Grelier—. Mientras tanto, deberías dejarte puestas las gafas.

Quaiche se sujetó las gafas de sol en la cara, como un niño jugando con las gafas de un adulto. Sin el aparato para los párpados ahora eran demasiado grandes para quedarse en su sitio.

—Ya podemos irnos —dijo.

Escorpio regresó trotando hacia su rechoncha nave, trepó por la puerta abierta y se marchó con ella, alejándose de los restos del puente. La falla y el resto del paisaje se deslizaron bajo sus pies, con una miríada de sombras negras alargándose sobre él como salpicaduras de tinta. Una de las paredes de la falla estaba tan oscura como la noche, mientras que la otra estaba iluminada casi hasta arriba. En parte deseaba que el puente estuviera aún allí, deseaba poder revocar su último acto para poder tener más tiempo para considerar las consecuencias. Siempre había tenido la misma sensación después de dañar a alguien o a algo. Siempre lamentaba su impulsividad, pero lo bueno de los remordimientos era que nunca duraban demasiado.

Los expertos se equivocaban con respecto al puente, él lo sabía ahora. Era un artefacto humano, no algo construido por los scuttlers. Con seguridad llevaba allí más de un siglo, pero quizás no mucho más. Sin embargo hasta que no había sido destruido, su origen, su propia naturaleza, habían permanecido ocultos. Era una creación de una ciencia avanzada, pero se trataba de la ciencia de los demarquistas, y no de los desaparecidos alienígenas. Pensó en el hombre que había aparecido en el hielo, en su sentimiento de angustia al ver su bella creación sin sentido destruida. Pero se trataba de una grabación, no de una transmisión en directo. Debía haberse grabado cuando se construyó el puente, diseñada para activarse cuando la estructura fuese dañada o destruida. Eso significaba que el hombre siempre había considerado esta posibilidad. Incluso la había previsto. A Escorpio le había parecido que se estaba justificando.

La nave se alejó del borde de la falla. Ahora estaba sobre terreno firme con el tosco Camino visible bajo la nave. Allí, a no más de tres o cuatro kilómetros de distancia, estaba la
Lady Morwenna
, arrojando su propia sombra alargada sobre la ruta que acababa de recorrer, arrastrándola como la larga y negra cola de un vestido de novia. Se quitó al puente y a su constructor de la cabeza. Lo único que deseaba, lo único que le importaba ahora estaba en esa catedral y tenía que encontrar la forma de entrar en ella.

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