El discípulo de la Fuerza Oscura (41 page)

BOOK: El discípulo de la Fuerza Oscura
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Kyp salió de la cabina sintiéndose asustado y, al mismo tiempo, lleno de impaciencia y excitación, y bajó de un salto cayendo sobre las ramitas y las hojas muertas con un leve crujido. La brisa se esfumó de repente, como si el bosque crepuscular estuviera conteniendo el aliento a su alrededor. La claridad plateada del planeta se filtraba a través del espeso follaje, iluminando el claro con un débil resplandor lechoso.

Kyp dio cuatro pasos hacia adelante y se detuvo ante el suelo calcinado sobre el que había ardido la pira funeraria de Vader.

El suelo seguía estando muerto y marrón alrededor de toda la zona quemada. Los frondosos bosques de Endor eran tenaces y crecían muy deprisa, pero ninguna planta se atrevía a aproximarse a aquella cicatriz a pesar de que ya habían transcurrido siete años desde que apareció.

La hoguera había sido enorme y había ardido con un calor muy intenso hasta incinerar el uniforme de Vader. Sólo habían quedado unos cuantos fragmentos de armadura deformados por las llamas, junto con restos de una capa negra medio oculta entre los fragmentos de rocas y las cenizas apelotonadas por el tiempo. Una lámina de refuerzo de acero se había retorcido hasta convertirse en una especie de telaraña desgarrada que apenas era visible.

Kyp tragó saliva y se arrodilló sobre la tierra quemada. Después extendió los brazos en un movimiento vacilante y asustado hasta permitir que las yemas de sus dedos rozaran las cenizas que el paso de los años había resecado y encogido.

Kyp retiró las manos de repente, pero volvió a extenderlas enseguida. El suelo estaba muy frío, pero la frialdad pareció esfumarse poco a poco a medida que iba perdiendo la sensibilidad en las manos.

Kyp utilizó la Fuerza para dispersar unos fragmentos de ceniza y puso al descubierto el diminuto residuo deformado que había sobrevivido al fuego, una masa de plastiacero negro irreconocible como tal que podría haber pertenecido al casco de Vader. Kyp empezó a sentir que la desesperación se adueñaba de él e incrementó la intensidad del poder que estaba utilizando. Siguió apartando restos, pero al final únicamente consiguió revelar un pequeño amasijo de cables. plastiacero derretido e hilachas de una áspera tela oscura.

De Darth Vader, antiguo Señor Oscuro del Sith, sólo quedaba un patético montoncito de restos y unos recuerdos de pesadilla.

Kyp extendió los brazos para rozar los restos, y sintió cómo un cosquilleo eléctrico se deslizaba por sus manos. Sabía que no debería estar tocando aquellas reliquias, pero ya no podía darles la espalda. Kyp tenía que encontrar respuestas a sus preguntas incluso si para hacerlo tenía que responderlas él mismo.

—¿Cuál fue tu error, Darth Vader? —preguntó sin apartar la mirada de los fragmentos de armadura.

Kyp llevaba más de un día sin hablar, y su voz resonó en sus oídos como un graznido ronco y gutural.

Vader había sido un monstruo, y sus manos habían estado manchadas con la sangre de miles de millones de víctimas inocentes. Según Exar Kun, Anakin Skywalker no estaba preparado para controlar el poder que había descubierto, y había acabado sucumbiendo ante él.

Kyp era consciente de que había empezado a avanzar por un sendero similar, pero él no era tan ingenuo. A diferencia de Anakin Skywalker, Kyp comprendía los peligros que le acechaban. Podía cuidar de sí mismo y protegerse. No se dejaría engañar por las tentaciones y brutalidades que habían ido atrayendo a Vader, acercándolo más y más al corazón del lado oscuro.

Kyp volvió a la nave sintiéndose aterido y muy solo en la noche y cogió la larga capa negra que le había regalado Han Solo. Envolvió su mono de vuelo oscuro en los pliegues de tela para mantenerse caliente, y regresó a sentarse en el suelo estéril junto a las cenizas de la pira de Vader. Los apacibles sonidos del bosque fueron volviendo poco a poco, y los gorjeos y silbidos se alzaron alrededor de Kyp como si fueran una canción de cima.

Kyp no tenía ninguna prisa. Podía esperar en Endor. Tenía que asegurarse de que no se estaba engañando a sí mismo. No era ningún estúpido, y sabía que estaba haciendo equilibrios junto a un abismo muy peligroso..., y eso le asustaba.

Kyp permaneció inmóvil deslizando los dedos sobre la escurridiza y delicada tela de su capa, y pensó en cómo su amigo Han Solo le había liberado de las minas de especia, pero incluso ese recuerdo lleno de alegría y felicidad se deformó de repente para hacerle comprender qué parte tan grande de su vida le había sido robada por el Imperio.

Kyp rara vez traía a su memoria los recuerdos tan nítidos y dolorosamente cortantes como las facetas de un diamante de su juventud, cuando él y su hermano mayor Zeth habían vivido en el mundocolonia de Deyer. Empezó a pensar en las ciudades-balsa ancladas en un complejo de lagos terraformados repletos de peces.

Zeth le había llevado consigo muchas veces a bordo de un deslizador de recreo para hundir redes de crustáceos en las aguas o sencillamente para nadar un rato bajo los cielos color ocre. Su hermano Zeth tenía el cabello largo y oscuro, y entrecerraba los ojos para protegerlos del resplandor del sol. Su cuerpo delgado y nervudo estaba lleno de esbeltos músculos que ondulaban bajo la piel bronceada gracias a los largos días que pasaba al aire libre.

Los colonizadores de Deyer habían intentado construir una sociedad perfecta y totalmente democrática en la que cada persona tenía derecho a un período de mandato como miembro del consejo de ciudades-balsa. Los representantes de Deyer habían votado unánimemente condenar la destrucción de Alderaan y solicitar que el Emperador Palpatine abrogase su Nuevo Orden. Habían trabajado a través de los canales políticos adecuados, impulsados por la ingenua creencia de que sus votos les permitirían influir sobre las decisiones del Emperador.

Y en vez de eso Palpatine había aplastado a los «disidentes» de Deyer, destruyendo toda la colonia y dispersando a los colonos en varios centros penales, y se había llevado a Zeth para siempre...

Kyp descubrió que había apretado los puños y volvió a pensar en los poderes que le había revelado Exar Kun, los oscuros secretos que el Maestro Skywalker se negaba a tomar en consideración. Frunció el ceño y respiró hondo. Kyp sintió la mordedura del aire frío de la noche, y lo dejó escapar lentamente de sus pulmones.

Se juró a sí mismo que no permitiría que Exar Kun acabara convirtiéndole en otro Vader. Kyp confiaba en su decisión inquebrantable y en su firmeza de carácter, y estaba convencido de que sería capaz de utilizar el poder del lado oscuro en beneficio de la Nueva República.

El Maestro Skywalker estaba equivocado. La Nueva República tenía la razón de su parte porque sus objetivos eran moralmente superiores, y la consecuencia de eso era que también tenía todo el derecho del mundo a utilizar cualquier arma y cualquier clase de fuerza para erradicar hasta las últimas manchas del Imperio maligno.

Kyp se puso en pie y se tapó el pecho con los negros pliegues de la capa. Podía reparar los daños causados, y no necesitaba la ayuda de nadie para demostrar hasta qué punto era posible utilizar adecuadamente aquellos poderes.

Exar Kun llevaba mucho tiempo muerto, y Darth Vader se había convertido en cenizas esparcidas sobre el suelo de Endor.

—Ahora yo soy el Señor del Sith —dijo Kyp.

Haberlo admitido hizo que sintiera una gélida energía deslizándose a lo largo de su espalda, como si su columna vertebral se hubiera convertido en un pilar de hielo.

Volvió a su pequeño caza espacial y subió a la cabina. La decisión que había tomado parecía haber envuelto sus pies en llamas y le obligaba a moverse lo más deprisa posible, con el corazón palpitante y todos los recursos de su mente concentrados en un haz implacable tan brillante e incontenible como un rayo láser.

Él, y sólo él, tenía a su alcance la oportunidad de resolver todos los problemas de la Nueva República.... sin la ayuda de nadie.

28

El resplandor reflejado de la Nebulosa del Caldero creaba dibujos de luces y sombras que bailaban lentamente sobre la lisa superficie de la mesa de la sala de guerra del
Gorgona
. La almirante Daala estaba sentada en un extremo, separada del comandante Kratas, el general Odosk del Ejército Imperial y el capitán Mullinore del
Basilisco
.

Daala estaba contemplando su reflejo distorsionado sobre el brillo líquido de la mesa. Mantuvo sus ojos verde esmeralda fijos ante ella mientras apretaba el puño, y sintió cómo el flexible cuero negro de su guante respondía al movimiento de los dedos. Su corazón palpitaba lentamente con un sordo dolor acompañando a cada latido, como los ecos imaginados de los gritos lanzados por los soldados que habían muerto al estallar el
Mantícora
. La sangre rugía en las venas de Daala cuando pensaba en cómo había perdido también el Destructor Estelar
Hidra
. ¡La mitad de su fuerza de combate había sido aniquilada!

¿Qué hubiese pensado Tarkin de ella? En sus pesadillas Daala veía a su espectro echando hacia atrás la mano abierta para cruzarle la cara, castigando su espantoso fracaso con un feroz bofetón. ¡El fracaso...! Daala tenía que compensarlo de alguna manera.

El comandante Kratas frunció sus espesas cejas uniéndolas en un gesto de preocupación. Su gorra imperial reposaba sobre su corta y oscura cabellera. Ladeó la cabeza para rehuir la mirada de Daala, y después miró al general y al capitán del otro Destructor Estelar. Nadie habló. Todos estaban esperando a que Daala abriera la boca, y Daala intentó hacer acopio del valor que necesitaba para hablar.

—Caballeros... —dijo por fin.

La palabra era como un clavo oxidado que le arañó la garganta y que estuvo a punto de quedar atascada en ella, pero su voz sonó firme y segura de sí misma y consiguió atraer la atención de los tres comandantes haciendo que se tensaran en sus asientos. La mirada de Daala recorrió sus rostros, y después hizo girar su asiento para poder contemplar el hervidero de gases de la Nebulosa del Caldero. Un nudo de gigantes azules agrupado en el corazón de la nebulosa emitía una energía tan intensa que bastaba para iluminar toda la nube de gases.

—He decidido introducir ciertas alteraciones en nuestra misión —siguió diciendo, y tragó saliva. Las palabras ya le parecían impregnadas por el sonido de la derrota, pero Daala no estaba dispuesta a rendirse con tanta facilidad—. Debemos establecer alguna clase de diferenciación entre las distintas prioridades en conflicto. La orden original que recibimos del Gran Moff Tarkin nos obligaba a proteger la Instalación de las Fauces fuera cual fuese el coste, y ésa es la razón por la que se nos entregó una fuerza consistente en cuatro Destructores Estelares. Tarkin consideraba que los científicos de la Instalación de las Fauces eran un recurso inapreciable para la victoria final del Imperio.

Daala apretó los dientes y volvió a vacilar. Su cuerpo la traicionó y empezó a temblar, pero se agarró al borde de la lisa superficie de la mesa con una mano enguantada, y lo apretó con todas sus fuerzas hasta que los músculos de sus dedos le devolvieron el control de sí misma al precio de un doloroso calambre.

—Pero permitimos que el
Triturador de Soles
, el arma más poderosa jamás diseñada, nos fuese robada y después perdimos una cuarta parte de nuestra flota en un intento fallido de recuperarla. Cuando me enteré de los cambios producidos en lo referente a la situación de la Rebelión, decidí que combatir a los enemigos del Imperio era una tarea más importante. Dejamos indefensa la Instalación de las Fauces y nos dedicamos a atacar los mundos rebeldes. Ahora, después del desastre de Calamari, me doy cuenta de que esa misión también ha sido un fracaso.

El comandante Kratas se medio incorporó en su asiento corno si se sintiera obligado a defender las decisiones tomadas por Daala. Su piel enrojeció, y Daala vio un lamentable comienzo de vello en su mentón. Si hubieran estado en la Instalación de las Fauces bajo condiciones disciplinarias normales, Daala le habría administrado una seria reprimenda.

—Estoy de acuerdo en que hemos sufrido severas pérdidas, almirante —dijo—, pero también hemos asestado golpes demoledores a los traidores rebeldes. El ataque a Dantooine...

La mano de Daala giró en el aire, reduciéndole al silencio con un gesto tan implacable como el golpe de un hacha vibratoria. Kratas apretó sus delgados labios y retrocedió en su asiento.

—Conozco perfectamente el contenido de los informes de combate, comandante. Veo las cifras en mis sueños... He estudiado los datos una y otra vez. —Daala alzó la voz, y dejó que la ira impregnara su tono—. Sean cuales sean los daños que hemos infligido a la Rebelión, está claro que sus pérdidas han sido insignificantes comparadas con las nuestras.

»Y por lo tanto —siguió diciendo, bajando la voz y adoptando un tono tan repentinamente gélido que vio cómo los acuosos ojos del general Odosk se llenaban de miedo—, tengo intención de utilizar mis últimos recursos en un ataque final. Si tiene éxito, significará el cumplimiento de nuestras dos misiones.

Los dedos enguantados de Daala manipularon los controles instalados al extremo de la mesa. Un holoproyector colocado en el centro de la losa negra emitió la imagen generada mediante ordenador que Daala había creado aquella tarde en sus habitaciones mientras la imagen del Gran Moff Tarkin hablaba desgranando sus conferencias pregrabadas.

—Tengo intención de atacar el corazón de la Rebelión..., el mismo Coruscant —dijo.

Un mapa de alta resolución que mostraba la topografía superficial del planeta del Emperador más reciente archivada en los bancos de datos apareció en el aire y fue cobrando nitidez hasta revelar una metrópolis del tamaño de un mundo, con casquetes polares y cadenas centelleantes de luces urbanas extendiéndose por el lado nocturno del planeta. Daala vio muelles espaciales, espejos solares curvos que calentaban las latitudes superiores e inferiores del planeta, satélites de comunicaciones, cargueros de gran tonelaje y corrientes de tráfico orbital.

Daala movió una mano enguantada y dos Destructores Estelares generados mediante ordenador aparecieron de repente el uno al lado del otro, avanzando a gran velocidad hacia Coruscant.

—Tengo intención de trasladar todas las dotaciones y personal al
Gorgona
, dejando una tripulación mínima a bordo del
Basilisco
. La tripulación mínima estará formada por voluntarios, naturalmente... Nuestros Destructores Estelares saldrán del hiperespacio justo detrás de las lunas de Coruscant. Después avanzarán hacia nuestro objetivo sin ninguna vacilación y a la velocidad sublumínica máxima.

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