Yo no estaba presente, pero pronto me enteré de que Cabell se negaba a aprobar este segundo golpe sin consultar al secretario de Estado Rusk, quien a su vez le pidió que fuese a verlo. Richard Bissell, visiblemente molesto, acompañó a Cabell.
Dos horas más tarde, nuestro segundo ataque sigue siendo retrasado. Los ánimos en el Cuartel del Ojo han vuelto a cambiar. Cal me explica que el cuerpo principal de las tropas desembarcará alrededor de las dos de la madrugada del lunes; los barcos de aprovisionamiento deberán ser descargados antes del amanecer, de lo contrario, podrían ser atacados por los restos de la aviación de Castro. Cal dice que es posible terminar la tarea antes de que amanezca, pero sólo en el caso de que todo salga bien. Eso es mucho pedir, ya que se trata de una fuerza de invasión inexperta, que llega en embarcaciones viejas a una playa desconocida.
Dos horas después
Seguimos esperando. Cae la tarde. Empezamos a preocuparnos. El editorial del
New York Times
, firmado por Tad Szulc, hace referencia a «circunstancias misteriosas». Las preguntas son cada vez peores. Por ejemplo, ¿por qué siguen sin ser revelados los nombres de los pilotos? También está la cuestión del morro del B-26. Los aviones de Castro tienen torretas de plexiglás transparente, mientras que el B-26 que aterrizó en Miami no.
Hunt describe la dificultad real. Nuestra historia falsa debe mantenerse hasta que se complete el desembarco. Una vez que tengamos un aeropuerto operando en la bahía de Cochinos, nuestra pequeña ficción será sepultada por los acontecimientos. Entretanto, el Departamento de Estado debe de haber perdido el valor, pues no quiere más ataques aéreos. Todo lo que sabemos es que Rusk, Bissell y Cabell continúan reunidos, y que las preguntas que nos llegan desde el Valle Feliz acerca de la demora del ataque aéreo siguen apilándose. La atmósfera recuerda la de una sala de espera.
Por mi parte, sigo preparando mensajes con Hunt y Phillips. Esta noche serán radiados a Cuba desde nuestra emisora clandestina en la isla Swan. Tenemos la esperanza de que siembren la confusión. «¡Alerta! ¡Alerta! —decimos—. Observad detenidamente el arco iris. Pronto subirán los pescados. Chico está en la casa. Visitadlo. El cielo es azul. Poned el letrero en el árbol. El árbol es verde y marrón. Las cartas llegaron bien. Las cartas son blancas. Los pescados no tardarán en subir. Los pescados son rojos.» Demasiado tarde me entero, por nuestro experto lingüista de Inteligencia, que en Cuba «pescado» es otro de los nombres que tienen para el falo. Estupendo: el falo sube, el falo es rojo.
Después llega desde La Habana un teletipo de Reuters describiendo un cortejo fúnebre de treinta manzanas de longitud que recorre lentamente las calles de la capital detrás de los cadáveres de los muertos en el ataque aéreo de ayer. Los cuerpos fueron velados durante toda la noche en la universidad de La Habana; ahora el cortejo avanza hacia el cementerio Colón, donde Castro aguarda para pronunciar un discurso. Una hora más tarde, Reuters transcribe fragmentos de este discurso: «Si el pueblo estadounidense considera que el ataque a Pearl Harbour fue un acto criminal, traicionero y cobarde, entonces nuestro pueblo considera este ataque doblemente criminal y diez mil veces más cobarde. Los yanquis están tratando de engañar al mundo, pero todo el mundo sabe que el ataque fue efectuado con aviones yanquis pilotados por mercenarios pagados por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos».
Le muestro el teletipo a Cal, quien asiente con la cabeza. «Me he enterado de que Stevenson está furioso —dice — . Ha descubierto que los B-26 no eran de las Fuerzas Aéreas cubanas y amenaza con dimitir. De modo que no creo que aprueben otro ataque. Los factores políticos pesarán más que las consideraciones militares.»
Tiene razón. Bissell regresa al atardecer, ojeroso, ceñudo, sereno. La invasión sigue en pie, nos dice, pero no habrá otro ataque aéreo. Si los barcos no son descargados al amanecer, deberán retirarse y permanecer en alta mar hasta la segunda noche, en que podrán regresar para terminar su tarea.
La reacción me sorprende. La mala noticia es equivalente a la buena, y aun así los cincuenta hombres allí reunidos vitoreamos al oír a Bissell. La invasión sigue en pie. Estamos comprometidos. El presidente está comprometido. Eso es lo esencial. El juego sigue. Creo que vitoreamos porque nos sentimos aliviados. El proyecto no ha sido rechazado.
Veo que nos parecemos bastante a un coro, y por fin creo entender la tragedia griega. No somos simplemente un grupo de personas que comenta las acciones de los dioses, sino que nos hemos convertido en un campo humano de fuerza, y nos concentraremos intensamente para tratar de torcer el destino y amoldarlo a nuestros deseos. Al rato empezamos a preocuparnos porque es imprescindible que los barcos se acerquen a la cabeza de playa y descarguen los pertrechos. Estoy seguro de que somos muchos los que mentalmente engrasamos los motores de esos viejos cargueros oxidados.
Más tarde
Al atardecer parece renacer la calma, y me encierro otra vez en un lavabo para escribir estas notas. Pronto comenzará a correr el rumor de que Hubbard tiene diarrea. No sé si alguien se percatará de mis ausencias periódicas, pero espero que queden disimuladas entre la confusión general. Da igual. Si empiezan a llamarme Harry el Cagón, pues ése será el precio de este Diario. Ahora deseo no haberlo empezado. Uno de los principios fundamentales que nos enseñaron en la Granja, era que no debíamos tomar notas innecesarias. Mientras escribo, me siento constreñido. Me cuido muy bien de no hablar con demasiados detalles de nuestro personal de Operaciones Militares y de sus tareas específicas. Sólo trato de describir los momentos históricos y, por supuesto, las divagaciones de mi estado de ánimo, pero no puedo por menos que maravillarme ante la desatinada recomendación de mi padre. Fue él quien me alentó a llevar este Diario, aunque sabía muy bien que, en el mejor de los casos, se trata de algo profesionalmente incorrecto. Pero también me maravilla el que le haya obedecido. Tan grande es mi necesidad de acercarme a él.
Aun así, las horas que paso escribiendo estas meditaciones acerca de hasta qué punto estoy preparado para la presión incalculable de un cuartel general en una cabeza de playa y una probable visita a la eternidad, me resultarían intolerables si no llevase un Diario. Y el riesgo es pequeño. Cada vez que termino unas cuantas páginas, las guardo en un sobre que echo por la ranura de la caja de seguridad de Cal. Supongo que recogerá los sobres cada pocos días y los depositará en la caja de seguridad de un Banco, aunque para no complicar la transgresión, no hablamos del tema.
Hunt me acaba de informar de la última puesta al día de nuestro itinerario. Si para el amanecer los pertrechos han sido descargados y la cabeza de playa está asegurada, nos dirigiremos a Miami para unirnos allí con los líderes exiliados. En veinticuatro horas, o menos, estaremos en la cabeza de playa. Sabemos que por la mañana temprano los miembros del CRC abandonaron Nueva York rumbo a Opa-Locka. En cuanto descendieron del avión fueron instalados —no diré encarcelados— en una de las barracas de la vieja base aérea. Naturalmente, están en extremo nerviosos. Nunca he sabido aceptar esa faceta histérica del temperamento cubano, pero en las presentes circunstancias comprendo sus sentimientos. Después de todo, están en los alrededores de Miami, a menos de quince kilómetros de sus esposas y sus familias, y sin poder moverse. Como buenos políticos que son, les encantaría unirse a los festejos. Por diversas fuentes nos hemos enterado de que los cubanos de Florida del Sur se han embarcado en una fiesta sin descanso desde el ataque aéreo del sábado. Hay largas filas frente a las oficinas de reclutamiento. Ahora, todos en Miami quieren tener la oportunidad de unirse a la batalla contra Castro. No obstante, en Opa-Locka los líderes exiliados permanecen en un estado de ánimo que oscila entre el júbilo por el comienzo de las actividades bélicas, y la característica melancolía cubana, ocasionada esta vez por un sentimiento de impotencia ante los acontecimientos.
Encuentro que hay cierta justicia poética en el hecho de que Frank Bender sea el hombre de la Agencia que debe permanecer encerrado con ellos en este momento. Las pocas veces que lo vi cuando nos visitaba ocasionalmente en Miami, me sirvieron para percatarme de que nunca se llevó bien ni con Hunt ni con el Frente. Este hombre de la calle, este europeo oriental cuyo oficio fue forjado y endurecido en las fábricas de espionaje de Viena y Berlín, se guía por los resultados, y trabaja retrospectivamente a partir de ellos. Es calvo, usa gafas, fuma cigarros y es tan áspero como una mazorca de maíz. Cada vez que oía a Hunt hablar con él, no hacía más que esperar el momento en que colgase el teléfono de un golpe. Ahora, sin embargo, parecen amigos. Después de pasarse tres días en la suite de un hotel con los seis cubanos y de tener que soportarlos ahora en las barracas, debe de sentir tal claustrofobia que incluso la voz de Howard debe de parecerle un sonido amistoso. En ocasiones, hasta me dirige la palabra.
—Dame alguna noticia, muchacho —dice—. Cualquier cosa, para divertir a estos tipos. Son capaces de comerse la alfombra.
—Dígales —respondo— que Castro sostiene que las agencias de noticias estadounidenses son fábricas de fantasías. «Ni Hollywood intentaría filmar esa historia», ha dicho.
—El hijo de puta tiene razón —comenta Bender entre carcajadas.
—Dile a Frank que les informe que todo marcha de acuerdo con el plan previsto —grita Howard.
—Aborrecen el plan —dice Bender—. Quieren entrar en acción.
—Dile —grita Hunt— que he saludado de su parte a su esposa.
—Traedme una caja de cigarros —dice Bender—. Se me están acabando.
Dos horas más tarde, vuelve a llamar. Bárbaro quiere hablar conmigo.
—Tengo tres palabras para que las transmitas a tu padre —dice — . Las tres palabras son Mario García Kohly. Kohly, Kohly, Kohly. Pregúntale si vigilan a Kohly tanto como a nosotros.
—Kohly no puede hacer nada ahora —respondo—. Masferrer ha sido arrestado.
—Hay muchos Masferrer, pero un solo Kohly. Es una bomba, y cuando explote será nuestro fin.
Cuando le pregunto a Cal acerca de Kohly, me dice que no es más que un cañón entre otros ciento ochenta y cuatro. (Este es el número de los distintos grupos de refugiados en Miami.)
Domingo, alrededor de la medianoche
Tratamos de dormir un poco antes de que comience el desembarco. El texto del primer comunicado del Consejo Revolucionario Cubano, cuidadosamente pergeñado por Hunt y Phillips, ya está completo. Dentro de pocos minutos se lo transmitiremos telefónicamente a Lem Jones, y él lo mimeografiará, meterá las copias en un taxi y las distribuirá por todas las agencias de noticias. Estará todo listo para las dos de la madrugada.
EL CONSEJO REVOLUCIONARIO CUBANO DESEA ANUNCIAR QUE EN LAS PRÓXIMAS HORAS SE LIBRARÁ LA BATALLA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA CONTRA CASTRO. ESTE EJÉRCITO TREMENDO DE SUPERPATRIOTAS INVENCIBLES HA RECIBIDO INSTRUCCIONES DE ASESTAR EL GOLPE DEFINITIVO PARA LIBERAR SU AMADO PAÍS. EN CADA CIUDAD Y PUEBLO DE CUBA, POR UN MEDIO QUE SÓLO ELLOS CONOCEN, NUESTROS PARTIDARIOS RECIBIRÁN EL MENSAJE QUE INICIARÁ UNA TREMENDA OLA DE CONFLICTO INTERNO CONTRA EL TIRANO. LA INFORMACIÓN QUE RECIBIMOS DESDE CUBA NOS INDICA QUE EN EL CAMPO GRAN PARTE DE LA MILICIA YA HA DESERTADO.
No he tenido tiempo para pensar, pero me pregunto si todavía nos quedarán partidarios. Esta tarde recibimos informes de Reuters sobre la respuesta de Castro al ataque del sábado. Se han hecho enormes redadas de cubanos en La Habana y Santiago. Otra vez, me pregunto si fue acertado atacar las bases cubanas. Supongo que temíamos que, en caso de que esperáramos demasiado, los aviones de reconocimiento castristas pudiesen avistar la llegada de las herrumbrosas embarcaciones de la Brigada, y Castro tuviera tiempo de dispersar su aviación y ponerla a salvo. ¿Cuánto se ha perdido por no atacar de inmediato? Pero no voy a cuestionar la decisión de mis superiores militares.
17 de abril de 1961. Hora: 0:30
Estoy nuevamente en el lavabo, escribiendo y escribiendo. El contingente de paracaidistas de la Brigada, formado por ciento setenta y seis hombres, partió hace unos instantes del Valle Feliz, después de una buena cena. Como desayuno comerán una manzana. En un par de horas deberán lanzarse sobre la isla e iniciar el bloqueo de carreteras. Durante varios días, he estado estudiando un mapa que ocupa una de las paredes de la oficina de Operaciones Militares, y que corresponde a un área de sesenta y cuatro kilómetros de alto por ciento cuarenta y cuatro kilómetros de ancho. Ahora ocupa el panorama interior de mi mente. Quizá debería describir la cabeza de playa proyectada. Una vez que empiece la acción, ya no habrá tiempo.
Nuestro desembarco ocupará una línea de costa en forma de L. La bahía de Cochinos es una extensión angosta de agua que corre de norte a sur a lo largo de treinta kilómetros hasta la costa del Caribe, que es un eje este-oeste. Una parte de nuestras fuerzas (dos batallones) irá por la bahía de Cochinos hasta la cabeza de esta masa de agua y desembarcará en Playa Larga (Costa Roja). Nuestra fuerza principal desembarcará en Playa Girón, sobre la costa del Caribe. Playa Larga y Playa Girón están separadas por unos cuarenta y cinco kilómetros, sobre una buena carretera recientemente construida por Castro. Treinta kilómetros más hacia el este, sobre la costa del Caribe, se encuentra Playa Verde. Allí desembarcará un tercer contingente. Se espera que nuestras fuerzas se unan en un lapso no mayor de cuarenta y ocho horas. Detrás, protegiéndoles las espaldas, tendrán el mar Caribe y setenta y cinco kilómetros de costa; delante, el gran pantano de Zapata, a menos de cinco kilómetros de distancia, donde estarán esperando nuestros paracaidistas.
Pienso en los paracaidistas mientras vuelan desde Nicaragua a Cuba. En mi mente, el zumbido de los motores de los C-46 se mezcla con los murmullos provenientes de los hombres que me rodean. Me levanto y camino hasta el lavabo, donde escribo esto.
17 de abril de 1961. Hora: 6:15
Muchas cosas han ocurrido en las últimas seis horas.
A las dos y media de la madrugada la fuerza de invasión logró desembarcar en Playa Larga y Playa Girón, pero aparte de eso, el plan no se ha desarrollado según lo previsto. Los mensajes que recibimos están siendo enviados por medios indirectos: el puesto de mando en Playa Girón se comunica por radio con el
Blagar
, que es el barco insignia de la Brigada, y desde allí el mensaje es transmitido a un destructor de la Armada estadounidense, a treinta kilómetros de la costa, que a su vez lo transmite al Pentágono y a nosotros en la oficina de Operaciones Militares. Es difícil determinar cuánto hay de verdad y cuánto de mentira en los informes, pero después de confirmaciones y desmentidos, esto es lo que sé. Las playas de desembarco no eran onduladas pistas de arena, como se esperaba, sino extensiones dentadas de coral, con rocas bajo el agua. Debido a la oscuridad, se tardó más de lo esperado en colocar boyas luminosas en las vías marinas de aproximación. La mayor parte de las embarcaciones no pudieron acercarse a la costa porque encallaron en los arrecifes de coral; los hombres, sosteniendo los fusiles en alto, tuvieron que echarse al agua, que les llegaba hasta el pecho. Gran parte del equipo, incluidas las radios, se mojó. Esperamos que estos contratiempos sean superados y que las comunicaciones con la Brigada se normalicen.