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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

El fin de la eternidad (22 page)

BOOK: El fin de la eternidad
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—Las cabinas corrientes —oyó que decía Twissell — son a la vez empujadas y atraídas, si podemos aplicar tales términos al caso de las fuerzas de la energía Pantemporal. Al trasladarse del Siglo Equis al Siglo Y, existe un punto inicial que suministra energía y también un punto final que atrae a la cabina. Lo que tenemos aquí, en cambio, es una cabina con un punto inicial impulsor, pero sin energía en el punto de destino. Sólo puede ser empujada, pero no atraída. Por esta razón vamos a utilizar energía en órdenes de magnitud muy superiores a las que se consumen en las cabinas normales. Se han tenido que instalar grupos transformadores especiales a lo largo de los Tubos, para absorber suficientes cantidades de energía de la nova Sol. Esta cabina especial, sus instrumentos y el suministro de potencia constituyen un conjunto autónomo. Durante muchas fisio-décadas hemos estudiado las diferentes Realidades para encontrar las aleaciones especiales y los necesarios procesos de fabricación. La clase la encontramos en la Realidad trece del Siglo Doscientos veintidós. Allí han desarrollado el Compresor Temporal, y sin él no hubiéramos podido construir esta cabina. Fue en la Realidad trece del Siglo Doscientos veintidós.

Pronunció las últimas palabras con deliberada claridad.

Harlan pensó: «¡Recuerda eso, Cooper! Recuerda la Realidad 13 del Siglo 222 de modo que puedas decirlo en la Memoria de Mallansohn, para que los Eternos sepan dónde tienen que buscar y luego puedan decirte lo que debes escribir...». El círculo seguía girando.

Twissell continuó:

—La cabina no ha sido probada más allá del límite de la Eternidad en el hipotiempo, desde luego; pero ha hecho numerosos viajes por la Eternidad. Estamos seguros de que funcionará perfectamente.

—No puede ser de otro modo, ¿verdad? —preguntó Cooper—. Quiero decir que estuve allí, o de lo contrario Mallansohn no habría podido construir su Campo, y sabemos que lo hizo.

Twissell dijo:

—Exactamente. Se encontrará en lugar seguro, en la escasamente poblada zona Sudoeste de un país llamado los Estados Unidos de América...

—América —corrigió Cooper.

—Bien, América. En el Siglo Veinticuatro, o para ser exactos, en el año Dos mil trescientos veintisiete. Supongo que podemos llamarlo así. La cabina, como ve, es muy grande, más de lo necesario para usted. Está provista de alimentos, agua y medios defensivos. Encontrará instrucciones detalladas que serían, por supuesto, incomprensibles para cualquier otra persona. Debo recordarle que su primera tarea consiste en asegurarse de que ninguno de los habitantes de aquel Siglo le descubra antes de que usted esté preparado para ello. El aparato está provisto de excavadoras de energía con las que podrá penetrar en una ladera para formar una cueva. Tendrá que sacar el contenido de la cabina rápidamente. Todo está preparado para que esta tarea le sea fácil.

Harlan pensó: «¡Repite! ¡Repite! En otra ocasión ya le habrán dicho todo esto, pero hay que repetir todo lo que deba figurar en la Memoria. El círculo sigue girando».

Twissell decía:

—Tendrá que descargar sus provisiones y utensilios en quince minutos. Después de ese tiempo, la cabina regresará automáticamente a su punto de partida, llevando consigo todos los instrumentos que sean demasiado avanzados para aquel Siglo. Encontrará una lista que los especifica. Cuando la cabina haya regresado, podrá empezar a trabajar independientemente.

Cooper preguntó:

—¿Es necesario que la cabina regrese tan pronto?

—Un regreso rápido aumenta las probabilidades de éxito —dijo Twissell.

Harlan pensó: «Debe hacerlo al cabo de quince minutos, pues antes regresó a los quince minutos. El círculo sigue...».

Twissell se apresuró:

—No hemos intentado falsificar sus medios de pago ni ninguno de sus valores negociables. Hemos previsto que disponga de oro en pepitas. Le será posible explicar su posesión de acuerdo con sus instrucciones. Encontrará ropas autóctonas adecuadas o, por lo menos, que pueden pasar como autóctonas.

—Conforme —dijo Cooper.

—Ahora, recuerde esto. Proceda despacio. Emplee semanas, si es necesario. Acostúmbrese espiritualmente a las costumbres de aquella era. Las instrucciones del Ejecutor Harlan le servirán de mucho menos, pero no pueden preverlo todo, naturalmente. Tendrá a su disposición un receptor de radio, construido de acuerdo con la técnica del Siglo Veinticuatro, lo que le permitirá estar al corriente de los acontecimientos, y, lo que es más importante, aprender la correcta pronunciación y forma de hablar del lenguaje de aquel tiempo. Hágalo cuidadosamente. Estoy seguro de que el inglés de Harlan es excelente, pero desconocemos la pronunciación autóctona.

—¿Qué puede suceder si no llego al lugar exacto? —preguntó Cooper—. Quiero decir, si no es exactamente el año Dos mil trescientos diecisiete.

—Compruébelo con atención, por supuesto. Pero estamos seguros de que llegará allí. Tiene que llegar.

Harlan pensó: «Llegará, porque ya llegó una vez. El círculo sigue...».

Cooper debió parecer poco convencido, porque Twissell continuó:

—La exactitud del foco ha sido graduada exactamente. Pensaba explicarle nuestros métodos y creo que ahora es el momento. Además, ayudará a que el el ejecutor Harlan comprenda el funcionamiento de los instrumentos.

Harlan abandonó la ventana como un rayo para volverse hacia los instrumentos. Una esquina de la negra cortina de desesperación se levantó. ¿Qué sucedería si...?

Twissell seguía dando sus últimas instrucciones a Cooper en tono preciso y preocupado, como un profesor dando su última clase. Sólo una parte de la mente de Harlan seguía escuchándole.

Twissell dijo:

—Naturalmente, uno de nuestros problemas más serios era el de determinar hasta qué punto penetra en los Tiempos Primitivos un objeto al que se aplica un impulso dado. El método más directo habría sido el de enviar a un hombre hacia el hipotiempo por medio de esta cabina, usando impulsos cuidadosamente calculados. Sin embargo, para llevar este sistema a la práctica era necesario incurrir en un pérdida de tiempo en cada caso, mientras nuestro mensajero fijaba el Siglo dentro de una aproximación centesimal por medio de la observación astronómica u obteniendo la información por radio. Eso habría sido muy lento y además peligroso, ya que nuestro enviado podía ser descubierto por los autóctonos, probablemente con resultados catastróficos para nuestro proyecto. En vez de ello, he aquí lo que hicimos: lanzamos hacia el pasado una masa conocida de un isótopo radiactivo llamado niobio-noventa y cuatro, que se transforma por emisión de partículas beta en el isótopo estable molibdeno-noventa y cuatro. Este proceso tiene una vida media de quinientos siglos, casi exactamente. La intensidad de radiación original de la masa nos era conocida. Esa intensidad disminuye con el tiempo de acuerdo con la proporción simple descrita en la cinética de primer grado y desde luego puede ser medida con gran precisión. Cuando la cabina llega a su destino en el hipotiempo, la cápsula que contiene el isótopo se descarga automáticamente sobre las rocas y la cabina regresa en seguida a la Eternidad. En el mismo instante del fisiotiempo en que la cápsula aparece en el Tiempo normal, simultáneamente aparece en todos los Tiempos futuros, aunque correlativamente más vieja. Y en el Quinientos setenta y cinco, en el mismo lugar de descarga en el Tiempo normal y no en la Eternidad, un Ejecutor localiza la cápsula por su radiación y la recupera. Se calibra la intensidad de su radiación, y entonces se conoce el tiempo que ha estado enterrada en la montaña y el Siglo adonde llegó el cronomóvil en el hipotiempo, con una aproximación de dos decimales. Hemos enviado docenas de cápsulas, utilizando distintos niveles de impulsos, y con los resultados hemos trazado una gráfica de calibración. Esta sirvió para comprobar las cápsulas que no se enviaron hasta los Tiempos Primitivos, sino a los primeros Siglos de la Eternidad, donde también podíamos hacer observaciones directas. Naturalmente, hubo algunos fracasos. Las primeras cápsulas se perdieron hasta que aprendimos a tener en cuenta los cambios geográficos ocurridos entre el Tiempo Primitivo y el Quinientos setenta y cinco. Después, tres de las últimas cápsulas que enviamos no llegaron a aparecer en el Quinientos setenta y cinco. Supusimos que algo falló en el mecanismo de descarga y quedaron enterradas en un lugar demasiado profundo para ser localizadas. Detuvimos nuestros experimentos cuando la fuerza de la radiación aumentó tanto que empezamos a pensar que los autóctonos podrían darse cuenta de ello y preguntarse qué hacían en su región aquellos artefactos radiactivos. Pero teníamos suficientes datos para nuestro propósito y ahora estamos seguros de poder enviar a un hombre a cualquier centésima de Siglo de los Tiempos Primitivos. ¿Ha comprendido, Cooper?

—Perfectamente, Programador Twissell —dijo Cooper—. Ya había visto la gráfica de calibración, sin que entonces comprendiera su propósito. Ahora lo veo claro.

Pero Harlan estaba interesado en otro asunto completamente distinto. Tenía la mirada fija en el arco graduado que indicaba los Siglos. El brillante arco del indicador era de porcelana y metal, y estaba dividido por finas líneas que representaban los Siglos, decisiglos y centisiglos. Líneas plateadas que brillaban sobre la porcelana, marcando las divisiones claramente. Las cifras eran muy diminutas, e inclinándose, Harlan no pudo leer los Siglos desde el 17 al 27. La delgada aguja indicaba la línea del Siglo 23,17.

En otras ocasiones Harlan había visto otros Indicadores de Siglos parecidos, y casi automáticamente dirigió su mano hacia el mando de ajuste. El instrumento no respondió a su presión. La aguja siguió en el mismo lugar.

Casi dio un salto cuando escuchó la voz de Twissell que se dirigía a él.

—¡Ejecutor Harlan!

—Sí, Programador —exclamó, y recordó entonces que no le podían oír. Se dirigió a la ventana y asintió con un gesto.

Twissell dijo, casi como si adivinase los pensamientos de Harlan:

—El indicador de Siglos está graduado para un impulso hacia el pasado hasta Veintitrés, coma, diecisiete. No necesita ningún ajuste. Su única misión es conectar la energía en el momento adecuado del lisio-tiempo. Hay un cronómetro a la derecha del indicador. Haga un gesto cuando lo haya localizado.

Harlan asintió.

—Alcanzará el cero en cuenta atrás. A menos quince segundos, cierre los puntos de contacto. Es sencillo. ¿Lo ha entendido?

Harlan asintió de nuevo.

Twissell continuó:

—La sincronización no es vital. Puede hacerlo a menos catorce o trece o incluso a menos cinco segundos, pero le ruego que procure hacerlo antes de los menos diez segundos por razones de seguridad. Una vez haya cerrado el contacto, un mecanismo automático sincronizado con el cronómetro se encargará del resto, asegurando que el impulso final de potencia tenga lugar precisamente en el instante cero. ¿Me ha comprendido?

Harlan volvió a asentir. Comprendía mucho más de lo que Twissell había dicho. Si no cerraba el contacto a menos diez segundos, otro técnico lo haría en su lugar.

Harlan pensó fríamente: «No habrá necesidad de ningún extraño».

Twissell dijo:

—Nos quedan treinta fisio-minutos. Cooper y yo vamos a comprobar las provisiones.

La puerta se cerró detrás de ellos y Harlan se quedó a solas con los instrumentos, el temporizador (que ya empezaba la cuenta atrás)... y una decisión sobre lo que debía hacer.

Harlan se apartó de la ventana. Puso la mano en su bolsillo y empuñó el látigo neurónico que llevaba. Durante todas aquellas horas lo había llevado consigo. Su mano temblaba un poco.

Volvió a pasar por su mente un pensamiento familiar: «Sansón derribando el templo».

Otra parte de su cerebro pudo pensar aún: «¿Cuántos Eternos habrán oído hablar alguna vez de Sansón? ¿Cuántos saben cómo murió?».

Solo le quedaban veinticinco minutos. No podía estar seguro de los que necesitaría para llevar a cabo su trabajo. Ni siquiera estaba seguro de si tendría éxito.

Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Sus manos húmedas casi dejaron caer la pistola al suelo antes de que pudiera empezar a desarmarla.

Trabajó rápidamente, absorto en su tarea. De todos los aspectos de su plan, el que menos le preocupaba era la posibilidad de que él mismo pudiera pasar a la Irrealidad.

A menos un minuto, Harlan estaba al lado de los mandos.

Pensó si aquél sería el último minuto de su vida.

No veía otra cosa sino la lenta marcha de la aguja del cronómetro que marcaba los segundos transcurridos.

Menos treinta segundos.

Pensó: «No sentiré dolor. No es la muerte».

Trató de pensar solo en Noys.

Menos quince segundos.

¡Noys!

Menos doce segundos.

¡Contacto!

El mecanismo sincronizado empezó a funcionar. El arranque tendría lugar a la hora cero. A Harlan solo le quedaba un último recurso. ¡El golpe de Sansón!

Su mano derecha se movió, tomando la palanca del indicador de Siglos.

¡Noys!

Su mano derecha se mo... CERO... vió convulsivamente. Ni siquiera le dirigió una mirada.

¿Era aquello la no-existencia?

Todavía no. Todavía no era la no-existencia.

Harlan miró a través de la ventana de observación, no se movió. El tiempo pasó y él no se dio cuenta de su curso.

La sala estaba vacía. Donde estuvo la gigantesca esfera de la cabina ahora no había nada. La base de metal que le había servido de apoyo permanecía vacía, levantando sus brazos de hierro en el aire de aquella gran sala.

Twissell, extrañamente empequeñecido en aquel lugar que se había convertido en una caverna vacía, era el único que se movía, paseando nerviosamente de un lado a otro.

Los ojos de Harlan le miraron por un momento y luego dejaron de verle.

Sin ningún sonido ni movimiento aparente, la cabina apareció de nuevo en el lugar que había abandonado. Su paso a través de la frontera invisible que separaba el Tiempo pasado del Tiempo presente no había desplazado ni una molécula de aire.

Twissell estaba ahora oculto a los ojos de Harlan por la gran esfera, pero un momento después apareció por uno de los lados, corriendo.

Con un gesto de la mano hizo funcionar el mecanismo que cerraba la puerta del cuarto de mandos. Se lanzó a su interior gritando, lleno de excitación:

—Lo hemos conseguido. Lo hemos conseguido. Hemos cerrado el círculo.

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