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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

El fin de la eternidad (9 page)

BOOK: El fin de la eternidad
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De cualquier modo que se llevase, la grabadora tenía una capacidad de unos veinte millones de palabras en cada uno de sus tres niveles de energía molecular. Con un extremo del cilindro conectado a un diminuto auricular y el otro extremo al micrófono de laringe, Harlan podía hablar y escuchar simultáneamente.

Todos los sonidos de la fiesta se repetían ahora en su oído. Mientras escuchaba, Harlan pronunciaba frases que se iban grabando en el segundo nivel, en correspondencia con el nivel primario donde se habían registrado las conversaciones de la reunión de aquella noche, pero por separado. Harlan describió sus propias impresiones, hizo resaltar detalles, anotó ciertas correlaciones. Más adelante, cuando hiciera uso de la grabadora para escribir su informe, no solo dispondría de una reproducción fiel del sonido, sino también de una reconstrucción comentada de lo sucedido.

Noys Lambent entró en su habitación sin llamar.

Molesto, Harlan se quitó el auricular y el micrófono, los unió a la grabadora molecular, guardó el aparato en su estuche y lo cerró con un chasquido seco.

—¿Por qué está enfadado conmigo? —preguntó Noys.

Llevaba los brazos y los hombros desnudos, y las piernas enfundadas en medias de foamite fluorescente.

—No estoy enfadado —dijo Harlan—. No tengo nada contra usted.

En aquel momento creyó que decía la pura verdad.

—¿Trabajando a estas horas? —preguntó ella—. Debe estar cansado.

—No puedo trabajar, puesto que usted está aquí —dijo él, malhumorado.

—Está enfadado conmigo. No me ha dirigido la palabra durante toda la noche.

—He procurado no hablar con nadie. No estaba allí para pronunciar discursos —dijo Harlan, y esperó que ella se marchase.

Pero ella continuó:

—Le he traído algo de beber. Me pareció que le gustaba la única copa que bebió en la reunión, y una no es bastante. Sobre todo si va a seguir trabajando.

Harlan se fijó en el pequeño Mekkano que la seguía, deslizándose suavemente sobre un campo magnético.

Durante la cena había comido muy poco, probando solo algunos platos ya conocidos por anteriores observaciones (excepto algunos bocados de otros, para ampliar información). A pesar suyo, descubrió que le gustaban. A pesar suyo, tuvo que confesar que le gustaba la bebida espumosa, de un color verde claro y con sabor a menta, que era de consumo obligado en las reuniones y fiestas. En realidad no era una bebida alcohólica, aunque producía un efecto muy estimulante. Aquella clase de bebida no existía en el Siglo con anterioridad al último Cambio de Realidad, acontecido dos fisio-años antes.

Cogió el vaso que le ofrecía el Mekkano, con un breve gesto de gracias para Noys.

Un Cambio de Realidad que virtualmente no había producido efectos físicos en el Siglo, ¿cómo podía suscitar la aparición de una nueva clase de bebida? Harlan no era un Programador, conque era ocioso que se hiciese tal pregunta. Ni las más completas y detalladas Programaciones podían eliminar el azar entre las variaciones posibles, los efectos secundarios de infinitas combinaciones de hechos. Si ello hubiera sido posible, se podría prescindir de los Observadores.

Noys y él se encontraban solos en la casa. Los Mekkanos eran muy usados durante las dos últimas décadas, y seguirían siéndolo durante la próxima década de aquella Realidad. Por ello, en aquella sociedad no existían sirvientes humanos.

Naturalmente, siendo la hembra de la especie económicamente tan independiente como el varón, y capaz de elegir la maternidad, si así lo deseaba, sin someterse a las exigencias físicas de la misma, no podía haber nada «impropio» en que aquellos dos se encontrasen solos en la casa, según la mentalidad del Siglo 482 al menos.

Sin embargo, Harlan sentía una creciente confusión ante la presencia de ella.

La muchacha se había tendido en el sofá en un extremo de la habitación, y los sedosos cojines se hundían bajo su peso, como si quisieran abrazarla. Noys se había quitado los zapatos transparentes y empezó a mover los dedos de los pies dentro de la flexible foamite, como si fueran las patas de una gatita lujuriosa.

Noys agitó la cabeza, y lo que fuese que había mantenido su cabellera cuidadosamente peinada se desprendió dejando caer el cabello suelto hasta los hombros. Su blanca piel se hizo más adorable y mórbida en contraste con la negrura de su pelo.

—¿Qué edad tienes? —murmuró ella.

Ciertamente, él no debía contestar aquella pregunta. Era cosa personal y a ella no le importaba. Lo que iba a contestarle en seguida con educada firmeza sería: «¿No le importa que siga trabajando solo?».

En vez de ello, Harlan se escuchó a sí mismo decir:

—Treinta y dos años.

Se refería a fisio-años, desde luego.

Ella dijo:

—Soy más joven que tú. Tengo veintisiete. Pero supongo que no pareceré siempre más joven. Supongo que tú seguirás igual cuando yo sea una vieja. ¿Por qué decidiste tener treinta y dos años? ¿No podrías cambiar de edad si quisieras? ¿No te gustaría ser más joven?

—¿De qué está hablando?

Harlan se pasó la mano por la frente para aclarar sus ideas.

Ella dijo suavemente:

—Tú vives eternamente. Eres un Eterno.

—Está equivocada —dijo él—. Envejecemos y morimos como todos los demás.

Ella dijo:

—No necesitas fingir conmigo.

Su voz era baja y acariciadora. El lenguaje del quincuagésimo milenio, que siempre le había parecido a Harlan duro y desagradable, ahora le sonó eufónico por primera vez. ¿O quizás era que aquella bebida y el ambiente perfumado habían embotado su audición?

—Puedes conocer todos los Tiempos, visitar todos los lugares —dijo Noys—. Tenía tantas ganas de trabajar en la Eternidad, que aguardé todo el tiempo que quisieron. Pensé que quizá me harían Eterna, pero después me di cuenta de que solo había hombres. Algunos de ellos ni siquiera quisieron hablar conmigo porque yo era una mujer. Tú tampoco quisiste.

—Todos tenemos mucho trabajo —dijo Harlan, tratando de apartar de sí algo que solo podía describirse como una sensación de absurda felicidad—. Yo también estaba muy ocupado.

—¿Por qué no hay más mujeres en la Eternidad?

Harlan no se atrevió a decirle la verdad. ¿Qué podía decirle? Los miembros de la Eternidad eran seleccionados con infinito cuidado, pues debían reunir condiciones esenciales. Ante todo, debían poseer las dotes necesarias para su trabajo; en segundo lugar, su extracción del Tiempo normal no debía ejercer ninguna repercusión perniciosa sobre la Realidad.

¡La Realidad! Aquella era la palabra que no debía pronunciar en ninguna circunstancia. Sintió que el torbellino arreciaba dentro de su cabeza y cerró los ojos un momento para detenerlo.

Cuántos excelentes candidatos hubieron de quedarse en el Tiempo normal, porque su ingreso en la Eternidad habría significado que sus hijos no nacieran, que otros hombres y mujeres no murieran, que no se casaran: cien circunstancias cuya ausencia habría encaminado a la Realidad en una dirección que el Gran Consejo Pantemporal no podía permitir.

¿Podía Harlan explicarle todo aquello a Noys? Era imposible. No podía decirle que las mujeres casi nunca ingresaban en la Eternidad, porque por alguna razón recóndita que él no comprendía, aunque quizás algún Jefe Programador la supiera, su extracción del Tiempo normal tenía de diez a cien veces más probabilidades de deformar la Realidad que el traslado de un hombre.

Todos aquellos pensamientos giraban en su cabeza inconexos y vertiginosos, enlazándose unos a otros en absurdas frases y ridículas sensaciones. Noys estaba ahora muy cerca de él, sonriendo.

Escuchó la voz de ella como el susurro de la brisa.

—¡Vosotros los Eternos! Siempre llenos de secretos. No queréis compartir vuestro bien. Haz de mí una Eterna.

Su voz ahora no llegaba en palabras separadas, sino como una delicada modulación que penetraba directamente en la mente de él.

Harlan deseaba poder decir: Mujer, no existe la diversión en la Eternidad. ¡Trabajamos! Trabajamos para analizar todos los detalles del Tiempo desde el principio de la Eternidad hasta que la Tierra quede vacía dé huella humana. Tratamos de agotar las infinitas posibilidades de «todo lo que pudo ser», para escoger un «pudo ser» mejor que la Realidad actual, y entonces decidimos en qué lugar del Tiempo cabe hacer un pequeño Cambio para convertir el «es» en el «pudo ser» deseado. Y entonces tenemos un nuevo «es» y nos ponemos a buscar otro «pudo ser» y de nuevo repetimos el ciclo, siempre igual desde los tiempos en que Wikkor Mallansohn descubrió el Campo Temporal, allá en el 24.°, de modo que fue posible empezar la Eternidad en el 27.°; aquel misterioso Mallansohn a quien nadie conoce en realidad, pero que fue el iniciador de la Eternidad de todos los «pudo ser», realmente, mientras el ciclo se repite, y se repite, y se repite...

Harlan sacudió la cabeza, pero el torbellino de ideas siguió girando en su cerebro, cada vez más rápido, hasta que culminó en un instantáneo destello de luz que persistió durante un segundo deslumbrador para luego desaparecer.

Aquel momento le serenó. Trató de recobrar aquella inspiración, pero fue en vano.

¿Sería la bebida mentolada?

Noys estaba ahora aún más cerca de él y Harlan veía su rostro desenfocado. Sintió que los cabellos de ella rozaban su mejilla, y el cálido aliento que le rozaba. Algo le decía que se separase de ella, pero —cosa extraña— descubrió que no deseaba hacerlo.

—Si me hicieras Eterna... —suspiró ella, aunque Harlan casi no podía oírla, ensordecido por los latidos de su propio corazón. Los labios de Noys estaban húmedos y entreabiertos.

—¿Querrás hacerlo?

Harlan no comprendió lo que ella quería decir, pero de repente nada de aquello tuvo importancia. Dentro de él ardía un fuego abrasador. La rodeó con los brazos torpemente, con impaciencia. Ella no se le resistió, sino que se fundió con él en una unión completa.

Todo sucedió como en un sueño, como si fuesen otras personas las protagonistas de aquel momento.

No fue, ni con mucho, un acto tan repulsivo como él había creído siempre. No lo fue en absoluto, y esto era para Harlan como un choque, una súbita revelación.

Más tarde, cuando ella se apretó contra él sonriendo tiernamente, Harlan alargó la mano para acariciar su cabello con lento y acariciador gesto.

A los ojos de Harlan, ella era ahora completamente diferente. Ya no era una mujer extraña, una personalidad separada. De repente se había convertido en un aspecto de sí mismo. En una forma extraña e inesperada, era parte de su propia personalidad.

El programa de trabajo espacio-temporal no decía nada de ello, pero Harlan no tenía ninguna sensación de culpabilidad. Sólo el pensar en Finge suscitaba una fuerte emoción en el pecho de Harlan. Y no era remordimiento. ¡Era satisfacción, casi júbilo!

Aquella noche Harlan no pudo dormir. La embriaguez había desaparecido de su mente, pero quedaba el hecho extraordinario de que, por primera vez en su vida de adulto, una mujer hecha y derecha compartía su cama.

Podía escuchar a su lado la suave respiración de ella, y en la penumbra a que se había reducido la iluminación del dormitorio adivinar las formas de su cuerpo.

Le bastaba alargar la mano para volver a tocarla, para notar el calor y la suavidad de su carne. Pero no se atrevió a hacerlo, no fuese a arrancarla de sus sueños, cualesquiera que fuesen. Era como si ella hubiera soñado por ambos, viviendo en sueños todo lo ocurrido, y temió que al despertar lo borrase todo de la realidad.

Fueron pensamientos extraños los que le ocuparon aquella noche, en aquellos momentos en que no distinguía entre lo lógico y lo ilógico. Trató de recordarlos y no pudo. Y de repente se dio cuenta de que era muy importante que pudiera recordarlos. Porque, aun después de olvidar los detalles, podía recordar que, por un instante, había comprendido algo de vital importancia.

No sabía qué era ello, pero sabía que lo había contemplado con toda claridad durante un segundo, con la lucidez sobrenatural de los umbrales del sueño, cuando la inteligencia se duerme y el subconsciente gana imperio.

Su ansiedad creció. ¿Por qué no podía recordarlo? Durante un momento lo tuvo a su alcance y luego lo dejó escapar.

Pensó: «Si recorriera de nuevo el mismo camino... Estaba pensando en la Realidad y en la Eternidad... sí, en Mallansohn y en el Aprendiz».

De ahí no pudo pasar. ¿A qué venía el Aprendiz? ¿Por qué Cooper? Cooper no había estado mezclado en aquellos extraños pensamientos.

Pero si no fue así, ¿por qué se acordaba ahora de Brinley Sheridan Cooper?

Harlan apretó los dientes. ¿Dónde estaba la clave que ligaba todo aquello? ¿Qué era lo que trataba de encontrar? ¿Por qué estaba tan seguro de que había algo oculto?

Harlan se estremeció, porque al hacerse aquellas preguntas un débil reflejo del resplandor anterior quiso surgir sobre el horizonte de su mente y, por un momento, casi supo.

Harlan contuvo el aliento, trató de relajar su mente, dejó que la idea inundara su cerebro.

Y en el silencio de aquella noche, una noche ya de importancia excepcional en su vida, comprendió por primera vez una explicación y una interpretación de los hechos, que en condiciones normales no habría considerado ni por un momento.

Dejó que la idea creciera y se desarrollase, hasta ver cómo explicaba cien extraños aspectos de la situación que de otro modo hubieran permanecido... extraños.

Necesitaría investigar, comprobar, cuando regresara a la Eternidad, pero en el fondo de su corazón ya estaba convencido de que conocía un secreto terrible que no le pertenecía.

¡El secreto de la Eternidad!

6
El Analista

H
abía pasado un fisio-año desde aquella noche en el 482.° durante la cual comprendió tantas cosas. Ahora, tomando tiempo normal, se encontraba casi a 2.000 Siglos en el futuro de Noys Lambent, tratando de averiguar, por medio de sobornos e influencias, lo que le reservaba el destino a ella en una nueva Realidad.

Aquello era una falta grave, pero no le importaba. En el pasado fisio-mes se había convertido en un criminal a sus propios ojos. No podía escapar de aquel hecho. No sería más criminal por rematar la cadena de delitos, y podía ganar mucho al hacerlo.

Ahora, como parte de sus maniobras traicioneras (Harlan no vaciló en aplicarse tal calificativo), estaba frente a la barrera que lo separaba del Tiempo normal del 2456.°. La entrada en el Tiempo normal era mucho más complicada que el paso de la Eternidad a los Tubos. Para entrar en el Tiempo normal, las coordenadas que definían el punto de destino en la superficie de la Tierra tenían que ser elegidas cuidadosamente, así como el momento exacto del Tiempo normal escogido dentro del Siglo. Sin embargo, y a pesar de su tensión interior, Harlan manejó los mandos con la facilidad y seguridad de la experiencia y el talento.

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