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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

El fin de la eternidad (13 page)

BOOK: El fin de la eternidad
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Los largos dedos de Harlan acariciaron maquinalmente los volúmenes de la pequeña librería. Cogió uno y, sin mirar, lo abrió.

Las letras bailaron ante sus ojos, confusas. Los desvaídos colores de las ilustraciones le parecieron manchas informes y sin contenido.

¿Por qué se había molestado Finge en decirle todo aquello? A decir verdad, no hacía ninguna falta. Un Observador, o quien quiera que actuase como Observador, no podía tener acceso a los objetivos de su Observación. Ello podía perjudicar a su neutralidad ideal de inhumano y objetivo instrumento.

Lo hizo para atormentarle, para dar satisfacción a sus celos.

Harlan pasó los dedos por la página abierta de la revista. Estaba contemplando una reproducción de un vehículo terrestre de color rojo brillante, parecido a los vehículos característicos de los Siglos 45, 182, 590 y 984, así como de los últimos Tiempos Primitivos. Era una máquina elemental, con motor de combustión interna. En la Era Primitiva los derivados del petróleo natural constituían el origen de la energía y la goma natural protegía las ruedas. Desde luego, eso no se aplicaba a ninguno de los Siglos posteriores.

Harlan se lo había explicado a Cooper. Fue toda una disertación; en aquel momento, como si su mente quisiera apartarse de su desdichada situación actual empezó a recordar. Las imágenes de su conversación volvieron a la vida.

—Estos anuncios —había dicho— nos dicen más acerca de los Tiempos Primitivos que los artículos llamados de noticias en el mismo volumen. Los artículos noticiosos exigen un conocimiento básico del mundo a que se refieren. Se emplean muchos términos para los que no ofrecen ninguna explicación. Por ejemplo, ¿qué es una pelota de golf?

Cooper confesaba prontamente su ignorancia.

Harlan continuó en el tono didáctico que no podía evitar en tales ocasiones:

—Podemos deducir que se trata de una esfera pequeña gracias al comentario casual que se hace de la misma. Sabemos que se usaba para un juego deportivo, puesto que parece mencionada bajo el epígrafe «Deportes». Podemos aventurar otra deducción y suponer que era golpeada con alguna clase de bastón largo, y que el propósito del juego consistía en introducir la pelota en un agujero del suelo. Pero ¿es necesario molestarnos en razonar y deducir? ¡Observemos este anuncio! Su única finalidad es inducir a los lectores a que compren esa clase de pelota, pero al hacerlo nos ofrece un excelente retrato del objeto en primer plano, así como un dibujo en sección para mostrar su estructura.

Cooper, que procedía de un Siglo en el que la publicidad no era tan usada como en los últimos Siglos de los Tiempos Primitivos, encontró todo aquello algo difícil de entender y así lo dijo.

—¿No es desagradable la ostentación que esas gentes hacían de sus creaciones? ¿Quién puede ser tan estúpido como para creer a una persona que ensalza su propio producto? ¿Acaso va a confesar sus defectos? ¿Retrocederá ante cualquier exageración?

Harlan, cuyo Siglo natal conocía bien el arte de la publicidad, enarcó las cejas, tolerante, y contestó:

—Tenemos que aceptarlos como son. Nunca combatimos las costumbres de cualquier civilización, mientras no causen un grave daño a la Humanidad.

La mente de Harlan volvió de pronto a considerar su presente situación, y su mirada se clavó en los chillones y tentadores anuncios de la revista. De repente se preguntó: Lo que acababa de pensar, ¿no guardaba cierta relación con su problema? ¿No estaba buscando inconscientemente una solución a sus dificultades, que pudiera devolverle al lado de Noys?

¡Los anuncios! Un procedimiento para atraer a los desinteresados.

¿Qué le importaba a un fabricante de vehículos terrestres si el deseo de un individuo desconocido hacia su producto era espontáneo o provocado? Si el cliente —ésa era la palabra— podía ser artificialmente convencido o sugestionado para sentir tal deseo y actuar en consecuencia, ¿no era eso todo lo que le importaba al fabricante?

Entonces, ¿qué importancia tenía que Noys le quisiera por amor o por cálculo? Cuando hubiesen pasado algún tiempo juntos, ella aprendería a amarle. Él haría que ella le amase, y, en definitiva, el amor y no sus motivos era lo que importaba. Ahora deseó haber leído alguna de las novelas del Siglo normal que Finge había mencionado con desprecio.

Una nueva idea hizo que Harlan apretara los puños. Si Noys acudió a él, a Harlan, para obtener la inmortalidad, ello solo podía significar que aún no había cumplido la condición necesaria para obtener aquel don. Era imposible que hubiese hecho el amor con otro Eterno anteriormente. Aquello significaba que su relación con Finge no pasó de ser la de una secretaria con su jefe. De lo contrario, ¿qué necesidad tenía de acudir a Harlan?

Sin embargo, Finge habría probado..., debió intentar... Finge pudo querer aprovecharse de aquella superstición; sin duda debió ocurrírsele, estando Noys delante de él como constante tentación. Esto significaba que ella lo había rechazado.

Tuvo que recurrir a Harlan, y Harlan había tenido éxito. Por aquella razón, Finge se vengaba torturando a Harlan, al explicarle los motivos de Noys y al demostrarle que nunca podría hacerla suya.

Sin embargo, Noys rechazó a Finge, aun creyendo que rechazaba la vida eterna, y en cambio había aceptado a Harlan. Pudo escoger, y se decidió por Harlan. Por lo tanto, no era solo cálculo. Los sentimientos también jugaban su parte.

Los pensamientos de Harlan eran deshilvanados y confusos, y a cada momento que pasaba su agitación era mayor.

Debía acudir al lado de ella, en seguida. Antes de que se produjese el Cambio de Realidad. Como le había dicho Finge en su rencor: el presente es efímero, incluso en la Eternidad.

—¿No era verdad? ¿Podía hacerse otra cosa?

Harlan sabía exactamente lo que debía hacer. Los insultos de Finge le habían llevado a un estado en el que se encontraba dispuesto para cometer cualquier crimen. Y el último dardo de Finge le había dado la idea de cómo hacerlo.

Después de aquello ya no perdió un instante. Dejó sus habitaciones con exaltación, casi con alegría, a paso rápido, dispuesto a cometer un crimen contra la Eternidad.

8
El crimen

N
adie le hizo preguntas. Nadie lo detuvo. El aislamiento social de un Ejecutor tenía sus ventajas. Por los pasillos de acceso a las cabinas llegó a una de las entradas al Tiempo normal y ajustó los mandos. Desde luego, era posible que alguien se encaminase allí con una finalidad legítima, y se diera cuenta de que el acceso estaba en uso. Vaciló un momento y luego decidió estampar su sello en el registro que estaba al lado del acceso. Una entrada en uso oficial no llamaría la atención. En cambio, una entrada en actividad sin permiso llamaría demasiado la atención.

Desde luego, podía ser Finge quien tropezase por azar con aquel acceso. Tenía que correr ese riesgo.

Noys seguía de pie tal como la había dejado. Amargas horas (fisio-horas) habían transcurrido desde que Harlan abandonó el 482.° por una Eternidad fría y solitaria, pero ahora regresaba en el mismo Tiempo, a segundos de diferencia del momento en que se había marchado. Noys no había tenido tiempo de volverse.

Ella pareció sorprendida.

—¿Has olvidado algo, Andrew?

Él la contempló con pasión, pero no hizo ningún gesto para acudir a su lado. Recordaba las palabras de Finge y temía que ella le rechazase. Dijo duramente:

—Debes hacer lo que te diga.

—Sucede algo, ¿no es cierto? —dijo Noys—. Acabas de marcharte hace solo un momento.

—No te preocupes —dijo Harlan.

Era todo lo que podía hacer para no cogerla en sus brazos, para calmarla. En vez de ello, le habló con dureza. Era como si un demonio le obligase a hacer todo aquello contra su voluntad. ¿Por qué había vuelto en el primer momento posible? Sólo consiguió asustarla con su casi instantáneo regreso después de su despedida.

En realidad, conocía la razón. Tenía un margen de seguridad de dos días en su programa. Las primeras horas de aquel período marginal eran más seguras y presentaban menos posibilidades de ser descubierto. El tratar de aprovechar al máximo la ventaja que aquello le proporcionaba era una tendencia natural. De todos modos, corría un grave riesgo. Era fácil equivocarse y entrar en el Tiempo normal antes de abandonarlo algunas fisio-horas antes. ¿Qué podía suceder entonces? Era una de las primeras reglas que había aprendido como Observador. Una persona que ocupe dos puntos del Espacio, en el mismo Tiempo y en la misma Realidad, corre el riesgo de encontrarse a sí misma.

Aquello debía ser evitado a toda costa. ¿Por qué? Harlan solo sabía que no debía encontrarse a sí mismo. No quería verse mirando a los ojos de otro Harlan llegado antes o después. Además, sería una paradoja, y como solía decir Twissell: «Las paradojas no existen en el Tiempo, pero solo gracias a que el Tiempo evita deliberadamente cualquier paradoja».

Mientras Harlan pensaba confusamente en todo aquello, Noys le contemplaba con sus grandes y luminosos ojos.

Ella se le acercó y puso sus suaves manos en las de él, que ardían, diciendo con cariño:

—Estás en dificultades.

A Harlan le pareció que su mirada era cariñosa, llena de amor. Pero, ¿cómo podía ser? Ya había logrado lo que buscaba. ¿Qué más quería? La tomó de las muñecas y le dijo con voz ronca:

—¿Querrás acompañarme ahora mismo, sin preguntar nada? ¿Harás exactamente lo que yo te diga?

—¿Debo hacerlo? —preguntó ella.

—Sí debes, Noys. Es muy importante.

—Entonces, iré.

Lo dijo con naturalidad, como si todos los días le hiciesen peticiones semejantes y estuviese acostumbrada a aceptarlas.

Cuando llegaron junto a la cabina, Noys titubeó un poco, pero luego entró.

—Vamos al hipertiempo, Noys —dijo Harlan.

—Eso significa el futuro, ¿verdad?

La cabina zumbaba ya levemente cuando entraron. Apenas se hubo sentado ella, Harlan desplazó disimuladamente una palanca con el codo.

Contrariamente a lo que él temía, ella no dio muestras de vértigo cuando empezó la indescriptible sensación de «viajar» a través del Tiempo.

Guardó silencio, inmóvil y bella. Tanto, que al mirarla se le oprimió el corazón y no le importó lo más mínimo la traición que acababa de cometer al introducir a una Temporal en la Eternidad sin autorización.

—¿Esta escala muestra los números de los años, Andrew? —preguntó ella.

—De los Siglos.

—¡No me digas que ya hemos avanzado un millar de años hacia el futuro!

—En efecto.

—Pues no me lo parece.

—Ya lo sé.

Ella miró a su alrededor.

—Pero ¿cómo avanzamos?

—No lo sé, Noys.

—¿No lo sabes?

—En la Eternidad hay muchas cosas que difícilmente se comprenden.

Las cifras del indicador volaban, cada vez más rápidas, hasta resultar ilegibles. Con el codo, Harlan había puesto al máximo la palanca de velocidad. El consumo de potencia podía suscitar alguna curiosidad en las centrales de energía, pero no era probable. Nadie le esperaba en la Eternidad cuando regresó allí con Noys, y con eso tenía a su favor nueve posibilidades entre diez. Lo que ahora importaba era buscar un lugar seguro para ella.

Volviéndose hacia su interlocutora, Harlan explicó:

—Ni siquiera los Eternos lo sabemos todo.

—Y yo no soy una Eterna —murmuró ella—. ¡Es tan poco lo que sé!

El corazón de Harlan dio un vuelco. ¿
Todavía
no se consideraba una Eterna? Pues ¿qué había dicho Finge...?

Déjalo correr, pensó. Déjalo correr. Ella está contigo, te sonríe. ¿Qué más quieres?

No obstante, habló sin poder evitarlo.

—Tú crees que los Eternos vivimos siempre, ¿no?

—Bien, puesto que les llaman Eternos, y todo el mundo dice que lo son...

Le dirigió una radiante sonrisa.

—Pero no es verdad, ¿o sí?

—Así pues, ¿tú no lo crees?

—Cuando estuve en la Eternidad, al cabo de algún tiempo me di cuenta de que no hablabais como si fuerais a vivir siempre. Además, vi hombres ancianos.

—Sin embargo, tú lo dijiste... aquella noche.

Ella se movió a lo largo del asiento para acercársele, sin dejar de sonreír.

—Es que pensé: ¡quien sabe!

Harlan continuó, sin lograr dominar del todo la tensión que se reflejaba en su voz:

—¿Qué puede hacer un Temporal para convertirse en Eterno?

La sonrisa de ella desapareció, y quizá fue imaginación de Harlan, pero le pareció ver en las mejillas de Noys un leve rubor.

—¿Por qué me lo preguntas? —dijo.

—Para saberlo.

—Es una tontería, y prefiero no hablar de ello —replicó. Bajó la vista para contemplarse sus graciosos dedos, terminados en uñas que brillaban sin color definido bajo la luz amortiguada de la cabina. Harlan pensó distraídamente que en una fiesta de sociedad, con unas cuantas lámparas ultravioleta entre la iluminación de sala, aquellas uñas podían brillar con un color verde o rojo oscuro, según el ángulo en que ella mantuviera sus manos. Una muchacha inteligente como Noys podía obtener quizá media docena de tonos, y fingir que los colores reflejaban sus sentimientos. Azul de inocencia, amarillo brillante de alegría, morado de pena, escarlata de pasión.

—¿Por qué me has amado? —dijo Harlan.

Ella se apartó el cabello de la frente y le miró con un rostro pálido y grave.

—Si quieres saberlo, uno de los motivos fue la creencia de que una muchacha puede convertirse en Eterna de esa forma. No me importaría vivir eternamente.

—Acabas de decir que no creías en eso.

—No lo creía, pero no podía perjudicarme la prueba. Especialmente porque...

Él la miraba con serenidad, hallando consuelo a su dolor y desengaño en una actitud de fría reprobación, inspirada en la moralidad de su Siglo natal.

—Continúa —dijo Harlan.

—Especialmente porque deseaba hacerlo.

—¿Deseabas amarme?

—Sí.

—¿Por qué a mí?

—Porque me gustabas. Porque pensé que eras curioso.

—¿Curioso?

—Bien, raro, si lo prefieres. Siempre procurabas no mirarme, pero acababas mirándome. Tratabas de odiarme, y sin embargo yo podía ver que me deseabas. Sentía un poco de compasión por ti, creo.

—¿Compasión? ¿Por qué?

—Porque te creabas tanto problema con tu deseo, cuando la cosa es tan sencilla. Si te gusta una chica, no tienes más que decírselo. Es fácil ser amable. ¿A qué sufrir?

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