El Héroe de las Eras (13 page)

Read El Héroe de las Eras Online

Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

BOOK: El Héroe de las Eras
3.73Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Mi señor! —oyó decir a Fatren, y lo vio acercarse—. ¡Esto es un desastre!

—Parece peor de lo que en verdad es, Lord Fatren —dijo Elend—. Como te expliqué, la mayoría de los que han caído se recuperarán.

Fatren se detuvo junto al tocón de Vin. Entonces se volvió y contempló las brumas, escuchando los sollozos y el dolor de su pueblo.

—No puedo creer que hayamos hecho esto. No puedo… No puedo creer que me convencieras para hacerlos salir a las brumas.

—Había que inocular a tu pueblo, Fatren —dijo Elend.

Era cierto. No tenían tiendas para todos, y eso sólo dejaba dos opciones. Dejarlos atrás en la aldea moribunda, o bien obligarlos a ir al norte, salir a las brumas, y ver quiénes morían. Era terrible, y brutal, pero habría sucedido tarde o temprano. Con todo, aunque Vin conocía la lógica de lo que habían hecho, se sentía fatal por haber formado parte de ello.

—¿Qué clase de monstruos somos? —preguntó Fatren, en voz baja.

—La que tenemos que ser —respondió Elend—. Ve a contar. Averigua cuántos han muerto. Calma a los vivos y promételes que las brumas ya no les causarán más daño.

—Sí, mi señor —dijo Fatren, retirándose.

Vin lo vio partir.

—Los hemos asesinado, Elend —susurró—. Les dijimos que no pasaría nada. Los obligamos a abandonar su aldea y venir a morir aquí.

—Todo irá bien —dijo Elend, colocándole una mano sobre el hombro—. Mejor eso que una muerte lenta en la aldea.

—Podríamos haberles dado una opción.

Elend negó con la cabeza:

—No había ninguna opción. Dentro de unos pocos meses, su ciudad quedará cubierta permanentemente por las brumas. Habrían tenido que quedarse dentro de sus casas y morir de hambre, o salir a las brumas. Mejor que los llevemos a la Dominación Central, donde aún hay suficiente luz sin bruma para cultivar cosechas.

—La verdad, no hace que sea más sencillo.

Elend se quedó allí de pie, mientras la ceniza caía.

—No —dijo—. Así es. Iré a reunir a los koloss para que entierren a los muertos.

—¿Y los heridos?

Aquellos a quienes las brumas habían atacado sin darles muerte permanecerían enfermos e inútiles durante varios días, tal vez más. Si el porcentaje habitual se mantenía, casi mil aldeanos encajarían en esa categoría.

—Cuando mañana nos marchemos, haremos que los koloss los carguen. Si llegamos al canal, podremos subir a la mayoría a bordo de las barcazas.

A Vin no le gustaba sentirse expuesta. Se había pasado la infancia oculta en los rincones y la adolescencia haciendo de silenciosa asesina nocturna. Así que era increíblemente difícil no sentirse expuesta cuando una viajaba con cinco mil cansados aldeanos por una de las rutas más obvias de la Dominación Sur.

Se apartó un poco de los habitantes del poblado (nunca cabalgaba), y trató de encontrar algo que le impidiera pensar en las muertes de la noche anterior. Por desgracia, Elend cabalgaba con Fantasma y los otros líderes de la ciudad, ocupado en limar asperezas. Eso la dejaba a ella sola.

Sola con su único koloss.

La enorme bestia caminaba junto a ella. La mantenía cerca, en parte, por conveniencia: sabía que así los aldeanos mantendrían sus distancias con ella. Por dispuesta que estuviera a dejarse distraer, no quería tratar con esos ojos asustados y traicionados. Ahora mismo, no.

Nadie comprendía a los koloss, y menos que nadie Vin. Había descubierto cómo controlarlos, usando el resorte alomántico oculto. Sin embargo, durante los mil años del reinado del Lord Legislador, éste había mantenido a los koloss separados de la humanidad, permitiendo que se conociera poco de ellos aparte de su brutal habilidad en batalla y su simple naturaleza bestial.

Incluso ahora, Vin podía sentir que su koloss se enfrentaba a ella, que trataba de liberarse. No le gustaba ser controlado: quería atacarla. Por fortuna, no podía hacerlo: ella lo controlaba, y continuaría haciéndolo estuviera dormida o consciente, quemara metales o no, a menos que alguien le robara la bestia.

Por vinculados que ambos estuvieran, había muchas cosas que Vin no comprendía sobre esas criaturas. Alzó la cabeza, y descubrió al koloss mirándola con los ojos inyectados en sangre. Tenía tensa la piel de toda la cara, la nariz, completamente chata. La piel estaba rasgada junto al ojo derecho, y un jirón irregular le llegaba hasta la comisura de la boca, dejando colgar un pedazo de piel azul que revelaba los músculos rojos y los dientes ensangrentados de debajo.

—No me mires —dijo la criatura, hablando con voz pastosa. Sus palabras eran confusas, en parte por la forma en que se le tensaban los labios.

—¿Qué? —preguntó Vin.

—Crees que no soy humano —dijo el koloss, hablando de forma lenta, deliberada, como los otros que ella había oído. Era como si tuvieran que esforzarse para pensar cada palabra.

—No eres humano —recalcó Vin—. Eres otra cosa.

—Seré humano —dijo el koloss—. Os mataremos. Tomaremos vuestras ciudades. Entonces seremos humanos.

Vin se estremeció. Era un tema común entre los koloss. No era la primera vez que oía hacer observaciones similares. Había algo temible en la forma llana y carente de emociones con la que los koloss hablaban de masacrar a la gente.

Fueron creados por el Lord Legislador
, pensó.
Claro que son retorcidos. Tan retorcidos como lo era él.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó al koloss.

La criatura continuó caminando pesadamente junto a ella. Finalmente, la miró.

—Humano.

—Sé que quieres ser humano —dijo Vin—. ¿Pero cuál es tu nombre?

—Ése es mi nombre. Humano. Llámame Humano.

Vin frunció el ceño mientras caminaba.
Eso parecía casi… astuto
. Nunca antes había tenido la oportunidad de conversar con un koloss. Siempre había asumido que tenían una mentalidad homogénea: la misma bestia estúpida repetida una y otra vez.

—Muy bien, Humano —dijo, curiosa—. ¿Cuánto tiempo hace que vives?

Él continuó caminando durante un rato, tanto que Vin pensó que había olvidado la pregunta. No obstante, acabó por responder:

—¿No ves mi grandeza?

—¿Tu grandeza? ¿Tu tamaño?

Humano tan sólo siguió caminando.

—¿Todos crecéis al mismo ritmo?

Él no respondió. Vin sacudió la cabeza, sospechando que la pregunta era demasiado abstracta para la bestia.

—Soy más grande que unos —dijo Humano—. Y más pequeño que otros… pero no muchos. Eso significa que soy viejo.

Otro signo de inteligencia
, pensó ella, alzando una ceja. Por lo que Vin había visto en otros koloss, la lógica de Humano era impresionante.

—Te odio —dijo Humano, al poco rato de seguir caminando—. Quiero matarte. Pero no puedo.

—No —dijo Vin—. No te lo permitiré.

—Eres grande por dentro. Muy grande.

—Sí —respondió Vin—. Humano, ¿dónde están las chicas koloss?

La criatura continuó caminando unos minutos.

—¿Chicas? —exclamó.

—Como yo —dijo Vin.

—No somos como vosotros. Nosotros sólo somos grandes por fuera.

—No —dijo Vin—. No me refiero a mi tamaño. Mi…

¿Cómo describir su sexo? Aparte de desnudarse, no se le ocurría ningún método. Así que decidió probar con una táctica diferente.

—¿Hay bebés koloss?

—¿Bebés?

—Pequeños.

El koloss señaló hacia el ejército en marcha.

—Pequeños —dijo, refiriéndose a algunos de los koloss de metro y medio.

—Más pequeños —dijo Vin.

—Ninguno más pequeño.

La reproducción de los koloss era un misterio que, a su entender, nadie había desentrañado. Ni ella misma llegó a descubrir de dónde salían las nuevas bestias, aun después de haber pasado un año combatiéndolas. Cada vez que los ejércitos koloss de Elend quedaban demasiado reducidos, él y Vin robaban nuevos efectivos a los inquisidores.

Sin embargo, era ridículo asumir que los koloss no se reproducían. Había visto campamentos de koloss que no eran controlados por ningún alomántico, y las criaturas se mataban entre sí con temible regularidad. A ese ritmo, se habrían exterminado a sí mismos en sólo cuestión de años. Sin embargo, habían durado diez siglos.

Este hecho suponía un paso muy rápido de niño a adulto, o eso parecían pensar Sazed y Elend. No habían podido confirmar sus teorías, y ella sabía que su desconocimiento frustraba enormemente a Elend, más que nada porque sus deberes de emperador le dejaban poco tiempo para los estudios con que antes tanto disfrutaba.

—Si no los hay más pequeños —preguntó Vin—, ¿de dónde salen los koloss nuevos?

—Los koloss nuevos salen de nosotros —dijo Humano por fin.

—¿De vosotros? —preguntó Vin, frunciendo el ceño—. Eso no me dice mucho.

Humano no dijo nada más. Al parecer, se le habían pasado las ganas de hablar.

De nosotros
, pensó Vin.
¿Se desgajan unos de otros, tal vez?
Había oído hablar de algunas criaturas que, si se cortaban bien, cada mitad crecía para convertirse en un animal nuevo. Pero ése no podía ser el caso de los koloss: había visto campos de batalla llenos de muertos, y ningún pedazo se alzaba para formar un koloss nuevo. Sin embargo, tampoco había visto nunca a una koloss hembra. Aunque la mayoría de las bestias llevaban burdos taparrabos, por lo que sabía, eran todos machos.

Dejó de especular cuando vio que la multitud aflojaba el ritmo y la línea que tenía delante se detenía. Movida por la curiosidad, lanzó una moneda y dejó a Humano detrás, para abalanzarse sobre la gente. Las brumas se habían retirado hacía horas, y aunque la noche se acercaba otra vez, por el momento había luz y no se veían brumas.

Por tanto, mientras se abalanzaba a través de la ceniza que caía, Vin detectó fácilmente el canal que tenían delante. Era un tajo poco natural en el terreno, mucho más recto que ningún río. Elend especulaba que las constantes lluvias de ceniza pronto pondrían fin a la mayoría de los sistemas de canales. Sin obreros skaa para drenarlos con regularidad, se llenarían de sedimentos de ceniza y acabarían atascándose y resultando inútiles.

Vin surcó el aire, completando su arco, y se dirigió a una gran masa de tiendas acampadas junto al canal. Miles de hogueras humeaban al aire de la tarde, y los hombres se entrenaban, trabajaban o esperaban. Casi cincuenta mil soldados vivaqueaban aquí, usando la ruta del canal como línea de suministros con Luthadel.

Lanzó otra moneda, que rebotó de nuevo en el aire. Enseguida alcanzó la pequeña manada de caballos que se había despegado de la línea de agotados skaa en la marcha de Elend. Aterrizó, lanzó una moneda y empujó suavemente contra ella para frenar el descenso, y levantó un chorro de ceniza al tocar el suelo.

Elend frenó su caballo, sonriendo mientras escrutaba el campamento. Últimamente, la expresión de sus labios era tan rara que Vin también se encontró sonriendo. Delante, los esperaba un grupo de hombres: sus exploradores habían advertido hacía rato que se aproximaba la gente de la aldea.

—¡Lord Elend! —gritó un hombre sentado a la cabeza del contingente del ejército—. ¡Vienes antes de lo previsto!

—Asumo que estáis preparados de todas formas, general —contestó Elend, desmontando.

—Bueno, ya me conoces —dijo Demoux, sonriendo, mientras se acercaba. El general llevaba puesta una gastada armadura de cuero y acero, y tenía una cicatriz en una mejilla; en la parte izquierda del cuero cabelludo le faltaba un gran parche de pelo, producto de una espada koloss que casi le había cercenado la cabeza. Siempre formal, el hombretón se inclinó ante Elend, quien le dio una afectuosa palmada en el hombro.

Vin no dejó de sonreír.
Recuerdo cuando ese hombre era poco más que un nuevo recluta asustado en un túnel
. Demoux no era mucho mayor que ella, aunque su rostro curtido y sus manos callosas daban esa impresión.

—Hemos aguantado la posición, mi señor —dijo Demoux mientras Fantasma y su hermano desmontaban y se unían al grupo—. No es que hubiera mucho contra lo que resistir. Con todo, fue bueno para mis hombres practicar la fortificación de un campamento.

En efecto, el campamento del ejército junto al canal estaba rodeado de montones de arena y estacas; una hazaña considerable, considerando el tamaño del ejército.

—Has hecho bien, Demoux —dijo Elend, volviéndose hacia los aldeanos—. Nuestra misión fue un éxito.

—Ya lo veo, señor —respondió Demoux, sonriendo—. Habéis traído un buen puñado de koloss. Espero que el inquisidor que los dirigía no se entristeciera demasiado al verlos marchar.

—No debió de molestarle mucho —contestó Elend—, porque a esas alturas estaba muerto. También encontramos la caverna de almacenaje.

—¡Alabado sea el Superviviente! —dijo Demoux.

Vin frunció el ceño. En el cuello, colgándole por fuera de las ropas, Demoux llevaba un collar con una pequeña lanza de plata: el símbolo cada vez más popular de la Iglesia del Superviviente. A ella le chocaba que el arma que había matado a Kelsier se hubiera convertido en el símbolo de sus seguidores.

Naturalmente, a Vin no le gustaba pensar en la otra posibilidad: que la lanza tal vez no representara la que había matado a Kelsier. Bien podía representar la que ella misma había empleado para matar al Lord Legislador. Nunca le había preguntado a Demoux cuál de las dos lanzas era. Pese a los tres años de creciente poder de la Iglesia, Vin nunca se había sentido cómoda con el papel que desempeñaba ella en su doctrina.

—¡Alabado sea el Superviviente! —dijo Elend, contemplando las barcazas de suministros del ejército—. ¿Cómo fue el proyecto?

—¿Drenar la orilla sur? —preguntó Demoux—. Bien… Afortunadamente, había poco más que hacer mientras esperábamos. Las embarcaciones deberían poder pasar ya.

—Perfecto —repuso Elend—. Forma dos regimientos de quinientos hombres. Envía uno a Vetitan con las barcazas, a por los suministros que tuvimos que dejar en esa caverna. Que los suban a bordo de las barcazas y los envíen a Luthadel.

—Sí, mi señor.

—Manda el segundo grupo de soldados a Luthadel con estos refugiados —dijo Elend, indicando a Fatren con un gesto—. Éste es Lord Fatren. Está a cargo de los aldeanos. Que tus hombres respeten sus deseos, mientras sean razonables, y preséntaselo a Lord Penrod.

Antes, no hace mucho, Fatren se habría quejado por ser tratado así. Sin embargo, el tiempo que había pasado con Elend lo había transformado de manera sorprendentemente rápida. El sucio líder asintió agradecido por la escolta.

Other books

Mystery at Saddle Creek by Shelley Peterson
Sewing the Shadows Together by Alison Baillie
Love Is Blind by Lynsay Sands
Emily of New Moon by L. M. Montgomery
Lone Calder Star by Janet Dailey
Dead Scared by Curtis Jobling