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Authors: John Katzenbach

El hombre equivocado (57 page)

BOOK: El hombre equivocado
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Miró la pizza y se la llevó a la boca con mano temblorosa.

«¿Qué he hecho, Dios mío?»

Se negó a contestar y trató de pensar en Hope. Cuando más recordaba la situación de ella, más comprendía que había un largo camino por recorrer antes de que él pudiera volver a respirar con tranquilidad.

Scott contempló el restaurante, los otros clientes, casi todos absortos en sí mismos, con los ojos fijos al frente, mirando por la ventana o a la pared. Por un momento pensó que todos podrían ver la verdad en él, que de algún modo llevaba encima la culpa como una mancha de pintura escarlata.

«Todo acabará mal —pensó—. Iremos todos a la cárcel.»

Excepto Ashley. Trató de visualizarla, de mantener su imagen en la cabeza, como vía de escape de aquella abrumadora desesperación que amenazaba con ahogarlo en ese mismo momento.

De pronto la pizza le supo a tiza. Tenía la garganta reseca. Deseó estar a solas, y al mismo tiempo no estarlo.

Apartó el plato de papel y pensó que todo lo que habían hecho con el fin de devolver la seguridad a la vida de Ashley los había arrojado a un agujero negro de incertidumbre.

Salió lentamente de la pizzería, volvió a su coche y se preguntó si podría volver a dormir en paz alguna vez. No lo creía.

Hope seguía sentada en su coche alquilado, con el motor y las luces apagados y la cabeza apoyada en el volante. Había aparcado al fondo del parque, lejos de la carretera principal, en la zona menos visible.

Se sentía mareada y exhausta, y se preguntó si tendría fuerzas para terminar la noche. Respiraba entrecortadamente.

A su lado yacía el cuchillo que tanto daño le había causado, un bolígrafo y un papel. Rebuscó en su mente, tratando de averiguar si había alguna otra cosa que pudiera comprometerla. Se dijo que tenía que deshacerse del móvil, pero sonó cuando extendía la mano para cogerlo.

Sabía que era Sally.

Se lo llevó al oído y cerró los ojos.

—¿Hope? —La voz de su compañera sonó ronca de ansiedad—. ¿Hope?

No contestó.

—¿Estás ahí?

Tampoco contestó.

—¿Dónde estás? ¿Te encuentras bien?

Hope pensó que podía decir muchas cosas, pero ninguna de ellas salió de sus labios. Respiró hondo.

—Por favor, Hope, dime dónde estás.

Sacudió la cabeza, pero no dijo nada.

—¿Estás herida? ¿Es grave?

«Sí.»

—Por favor, Hope, respóndeme… Necesito saber que estás bien. ¿Vas para casa? ¿Vas a un hospital? ¿Dónde estás? Iré a buscarte y te ayudaré. Dime qué tengo que hacer…

«No hay nada que puedas hacer. Sólo sigue hablando. Es maravilloso oír tu voz. ¿Te acuerdas de cuando nos conocimos? Nuestros dedos se rozaron cuando nos estrechamos la mano, y pensé que íbamos a salir ardiendo, allí mismo, en la galería, delante de todo el mundo.»

—¿No puedes hablar? —insistió Sally—. ¿Hay alguien cerca?

«No; estoy sola, aunque en realidad no: tú estás aquí conmigo ahora. Ashley está conmigo. Catherine y mi padre también. Y oigo a
Anónimo
ladrar para que lo lleve al campo de fútbol. Mis recuerdos me rodean.»

Sally no quería dar rienda suelta al pánico que la embargaba, pero consiguió aferrarse a algo en su interior y contener sus temores.

—Hope, sé que me estás escuchando. Hablaré. Si puedes decir algo, por favor, hazlo. Dime adonde tengo que ir, e iré. Por favor.

«Estoy en un sitio que recuerdas muy bien. Te hará sonreír y llorar cuando lo comprendas.»

—Hope, se acabó. Lo hemos logrado. Ashley va a estar a salvo, lo sé. Todo volverá a ser como antes. Ella recuperará su vida, y tú y yo recuperaremos la nuestra, y Scott volverá a sus clases y todo será como cuando éramos felices. He sido tan tonta… y sé que ha sido duro para ti. Pero juntas continuaremos adelante a partir de ahora, tú y yo. Por favor, no me dejes. Ahora no. No cuando tenemos otra oportunidad…

«Esta es nuestra única oportunidad.»

—Por favor, Hope, por favor. Háblame.

«Si te hablo no podré hacer lo que debo. Me convencerás de lo contrario. Te conozco, Sally. Serás persuasiva y seductora y simpática, todo a la vez, como solías serlo; es lo que he amado de ti desde el principio. Y si permito que me hables, no podré discutir los argumentos que usarás para disuadirme.»

Sally escuchó el silencio. No podía expresar con palabras lo que estaba pasando, todo era demasiado sombrío y pesadillesco. Sólo sabía que tenía que encontrar alguna frase que pudiera cambiar lo que se temía.

—Mira, Hope, amor, por favor, déjame ayudarte.

«Estás ayudando. Sigue hablando. Me hace más fuerte.»

—No importa lo que haya pasado, podremos salir de ésta. Confía en mí. Me dedico a resolver los problemas de la gente. Ése es mi trabajo. No hay problema demasiado grande del que no podamos salir si trabajamos en equipo. ¿No lo hemos aprendido esta noche?

Hope cogió el papel y el bolígrafo. Sujetó el teléfono entre el hombro y la oreja para continuar escuchando.

—Hope, juntas podemos conseguirlo. Lo sé. Dime que tú también lo sabes.

«Esto no podemos hacerlo juntas. He de hacerlo sola. Es el único modo de que todos estemos a salvo.»

Sally guardó silencio y Hope escribió: «Hay demasiada tristeza en mi vida.» Sacudió la cabeza. «La primera de muchas mentiras», pensó. Continuó escribiendo: «Me han acusado injustamente en el colegio que más quiero.»

—Hope, por favor —susurró Sally—. Sé que estás ahí. Dime qué ocurre. Dime qué tengo que hacer. Te lo suplico.

«Y la mujer a la que amo ya no me quiere», añadió en el papel. Meneó levemente la cabeza mientras escribía estas palabras. Se mordió el labio inferior. Tenía que encontrar algún modo de decirlo para que sólo Sally supiera la verdad, no el guardabosques que encontraría la nota ni el detective que la leería.

«Así que he venido a este lugar que una vez amamos, para recordar cómo fue el pasado, y cómo sería el futuro si yo fuera más fuerte.»

Sally, las lágrimas corriéndole por la cara, experimentó algo más allá del terror: la sensación de lo inevitable. «Hope quiere protegernos», pensó.

—Hope, amor mío, por favor… —gimió desesperada—. Déjame estar contigo. Desde el principio confiamos la una en la otra. Nos hemos hecho bien mutuamente. Déjame volver a hacerlo, por favor.

«Pero Sally, ya lo haces», pensó, y escribió: «Traté de clavarme un cuchillo, pero sólo conseguí mancharlo todo de sangre, y lo siento. Quise apuñalarme en el corazón, pero fallé. Así que elegí otra forma.» Eso le pareció bien. Sally lo entendería. «La única salida que me queda. Os amo a todos, y confío en que me recordaréis de la misma manera.» Estaba agotada.

La voz de Sally se había convertido en un susurro.

—Mira, Hope, mi amor, por favor, no importa lo malherida que estés, podemos decir que te lo hice yo. Scott dice que te cortaste. Bueno, le diremos a la policía que lo hice yo. Nos creerán. No tienes que dejarme. Podemos superarlo juntas.

Hope volvió a sonreír. Era una proposición muy atractiva, pensó. Mentir para librarse de todas las preguntas. Y tal vez funcionaría, pero probablemente no. «Sólo hay un modo de asegurarse.»

Quiso decir adiós, quiso decir todas las cosas que los amantes se susurran en la intimidad, quiso decir algo sobre su madre y Ashley y todo lo sucedido esa noche, pero no lo hizo. En cambio, pulsó la tecla roja del teléfono y cortó la comunicación.

En su coche, todavía aparcado en la calle de Michael O'Connell, Sally cedió a todas las emociones que la embargaban y sollozó incontrolablemente. Le parecía estar menguando, como si de pronto se hiciera más pequeña, más débil, sólo la sombra de la persona que era por la mañana. Ya no estaba segura de que su plan mereciese el precio que estaba pagando. Se inclinó hacia delante, pataleó y golpeó el volante con los puños, agitando los brazos. Entonces se detuvo y gimió, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Cerró los ojos y se meció adelante y atrás, hundiéndose en su asiento, en total agonía, ajena al detalle de que Michael O'Connell, maldiciendo y furioso, ciego a su entorno, pasaba de largo a unos metros de distancia, en dirección a su casa.

Epílogo

Así que, ¿quieres oír una historia?

—De modo que conseguiste reunirte con el detective que investigó el caso —dijo ella.

—Sí —respondí—. Fue muy revelador.

—Pero has vuelto, porque aún tienes más preguntas, ¿correcto?

—Sí. Sigo pensando que hay otras personas con las que necesito hablar.

Ella asintió, pero no respondió enseguida. Noté que calculaba con cuidado, tratando de sopesar detalles contra recuerdos.

—Hablar con Sally o Scott, ¿verdad?

—Sí.

Negó con la cabeza.

—No creo que quieran hablar contigo. Pero además, ¿qué esperas que te digan?

—Quiero saber cómo se resolvió todo.

Ella rió sin humor.

—¿Resolverse? Una palabra inadecuada para describir lo que hicieron y cómo pudo influir en sus vidas.

—Bueno, ya sabes a qué me refiero. Una valoración…

—¿Y crees que te dirían la verdad? ¿No crees que cuando llamaras a su puerta y dijeras «Quisiera hacerles unas preguntas sobre el hombre al que mataron» te mirarían como a un loco y te cerrarían la puerta en las narices? Y aunque te invitaran a pasar y tú les preguntaras «¿Cómo les ha ido la vida desde que se libraron del asesinato?», ¿qué motivo tendrían para decirte la verdad? ¿No ves lo ridículo que sería?

—Pero ¿sabes tú las respuestas a esas preguntas?

—Por supuesto.

Era temprano por la tarde, el crepúsculo de una tarde de verano, ese momento entre el día y la noche, cuando el mundo adquiere un aspecto desvaído. Había abierto las ventanas de su casa, dejando entrar los sonidos perdidos a los que yo me había acostumbrado en muchas visitas: voces de niños, algún coche ocasional. El final de otro día benigno en las afueras. Me acerqué a la ventana y aspiré una bocanada de aire puro.

—Nunca considerarás que éste es tu hogar, ¿verdad? —pregunté.

—No, por supuesto que no. Es un sitio terrible de tan normal.

—Te mudaste, ¿verdad? Después de que ocurrieran todos esos acontecimientos.

Ella asintió.

—Muy perspicaz por tu parte.

—¿Porqué?

—Ya no me consideraba a salvo en la soledad de la que me había rodeado durante años. Demasiados fantasmas y recuerdos. Temí volverme loca. —Sonrió, y añadió—: Bien, ¿qué te dijo el policía?

—Que lo que Sally predijo se cumplió. Bueno, no llegó a decirlo: es lo que yo interpreté. Cuando los detectives fueron al apartamento de Michael O'Connell encontraron el arma del crimen oculta en la bota. Bajo las uñas de su padre asesinado hallaron su ADN. Al principio admitió haber estado allí y haberse peleado con el viejo, pero negó haberlo matado. Naturalmente, alguien que machaca sádicamente bajo su zapato la medicación para el corazón de su padre carece de credibilidad, y por eso no le creyeron. Ni por un segundo. No, lo tenían, incluso sin una confesión completa, y cuando recuperaron el ordenador, que él había llevado a reparar, y encontraron esa carta llena de ira dirigida a su padre… Bueno, lo reunieron todo: móvil, medio, oportunidad. La Santísima Trinidad del trabajo policial. ¿No lo llamó así Sally cuando diseñó el plan?

—Sí. Es lo que supuse que te diría. Pero ¿no te contó nada más?

—O'Connell trató de acusar a Ashley, y a Scott y Sally y Hope, pero…

—Una conspiración que requeriría reunir pruebas imposibles, ¿verdad? Una, robar el arma del crimen, dársela a otra persona, pasar por tres manos antes de devolverla al apartamento de O'Connell, y un incendio… Desde luego es difícil de creer, ¿no?

—Así es. Sobre todo cuando se une al suicidio de Hope y la nota que dejó. El detective me dijo que para creer a O'Connell habría que dar por sentado que una mujer suicida paró por el camino para asesinar a un hombre a quien no había visto jamás, en un lugar donde no había estado nunca, luego condujo de vuelta a Boston para dejar el arma en el armario de su propietario y luego viajó hasta Maine para arrojarse al océano después de dejar una nota donde olvidó mencionar todo esto. También se podría pensar que Sally fue la asesina, pero estaba en Boston comprando lencería más o menos a la hora del crimen. Y Scott, bueno, tal vez fue él, pero no tuvo tiempo de hacerlo y luego volver a Boston y regresar a Massachusetts para tomarse una pizza. Una vez más, no tiene cabida en el reino de lo probable…

Mientras yo hablaba, vi lágrimas en sus ojos. Pareció erguirse en su silla, como si mis palabras tensaran el nudo y sacaran algún recuerdo nuevo de su interior.

—¿Y entonces? —preguntó con un hilo de voz.

—Y entonces, el plan trazado por Sally se cumplió. Michael O'Connell fue condenado por asesinato en segundo grado. Al parecer, continuó alegando inocencia hasta el último minuto. Pero, cuando la policía le dijo que el arma utilizada en el asesinato de su padre era la misma que había matado al detective privado Murphy, y que tal vez le colgarían también ese crimen, escogió la salida fácil. Naturalmente, fue un farol de la policía. Los disparos que acabaron con la vida de Murphy produjeron fragmentos de bala demasiado deformes para cotejarlos. El policía me lo dijo. Pero fue una amenaza útil. De veinte años a cadena perpetua. Podrá solicitar su primera vista para la libertad condicional después de dieciocho años.

—Sí, sí —dijo ella—. Eso lo sabemos.

—Así que ellos consiguieron lo que querían.

—¿Eso crees?

—Se salieron con la suya…

—¿De veras?

—Bueno, si he de creer lo que me has contado, pues sí.

Se levantó, se dirigió al mueble bar y se sirvió una copa.

—Supongo que ya es tarde —dijo. Había lágrimas formándose en las comisuras de sus ojos.

Permanecí callado, observándola.

—¿Salirse con la suya has dicho? ¿Crees de verdad que ocurrió así?

—No van a ser acusados en ningún tribunal.

—Pero ¿no crees que hay otros tribunales dentro de nosotros, donde la culpabilidad y la inocencia están siempre en equilibrio? ¿Se sale alguna vez con la suya gente como Scott y Sally?

No respondí. Supuse que ella tenía razón.

—¿Crees que Sally no pasa las noches llorando mientras pasan las horas, sintiendo el vacío en el lado de la cama que ocupaba Hope? ¿Qué ha ganado? Y el peso que Scott carga ahora… los acontecimientos de esos días seguramente lo despiertan cada poco. ¿Nota aquel olor a carne quemada y muerte con cada ráfaga de brisa? ¿Puede enfrentarse a todos sus jóvenes estudiantes sabiendo la mentira que oculta en su interior?

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