El hombre que vino del año 5000 (2 page)

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Authors: Keith Luger

Tags: #Ciencia ficción, Bolsilibros, Pulp

BOOK: El hombre que vino del año 5000
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Luchó con el pez durante quince minutos y por fin lo sacó. Era una gran pieza y se sintió satisfecho. Su amigo no lo había engañado. Aquél era un buen lugar para la pesca.

Durante la hora siguiente, pescó otros dos dentones, aunque no del mismo tamaño que el primero. Se sintió fatigado. Casi se ahogaba. Su enfermedad seguía su curso.

Regresó a su casa casi agotado y ni siquiera cenó. Se tendió en la cama y poco después quedó dormido.

Despertó a la mañana siguiente, muy temprano, a las seis. Se preparó un desayuno abundante, pero no comió ni la mitad de lo que había cocinado. De nuevo cogió su caña y la bolsa y se marchó al lugar que ya conocía.

Después de pescar los camarones, lanzó el anzuelo. Descubrió un bote que había aparecido por entre las rocas. Dentro iba un hombre.

La canoa tenía el motor fuera borda. Había salido de entre las rocas con demasiada velocidad.

Mark vio lo que iba a pasar. Deseó equivocarse, pero no le falló su cálculo.

El hombre que tripulaba la canoa la quiso desviar, pero lo hizo demasiado tarde.

La lancha chocó contra una roca que estaba a flor de agua.

Sobrevino un estallido.

El hombre salió lanzado desde la canoa y cayó en el mar, que estaba muy agitado por aquella parte. Mark no lo pensó. Dejó caer la caña que tenía en la mano, saltó de roca en roca y se arrojó de cabeza al mar.

Subió a la superficie y miró hacia el lugar en donde había visto por última vez al hombre, pero ya había desaparecido.

CAPITULO II

Mark Riley se zambulló una vez más, y braceó. Vio al hombre como a unos cinco metros.

Logró alcanzarlo por la cintura y lo atrajo hacia arriba.

Aquel hombre había perdido el conocimiento.

Mark nadó hacia la costa. Por fortuna, estaba muy cerca. Con no poco trabajo, subió al desvanecido a la roca.

Mark se tomó un descanso de unos segundos y luego le hizo al náufrago la respiración boca a boca. Aquel hombre volvió en sí.

—¿Qué pasó?

—Su canoa chocó contra una roca.

—Oh, sí, lo recuerdo.

Era un hombre de unos sesenta años, de cabello blanco.

—¿A quién le debo la vida?

—Soy Mark Riley, pero no me debe nada.

—¿Cómo que no? Si no hubiera sido por usted, yo estaría convertido en carnada para los peces... Oh, perdone, soy el doctor Douglas Hollman.

—Lo suponía.

—¿Ah, sí?

—Conocí ayer a su sobrina, doctor Hollman —Douglas Hollman empezó a dar diente con diente.

—El agua está fría —sonrió Mark—, ¿eh, doctor?

—Sí, y será mejor que vayamos a mi casa. Pero mi canoa se destrozó.

—Lo llevaré en mi coche.

—Es usted muy amable. Siento estropearle su sesión de pesca.

—Descuide, tengo mucho tiempo para pescar.

Mark se dio cuenta de que su frase carecía de sentido. No iba a tener mucho tiempo. Todo lo contrario. Le quedaba muy poco para pescar y seguir respirando. Fueron a la casa de Mark y éste sacó el coche. Viajaron hacia el cabo.

Susie Garland vino corriendo por un jardín.

—Tío, ¿qué ha pasado?

—Naufragué. Pero no te preocupes. Ya estoy bien. Creo que ya conoces a mi ángel de la guarda, Mark Riley.

—Hola, señorita Garland.

Ella saludó con un movimiento de cabeza. Entraron en la casa. Había un living muy grande.

—Sírvase una copa mientras atiendo a mi tío, señor Riley —dijo Susie.

El doctor Hollman y Susie subieron una escalera. Mark se acercó al bar y se preparó un whisky. Al cabo de un rato, bajó Susie.

—Señor Riley, usted también tiene las ropas mojadas.

—No hubo tiempo para cambiarme.

—Por fortuna, tiene la misma talla que mi tío. Por favor, acompáñeme y le daré ropa seca.

—La verdad es que se lo agradeceré. Yo también me estoy quedando helado, a pesar del whisky.

Subió con ella y Susie lo hizo entrar en un dormitorio.

—En seguida vuelvo.

Reapareció trayéndole ropa interior, una camisa, un grueso suéter y unos pantalones de pana.

—Creo que le irá todo bien, señor Riley.

—Me conformaré, aunque no esté a la última moda —Susie sonrió.

—Quizá le convenga tomar un baño caliente.

—De acuerdo.

—Le espero en el living.

Mark Riley, al quedar a solas, se desvistió y tomó el baño caliente. Se frotó vigorosamente y, de pronto, sintió una aguda punzada en el pecho. Casi se desplomó y tuvo que apoyarse en la pared.

Era el maldito cáncer. Aquel frío que se le había metido en los huesos empeoraría su situación.

Se vistió con lentitud, porque el dolor de su pecho iba en aumento.

Bajó al living.

Douglas Hollman estaba sentado en un sillón y Susie preparaba bebidas en el bar.

—¿A qué se dedica, señor Riley? —preguntó el doctor Hollman.

—Soy piloto civil.

—¿De vacaciones?

—Sí —contestó Mark porque no quería decir la verdad, que aquéllas eran las últimas vacaciones que disfrutaba antes de emprender el viaje al Más Allá.

La joven vino sonriente hacia él con un vaso de whisky.

—Tome, beba.

—Gracias.

Mark bebió un trago y sintió aquel dolor, un dolor agudo, terrible. Vio el bello rostro de Susie Garland entre una nube esponjosa. Todo empezó a dar vueltas a su alrededor y se desplomó.

No supo cuánto tiempo había pasado.

Al despertar, se encontró en una cama, en la habitación que Susie Garland le había destinado para que se cambiase.

El doctor Hollman estaba encima de él, mirándole. Ahora se cubría con una bata blanca y un poco más allá vio a Susie Garland.

—¿Cuándo empezó a sentirse mal, señor Riley? —preguntó el doctor Hollman.

—Oh, no tiene importancia. Pudo ser debido al frío que cogí cuando me eché al agua.

—Mi sobrina y yo somos médicos, señor Riley, y sabemos la verdad.

—¿La verdad?

Le hemos examinado. Hemos tenido mucho tiempo para ello. Las dos horas que usted ha pasado sin sentido. ¿Sabe qué enfermedad padece, señor Riley? Quisiera que me hablase con sinceridad.

—Lo sé, doctor. Es cáncer.

—Sí.

—Por eso estoy aquí, en Glen Cove. Me dijeron que me quedan menos de dos meses de vida.

El doctor Hollman dio un suspiro.

—El diagnóstico es correcto.

—¿También está de acuerdo con los dos meses que me quedan de vida?

—Puede que menos. Quizá sólo un mes.

Douglas Hollman miró a su sobrina. La joven se adelantó hacia el lecho donde descansaba Mark.

—Señor Riley, usted podría curarse.

—¿Cómo ha dicho, Susie?

—Que podría curarse —Mark arrugó el ceño.

—El empleado del almacén me habló de algunas cosas raras que ocurrían en su casa, doctor Hollman. ¿Quizá es eso? ¿Tiene un medio para curar el cáncer?

—No —contestó Susie—. Mi tío no puede curar el cáncer.

—Pero usted acaba de decir que me puedo curar.

—Sí, pero no depende de nosotros.

—¿Y de quién depende?

Susie y su tío cambiaron una mirada.

—¿Se lo dices tú, Douglas?

—Sí, será mejor que se lo diga yo.

El doctor Hollman clavó sus ojos en los de Mark.

—Señor Riley, llevo haciendo experimentos más de diez años.

—¿Experimentos sobre el cáncer?

—No.

—¿Sobre qué, entonces?

—Sobre el futuro... Las nociones de espacio y de tiempo son relativas. He sido un entusiasta de las teorías de Einstein... Fui su discípulo... Trabajé con él durante un par de años, hasta que el propio Einstein me apartó de su lado.

—¿Por qué?

—Por miedo.

—¿Miedo?

—Sí, señor Riley. Einstein tuvo miedo por lo que yo estaba haciendo y, sobre todo, por lo que podía conseguir.

—¿Y cuál era el fin que se propuso? —Hollman se mojó los labios con la lengua.

—Penetrar en el futuro —contestó con voz ronca.

—¿Se refiere a conocer lo que está por llegar?

—Algo más que eso —el doctor Hollman hizo una pausa—. Quise enviar a un ser viviente a una época que todavía está por llegar.

Mark creyó que se las tenía que ver con un loco. Desvió sus ojos hacia Susie y la vio muy seria.

—Perdonen, pero todo lo que dicen no tiene sentido para mí. Bueno, a decir verdad, he leído algunas novelas de ciencia-ficción, y también he visto alguna película o telefilme de esas cosas. De hombres que son proyectados al futuro. Y siempre utilizan lo mismo. ¿No lo llaman la máquina del tiempo?

—Sí —asintió Hollman.

—¿Es eso lo que usted ha conseguido, doctor? ¿Una máquina del tiempo?

—No, exactamente.

—¿Y qué es?

—Quizá tenga muy poco sentido para usted. Pero lo que yo realizo es una disolución de los átomos.

—¿Una qué?

—El ser viviente está compuesto de átomos, que yo disuelvo.

—¿Quiere decir que los hace desaparecer?

—Sí.

—¿Y luego?

—Los proyecto hacia el futuro.

—¿Cómo puede proyectarlos hacia el futuro?

—Eliminando el espacio y el tiempo. O quizá sería mejor decir que juego con ambos elementos, el espacio y el tiempo, en mi impulsor.

—¿Su impulsor?

—Impulsor cerebral electrónico.

—Está bien, doctor. No me dé detalles científicos que desconozco. Usted dice que me podría enviar al futuro. ¿A qué época?

—Indudablemente, a un año en que el cáncer haya sido superado, en que tenga la misma consideración que hoy día tiene entre nosotros un tifus, desde un punto de vista curativo.

—¿Y qué época será ésa?

—No lo sabemos y, por tanto, tendría que proyectarlo a usted a un tiempo muy lejano.

—¿Cuál?

—El año 5000.

—¿Tan lejos, doctor?

—Es posible que el cáncer se pueda curar dentro de cinco, de diez, o de veinte años. Pero, en su caso, no podemos correr riesgos.

—Entiendo, contra más lejos me mande en el tiempo, más probabilidades existirán de curar el cáncer.

—Exacto. Y por eso he pensado en el año 5000, al objeto de que no haya lugar a dudas.

Mark se echó a reír.

—¿Estoy soñando, doctor?

—No.

—¿Está seguro?

Susie cogió algo de la mesilla de noche y alargó la mano hacia Mark, el cual pegó un grito.

—Eh, ¿qué hace, Susie?

—Le he pinchado con un alfiler para que se cerciore de que no está soñando.

—De acuerdo. Ya no tengo ninguna duda. Estoy despierto. Sigamos hablando de su famoso experimento, doctor Hollman. ¿Lo ha probado ya?

—Sí.

—¿Con seres humanos? ¿Me va a decir que usted ha estado en el año 2000 o en el 3000?

—No, no he podido hacer la prueba conmigo.

—¿Con su sobrina?

—Tampoco. Sólo he hecho experimentos con animales.

—¿Qué clase de animales?

—Conejillos de Indias.

—Y dígame una cosa, doctor. ¿Cómo sabe usted que envió esos conejillos al futuro?

—Todos volvieron.

—O sea que usted los envía al futuro, y los hace regresar.

—Exactamente.

—¿Cuántas veces ha realizado el experimento?

—Seis veces.

—¿A qué época los mandó?

—Los dos primeros al año 2000, los dos siguientes al 3000, y los dos últimos al 4000.

—¿Cómo puede hacerlos regresar?

—Provocando una disolución de átomos a la inversa.

—Esos conejillos de Indias volvieron de las épocas a las que usted los envió. ¿Qué conclusiones sacó?

—Los conejos volvieron en perfecto estado.

—¿Cuánto tiempo estuvieron en esas épocas?

—El primer conejo sólo permaneció un día. Luego fui aumentando la dosis de tiempo. El sexto conejillo que envié, lo tuve en el año 4000 durante tres semanas.

—¿Y qué me dice del mundo en que ellos vivieron?

—Nada.

—¿Nada?

—No, señor Riley. No he podido saber nada. Pensé que alguno de ellos me traería algún mensaje de los seres humanos que viviesen en esa época. Pero no recibí absolutamente ningún mensaje.

—Un momento, doctor Hollman. Suponga que el mundo se ha acabado para ese entonces, quiero decir que usted envió los conejos a una época en que quizá los hombres han desaparecido de la tierra.

—También me hice esta pregunta.

—¿Y cuál fue su respuesta?

—Que cabe en lo posible. La humanidad, durante siglos, sólo ha tratado de destruirse a sí misma. Los pueblos han rivalizado en fabricar armas de destrucción. Quizá para la época más reciente de mis experimentos, la del año 2000, ya no exista el hombre sobre la tierra. No lo he podido comprobar.

—Me parece un viaje muy arriesgado.

—Tendrá que aceptarlo voluntariamente.

—Es una buena oportunidad para usted. ¿Verdad, señor Hollman? Hasta ahora sólo envió conejillos de Indias, y ellos no pudieron decirle lo que vieron. Pero ahora se le presenta la gran ocasión. Yo soy un hombre incurable, un hombre desahuciado por la medicina. Estoy condenado a morir en unas semanas. ¿Quién mejor que yo para saber qué clase de futuro nos espera?

El doctor Hollman enrojeció hasta la raíz del cabello.

—Olvídelo, señor Riley.

Dio media vuelta y salió de la habitación. Susie se acercó al lecho.

—¡Debería pincharle otra vez, señor Riley!

—Hágalo si le sirve de desahogo, Susie.

—No ha debido decir eso a mi tío. Lo ha herido. Usted piensa que él quiere mandarle al futuro. Que lo quiere tratar a usted como a un conejillo de Indias.

—¿Y no es así?

—No, señor Riley. Mi tío quiere pagarle por lo que hizo, hacer todo lo posible por salvarle a usted, y por eso le sugirió enviarlo al futuro... No sabemos con qué clase de mundo se encontrará allí. Pero lo que sí sabemos es que, si existe alguna probabilidad de que se salve, es ésa. Sólo se salvará si usted se encuentra con una humanidad que haya logrado encontrar una medicina definitiva contra el cáncer. Pero usted ya eligió. Prefiere seguir aquí en la tierra, en el año 1971.

Susie no esperó una respuesta de Mark, y también abandonó la habitación.

CAPITULO III

Era ya de noche.

Mark Riley saltó de la cama.

Encontró un batín en un armario y se lo puso. Abrió la puerta y salió a un corredor.

Oyó unos ruidos y recordó lo que le había dicho el empleado del almacén.

Era un zumbido intermitente. Procedía del fondo. Se dirigió hacia allí. Delante tenía una puerta. Sin dudarlo, puso la mano en el tirador y abrió.

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