Read El hombre que vino del año 5000 Online
Authors: Keith Luger
Tags: #Ciencia ficción, Bolsilibros, Pulp
Mark fue sacado de la prisión y, siempre custodiado por Atlanta y las dos mujeres guardianes, lo condujeron al edificio principal.
Llegaron ante una puerta, la cual se abrió también electrónicamente.
Mark oyó una música suave, muy distinta a la que había oído con anterioridad. Vio un gran salón con divanes y almohadones de brillantes colores.
—Entre ahí, Riley —ordenó Atlanta.
Mark entró y las puertas se cerraron a su espalda.
Estaba a solas.
Una voz le llegó desde el fondo.
—Acérquese.
Era la voz de Venus XXIV.
Mark se quedó asombrado al ver a Venus en una piscina, de la que sólo emergía la cabeza porque estaba cubierta por espuma color de rosa. Tenía el hermoso cabello platino recogido con una cinta.
—Acérquese más —dijo ella.
Mark dio unos pasos, llegando hasta el borde de la piscina.
Ella le sonrió.
—¿Qué es lo que le extraña?
—Que la presidente de la república me invite a contemplar su aseo personal.
—No es mi aseo personal, señor Riley.
—¿No?
—Es un baño para conservar mi juventud.
—Le falta agregar algo, Venus. Su belleza.
—Yo no soy bella. Yo soy como soy.
—Usted es bella, Venus.
—Cállese.
—Y también es hermosa.
Los ojos de la mujer fulguraron.
—¿No le han advertido que un hombre no puede decir eso que usted dice a una mujer?
—Sí, y también me advirtieron que el hombre que se atreve a faltar a esa ley es condenado a muerte —Venus sacó el brazo desnudo de entre la espuma rosácea.
—Yo puedo ordenar que lo maten ahora mismo.
Él la estaba mirando fijamente a los ojos.
—¿Y por qué no lo hace?
Ella entreabrió los labios.
Mark esperó oír la sentencia final. Pero lo que dijo Venus fue:
—Vuélvase de espaldas.
—¿Por qué?
—Voy a salir del baño.
—No sé por qué tengo que volverme de espaldas. Al fin y al cabo, usted no tiene belleza y yo no puedo admirarla.
—¿Qué?
—Oiga, Venus, ¿es que con el tiempo han perdido el oído?
—¡No se haga el gracioso!
—No pretendo hacérmelo.
—Entonces, no acabe con mi paciencia. Mark hizo una inclinación con la cabeza.
—A sus órdenes, emperatriz.
—¡No me llame emperatriz!
—Como usted quiera, presidente.
—¡Vuélvase ya!
Mark se volvió de espaldas.
Oyó un chapoteo cuando Venus salía de la piscina.
—Señora presidente, ¿puedo ayudarla en algo?
—No, gracias.
—Lo decía por si no puede secarse usted sola la espalda.
—Puedo perfectamente secarme la espalda, sin necesidad de que nadie me ayude... Ya puede mirarme —Mark se volvió.
Ella llevaba ahora también una túnica, de color azul brillante, que dejaba transparentar los hombros, el estómago y sus esbeltas piernas.
Mark la admiró de pies a cabeza.
—¿Qué es lo que mira con tanta atención, Riley?
—Me sorprende, señora presidente. No creí que notase cierta intención en la mirada de un hombre.
—Pues la noto porque mi cerebro es privilegiado.
—Tiene usted muchas cosas privilegiadas.
—Dígame una de ellas. Aparte de mi cerebro —Mark Riley recorrió la distancia que le separaba de ella. Tres metros. Quedaron muy juntos.
—Su boca, Venus. Esa es una de las cosas privilegiadas que tiene, además de su cerebro.
—¿Cómo lo sabe?
—No lo sé, pero lo voy a saber —dijo él y, enlazándola por la cintura, la atrajo hacia sí y la besó en los rojos labios.
Venus apartó su boca de la de Mark Riley. Tenía los ojos agrandados.
—¿Qué es lo que ha hecho, señor Riley?
—¿No sabe lo que es un beso?
—Claro que lo sé.
—¿Le dieron alguno?
—¡Jamás!
—Entonces, ¿cómo lo sabe?
—He visto películas en nuestro archivo. Películas del pasado. Un hombre y una mujer acercan su boca, la unen. Eso es un beso. Una estupidez.
—¿No ha sentido nada?
—¿Qué quería que sintiese?
—Bueno, quizá esté un poco bajo de forma —dijo Mark, y la volvió a besar, ahora con más fuerza que antes.
Venus no hizo ningún gesto para librarse de Mark. Fue él quien apartó sus labios de los de ella. Y lo hizo muy lentamente.
Dejó de abrazar a Venus y ella perdió el equilibrio y se tambaleó.
—¿Y ahora, Venus?
—¿Ahora qué?
—Le estoy preguntando si sintió algún efecto.
—Tampoco.
—Miente... Acabo de descubrir que ustedes todavía no han logrado anular su instinto.
—¿A qué se refiere?
—Al amor.
—¿Amor? Esa palabra no existe en nuestra república.
—Amor por un hombre.
—Los hombres son nuestros esclavos.
—Los necesitan.
—Los hombres son como animales.
—Ustedes han querido que sean unos animales. Pero no todos se encuentran en la misma situación. Hay algunos que son bastante inteligentes.
—De modo que ha estado hablando con alguno de esos hombres-topo que viven en América del Norte.
—Es posible.
—No son tan inteligentes como nosotros, y por eso los derrotamos.
—Los derrotaron porque las armas de ustedes son superiores a las de ellos. Pero yo no me refería al resultado de la guerra que han sostenido, sino a que esos hombres pueden competir con ustedes en lo que se refiere a inteligencia. Y si pueden competir en ese aspecto, también pueden sentir amor por ellos.
—El amor es una debilidad.
—No crea que está diciendo nada original. En todas las épocas ha habido seres humanos que han considerado el amor como una debilidad. Pero con eso nunca lograron terminar con el amor entre un hombre y una mujer.
—¡Esta vez acabamos con lo que usted llama amor!
—Usted sintió cierto interés por mí.
—Mi único interés es contemplar a un ejemplar de la especie humana que vivió hace más de tres mil años.
—Leo algo más en sus ojos.
—¿Qué es lo que lee?
—Está deseando que la bese otra vez.
—¿Qué?
—Cuando uní mi boca a la suya, sentí cómo su sangre corría más aprisa en las venas.
—¡Falso!
—Y también sentí su corazón aumentar el ritmo de los latidos.
—¡No es verdad!
Mark echó a andar hacia Venus y ésta retrocedió.
—¡No se acerque, Riley!
—¿Por qué me teme?
—¡No le temo!
—Entonces, estése quieta.
—¿Me está desafiando?
—Sí, la estoy desafiando a que me pruebe que su único interés por mí es el científico.
Ella quedó inmóvil.
—Muy bien. Se lo probaré.
Mark quedó de nuevo muy cerca de ella. Alargó una mano y acarició el hombro de Venus.
Sintió cómo ella se estremecía.
—Me está produciendo un escalofrío, señor Riley —dijo Venus—, pero no crea que es por algo que tenga que ver con el amor. Simplemente, se trata de un contacto de su superficie fría con mi superficie tibia.
—La entiendo, un puro accidente físico.
Mark le acarició la espalda y acercó sus labios a los de ella. Pero esta vez detuvo su boca muy cerca de la de Venus y habló con un susurro:
—Es una gran victoria la que ustedes han conseguido al desterrar el amor entre un hombre y una mujer. ¿Para qué es necesario si ustedes nacen de un tubo de ensayo? No necesitan para nada al hombre.
—Absolutamente para nada —dijo Venus con voz queda, pero impulsó su boca hacia la de Mark, buscándola con avidez.
Mark dejó que ella lo besase. Y las manos de Venus subieron y lo atraparon por el cuello, y los dedos femeninos le acariciaron la nuca.
El ataque fue súbito, y acabó también repentinamente.
Venus saltó hacia atrás, apartándose de Mark. Se retorció las manos contra el estómago.
—¿Qué es lo que he hecho...? ¿Qué ha pasado?
—El amor, señora presidente.
—¡No!
—Ha deseado besar a un hombre.
—¡No!
—Y lo ha besado.
—¡Cállese!
—No sabe cuánto me alegra que, después de todo, ustedes sean tan normales en ese aspecto como las mujeres de hace tres mil años.
Venus apretó los puños contra los redondeados muslos.
—¡Señor Riley, no diga una palabra más contra mí o acabaré con usted!
—Sería muy sencillo acabar conmigo. Un simple rayo exterminador y me convertiría en un montoncito de ceniza. No podría impedirlo, Venus XXIV. Ande, hágalo. Ordene mi desaparición, si con eso queda satisfecha.
Venus se dirigió hacia una mesa y pulsó un botón. Se abrió la puerta del fondo y apareció Atlanta con las dos mujeres guardianes.
—Atlanta, este hombre del siglo XXI ha recibido información acerca de las gentes que viven en América del Norte.
—Hay un loco en la misma celda donde Riley fue encerrado.
—Quiero ver a ese demente. Tráelo inmediatamente.
—Sus órdenes serán obedecidas.
Atlanta se marchó con los guardianes. Riley apretó los maxilares con rabia.
—Venus, ¿qué va a hacer con él?
—Estaba buscando información con respecto a la colonia subterránea.
—¿Para qué?
—Para destruirla —los ojos de Mark relampaguearon.
—Usted no puede hacer eso, Venus. No puede destruir a los hombres que están a su altura de inteligencia. Con los que ustedes pueden emparejarse.
—¡Habla de emparejamiento como si fuésemos animales!
—¿Se rebela al oír hablar de emparejamiento? Entonces, ¿debo decir que no puede destruir a esos hombres de los que ustedes pueden enamorarse?
—¡Son un peligro para nosotros! Y no porque vayamos a enamorarnos de ellos, sino porque es la única colonia terrestre en donde los hombres han logrado supervivir con una cultura. Han estado dos mil años esperando el momento para atacarnos, y ya lo hicieron. Pero los vencimos y no quiero que vuelva a ocurrir. He de acabar con esa colonia. La destruiré totalmente. No dejaré a uno de ellos vivo.
—Escúcheme, Venus, dense una oportunidad a sí mismas. Deben tener sus propios hijos. Los amarán.
—No sea estúpido. No nos interesa la maternidad.
—¿Otra debilidad? ¿Es eso, Venus? ¿Lo considera otra debilidad de la mujer...?
—Sí.
—¿Qué queda de ustedes?
—El cerebro y el corazón.
—¿Cerebro y corazón...? Oh, no, por cerebro tienen una computadora electrónica y por corazón un simple filtro de sangre... ¿Cuál es su goce, Venus? ¿Un baño de espuma rosácea para conservar su juventud? ¿Y para quién quiere conservar su juventud? ¿Para que la contemplen sus pelirrojas, sus rubias, sus morenas...?
—¡No siga adelante! ¡Ya habló demasiado, señor.
—¡Seguiré hablando hasta que me mande su maldito rayo! No puedo cambiar el curso de la historia volviendo a mi tiempo, pero puedo cambiarla a partir de ahora.
—¡Sólo es un fanfarrón! Viene del año 1971 y pretende darle lecciones a una mujer del año 5000. ¿No comprende lo absurdo de su pretensión? ¡Yo soy superior a usted en mentalidad!
—Es lo que usted cree. En épocas pasadas han existido siempre seres muy superiores a otros que viven centenares de años después. La inteligencia no se mide por la época en que uno viene a la vida... Usted poseerá conocimientos que yo no puedo tener, pero no por eso es más inteligente que yo. Y hay una prueba de que yo lo soy más que usted.
—¿Cuál?
—Mi amor por el prójimo.
—¡Váyase al infierno con su amor al prójimo! —Howard Marvin entró en la estancia custodiado por Atlanta y las dos guardianes.
—El cautivo de la colonia de América del Norte —anunció Atlanta.
Venus observó atentamente a Marvin.
—Prisionero —le dijo—, tú vas a hablar. Tú dirás dónde está tu colonia. Nos harás un plano de todas las galerías subterráneas.
Howard se echó a reír.
—No, cariño, yo no voy a decir nada.
—¡Ordenaré que te atormenten y hablarás!
Howard Marvin miró fijamente a los ojos de Venus.
—Puede arrancarme la piel. Puede trocearme, pero no me sacará una sola palabra.
—Eso lo veremos.
Mark se puso entre Marvin y Venus.
—No quiero que se le atormente.
—¡No me importa lo que usted quiera! —gritó.
—Este hombre debe volver con los suyos.
—¿Cómo?
—Ha de reinar la paz. Ustedes necesitan a hombres como Howard Marvin.
—¡No los necesitamos absolutamente para nada! ¡Quítese de en medio, señor Riley!
—Venus, quiero que lo deje en libertad. Quiero que Howard Marvin vuelva con los suyos. Quiero que una comisión de ellos venga a hablar con usted. Que sea posible una vida pacífica entre ellos y ustedes. Que se destierre la violencia.
Atlanta rió.
—Señora presidente, este hombre está loco, y debo llevármelo a la celda de los dementes. Yo le daré allí el tratamiento que merece.
Mark se revolvió como una centella y le soltó una bofetada.
La jefe de las guardianes se derrumbó en el suelo mientras lanzaba un grito.
Las dos guardianes levantaron las metralletas y se dispusieron a disparar contra el hombre que se había atrevido a golpear a su jefe.
—¡Quietas! —ordenó Venus. Atlanta se levantó llena de furia.
—Señora presidente, con el debido respeto, exijo la vida de este hombre.
—¡No puedes exigir nada!
—¡Me ha golpeado! ¡Y usted ya conoce nuestra ley con respecto a los hombres! ¡Ojo por ojo y diente por diente!
—¡Cállate!
Atlanta fue a protestar de nuevo, pero la orden de Venus estaba llena de energía y guardó silencio.
—¡Usted, también va a ser castigado, señor Riley!
Los dos irán a la celda del tormento, aunque por distinta causa. Usted, señor Riley será azotado y, en cuanto a usted, Marvin, será atormentado hasta que hable. Esa es mi orden, Atlanta. ¡Cúmplela!
Howard Marvin estaba en el potro.
Sus miembros parecían ir a quebrarse de un momento a otro.
Todo su cuerpo estaba bañado en sudor.
Mark Riley tenía las manos sujetas con una argolla en la pared. Hasta ahora no habían empezado a azotarle. Estaba viendo cómo su amigo era atormentado. Atlanta acercó su rostro al de Marvin.
—¿Dónde está la colonia de los hombres-topo?
—No lo sé.