Kelu, viendo el peligro que corría Flint, cogió a Nanda su bastón y se lanzó al ataque. Con fría precisión, propinó dos fuertes golpes al yelmo del monstruo; pero, sin que cambiara siquiera la dirección de su arremetida, la espada del espectro centelleó y sesgó el brazo derecho del faetón a la altura del codo. Kelu no había salido de la conmoción cuando un segundo golpe se descargó sobre él y lo abrió en canal desde la clavícula hasta el vientre. El cuerpo mutilado del faetón se desplomó en el suelo en medio de un charco de sangre.
Tanis contemplaba horrorizado la carnicería cuando el espectral guerrero agarró el hacha hincada en su escudo y la arrojó a un lado.
—¡Retroceded todos, por el pasillo! —gritó el semielfo, mientras recogía el bastón y se lo entregaba a Nanda—. No podemos enfrentarnos a esta criatura. Es demasiado peligrosa.
Mientras los supervivientes volvían precipitadamente sobre sus pasos, Tanis cargó una flecha y cubrió la retirada, aunque en su fuero interno se preguntaba de qué valdría otra flecha si el espectro decidía ir en su persecución.
No lo hizo, sin embargo, sino que volvió a su puesto de vigilancia en el horrendo pasadizo.
El alivio de ver que el espectro no los perseguía desapareció de golpe cuando Tanis oyó un grito a sus espaldas.
Se dio media vuelta y vio que sus compañeros habían llegado casi a la cámara, pero obstruyendo el acceso se encontraba un inmenso golem, una estatua viviente de granito blanco cubierta por una red rojiza de venas pulsantes. Semejaba un minotauro, con la cabeza de toro y el cuerpo de hombre. Tras el golem que se interponía en la puerta había otro, dentro de la cámara.
El grito lo había lanzado Bajhi, a quien aplastaban los inmensos brazos del golem. Los pies le colgaban a varios palmos del suelo y el minotauro de piedra todavía lo sobrepasaba en más de una cabeza de altura. Cada vez que el faetón gritaba, el golem apretaba aún más impidiendo de ese modo que el aterrado Bajhi inhalara.
Tanis contempló la escena impotente. Tenía la flecha preparada para disparar, pero no se atrevía a hacerlo por temor a herir al faetón. Nanda golpeó a la criatura con su bastón, pero el cayado de madera no surtió el menor efecto en el granito. Al cabo de unos instantes, cesaron los forcejeos de Bajhi y el golem lo soltó; el faetón cayó al suelo, desmadejado como un muñeco de trapo. En el mismo instante, la flecha de Tanis salió disparada y golpeó al minotauro de piedra en la garganta, donde rebotó, con el único resultado de arrancar una minúscula esquirla de granito. Una segunda flecha acertó en la testuz del golem y se partió.
Tanis encajaba la tercera flecha en el arco cuando alguien lo agarró por las muñecas. Tasslehoff estaba frente al semielfo.
—Tampoco podemos luchar contra estos monstruos, Tanis. Son demasiado fuertes. Lo único que consigues es desperdiciar flechas. Hemos de salir de este corredor de algún modo.
Tanis bajó el arco.
—Si todos atacamos a un tiempo a ese espectro, al menos dos o tres de nosotros lograríamos pasar. Dudo que pueda matarnos a todos. No es un plan excelente, pero…
Hoto, que había estado conteniendo al minotauro mediante fuertes golpes con su bastón, gritó por encima del hombro:
—Quizá yo sea capaz de apartar del camino a ese espectro. Dejadme ir al frente.
Mientras el anciano retrocedía a la carrera por el corredor, el minotauro de granito agachó la cabeza y penetró en el pasadizo en pos de sus víctimas. Sus brazos se extendieron a fin de atrapar cualquier cosa que estuviera a su alcance, pero los faetones y sus compañeros se habían alejado ya.
Al acercarse a la posición del espectral guerrero, Tas lo vio alzar de nuevo la reluciente espada y poner el destartalado escudo en posición de ataque. El kender se preguntó qué esperaba hacer el anciano faetón sin otras armas que un bastón y un cuchillo. Hoto indicó a los otros con un ademán que se quedaran atrás, en tanto él avanzaba hacia el espectro.
—El golem viene hacia aquí —gritó Tanis—. No podremos contenerlo mucho tiempo.
—Lo que se propone hacer no durará mucho —dijo Nanda, a la vez que sujetaba al semielfo por el brazo—. Cubríos los ojos.
—¿Y qué pasa con el golem? —demandó Flint, que, con gesto de dolor, se apretaba el hombro herido a fin de contener la hemorragia. La manga de su camisa estaba empapada con una mancha oscura. Sabía que, hasta que alcanzaran una relativa seguridad, detenerse para efectuar un vendaje sólo incrementaría el peligro.
—Yo frenaré a ese monstruo —respondió Nanda, que retrocedió por el pasillo cojeando. Tasslehoff se disponía a ir en pos de él cuando se produjo un estallido de llamas en el pasadizo pobremente iluminado. Una bocanada de calor y luz brotó con un rugido de la posición de Hoto y se repitió atrás, donde se encontraba Nanda frente al golem. El kender sintió que las cejas se le chamuscaban y, no obstante, supo que sólo lo había rozado una mínima parte de la fuerza desencadenada contra los minotauros de piedra y el guerrero espectral.
Tas entreabrió los dedos y escudriñó pasillo adelante. Hoto estaba en medio de un infierno, con sus magníficas alas de fuego extendidas hacia el frente a fin de rodear con ellas al guerrero en un abrazo mortal. El espectro descargó un tremendo mandoble contra una de las alas, pero la espada pasó a través de las llamas sin causar daño alguno. El monstruo comprendió de inmediato la futilidad de atacar las alas y se abalanzó sobre Hoto. Tas iba a darse media vuelta para no ver cómo el heroico faetón moría empalado, cuando captó un detalle que antes le había pasado inadvertido: Hoto no estaba de pie, sino que flotaba a un palmo sobre el suelo, sustentado por las alas. Cuando la espada arremetió contra él, se deslizó velozmente hacia un lado y la eludió. El muerto viviente, llevado por el impulso, se precipitó directamente contra la ardiente ala y de inmediato quedó atrapado entre ambas.
La criatura se debatió y lanzó estocadas contra las envolventes llamas. Su alarido fue un ruido rechinante y espantoso. La espada alcanzó el muslo de Hoto, después la espalda, pero el atrapado espectro no podía imprimir fuerza a sus golpes. Al cabo de unos segundos, la carne momificada humeó y se retorció sobre los huesos abrasados, y estalló en llamas. El monstruo continuó debatiéndose hasta que los ligamentos y los cartílagos se achicharraron. El confinado espacio del pasillo se llenó de un humo apestoso. Por fin, sólo quedó sobre el suelo un montón de huesos carbonizados y una cota de malla fundida. El escudo era apenas una vaga silueta de cenizas y la espada brillaba débilmente en la mortecina luz.
El herido y exhausto faetón extinguió sus alas y descendió al suelo. Se tambaleó un instante y habría caído a no ser porque Tasslehoff corrió a su lado y lo sostuvo apoyando sobre su hombro el brazo del anciano. Tas miró al suelo mientras pasaban sobre los restos carbonizados del guerrero y se horrorizó al distinguir dos minúsculos puntos luminosos en las cuencas oculares. Apartó de una patada el cráneo, que se hizo pedazos al chocar contra la pared.
Un poco más allá de donde estaba caído el cadáver de Kelu había una puerta. Tas recostó a Hoto en la pared y examinó la puerta en busca de alguna trampa. Mientras llevaba a cabo la revisión, Flint recogió su hacha y junto con Tanis y Nanda se acercaron al kender. Tasslehoff entreabrió la puerta y atisbo con curiosidad la habitación que había al otro lado.
Tres mesas grandes ocupaban el centro de la estancia. Las paredes estaban cubiertas con estanterías. Redomas, frascos, vasijas, cuencos, libros, rollos de pergamino y multitud de objetos desconocidos para el kender abarrotaban los tableros de las mesas y los estantes. En la pared de la izquierda había otra puerta cerrada.
Tas se apresuró a entrar en la habitación y enseguida se puso a levantar cosas, mirar el interior de cuencos tapados, remover soluciones, agitar ampolletas; es decir, a tocar y curiosear cuanto estaba al alcance de sus manos. Tanis llegó con prontitud junto al curioso kender y lo agarró por el cuello de la camisa.
—¿Es que quieres matarnos a todos? No toques nada. Podría ser peligroso. —Al ver que los demás ya habían entrado en el cuarto, añadió:— Ayúdame a atrancar esa puerta. Los golems todavía nos persiguen.
—Pero, Tanis, quizás aquí haya algo que nos sea de utilidad —protestó el kender.
—En ese caso, Flint, Hoto o Nanda lo encontrarán. Los únicos que no estamos heridos somos tú y yo.
A regañadientes, Tas dejó sobre la mesa el frasco que había estado agitando y corrió hacia la puerta. Tanis ya empujaba la hoja con el hombro, esperando el ataque de los golems. Tasslehoff dirigió una mirada apreciativa a la puerta.
—Oye, Tanis, es bastante sólida y gruesa. ¿Por qué no te limitas a cerrarla?
—Porque no tengo la llave.
—¿Y quién necesita una? De verdad que a veces eres muy corto de ideas. —El kender escudriñó a través del ojo de la cerradura—. Caray, esos minotauros se mueven rápido. Yo en tu lugar me prepararía para recibir un buen empellón, Tanis.
—¿Por qué no haces algo para ayudarme en lugar de hablar tanto?
—Ya lo estoy haciendo. —La puerta tembló con un tremendo impacto—. Atrancaré la cerradura en un visto y no visto. —Mientras Tas insertaba un trozo de alambre torcido en el mecanismo, un segundo encontronazo sacudió la hoja de madera. El kender extrajo el alambre y frunció el entrecejo; luego volvió a dar cierta forma al alambre con los dedos—. ¿No puedes evitar que se mueva tanto?
—¡Casi no puedo sujetarla!
Rezongando y maldiciendo entre dientes, Flint pasó junto a Tas y apoyó el hombro sano contra la puerta. El kender aguardó hasta que se produjo el siguiente impacto y después introdujo de nuevo el alambre en la cerradura. Tras unos segundos de manipulación, se oyó el tranquilizador chasquido del mecanismo al cerrarse. Los golems siguieron arremetiendo contra la madera y a cada golpe saltaba algún clavo o una astilla, pero la puerta aguantó; y probablemente aguantaría unos cuantos minutos, al menos.
—Bien, ahora echemos un vistazo. No hay sitio más interesante que el laboratorio de un hechicero —dijo el kender.
—No podemos perder tiempo en eso, Tas —lo reprendió Tanis—. Tenemos que encontrar cuanto antes a Selana y a Balcombe.
—Dame un minuto, Tanis, y te garantizo que valdrá la pena.
El semielfo dirigió una mirada interrogante a Hoto, que asintió en silencio.
Tasslehoff se lanzó a la tarea con entusiasmo. Rebuscó en las estanterías mientras leía etiquetas y miraba los contenidos: ojo de cuervo, polvo de cuarzo, cenizas de hereje, uña de ahorcado, mercurio, cañamones, caracola machacada, lamento de gigante —esto le llamó la atención—, y así sucesivamente a lo largo de estante tras estante. De vez en cuando cogía un frasco y se lo guardaba en el bolsillo.
Por fin, transcurrido de sobra el plazo de un minuto, cogió un taburete alto y regresó corriendo a la puerta. Colocó el taburete a unos centímetros de la hoja de madera y puso en el asiento uno de los frascos. Luego se volvió hacia Tanis.
—Listo. Esto nos avisará cuando esos gemelos varicosos crucen la puerta, y a ellos les dará también una sorpresa —explicó, mientras se palmeaba el bolsillo del chaleco.
—Bien. Veamos entonces adonde conduce la otra puerta —intervino Flint.
Tanis ya le había vendado el hombro, con lo que la hemorragia se cortó en gran parte, en tanto que Nanda se ocupaba en restañar en lo posible las heridas de Hoto.
Se reunieron frente a la puerta lateral. Flint enarboló el hacha y Tanis colocó una flecha en el arco; a continuación Nanda abrió la puerta y dejó a la vista otro corredor oscuro y pulido. El semielfo bajó el arco.
—Dirige la marcha, Tas, y recuerda que apenas disponemos de tiempo.
El kender avanzó a paso vivo, sin dejar de escudriñar el suelo y las paredes tan concienzudamente como se lo permitía la apresurada marcha. Doce metros más adelante, el pasillo trazaba una suave curva, y Tas divisó un resplandor en la pared que ponía en evidencia que las antorchas iluminaban lo que quiera que hubiese más allá. Se detuvo justo en el recodo del pasadizo y escuchó con atención. Captó el sonido de una voz que hacía pausas en las que era posible que interviniera otra, pero de esto último no estaba seguro.
Agazapado, Tasslehoff asomó despacio la cabeza por la esquina. Sólo unos pocos metros más adelante el corredor se abría a una caverna. La luz de las antorchas titilaba en las paredes de granito rosa. Una columna espiral le obstaculizaba la mayor parte de su campo de visión, pero supuso que la gruta era más grande que todo lo que habían visto hasta ahora, a juzgar por el eco que levantaba la voz.
Tas avanzó a gatas hacia el acceso. Cuanto más se aproximaba, más alcanzaba a ver y más se convencía de que éste era el sitio que buscaban. Oyó una segunda voz, que llenaba las pausas de la primera. Era un timbre que ya había oído antes, e inconfundible: la voz de Hiddukel que hablaba a través de la moneda de Balcombe.
Tas miró hacia atrás e hizo un ademán a Tanis para que avanzaran. A poco, el grupo estaba reunido a corta distancia de la entrada, aprovechando la columna para no ser visto desde el interior. Una vez más, Tasslehoff avanzó a gatas y penetró en la cámara. Confiando en que las irregularidades de la forma espiral del pilar ocultaran su silueta, el kender se asomó con precaución por el costado de la columna.
En la pared del fondo de la cámara se encontraba Balcombe, como Tas había imaginado. El hechicero daba la espalda a la caverna y estaba de pie ante un altar de piedra, interponiéndose en el campo de visión del kender, de manera que éste no veía lo que había sobre el ara. La luz de la luna penetraba a través de una abertura que había en el techo y bañaba con sus rayos al hechicero y al altar. A la izquierda de Balcombe había una hermosa muchacha de cabello plateado, ataviada con un vestido azul mar. Estaba maniatada y en sus mejillas brillaban las lágrimas, pero mantenía erguida la cabeza en actitud orgullosa. Un gran desánimo se apoderó del kender cuando advirtió que aquella joven era Selana.
Regresó con premura junto a los demás y en un precipitado susurro los puso al corriente de lo que había visto. Flint dio un codazo a Tanis.
—Ésta es tu oportunidad, muchacho. Pon fin a este maldito asunto de una vez por todas. Desde detrás del pilar no te será difícil hincarle una flecha en mitad de la espalda.
Con gesto sombrío, el semielfo tomó posiciones y encajó la flecha en el arco. Los otros se prepararon para correr hacia el altar y rematar el trabajo si era necesario. Tanis rodeó el pilar con la espalda apretada contra la piedra, apuntó con cuidado y disparó.