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Authors: Esther Sanz

Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica

El jardín de las hadas sin sueño (15 page)

BOOK: El jardín de las hadas sin sueño
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El autor exponía la hipótesis de que el manuscrito podía tratarse de un manual de medicina medieval para elaborar productos alquímicos y sanar dolencias. La primera sección parecía un herbario, pero las plantas no se correspondían con especies terrestres. Había también una parte de astrología con diagramas circulares, soles, lunas, símbolos zodiacales y damas desnudas sosteniendo estrellas.

Eché un vistazo a las láminas del manuscrito que se reproducían al final. Había una especie de mapa con seis islas conectadas por calzadas, castillos y algo que sugería un volcán. También había mujeres que se bañaban en estanques, cuya sangre ascendía por unos tubos y germinaba en unas plantas rarísimas.

Las letras extrañas que lo acompañaban acababan de completar aquel galimatías.

Cuanto más leía, más curioso me parecía aquel códice cuyos secretos se habían mantenido ocultos durante siglos. Una de las hipótesis que exponía el libro era que el autor poseía conocimientos extraordinarios, avanzados y demasiado peligrosos para el mundo moderno, y que por eso había codificado el texto, para que solo unos elegidos pudieran entenderlo.

Otro dato curioso que llamó mi atención era que el manuscrito estaba incompleto. Según la numeración, faltaban casi treinta páginas. El ensayo sostenía que estas podrían contener la solución para descifrarlo.

Me entretuve un rato pasando las páginas del final. Eran reproducciones del pergamino medieval. Aquellas letras cursivas de caracteres incomprensibles parecían burlarse de quien posaba en ellas sus ojos.

Estaba observando las flores de aquel curioso manuscrito cuando una llamó poderosamente mi atención.

Se trataba de una flor tan extraña y sobrenatural como las otras, tan irreal y extraordinaria como las del resto de las ilustraciones de aquel herbario. Pero había algo que la distinguía de las demás: existía. Lo sabía muy bien porque la había visto unas cuantas veces en mi vida.

Era la flor violeta de Bosco.

El viaje de Morfeo

E
speré a Robin con el libro abierto por la página de la laureana. Aquel manuscrito había caído en mis manos por algún motivo y yo quería saber cuál. Mi captor conocía la flor violeta tan bien como yo —no en vano la había utilizado para arrastrarme hasta su trampa y la llevaba tatuada en el brazo—, pero ¿con qué fin me mostraba la historia de aquel códice?

Estuve varias horas —no sabría precisar cuántas— con la mirada perdida en una grieta del techo.

Cuando finalmente llegó, antes incluso de que soltara la bandeja de la comida, le asalté con el libro.

—¿Qué significa esto?

—No lo sé. Nadie lo sabe… —respondió con voz cansada—.
El Voynich
es un gran misterio sin resolver: un texto indescifrable, plantas que no existen…

—Pero esta flor… Tú y yo sabemos que sí existe.

Robin se aproximó y me quitó el libro de las manos con suavidad. Contempló un momento aquella florecilla lila de hojas verdes puntiagudas antes de explicarme:

—Es la flor del río… No tiene los poderes que buscamos, pero mantiene algo de la semilla originaria. Bajo el agua, no muere. Y una vez cortada es capaz de durar meses sin marchitarse.

Me devolvió el libro y señaló el fragmento de texto que acompañaba a aquella ilustración.

—¿Entiendes lo que pone aquí?

—Todavía no he aprendido marciano. —Lo miré extrañada.

—¿Sabes quién puede tener las páginas que faltan?

Estupefacta, me dije que aquello era de locos. En todo ese tiempo no me había preguntado por la semilla, ¿y lo hacía ahora por el paradero de un libro indescifrable con más de cinco siglos de antigüedad?

—¿Cómo iba a saberlo?

La idea de que ya supiera el escondite de la semilla cruzó por mi mente. ¿Y si la habían encontrado y no sabían cómo elaborar el elixir de la inmortalidad? Tal vez en aquel manuscrito medieval se explicaba cómo hacerlo, pero nadie era capaz de entenderlo… Había leído que la prueba del carbono-14 —el método más fiable para conocer la edad de muestras orgánicas— demostraba que databa de mil cuatrocientos y algo. ¿No era acaso aquella la época de Rodrigoalbar, el antepasado de Bosco?

En cualquier caso, no había visto abejas revoloteando entres sus páginas…

—Es la primera vez que veo este libro —reconocí molesta—. No sabía que existía hasta que tú me lo pasaste junto con los sonetos de Shakespeare y el disco de Nick Drake!

—Te creo —se encogió de hombros—, pero tenía que intentarlo.

Me sorprendió la naturalidad con la que me hablaba después de lo que había ocurrido y tras varios días de silencio.

Robin reparó en los trozos rotos que había en el suelo y cambió de tema.

—¿Habéis tenido bronca Nick y tú?

—Me cansé de sus violines tristes.

—Este lugar ya no será el mismo sin él. —Enmudeció un momento y recitó una frase de la fábula de los mirlos—. «Hay cosas que no vemos pero que dejan un gran vacío cuando las hemos perdido».

—También me he cansado de este sitio.

—Lo sé… El pobre Nick ha pagado mis platos rotos.

—A ti no puedo hacerte desaparecer.

—Lo haré algún día… Me pregunto si dejaré un pequeño vacío en tu corazón.

No respondí. Mi plan había fracasado y ya no tenía ningún sentido seguir fingiendo. Aun así, tampoco me atreví a decirle que no. ¡Ni siquiera sabía qué diablos sentía por él! Estaba furiosa porque me había devuelto a aquel agujero… pero, tras cuatro días de silencio, me alegraba poder charlar de nuevo con él.

Me fijé en las ojeras que se dibujaban bajo su mirada triste. Deduje que la muerte de su hermana era la causa y me pregunté si estaba en sus planes asistir al funeral. Para ello tendría que cruzar el Atlántico. ¿Qué haría conmigo en tal caso?

—Siento lo de Grace, pero… ¿no deberías estar con tus padres en un momento así?

—Mi madre murió antes de que yo naciera, y mi padre está tan furioso que no creo que…

Pasé por alto la segunda frase.

—Un momento, un momento… ¿Has dicho que tu madre murió antes de que tú nacieras?

—Sí, por extraño que te suene… No conoces a mi padre. Para él no hay nada imposible.

Me acorde de la visión que había tenido unos días atrás, en la que un Robin adolescente lloraba al ser separado de una mujer que yo había supuesto su madre.

—¿Y quién es la mujer pelirroja?

—Supongo que te refieres a mi tía Hannah, la madre de Grace. Murió en un accidente hace dos años. —Se frotó la cabeza confundido—. Pero ¿cómo sabes tú…?

—¿Cómo se las arregló tu padre para que nacieras sin madre? —le interrumpí.

—Congeló sus óvulos antes de que muriera y los fecundó en mi tía.

—En cierto modo, has tenido dos madres —reflexioné.

—Sí, Hannah me dio a luz y me crio, pero mi padre siempre se refirió a ella como mi tía. Adoraba a su primera mujer. Solía decir que sus genes eran perfectos. Era guapa, inteligente… y tenía el gen de la longevidad.

Había oído hablar de él. Era el gen de los centenarios. Lo tenían esas personas que añadían un tercer dígito a su edad sin que su claridad mental se viera afectada.

—Mi padre es una especie de mesías de la eterna juventud. Un biólogo obsesionado con detener el tiempo.

—Y supongo que quiere pasar a la historia como el científico que logró ese milagro.

Robin rió con amargura.

—Te equivocas. Él no quiere pasar a la historia, ni ser recordado. .. Él quiere seguir vivo para siempre.

—¿Cómo se llama?

Dudó un instante antes de revelarme su nombre:

—Henry Stuart —murmuró con desdén.

¿Stuart? ¿Dónde había oído ese apellido antes? De repente me acordé del profesor norteamericano que había impartido una clase sobre gerontología. Me pareció demasiado joven para ser el padre de Robin, pero el nombre coincidía… ¿Sería él?

—Creo que he visto a tu padre.

—Imposible. Vive en Estados Unidos.

—Un tipo con ese nombre dio una clase sobre el envejecimiento de las células en la academia en la que estudiaba, pero quizá se trate de otro tipo. Tenía los ojos grises, gafas de pasta, el pelo oscuro… y apariencia de unos treinta y pocos.

Mientras lo describía fui consciente del gran parecido que había entre los dos.

Robin palideció al tiempo que cerraba los ojos y presionaba sus sienes con los dedos. Parecía muy asustado y su voz sonó grave cuando después de unos segundos de silencio sentenció:

—Tenemos que huir de aquí. Las cosas están peor de lo que imaginaba… Hay que ir a un sitio más seguro.

Contemplé la expresión tensa de su rostro, lleno de ansiedad. Sus ojos grises me miraron con temor antes de decirme:

—Te dormiré para que podamos salir sin problemas. Tendrás que viajar en el maletero…

Sacó un frasco con pastillas de su bolsillo y puso cuatro en su palma. Eran como las que me daba cada noche. Extendió su mano.

—Ni lo sueñes —retrocedí aterrorizada—. No pienso tomármelas y mucho menos que me encierres en tu maletero.

—Clara, no lo pongas más difícil. ¡Haz lo que te digo!

—¡No! ¿Por qué te asusta tanto tu padre? ¿Qué está pasando?

—Ahora no hay tiempo para explicaciones.

Me agarró del mentón con fuerza y metió las píldoras en mi boca.

Las escupí y golpeé su pecho furiosa.

Después de eso, agarró mis muñecas y las inmovilizó con una sola mano. Con la otra, sacó cuatro pastillas más del frasco. Tumbada en la cama, sentí la presión de su cuerpo como una pesada losa.

—Por favor, no me obligues —gimoteé desesperada—. ¿Por qué me haces esto?

Una idea cruzó por mi mente: ¿y si había llegado el momento de entregarme a la Organización? Tal vez cuando despertara no solo estaría en otro lugar, sino también en otras manos… Pero ¿y si no despertaba? ¿Y si Robin se había apiadado de mí y me ofrecía una muerte dulce con esas pastillas? Bastaba una de ellas para hacerme dormir toda la noche… pero ¿qué efecto tendrían cuatro de golpe?

En cualquier caso, no quería dormirme ni que me entregara a la Organización. Sabía que una vez en su poder…

Pataleé con todas mis fuerzas cuando me metió las pastillas en la boca y me tapó la nariz con la mano.

Después me acercó un vaso de agua a los labios. Me echó la cabeza hacia atrás tirándome del pelo.

—¡Traga!

Abrí la boca y un torrente de agua me anegó. Tuve que tragar Para no ahogarme. Sentí cómo las pastillas cruzaban mi garganta en un descenso sin retorno.

—Lo siento, Clara… Lo siento…

Los brazos empezaron a pesarme, pero no me soltó. Me sujetaba con fuerza mientras me acunaba y me miraba con tristeza.

En ese momento, un estruendo de pasos sonó en las escaleras «Ya están aquí», pensé.

Robin se incorporó sobresaltado y corrió hacia la puerta.

Escuché un forcejeo y gritos que se iban haciendo cada vez menos audibles. Intenté levantarme, pero la habitación empezó a dar vueltas y caí de nuevo sobre la cama.

Un mareo insoportable me obligó a cerrar los ojos.

Volví a escuchar la voz de Robin desafiando a los recién llegados.

Luché para no dormirme, pero los párpados no obedecieron la orden de mi cerebro.

Antes de perder el conocimiento, tuve la convicción de que Robin no me había engañado y que intentaba protegerme. Se estaba enfrentando a los hombres de negro y eso solo podía significar una cosa: me amaba.

Y con ese dulce pensamiento me rendí a Morfeo, resignada a morir en sus brazos.

El ático fantasma

C
uando abrí los ojos, una luz blanca me obligó a cerrados de nuevo. Aturdida, me tapé la cara con el brazo y me di la vuelta con pereza.

De repente, lo sucedido la noche anterior irrumpió en mi conciencia como un rayo. Me senté tan deprisa que la cabeza empezó a darme vueltas. Me froté los ojos confusa. Tenía frente a mí un gran ventanal con vistas a un amanecer brumoso.

Incluso el albor tenue de un día nublado como aquel supuso una explosión de luz insoportable para mis ojos, acostumbrados a la oscuridad del sótano. ¿Dónde diablos estaba?

Me encontraba en una especie de diván blanco de piel. Eché un vistazo rápido a aquella espaciosa sala. Las paredes, el alto techo de vigas y el suelo de madera eran también de diferentes tonalidades de blanco. Los escasos muebles y la chimenea central eran de un diseño muy moderno, casi futurista.

Por un segundo pensé que había muerto y que me encontraba en algún lugar de espera. Aquella habitación era tan blanca, tan grande y luminosa que bien podía tratarse de una antesala del cielo. Esperaba incluso a que un ángel llegara en cualquier momento para darme instrucciones.

Me levanté y me dirigí temblorosa a las vidrieras. El parqué caliente acarició mis pies. Sonreí al pensar que aquella divina sala tenía incluso calefacción radiante en el suelo.

Una vista panorámica de Holland Park me mostró que mi alma se hallaba en algún lugar de Notting Hill. Me pareció extraño que hubiera elegido ese escenario y no la Sierra de la Demanda para despedirme del mundo, pero aun así dejé que mi vista vagara unos instantes por sus bellos jardines de árboles milenarios.

Un voz serena, de pronunciación impecable, sonó a mis espaldas:


Good morning, milady
.

Me giré emocionada.

—¡James!

Crucé la sala para arrojarme a sus brazos.

—Mi dulce Clara… ¿Cómo te encuentras?

Le miré fascinada.

No me pasó por alto que, aunque él me había conocido siendo Alicia, me había llamado por mi nombre auténtico. Como en un sueño, aquel gazapo fue la señal de que esa escena no era real. Me extrañó que mi alma hubiera materializado a James y no a Bosco para despedirme de esta vida, pero las imágenes que creaba mi mente eran así de caprichosas.

Le palpé la cara y comprobé que no se trataba de un espectro.

Aquello solo podía significar una cosa… Recordé el sueño en el su tumba reposaba junto a las de mi madre y mi abuela, y entonces lo entendí todo…

—¡Oh, Dios mío! Lo siento tanto, James…

—¿Qué sientes?

—¡Que hayas muerto!

Sus ojos almendrados y oscuros pestañearon de forma cómica.

—¿Qué clase de droga te han administrado, preciosa? —Acarició mi melena castaña con ternura y me besó en la frente.

Me separé un poco confusa.

—¿No estás muerto? ¿Y yo? ¿Qué ha pasado?

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